II
Era el mejor de los lugares; era el peor de los lugares.
Bakugou Katsuki no tenía duda de que aquel bosque no le iba a traer más que desgracias. Pero en ese momento, era su mejor opción.
Porque debía huir. Fuera como fuese.
Las flechas hacían un sonido metálico al chocarse mientras corría. Corrió y corrió, como si no hubiera un mañana, bajo la atenta mirada de las estrellas sin luna, que había decidido ocultarse aquella noche, más para bien que para mal. Las sombras le acogían, pero no sabía por cuánto tiempo sobreviviría así, sin nada, por su cuenta.
Sus armas se le acabarían en algún momento, y ni siquiera sabía qué dirección había tomado. No tenía idea si había una región cerca o, si por el contrario, se estaba alejando cada vez más de la civilización y metiéndose en terreno peligroso. Era conocido que a los dragones no les gustaba los intrusos humanos, y los licántropos lo llevaban tan bien como lo llevaban los humanos cuando uno de ellos se adentraba en uno de los reinos.
Bufó, saltando y aferrándose a una de las ramas fuertes del árbol. Apretó los dientes cuando el esfuerzo se hizo notar en su brazo malherido, pero logró ascender y esconderse entre las hojas de los árboles, espantando a una ardilla que se resguardó en su madriguera.
A través del árbol, el joven podía ver con bastante precisión el terreno. Si tenía control sobre lo que había debajo de él, podría cazar con exactitud un animal lo suficientemente grande y sobrevivir hasta que encontrase una región poblada donde no tuviese que temer ser descubierto. Podría vivir de la caza, y aspirar a tener una vida normal.
O todo lo normal que podía ser alguien como él.
Se obligó a no pensar demasiado en ello, puesto que no le traería más que desgracias. Miró a su alrededor, y se fijó en un cartel colgado en uno de los árboles más cercanos. Entrecerró los ojos, pero no logró descifrar lo que ponía desde aquella distancia. Sin embargo, lo que sí distinguía era una buena cantidad de cifras en grande.
Movido por la curiosidad, saltó del árbol y se acercó al cartel. Vio correr a un cervatillo, alarmado por el sonido de las hojas que había provocado con su caída, y se lamentó de no haberlo cazado. Sin embargo, la pena se le fue de inmediato en cuanto pudo ver con claridad lo que estaba escrito en el papel.
SE OFRECE RECOMPENSA
Se ofrece recompensa al caballero que consiga rescatar a la princesa del reino de Wasser de las garras del terrible dragón que la mantiene cautiva en una torre, al otro lado del río Trennung, y pueda llevarla ante su padre sana y salva.
15 000 000 DE GELDS
Encabezando el texto —y la suma de gelds, que era lo importante—, se encontraba el retrato de lo que supuso era la princesa. Tenía un cabello largo, oscuro, una cara redonda como una manzana y unos ojos grandes. Las mejillas tenían hoyuelos de la gran sonrisa que adornaba su cara, y a Bakugou no pudo darle más asco el exceso de dulzura que transmitía la muchacha, que no tendría más años que él.
Sin embargo, esos quince millones no le vendrían para nada mal, por muy insoportablemente dulce que pareciese ser la princesa. Si tenía que atravesar todo Mann y adentrarse en Drache, la tierra de los dragones, lo haría. No le importaba si con ello conseguía esa recompensa que le prometía estar sin preocupaciones económicas toda la vida.
Era un problema menos, al fin y al cabo.
Con una sonrisa, retomó el camino, no sin antes arrancar el cartel del árbol y doblarlo para meterlo en la bolsa en la que llevaba unas cuantas provisiones. Caminó bosque a través, haciéndose paso entre la maleza, hasta encontrar un claro con un riachuelo en el que podría rellenar su provisión de agua.
Satisfecho, se dispuso a rellenar su bolsa de agua, pero algo le llamó la atención mientras se agachaba en el río. Sentía que le observaban, desde algún punto entre los árboles que rodeaban el claro.
Miró su reflejo en el agua, agudizando el oído. Se escuchaba tan solo el sonido del agua corriendo, de los pájaros piando, el viento removiendo las hojas y algún que otro graznido de un cuervo. Sin embargo, alterando la calma, sonó un mal paso que debió romper alguna rama en el suelo, y con celeridad, Bakugou sacó una flecha de su saco y, tirando la bolsa de agua a la hierba, apuntó a la dirección en la que había sonado.
—¡Sal de ahí! —gritó, tensando la flecha.
Distinguió unos ojos rojos como el fuego entre la maleza. Desaparecieron unos instantes para reaparecer luego acompañados de un cabello igual de rojo y unas manos en alto.
—Tranquilo, no es mi intención hacerte daño.
Pero sus palabras no eran suficientes para que bajase el arco. Con cautela, el muchacho fue caminando hacia él, sin dejar de alzar las manos para que viese que no tenía nada.
