3. Un montón de estrellas muertas.
Sorrow — Sleeping at last (1:10 — 2:10)
Una de las primeras cosas que me dijo Sara, la madre de Andrew, es que yo estaba condenada desde antes de nacer. Ella no se equivocó mucho con esa afirmación.
Para Andrew: Querido hermano, tengo maravillosas noticias para ti y tu adorada madre. Me gustaría ver tu cara cuando te enteres.
La familia de mi madre es de Suecia y ella trabajaba en las empresas de su familia cuando conoció a mi padre, gracias a negocios que estaban realizando entre ambas empresas. Mi padre estaba casado con Eliza, la buena y dulce Eliza, pero eso a mí padre no le importó, ya la había engañado antes, ya tenía dos hijos fuera del matrimonio cuando conoció a mi madre y la sedujo hasta convertirla en su amante, traerla hasta San Francisco a trabajar en Reagan Corp.
Pero mi padre conoció a Catalina, la madre de Stefan en un viaje de negocios a España y quedó cautivado con ella, dejándola embarazada de su tercer hijo fuera del matrimonio. Mi madre enloqueció un poco o eso es lo que me contó, Sara y cuando Stefan tenía cuatro meses de edad, mi madre quedó embarazada de mí.
—Felicidades, Len. Estoy seguro que tanto tu mamá como tu papá estarán felices con la noticia.
Con la noticia que seré CFO sí, con la noticia de que soy novia de mi chofer, no.
—Estoy segura que sí, abuelo.
Tú padre te negaba como su hija —me contó Sara—. Te hicieron pruebas de paternidad y aun así te negaba. No te quería.
Mi madre pensaba que una vez que mi padre supiera que ella estaba embarazada, dejaría a Eliza, claro, mi madre no era la única que pensaba eso, todas las anteriores amantes de mi padre pensaron lo mismo, pero mi padre jamás dejó a Eliza, quien lamentablemente, no podía tener hijos. Y no me imagino lo doloroso que debió ser para ella el tener que vernos, porque éramos el recordatorio constante de la infidelidad de su esposo.
Te negó un poco más cuando se enteró que eras niña —me siguió diciendo Sara, en ese tono similar al de Andrew.
—No creo que estás empresas puedan estar en mejores manos que las tuyas, Len.
Mi abuelo despidió a mi madre de Reagan Corp cuando se enteró que estaba embarazada, porque no quería un bastardo más en su familia y la familia de mi madre la hizo a un lado, la repudió por embarazarse fuera del matrimonio. Mi madre se quedó sola, a expensas de las migajas que mi padre quería darle.
Recuerdo que mi madre solía llorar todas las noches y yo me sentaba en el filo de la cama con miedo, no sabía cómo ayudarla, no sabía porque había tanto odio hacia mí en su mirada. No entendía que había hecho mal. Tenía cinco años la primera vez que lo entendí.
Es una niña, ¿por qué querría otra niña? Ya tengo a Katie —le dijo mi padre a mi mamá en una de sus visitas—. Te dije que debías deshacerte de ella, te di el dinero para que resolvieras ese problema. Nuestra historia sería otra si lo hubieras hecho.
Mi mamá gritaba mucho después que mi papá se iba y yo no sabía si ya podía salir de mi habitación, porque tenía prohibido salir cuando mi papá estaba de visita. Él no quería verme. Él no me quería.
Si yo muero, ¿serás feliz, mamá? —le pregunté cuando tenía siete años y entendí lo que significaba morir— Porque si muero tal vez papá regrese contigo y puedan ser felices.
Mi mamá estaba triste por mi culpa y mi papá enfadado porque yo existía. Ambos eran infelices por mi existencia y creí que la única solución era dejar de existir, hasta que un día, mamá me metió a clases de esgrima como una excusa para no tenerme en casa, pero me gustó y era buena, muy buena. Empecé a ganar trofeos, medallas y premios, y papá me empezó a ver, a interesarse en mí y mamá estaba feliz.
Fue ahí, a la edad de siete años que entendí qué si ganaba, qué si era la mejor en todo, mis padres serían felices y me iban amar.
—¿A dónde, señorita?
