IV

Todoroki Shoto había nacido con todo lo que cualquiera pudiera desear.

Para empezar, había nacido en cuna de oro. Y además, era el tercer varón, por tanto, no tenía la pesada obligación que poseía su hermano mayor, el primogénito, de ser rey algún día. Por lo menos, no de su reino. No por ello dejaba de poseer privilegios y tampoco dejaba de gozar de la vida acomodada que desde pequeño había tenido.

Comparado con la gente que vivía en los suburbios del reino, había tenido suerte.

Sin embargo, no eran todo ventajas. Su padre quería que se prometiese cuanto antes con una princesa, y a ser posible de un reino poderoso, para que pudiese tener el control y aumentar el poderío del suyo. 

Porque él nunca discutiría las opiniones de su padre.

Suspiró mientras miraba por su ventana el patio de palacio, ya lleno de gente que esperaba por el más joven de los príncipes. Después, se miró en el espejo, intentando que sus heterocromáticos ojos tuviesen una mirada decidida, y no la misma llana, casi aburrida, de siempre.

Se examinó de arriba abajo. Su cabello bicolor, que le llegaba por los hombros, estaba recogido en una pequeña coleta que rozaba su blanco cuello. El traje con el que iba a asistir era lo suficientemente elegante como para dejar en claro su estatus como príncipe. Touya y Natsuo seguramente irían con trajes aún más elegantes, pero era normal teniendo en cuenta que eran los mayores.

—Shoto, estás tardando mucho ya.

Su hermana, vestida elegantemente con un vestido blanco que combinaba a la perfección con su cabello blanco, recogido elegantemente en un moño y con flores rojas adornando un lado de su recogido, apareció por la puerta con la presencia que le caracterizaba. Contraria a las personalidades de Natsuo y Touya, e incluso la suya, Fuyumi era la que más carácter y más presencia tenía de los tres.

Siempre había pensado que ella estaba más cualificada para reinar que Touya. Al fin y al cabo, tenían la misma edad. Pero ella era la última en la línea, porque era una princesa. A su padre ya le gustaría que cualquiera de sus varones tuviese su personalidad.

—Ahora voy, Fuyumi.

En cuanto salió de su habitación, arreglándose la camisa, Fuyumi le sonrió y él la cogió del brazo, hablando por los pasillos acerca del concurso al que asistirían. Shoto, como representante de la realeza, probaría todas las armas que se le presentasen, y decidiría quién era el mejor herrero.

A Shoto no le hacía demasiada gracia tener que estar probando todas y cada una de las espadas que se le presentasen, pero no quedaba remedio. Iban a estar representantes de los ocho reinos, y si quería aspirar a ser candidato de desposar una princesa con buenas tierras, tendría que hacerlo perfectamente.

Pero antes era la cena de gala. Y en esa cena todos tenían que sacar sus mejores armas para no ser la burla de Mann durante los próximos siglos. Estarían príncipes y princesas, reyes y reinas, y no podían permitirse ni un ápice de debilidad si no quería que pensasen que se podía atacar fácilmente a su reino.

Podría desatar una guerra.

En el camino, Shoto miró a la ventana. La luna brillaba, en todo su esplendor, sobre los árboles del bosque Flamme, y a lo lejos se divisaba la niebla característica de aquella espesura vegetal que hacía de frontera.

Luna llena nunca auguraba nada bueno.

Tomó su codo derecho con la mano izquierda, algo nervioso, cuando su hermana le soltó para abrir la puerta que daba acceso al comedor del palacio del reino de Feuer.

La fusión de voces hacían confusas las palabras. Algunos hablaban en su dialecto, otros en manés, y eso hacía que las conversaciones fueran aún menos comprensibles, convirtiéndose en un ruido de fondo ante las palabras que su hermana, tomándole de nuevo del brazo, le dijo en feurón:

—Lo harás bien, Shoto, ya lo verás.

Shoto suspiró hondo y asintió, dando pasos que pretendían ser tan seguros como los de su hermana, quien había dejado que la llevase porque así lo dictaba el protocolo. En momentos como ese, deseaba ser de nuevo el niño de cinco años que su hermana llevaba de la mano a las reuniones sociales, y en el cual casi nadie se fijaba nada más que para decirle lo bonito que era.

