Epílogo.

Taylor Swift - The Last Great America Dinasty  (1:54 - 3:10)

Nuestra amada casa frente a la playa se vuelve más silenciosa con cada día que pasa, su presencia, de alguna manera que aun no entiendo, se cierne sobre las demás en la calle después de la noticia del doctor —una enfermedad que parece salir de la nada y que no tiene cura—, y ni Jazmín o yo necesitamos palabras para trasmitir lo que sentimos.

Nos amamos, entonces, ¿cómo se supone que debemos decirnos adiós tan pronto? Solo hemos estado juntas por catorce años. No es nada. No es suficiente.

Pero ella no deja que caigamos en depresión por la noticia, sonríe y dice que estaremos bien, aunque en el fondo sabemos que no es así. Yo no estaré bien una vez que ella se vaya. ¿Cómo podría? Pero mientras aún está aquí, pasamos cada momento que podemos juntas, simplemente estando.

Y por ahora, eso es más que suficiente.

—¿Cariño? —suspiro e intento contener una sonrisa ante la imagen que me recibe al llegar a casa— ¿Te importaría explicarme?

Me inclino y tomo al pequeño gatito negro. El animal maúlla antes de recostarse contra mi cuerpo.

Jaz inclina la cabeza desde la sala con una media sonrisa.

—¡Sorpresa!

Suelto una risa que sobresalta al animal y me uno a Jazmín en el sofá, dejando al gato en sus piernas.

Es el tercer gato que trae a casa.

—No más gatos, Jaz.

—Este es el último, lo prometo.

Resulta que si fue el último gato que trajo a casa porque días después su corazón empezó a fallar y ya no pudo salir, ni siquiera al jardín a ver las hermosas flores que por años cultivó y cuidó con tango cariño y empeño.

Y, aunque sabía que este momento llegaría, no estaba realmente preparada. ¿Quién lo estaría en mi situación?

Porque catorce años no son suficientes, porque yo quería una eternidad a su lado y un poco más.

—Oye, no llores —me dice, aun sosteniendo de forma débil mi mano. Luce tan pequeña en la cama, conectada aquellos cables—. Nos volveremos a ver. Este es solo un adiós temporal.

—Lo sé, nos encontraremos en el espacio...

—Para regresar a dónde pertenecemos —completa por mí.

Catorce años. 730 semanas. 5110 días. 441.504.000 segundos. No fueron suficientes. ¿Cuánto tiempo desperdiciamos? ¿Por qué perdimos tanto tiempo?

Las lágrimas comienzan acumularse en mis ojos sin que pueda detenerlas porque me doy cuenta que está es, probablemente, la última vez que vea los ojos azules de Jazmín, que sienta su piel contra la mía y que pueda escuchar su voz.

Está es la última vez que estaremos juntas.

—Deberíamos tener más tiempo, Jaz.

Es el amor de mi vida y me mejor amiga. ¿Cómo se supone que debo decirle adiós?

—Oh, mi dulce amor.

No estoy lista para esto. Para perderla y enfrentarme a una vida sin ella. ¿Cómo podré levantarme cada mañana sabiendo que ella ya no está?

No puedo obligarme a sonreír y ser feliz.

—¿Amor? ¿Podrías hacerme un favor?

—Lo que quieras, para eso estamos las mejores amigas.

Sonríe, con labios agrietados y pálidos.

—Canta para mí, por favor. Quiero que tu voz sea...

—No lo digas.

—Lo siento.

Hago girar mi argolla matrimonial recordando nuestra boda y lo felices que estábamos, y como creíamos que teníamos todo el tiempo del mundo.

—Está bien, Jaz. ¿Qué te gustaría que cante?

—Cualquier cosa, pero no algo triste. Algo que tenga una historia.

Tarareo tratando de pensar en que podría cantar y elijo The last great America Dinasty de Taylor Swift porque a Jaz le gusta y comenta que está es nuestra propia Holiday House.