La pregunta del señor Hayes me saca de mis pensamientos y recuerdos, trayéndome de golpe al presente.
Muerdo mi labio inferior y jugueteo con mis manos mientras pienso.
—Necesitamos hablar.
Sostengo la rosa amarilla que ha dejado en mi lado del asiento y la hago girar mientras encuentro su mirada a través del espejo retrovisor.
—¿Va usted a terminar conmigo? Porque si es así déjeme decirle que ni siquiera hemos empezado.
Genial, mi novio falso se cree comediante.
Aunque tal vez debería reírme de su broma ya que estoy por pedirle un favor.
—No, ¿De qué estás...? En realidad, creo que es momento de comenzar, Colin.
—¿Qué?
Mi teléfono suena y veo que es un mensaje de Kelly contándome que mi abuelo les ha comunicado sobre mi nueva relación y que no quiere comentarios al respecto por parte de ningún trabajador de Reagan Corp. Y Kelly quiere saber si es verdad o mentira sobre mi nueva relación.
¿Gracias, abuelo? Supongo.
Estoy segura que cuando termine el día mi abuelo ya hará un comunicado en todas las redes sociales de la empresa. Jamás hizo eso cuando salía con Niall.
—Es una historia muy graciosa.
—No veo que usted se esté riendo.
—Oh, me estoy riendo por dentro. Riendo cómo no tienes idea —le digo con una ligera mueca y vuelvo a guardar mi teléfono—. Hay dos noticias: una buena y otra mala. La buena es que mi abuelo no se enojó conmigo por el escándalo de mi boda o el dinero que gastó en lidiar con la prensa. La mala es que piensa que somos novios y ahora tú tienes que fingir que estamos juntos. Y bueno, ¿no tienes hambre?
Colin gira su cabeza de forma muy lenta y yo lo miro con una sonrisa, como si no estuviera pasando nada.
—¿Puede por favor repetir esa última parte?
—Te pregunté si tenías hambre.
Él fuerza una sonrisa y mueve la cabeza.
—Eso no, lo otro, señorita.
—Oh, eso. Bueno, mi abuelo piensa que somos novios —suelto, como si fuera lo más natural del mundo.
—¿Y usted le dejó creer eso?
—Sí, porque estaba orgulloso de mí y me nombró CFO de Reagan Corp e incluso habló de nombrarme CEO. No podía decirle la verdad y arriesgarme a perder ambos puestos.
Es un poco difícil intentar ocultar la desesperación en mi voz, pero consigo hacerlo e incluso consigo no mostrar ninguna emoción en mi rostro.
Recuesto mi espalda en el asiento de mi auto y miro un momento por la ventana, recordando que seguimos afuera de Reagan Corp.
—Mira, sé que te metí en este gran caos que no pediste y lo siento por ello, pero cuando te pedí ese favor estaba... No estaba pensando con claridad y no vi todos los posibles escenarios que mi decisión podrían provocar.
E incluso de hacerlo jamás hubiera predicho la conversación que tuve con mi abuelo. Eso me tomo totalmente por sorpresa.
—Pero mi abuelo me está ofreciendo el puesto he querido desde siempre, por el que tanto he luchado y lo necesito. No te estaría pidiendo este favor si no fuera mi única opción, Colin.
Me doy cuenta que paso de hablarle de usted a tutearlo, y se debe a que no sé exactamente que "relación" tenemos. Es por eso que me gusta mantenerme al margen de las personas que trabajan para mí, evitar crear lazos y que se puedan pasar líneas.
—Señorita, quiero ayudarla, de verdad. Es solo que es... Complicado.
Vaya. No había pensado que tal vez Colin podría tener una novia.
—¿Estás en una relación?
—No.
—¿Estás pensando en tener una relación con alguien?
Su respuesta es igual.
—No.
—Entonces, ¿cuál es el problema de tener una relación falsa conmigo? Soy físicamente hermosa y tengo dinero. ¿Qué más quieres, Colin?
Hay un toque de molestia y desesperación en mi voz, es pequeño y no estoy segura si Colin logra reconocerlo, pero espero que no.