Con la mayoría de edad ya cumplida, su palabra contaba tanto como la de sus hermanos. Había cruzado esa barrera en la cual sus palabras tenían más peso que un año antes. Si decía algo que no debía decirse, podría meter a su reino en una guerra.

Y sería culpa suya.

El choque de las copas, las risas, el calor de las velas, el calor humano, todo... Todo era más caluroso que el mismísimo Drache. La reina de Eis parecía sentirlo igual, puesto que se abanicaba con la mano y su esposo la invitó a salir de la sala a la terraza, para que tomase un poco de aire.

En Eis no estaban nada acostumbrados a las altas temperaturas de Feuer, teniendo en cuenta que era el reino más helado. Su madre aún seguía sin poder aguantar el calor. 

Recorrió con la mirada a toda la sala, mientras se encaminaba a los asientos reservados para ambos. Estaban presentes todos los reinos, como había predicho, y eso hizo que la garganta se le secarse. Afortunadamente, llegaron a sus asientos y pudieron tomarlos. Nadie pareció notar la premura con la que tomó el vaso de agua y se bebió la mitad.

Por encima del vaso pudo ver a la servidumbre, yendo de un lado al otro ante los llamados de los invitados o cuando notaban que algo faltaba. Como no podía ser de otra manera, se movían con una elegancia que habría impresionado al más estricto regente.

O eso sería si alguien se hubiera fijado en ellos, porque ninguno de los reinos presentes sobre aquella mesa parecía considerarles más que simple servidumbre.

Entre ellos, un par de ojos verdes como la hierba fresca aparecieron ante él. Un segundo de contacto antes de desvanecerse entre sus compañeros, pero que al príncipe le sirvió para sonreír por primera vez en toda la velada. Quizá fuera la única.

Un sonido seco resonó en el salón, acallando a todos los invitados y borrando la sonrisa de Shoto. Las miradas se dirigieron directamente a la puerta que momentos antes había atravesado con su hermana, y Shoto hizo una mueca al ver el corpulento cuerpo de su padre.

Sus ojos azules cual cielo analizaron, casi con soberbia la mesa, y los pasos que daba en dirección al asiento de honor que ocuparía, como anfitrión que era, hizo estremecer al más pequeño de la realeza de Feuer.

Mantuvo la compostura cuando sus ojos se clavaron en él, gracias en gran parte a la mano salvadora de su hermana, que se apoyó en su pierna y le salvó de caer en su propio abismo. 

—Buenas noches, queridos invitados —saludó en manés, una vez sentado en su lugar—. Lamento la ausencia de mi esposa, la reina no se encuentra en la mejor disposición esta noche y ruega la disculpéis.

Shoto distinguió una mueca, casi imperceptible, en la sonrisa de su hermano Touya. Él le conocía, y sabía qué significaba eso.

Esperaba que nadie más lo notase.

—Estamos aquí reunidos para celebrar el centésimo vigésimo sexto año de nuestra célebre competición de herrería, como se celebra cada año desde que el décimo rey de Feuer lo inaugurase —anunció, levantando una copa de vino—. Hoy, en su víspera, quiero brindar con todos ustedes, por un año más de esta célebre competición que reúne a los reinos en armonía.

Todos levantaron sus copas, aunque Shoto veía claramente las tensiones que había entre ciertos reinos. Los nuevos reinos, sobre todo, notaban el discurso políticamente correcto. Feuer era uno de los antiguos reinos, y pese a la invitación que se lleva haciendo años a los nuevos a ese tipo de eventos que reunían a todo Mann, las chispas relucían más claramente que cualquier rayo del eléctrico reino de Blitz.

Todos se pusieron en pie y gritaron un «Por un año más», bebieron un sorbo de su bebida, y volvieron a tomar asiento. Los ojos de Shoto se fijaron en el príncipe de Blitz, que sonreía de una manera casi inocente, pero cuyos ojos, amarillos como su cabello, parecían ser capaces de fulminar a cualquiera de un rayo sacado de su reino.

