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❛ family Is the worst ❜





Siguiendo los consejos de la reina Hayley antes de salir 👌

brigittegrimaldi: pensé que seguías mis rutinas 😔

lanat4: lo hago pero hoy era una mañana de Hayley

nickvolt: las mejores rutinas, después de las de bree por supuesto

rebeccadonaldson: Hayley 🤝 cuidar la piel

carlosainz55: pareces loca, olvídalo no pareces ya lo estás

charles_lecrerc: cuidado con lo que dices, después te obligan a tener una rutina de cuidado de piel

landonorris: eso que tiene de malo? Yo tengo mi rutina, y lleva mucha crema hidratante








































Ya era hora de irse a Italia y por primera vez tiene todo listo sin estresarse en el proceso.
Estaba en la puerta de su casa esperando a Max, tratando de que no se le notara el nerviosismo. Su relación con él había crecido hasta convertirse en un refugio, algo que agradecía en esos momentos de ansiedad que, aunque raros, siempre la dejaban exhausta. Tan pronto como Max bajó de su auto y se acercó, ella lo envolvió en un abrazo. Durante unos segundos, todo lo demás desapareció, y Alana se sumergió en la seguridad de su cercanía.

Pero entonces, el teléfono de Alana sonó, interrumpiendo el momento. Al ver el nombre en la pantalla, el latido de su corazón cambió de ritmo: era su madre.

Con un suspiro, contestó, intentando controlar su tono de voz.

—Hola mamá

—¿Alana? Voy a visitarte en enero, espero que no tengas inconvenientes con eso —dijo su madre, en ese tono autoritario que no dejaba lugar a cuestionamientos.

Alana tragó saliva, pero asintió, aunque sabía que su madre no la veía.

—Claro… está bien.

—Perfecto. No quiero llegar y encontrar sorpresas, ¿entendido?

—Sí, entendido.

La llamada terminó, pero sus palabras permanecieron, hundiéndose en su pecho. Al colgar, Alana intentó respirar profundamente, pero el aire no llegaba. La opresión en su pecho aumentó, y su cuerpo comenzó a temblar involuntariamente.

—No… —susurró, mientras una punzada de pánico la invadía.

Max notó su cambio y la miró preocupado.

—Alana, ¿qué pasa? —preguntó suavemente.

Alana no pudo evitar romper en llanto, sus palabras saliendo entrecortadas.

—Max… ella… ella no debió volver nunca. ¡Nunca! No… no debería tener este poder sobre mí todavía… —dijo con desesperación, sus manos temblando mientras se aferraba a él.

Max la sostuvo con firmeza, guiándola hacia el borde de la acera donde ambos se sentaron. Tomó sus manos, mirándola a los ojos.

—Alana, respira conmigo, ¿sí? Inhala… exhala…

—No puedo —sollozó, intentando seguir el ritmo de sus respiraciones, aunque sentía que se ahogaba—. Es que… cada vez que vuelve, siento que… que me quita todo. Me quedo vacía y… y todo es horrible.

Max le pasó el brazo por los hombros y la atrajo hacia él, dejando que apoyara la cabeza en su pecho.

—Estoy aquí, Alana. No tienes que enfrentarte a ella sola, ¿entiendes? —le dijo con voz suave, acariciando su espalda en un intento de calmarla.

Ella levantó la cabeza y lo miró con lágrimas en los ojos, su voz se quebró mientras hablaba.

—A veces… a veces desearía que se quedara lejos para siempre. Me… me siento horrible diciendo eso, pero ya no puedo soportarlo. No puedo.

—No tienes que sentirte mal por eso, Alana —le susurró Max—. No tienes que cargar con esa culpa. Tú solo necesitas paz, y, si estar lejos de ella te ayuda, entonces está bien.

Alana asintió, sus respiraciones volviéndose poco a poco más estables. Sentía que Max era su ancla, alguien que le daba fuerzas cuando todo lo demás fallaba. Finalmente, suspiró, liberando una parte de la carga que llevaba.

—Gracias, Max —murmuró, mientras él la abrazaba más fuerte—. No sé qué haría sin ti.

—No vas a estar sola en esto —le respondió, sonriéndole con ternura—. No mientras yo esté aquí.





























Tenemos un problema

Y dónde quedaron los buenos días?

Mamá llamó

Vendrá después de fin de año

Mierda

Iré

No hace falta
creo que puedo manejarlo

No me importa

Voy a ir

Ya compré el pasaje, te veo en enero

Gracias

Ni que lo digas










































18 de enero de 2008

Una pequeña Alana se encontraba sentada en el suelo de su habitación, con las rodillas abrazadas al pecho y los ojos aún enrojecidos por el llanto. Sabía que se avecinaba un problema porque sus padres estaban furiosos. Los había escuchado desde que llegó, aunque intentó ignorarlos. Todo por negarse a asistir a su clase de ballet.

Jason entró en su habitación y se sentó junto a ella, apoyando una de sus pequeñas manos sobre su hombro. Sabía lo difícil que era para Alana estar en esas clases; a él le costaba verla regresar cada vez más agotada y triste.

—No te preocupes, ly —susurró Jason —. No tenías que seguir ahí si no querías.

Ambos miraron a la puerta cuando escucharon los pasos de su padre acercándose. Ese sonido les ponía los pelos de punta.

—¡Alana! —la voz de su padre resonó en la habitación como un trueno. La pequeña se levantó con las piernas temblorosas y se acercó con la mirada baja, Jason se colocó justo a su lado, apretando los labios en un intento de no mostrar su propio miedo.

—¿Sabes el esfuerzo que hacemos para que estés en esas clases? ¿Así es cómo nos agradeces, arruinándolo todo? —la reprendió, con el rostro encendido en rabia.

La niña intentó explicar, con la voz temblorosa

—No quería ir… No me gusta el ballet… me hace sentir… —Pero antes de que pudiera terminar, la mano de su padre cruzó su rostro con un golpe seco.

El dolor fue instantáneo, y Alana contuvo las lágrimas por pura costumbre. Jason, incapaz de soportarlo dió un paso adelante, plantandose entre Alana y su padre.

—¡No tienes derecho a golpearla! Ella no quiere estar ahí, ¡eso no es su culpa! —le gritó sin retroceder.

El padre sin pensarlo dos veces, levantó la mano otra vez golpeando al niño, quién inmediatamente perdió el equilibrio tambaleándose hacia atrás chocando con la pared. Alana lo miró con horror, deseando poder hacer algo para ayudarlo.

En ese momento, sus ojos se encontraron con los de su madre, que observaba la escena desde la puerta. No había sorpresa en su rostro, ni dolor, ni enojo. Simplemente estaba ahí, mirando, sin decir una sola palabra, sin un gesto de apoyo hacia ellos.

Cuando ambos padres salieron de la habitación Jason se incorporó lentamente, sosteniendo su mejilla, y tomó la mano de su hermana, que estaba temblando.

—No necesitas hacer algo que no quieres hacer —le susurró, mirándola con decisión—. Nunca

A pesar de la rabia y el miedo, ambos niños se aferraron el uno al otro, sintiendo que en ese momento, ellos eran los único que tenían

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