No estoy enojada con él por no ayudarme, estoy enojada conmigo misma por ponerme en esta situación, por seguir mintiendo y dejando que está bola de nieve siga creciendo y creciendo.
—Sé que es hermosa —dice de manera firme, sin ningún titubeo—, y lo que yo quiero realmente no importa, pero no creo que usted esté pensando muy bien en las implicaciones de esta mentira.
—No hay mucho que pensar, Colin.
Él no responde y su silencio logra ponerme nerviosa. Sí él no acepta ayudarme, lo único que me queda será decir la verdad, enfrentarme a mi familia y a la molestia de mi abuelo, no solo por lo que hice en la boda, sobre todo, por mentirle de forma descarada en la cara y demostrarle que no soy muy diferente a mis hermanos como él piensa.
—He revisado las variables, señor Hayes y lo último que quiero es enfrentarme a mi familia al tener que contarles la verdad, por eso necesito que usted finja ser mi novio, que actuemos como si estuviéramos completamente enamorados el uno del otro.
No podía decirle la verdad a mi abuelo, me miraba con tanto orgullo.
La pequeña niña que ansiaba el amor y la aprobación de sus padres estaba saltando de alegría en ese momento cuando dijo que yo seré CFO, pero de alguna manera, se siente como una felicidad hueca. Y creo que eso se debe a que, igual que muchas otras cosas que he conseguido en mi vida, siento que no lo merezco.
—Entiendo, porque una mentira siempre suele ser la solución para todo.
—No aprecio mucho el sarcasmo, señor Hayes.
—Y yo no aprecio las mentiras, señorita Reagan.
Ahí está de nuevo esa forma sutil que tiene de provocarme.
—Usted no necesita mentir para conseguir ese puesto. Lo sabe. ¿Verdad? Lo merece.
La infancia rota que tuve, la adolescencia controlada y la rutina de mi vida adulta me gritan que debo conseguirlo, que debo demostrarles mi valía, que si no consigo esos logros que se esperan de mí, no sirvo de nada.
Y se siente tan mal que mi valor como persona recaiga en la validación y aprobación de los demás. De personas que ni siquiera sé toman un momento para conocerme, para realmente ver quién soy debajo de todas las capas de miedo y control.
—Si me ayudas, te daré lo que me pidas, pero eso sí, debes desempeñar muy bien tu papel. Podríamos interpretar la historia de Cenicienta solo que a la inversa.
—¿Entonces eso la vuelve el príncipe encantador con un fetiche por los pies pequeños?
—¿Podrías dejar de hacer eso? Ya sabes, lo de tergiversar todo lo que digo, es muy molesto.
Me doy cuenta que es una falsa cordialidad la que mantenemos, porque hay muchos momentos, como el de ahora, dónde sus ojos brillan con algo desconocido y juro que creo verlo luchar contra la idea de decir algo más, pero al final no lo hace.
Eso también me frustra un poco, aunque ni siquiera debería importarme.
Mi teléfono suena y veo que es una llamada de mi padre.
—Hola, papá. Lamento no comunicarme contigo antes, pero tuve que ir a una reunión con el abuelo.
Mi padre pasa mucho tiempo viajando, ya que es el encargado de llevar a cabo los negocios internacionales de Reagan Corp, es así como consigue una amante diferente en cada parte del mundo. También es por ese motivo que tiene hijos de diferentes nacionalidades: Andrew es británico, Katie es irlandesa, Stefan es español, yo soy sueca, Drea de Argentina y Lena de Corea.
Nos tuvo a los seis, mientras aún seguía casado con Eliza. Somos conocidos por los medios como los hijos bastardos de Bernard Reagan, el único hijo del gran empresario Samuel Reagan.
—Sí, acabo de hablar con tu abuelo y por eso te llamé, para poder felicitarte por tu ascenso. Mi padre dijo que lo hará efectivo el día lunes y que mañana almorzará contigo y con tu nuevo novio.
No paso por alto la forma despectiva con la que mi padre dice la palabra novio.