Precisamente lo extraño era que no tenía nada. Tan solo lo puesto y una espada colgada al cinto como única arma.
—¿Quién eres? —preguntó, amenazante.
—Solo un herrero —aclaró—. Pero no creo que sea el mejor ambiente para una charla.
Señaló con la mirada el arco que le seguía apuntando,
—¿Y quién me dice que no sacarás tu espada en cuanto baje el arco?
—¿No te sirve mi palabra? —sonrió descaradamente.
—¿La palabra de un total desconocido? Me temo que no.
El chico de pelo rojo suspiró y, manteniendo una mano en alto, con la otra soltó la funda de la espada de su cinto. Bakugou le miró de arriba abajo, comprobando que no tuviera otra arma mientras el chico se alejaba tres pasos hacia atrás.
—¿Contento? —gruñó, y Bakugou atrajo la espada con el pie hacia él—. No te aconsejo que la saques, te quemarás.
Bakugou arqueó una ceja y tomó la funda. Vio al muchacho, que era ligeramente más bajo, rodando los ojos, como si estuviera muy seguro de sus palabras.
Abrió la funda y vio el mango de una espada relucir con el sol, un brillo dorado que parecía oro. Con seguridad, adentró la mano para tomarla, pero quedó completamente convencido de que no podría tomarla cuando sintió como si hubiese metido la palma en una chimenea.
La soltó de inmediato, y el muchacho de pelo rojo rio.
—Que conste que te lo advertí.
Bakugou gruñó y volvió a cerrar la funda, tirándosela a los pies y guardando su arco y su flecha. El muchacho se volvió a enganchar la espada al cinto y le extendió una mano.
—Kirishima Eijiro —se presentó, sin borrar la sonrisa de su cara—. Un placer.
Bakugou lo miró de arriba abajo, tratando de descubrir alguna amenaza, pero luego apretó, con cierta aprensión y durante un breve periodo de tiempo, su mano.
—Bakugou Katsuki. El placer es tuyo —dijo—. Y ahora, tengo que hacer cosas, si no te importa, seguiré mi...
—¿Cosas como rescatar a una princesa?
Bakugou vio sorprendido cómo el muchacho agitaba el papel que había recogido momentos antes, y miró su bolsa.
Estaba abierta. Y no tenía el papel.
—¿Cuándo...?
Intentó arrebatársela, pero no lo logró. El chico dio un paso hacia atrás, riéndose.
—Es peligroso, ¿sabes siquiera dónde está Drache?
Bakugou gruñó al ser consciente de que el tal Kirishima sabía que no tenía ni idea. Debería haber cogido un mapa antes de escapar.
—Me lo suponía —sonrió el pelirrojo—. Supongo que podemos hacer un trato.
—No pienso hacer ningún maldito trato contigo —refunfuñó, y en el despiste, le arrebató el papel—. No te necesito.
—Orgulloso, ¿eh? —suspiró, y mientras le daba la espalda, gritó—: ¡Por ahí no se va a Drache!
Bakugou se detuvo, sin saber bien si era una treta o si en verdad era el camino equivocado. Ante la duda, el pelirrojo se acercó a él y se puso nuevamente en su campo de visión.
—Lo que te propongo es muy simple. Verás, yo no tengo nada para comer y resulta que he visto que tú sí —señaló la bolsa con provisiones—. Además sabes cazar, y yo no. En cambio, yo conozco Mann como la palma de mi mano mientras tú estás más perdido que una estrella en el cielo.
—Quieres comida a cambio de guía, ¿no?
—Lo has pillado —rio—. Pero tengo una única condición.
Bakugou arqueó una ceja, y Kirishima abandonó su sonrisa, lo cual sorprendió al cazador. Llevaban muy poco conociéndose, pero había asumido que el pelirrojo era incapaz de dejar de sonreír.
—¿Y cuál es? —preguntó tras un silencio.
—Las noches de luna llena, no estaré contigo —segundos después, la sonrisa volvió a su rostro—. Pero prometo que a la mañana siguiente sí.
Bakugou no dijo nada. Tan solo le miró, hasta que este extendió su mano.
—¿Aceptas?
Miró su mano, y luego su cara sonriente. Con una ligera mueca y el ceño algo fruncido, tomó la mano del pelirrojo y dijo:
—Trato hecho.
¡Hola!
Os dejo por aquí el capítulo 2. Cómo veis, está narrado desde el POV de Bakugou, y ya se ha encontrado con nuestro Kirishima :)
Bueno, tengo una duda y es que no sé si poner el plano que tengo hecho de este mundo original en una "introducción" o en el principio de cada cap para que nadie se pierda. Además sería bueno que explicara un poco el mundo y tal. ¿Qué decís?
¡Leo vuestras opiniones!
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