Bajó la mirada cuando se fijó en él, y fingió beber un poco más. En cuanto sintió sus ojos fuera de su persona, miró a Touya, al cual empezaban a acribillar a preguntas.

—¿Y ya tenéis prometida? —preguntaba la reina de Eis, la cual había vuelto en cuanto había visto a su padre entrar por la puerta.

Touya negaba elegantemente con la cabeza, pero no podía ocultar su nerviosismo. Sabía de los rumores que corrían por el reino, y no solo el de Feuer. El de Witterung, el reino del viento, parecía especialmente interesado en esos rumores, puesto que su rey no dejaba de mirar a Touya en silencio, una mirada que decía mucho más que cualquiera de sus palabras.

No era de extrañar que lo estuviera, puesto que su hermano parecía haber sido visto con alguien de Witterung en secreto. Algo que, definitivamente, no gustaba ni a su padre ni a los de ese reino, dada la mala relación que tenían.

La pregunta no tardó en salir, aunque no fue por parte de la reina de Eis, como Shoto había esperado, sino por el príncipe de Blitz.

—¿Y qué opináis sobre los rumores que corren, alteza?

Shoto observó lo tensos que se habían puesto los brazos de Touya, y comió para intentar pasar de alguna manera la angustia generada por la situación de su hermano, quién dejó el tenedor en la mesa con quizá más fuerza de la necesaria.

A Blitz le interesaba que Feuer entrase en conflicto. El reino del rayo era pequeño, pero para ser de los nuevos había robado bastante territorio a Feuer y Wasser, con quienes ni siquiera tenían fronteras definidas. Si los reinos antiguos se enfrentan entre sí, los nuevos saldrían beneficiados. 

—No tengo nada que decir al respecto, príncipe. Mejor decidme qué opináis vos acerca de ello.

La sonrisa del príncipe de Blitz se tensó ligeramente.

—Rumores son rumores —dijo tras comer un trozo de carne, como si hubiese paladeado su respuesta—. Solo las estrellas saben lo verdadero y lo falso, ¿no creéis?

Había salido bien del paso. Shoto se preguntó si él podría hacerlo tan bien en una situación así, pese a que el de Blitz tendría su misma edad.

—Por supuesto.

Si se hubiese quedado en eso, no habría pasado a mayores, pero el rey de Witterung no pareció satisfecho con la respuesta del príncipe heredero. Shoto era consciente de que aquel hombre estaba preocupado por su reino. Su hija era aún muy pequeña y no tenía varones todavía. Parecía inevitable la unión de su reino con otro, por fronteras quizá el de , pero el rey no tenía aspecto de querer resignarse.

Si a todo ello le añadía el factor que Feuer, encima su próximo rey, parecía interesado en los asuntos de Witterung, y encima se le habría podido ver con un posible espía de su corte...

Shoto sabía que no podía salir nada bueno de ahí. El calor que había sentido al entrar se estaba empezando a sentir cada vez más, mediante las palabras que su hermano y el rey cruzaban. Su padre veía de reojo, sin intervenir, y Shoto sabía que no lo haría aunque Touya se encontrase entre la espada y la pared.

Shoto no comió por observar la conversación. Touya se mantenía estoico, pero el rey sabía jugar mejor sus cartas, a lo mejor debido a que la diferencia de edad le otorgaba más experiencia en ese tipo de situaciones.

Y quizá fue la fusión de inexperiencia y carácter lo que hizo que Touya perdiese la batalla.

—¡He dicho que no sé nada!

El golpe que dio en la mesa lo dejó más que claro a toda la sala, y Shoto casi le pareció ver su cabello rojo en llamas, y sus ojos azules se le antojaron tan chispeantes como los del príncipe de Blitz, que observaba la escena sin un rastro de emoción en su rostro.

La sala quedó en silencio, pero Touya no se dignó a disculparse. Con la dignidad con la que había entrado su padre, barbilla alta y pasos fuertes, hizo su salida de la cena, dando un portazo tras de sí.

Esa fue la última vez que vieron al príncipe heredero del trono de Feuer.

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