—Debes saber que no apruebo esa relación Len, puedes hacerlo mejor que un simple chófer, pero al menos funciona por ahora y debes sacarle provecho. Solo por ahora, a la larga, eso debe terminar. Ninguno de mis hijos caerá tan bajo como para salir con un chofer y ensuciar el nombre de la familia.
Bueno, al menos yo no estoy teniendo hijos bastardos.
—El abuelo está muy contento con mi relación y se llama, Colin, papá.
—No me interesa como se llama, es tu chofer, punto. Ni siquiera sé en qué estabas pensando cuando te fijaste en él, no te hemos educado para que salgas con los empleados.
Recuesto con demasiada brusquedad mi cabeza contra el respaldo del asiento y estoy segura que más tarde me dolerá la cabeza.
Cierro mis ojos y cuento hasta diez.
—¿Qué tiene de malo, papá? No lo entiendo.
—Para empezar, él no te puede dar la vida a la que estás acostumbrada. Nada de cosas caras y lujosas para ti —me empieza a decir y yo evito mencionar que soy perfectamente capaz de comprarme todos los lujos que yo quiera, que para eso trabajo—. Y es solo un chófer. ¿Qué puedes esperar de él? No te va a entender, no va a comprender las cosas que debes hacer para conseguir tus objetivos, para ser la mejor y ganar. Ellos no lo entienden, Len, están acostumbrados a la mediocridad. Te mereces lo mejor y él no te lo puede dar.
Para cualquiera que no lo conoce, suena como un padre preocupado por su hija, un padre que solo quiere lo mejor y a mí me encantaría que fuera ese tipo de padre, e incluso, por un momento, uno muy pequeño, disfruto el creer que mi padre está preocupado por mí.
Pero regreso a la realidad, una dónde lo único que a él le preocupa, es que yo me case con alguien y él no pueda sacar ningún provecho.
—Aunque sí, por ahora nos sirve para que consigas tu ascenso y ver qué más te ofrece tu abuelo. Felicidades por tu ascenso hija, estoy orgullosa de ti. Te llamaré uno de estos días para salir a cenar y poder celebrar.
—Está bien, papá.
Sé por experiencia, que esa es una llamada que nunca va a llegar y también sé, que de todas formas lo voy a esperar.
—Adiós, Len.
—Adiós, papá.
Reprimo el impulso de lanzar el teléfono y solo tomo aire con los ojos cerrados.
Con los años, yo he aprendido a manejar dos caras como un método de sobrevivencia. Una cara que presento a los demás, la máscara de fortaleza que grita que, para mí, ningún reto es demasiado grande, que indica que estoy dispuesta a todo por conseguir lo que quiero. La máscara estoica. No hubiera podido sobrevivir a mi familia, a esta vida, sin esa máscara.
Y la otra cara es una que no le muestro a nadie, a veces ni siquiera a mí misma.
—Ni una solo vez me han preguntado si estoy bien. La única que se ha preocupado por mí es Kelly.
No es una novedad que mi familia no se preocupe por mí, porque los Reagan son buenos en actuar de forma grosera, pretensiosa y agitar su riqueza y poder en la cara de los demás, pero no son buenos en actuar como seres humanos empáticos.
—¿Por qué impediste mi boda?
—No me agradaba su prometido.
No esperaba esa respuesta y él se da cuenta.
—A Kelly, mi mejor amiga, tampoco le agradaba. Esa debió ser una señal. ¿Verdad?
—Tal vez, pero por algo dicen que el amor es ciego. Puede que usted pueda contar su historia de esa forma.
—¿Mi historia?
—Sí, usted tiene todo el derecho a contar la historia como guste.
¿Cuál es mi historia? —me pregunto con voz cansada en mi mente.
La versión corta es que lo di todo en mi relación, me enamoré por completo de él y él me engañó, ahora estoy rota. Fin. Hay algunos detalles en medio que explican un par de cosas, pero esa sería la síntesis de la historia y es la versión que podría contar. Porque la versión extendida duele mucho y me deja una sensación de desasosiego y un ardor crudo en mi pecho, que se expande con cada recuerdo de esas imágenes.