Empiezo a cantar y pienso de forma vaga en esta casa, en la cual sé que no voy a poder permanecer una vez que ella ya no esté. Sin embargo, tampoco la puedo vender, hemos pasado aquí momentos tan maravillosos.

Hemos tenido una vida maravillosa juntas. Corta, pero maravillosa.

—Drea.

—¿Sí?

—Te amo y yo... Gracias por todo.

Intento tragarme el nudo que arde en mi garganta.

—Yo también te amo, Jaz. Por siempre y un día más.

Nadie puede estar preparada para perder al amor de su vida. Yo no lo estaba.

A veces todavía me despierto algo confundida buscando a Jazmín y me sobresalto cuando no hay otro cuerpo en la cama conmigo y algo adormilada llamo a su teléfono, solo para escucharlo sonar en la habitación y el sonido me regresa a la realidad. Jazmín no está. No va a regresar. Así que otras veces, llamo a su teléfono solo para escuchar su voz: "Hola, te acabas de comunicar con el teléfono de Jazmín. Deja un mensaje y te devolveré la llamada lo más pronto que pueda. Gracias y si eres Drea, recuerda que te amo. Adiós".

A estas alturas, no creo que tenga más lágrimas para llorar, pero entonces el gato ronronea, aquel pequeño animal que trajo a casa antes de empeorar, y no es el ronroneo en si lo que me molesta, si no los recuerdos que vienen con aquel sonido. Cómo la risa de Jazmín mientras tomaba al gato en sus manos y lo dejaba en mi regazo para que deje de ronronear —porque al animal no le agrado mucho—, aún puedo recordar el brillo de sus ojos y la forma en que recostaba su cuerpo contra el mío.

Y duele.

Porque catorce años no fueron suficientes para prepararme a enfrentar el resto de mi vida sin ella.

—Si quieras puedo acompañarte —sugiere Katie, quien entiende lo que es perder a alguien que uno ama.

Pienso en que a lo largo de los años hemos pasado por tantas pérdidas. Tantas personas que amamos ya no están. No es justo que Jazmín se haya unido a esa lista, porque, ¿cómo puedo enfrentar todas aquellas perdidas sin ella? ¿Sin su compañía y consuelo?

Niego con la cabeza y Katie no me presiona.

—No, eso no será necesario. Tampoco necesitas esperarme.

Salgo del auto y me despido con la mano antes de cerrar la puerta para empezar a caminar hacia el amor de mi vida con un ramo de tulipanes amarillos en mi mano.

Mi mente permanece desenfocada hasta que llego al umbral de mi destino y sostengo las flores con fuerza contra mi pecho. Respiro profundo y sigo caminando hasta el cartel de piedra que detalla el monumento. Apoyo mi mano libre sobre la dedicatoria y cierro los ojos tratando de mantener a raya mis emociones.

Algunas lágrimas cubren mis ojos cuando finalmente suelto el aire que estaba conteniendo.

—Hola, amor. Te traje tus flores favoritas.

Retiro el ramo de tulipanes azules que apenas han comenzado a marchitarse y lo reemplazo con los tulipanes amarillos.

Había comprado un ramo de tulipanes amarillos cuando te conocí —me confesó—. Me recuerdan a ti, por eso son mis favoritas.

Me siento frente a la tumba, sola en el tranquilo cementerio, con unas cuantas gotas cayendo sobre mí, las cuales se mezclan con mis lágrimas.

Observo la lápida, trazando las letras grabadas con el nombre de mi amada esposa y mejor amiga. Jazmín. El dolor en mi corazón es insoportable y la pena consume todo mi ser.

—¿Puedes creer que ya han pasado cinco años desde que no estás? Y aún te sigo extrañando como el primer día, si no es que un poco más.

Suspiro, reprendiéndome por seguir esperando una respuesta que no va a llegar.