No me gusta la idea de contar la versión larga, esa versión la mantendré solo para mí, la dejaré en mi mente y le permitiré que me torture en silencio mientras las preguntas de ¿por qué sucedió eso? Golpetea en mi cabeza y agobian mis pensamientos. La versión larga de la historia es que dos personas a las que amaba y en quienes confiaba a ciegas, me traicionaron de la manera más vil, burlándose de mí confianza en ellos, y llevándome a un lugar en el que preferiría no estar.
—Sí, tal vez cuente mi historia de esa forma —respondo.
—Hablo en serio señorita, merece ese puesto y no necesita una mentira para conseguirlo, pero si mentir la va ayudar a conseguir lo que quiere, entonces está bien, la ayudaré.
Levanto mi cuerpo de forma abrupta y abro los ojos para mirar los ojos grises de Colin Hayes a través del espejo retrovisor.
—¿De verdad?
—Sí, puede usarme como usted quiera.
—¿Qué?
—Hablo de su mentira, me puede usar en su mentira como mejor le convenga.
Es una respuesta simple y sale de forma suave de sus labios.
—¿Y qué quiere a cambio de ayudarme?
Las personas nunca hacen nada gratis o por el simple placer de ayudar, al menos no hacen eso las personas que yo he conocido a lo largo de mi vida.
Empezando por mi familia.
—Nada.
—¿Nada? —la pregunta sale con un toque de burla de mis labios— Solo dígame el precio.
Muerdo mi labio y evito que la molestia que estoy empezando a sentir se filtre y él la pueda notar.
No me molesta que quiera algo, lo que me molesta es que finja que no.
—Solo dígame una cantidad.
Me cruzo de brazos y espero su respuesta.
—Nada.
—Miente. Todas las personas quieren algo, nadie hace nada gratis.
—¿Quien dijo que estoy haciendo esto gratis?
—Usted al decir que no quiere nada a cambio.
Examino su rostro por un largo momento y no puedo leerlo, me resulta frustrante no poder leerlo con la misma facilidad que al resto de personas.
¿Qué tienes de diferente, Colin Hayes?
—No quiero su dinero, pero espero que al ayudarla me sirva para inclinar la balanza karmica a un favor, porque creo que eso me vendría muy bien y estoy seguro que ayudarla con su mentira cuenta mucho. Mucho.
—No me diga que usted es de esas personas que cree en el karma, signos zodiacales y ese tipo de cosas.
—Lamento decirle que lo soy, señorita Reagan.
Maldigo en mi mente porque nadie en mi familia va a creer que me enamoré perdidamente de una persona que cree en cosas absurdas como los signos zodiacales.
Bueno, ¿quién soy yo para juzgar? Después de todo, yo creía en las almas gemelas.
—¿También cree en papá Noel?
—Por supuesto.
—Por favor, dígame qué no está hablando en serio.
—¿Qué tendría de malo creer en él?
No va a funcionar —me grita una voz en mi cabeza que se asemeja mucho a la de mi madre.
Está mentira no va a funcionar y todo será un desastre, las cosas se saldrán de control, mi abuelo se va a enterar me va a despedir, sacar de las empresas y desheredar. Mis padres estarán molestos conmigo por equivocarme y todo estará mal.
No va a funcionar.
—Es una pérdida de tiempo, no es real.
—Muchas cosas en esta vida son una pérdida de tiempo, sin embargo, las hacemos. Cómo, por ejemplo, intentar complacer a otros o intentar llenar las expectativas que los demás tienen sobre nosotros. ¿No es eso peor que creer en Papá Noel?
No suena condescendiente o desafiante, lo cual me resulta intrigante.
No respondo su pregunta, aunque él no parece esperar una respuesta.
—¿De verdad me va ayudar sin pedir nada a cambio, señor Hayes?
—Así es, señorita Reagan.
Y por ahora, no tengo otra opción que confiar en su palabra.
—Bien, desde ahora usted es mi novio falso, señor Hayes.
—Me alegra escuchar eso, porque ese ha sido el sueño de toda mi vida, señorita Reagan.
"Sí Colin no hubiera aceptado ayudar a Lennox, esa tarde hubiera empezado una gran amistad entre ambos y la historia tal y como la conocemos, sería otra para contar".
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