—Me mudé a un nuevo lugar, el anterior no estaba bien, aunque sé que ningún lugar estará bien sin ti. ¿Sabes que visité nuestra casa la semana pasada? Pero no entré, no pude. Demasiados buenos recuerdos. De hecho, aún te veo en todas partes.

Leo la inscripción de su lápida:

Jazmín Dawson-Reagan.

1995 - 2032

Esposa, hermana, amiga y una supernova hecha persona.

—Aun te veo en todas partes —repito.

La veo en las cálidas mañanas y la suave brisa que sopla al medio día. La veo cuando llega el crespúsculo y en las estrellas que brillan en el cielo. En la lluvia y en cada flor, también la veo en las pastelerías y en cada una de mis canciones.

—Debería haberme ido yo primero —susurro de forma entrecortada, con la voz ahogada por la tristeza—. Debería haber sido yo.

Mi voz se quiebra con cada palabra, el peso de la perdida aún duele como si hubiera pasado de forma reciente.

Katie comenta que se debe a todas las personas que hemos perdido durante estos años.

—¿Por qué me dejaste, Jaz?

Varias lágrimas brotan de mis ojos.

Lentamente me acerco a la piedra hasta quedar de rodillas y con mi cabeza apoyada contra ella. Presionando ambas palmas contra la roca fría y el sonido de mis propios sollozos llena el aire mientras le digo cuánto la extraño y mi angustia y dolor crece con cada segundo que pasa.

—No debías morir. Tenías tanto por lo que vivir.

En mi molestia dirijo mis ojos hacia el cielo, hacia una deidad en la que no creo.

—Si existe, te odio —le digo y mis palabras perforan el silencio—. Te odio por llevártela. ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Por qué fuiste tan cruel?

Paso una mano por mi cara para controlar mis emociones y suelto un suspiro.

—¿Te gustaría que cante algo para ti?

Comienzo a tararear una canción de Hozier y luego paso a una que escribí para ella.

Recuerdo la primera vez que me pidió que cante para ella y lo molesta que estaba porque no lo había hecho antes.

—Ojalá hubiera tenido más tiempo para cantarle todas las canciones que querías.

Dejo escapar un sollozo.

Me quedo en silencio un momento y después de tomar una respiración profunda, comienzo a cantar la canción que bailamos en nuestra boda y a través de las lágrimas que fluyen libremente, termino la canción con una sensación de pesadez en mi pecho.

La última nota se convierte en un sollozo que no intento sofocar.

—Te amo, Jaz. Siempre te amaré, después de todo, eres mi mejor amiga. Incluso aunque ya no estás.

La luna está por encima de mi cuando finalmente me ahogo de tanto llorar y me acurruco contra la piedra con mis brazos alrededor de mis piernas y mi cabeza apoyada contra la fría piedra donde su nombre está escrito.

—Estoy esperando, ¿sabes? A qué llegue mi momento y nos podamos ver de nuevo para juntas regresar al espacio donde pertenecemos.

La lluvia sigue cayendo, reflejando mi angustia y respiro de forma profunda una vez más porque el mundo es un lugar frío y vacío sin Jazmín, quien por catorce años fue mi sol.

—Me estás esperando. ¿Verdad? Sí, sé que es así y también sé que lo primero que me dirás es que me amas y que esperaste por mi porque eso hacen las mejores amigas... ¡Dioses te extraño tanto!

Requiere mucha fuerza de voluntad de mi parte ponerme de pie.

—Te amo, Jaz. Por siempre y un día más.

Mientras me alejo, pienso que catorce años no fueron suficientes que merecíamos una eternidad y maldigo a los otros universos alternos dónde hay una Jazmín y una Drea que lograron envejecer juntas tal y como Jazmín y yo debimos hacerlo.

Y, aunque nuestra historia de amor no duró más que catorce años, eso no quita lo importante y significativa que fue. Fue maravillosa, sin embargo, no puedo evitar pensar, pero, ¿qué hubiera pasado si...?

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