8. ¿Y si solo soy un agujero negro y tú una nebulosa?

Zoe Wees - Control (1:33 - 2:53)

Me había prometido a mí misma no dejar que lo que sea que Emilia haga, me afecte. No enojarme por sus acciones egoístas y por lo manipuladora que podría llegar a ser. Y, sobre todo, me prometí que no dejaría que sus acciones me hagan caer de nuevo en mis malos vicios. Me dije a mi misma que no cedería a las tentaciones por personas como ella.

Pero aquí estoy, dejando que aquellas promesas se pierdan en la nada cuando mi corazón late con fuerza por la ira y la decepción.

—Nunca siento nada y, ¿justamente vengo a sentir esto?

Doy un largo trago a la cara botella de whisky y me dejo caer en el sofá de la suite de hotel que pagué para evitar ver a mi asistente, mi madre o cualquier otra persona que me esté buscando y me dedico a observar por la pared de vidrio la ciudad de San Francisco.

Mis ojos se dirigen al reloj del interior y observo que es la una y media de la madrugada, mi cuerpo empieza a sentir la pesadez del sueño.

Pero no puedo dormir, si lo hago, tendré pesadillas y ese pensamiento genera otra ola de ira.

—¿Cómo pude confiar en ella?

He sido su sucio secreto por tanto tiempo que incluso lo empecé a ver cómo algo normal. Pero una pequeña y estúpida parte de mi esperaba que, en algún momento, ella lo deje, aunque sabía que eso no iba a suceder.

Con Tristán, Emilia tiene todo lo que siempre quiso y así, Henry, el jodido dueño de la disquera, la dejaría tranquila o eso es lo que le prometió antes que ella empezara a salir con Tristán. Me pregunto, ¿qué le prometió ahora? Porque dudo que se vaya a casar por amor. Porque si hay otra cosa que se de ella, es que no sabe amar a nadie más que a sí misma.

—¿Por qué querría a una persona como ella en mi vida? —me pregunto antes de darle otro sorbo a la botella para tratar de mitigar el escozor en mi pecho.

No funciona.

No importa cuando beba. Todo sigue ahí: la ira, la decepción, la sensación de idiotez por confiar en ella.

Tomo el teléfono que dejé en el sofá junto a mí y marco el número de Jenny, mi asistente mientras me dirijo hacia el balcón.

Estoy a veintisiete pisos de altura.

—¿Hola?

—Dime una cosa, ¿cuántos pies de altura se necesitan que asegurar que una persona morirá si se llega a caer? Ya sabes, por accidente.

Miro hacia abajo, con la vista algo nublada por del alcohol que he estado bebiendo y mi piel ardiendo por la necesidad de consumir algo más.

Un par de gramos no me harán daño —murmura una voz en mi cabeza.

—¡Drea!

—Es una pregunta retórica. Solo curiosidad, no es como si estuviera pensando en saltar. ¿Te imaginas lo que dirían los medios? Nadie creería que fue un accidente porque estaría llena de alcohol y tal vez drogas, quien sabe.

Me obligo a sonreír incluso aunque estoy sola.

Sonríe, cariño, el show debe continuar —me suele decir mi madre—. Sonríe y sigue cantando.

—Drea, ¿qué sucede?

Hay algo peculiar en la forma que ella dice mi nombre.

—¿Dónde estás? —pregunta—. Puedo ir y podemos ver una película o lo que quieras.

—No, no vengas. A mí miseria no le gusta la compañía.

—¿Cuánto has bebido?

Suelto un bufido que desagradaría a mi madre.

—No lo hecho, sería estúpido de mi parte hacerlo. El alcohol no va bien con mis pastillas. Ya lo sabes. No es como si estuviera intentando lastimarme a propósito para sentir algo más que esto... ¿Cierto?

Me pregunto de forma vaga si ella logra detectar el sarcasmo en mi voz. Si mi madre le paga lo suficiente para preocuparse por mi o si le dará algún bono por información como está.

—Drea, suenas como si hubieras estado bebiendo. ¿Cuánto has bebido? Y, ¿qué medicamentos estás tomando?

—Whisky, como siempre.

—Es un trago muy fuerte, no va bien con ningún medicamento.

Incluso con todo lo que he bebido sé que ahogar mis penas en alcohol no es un mecanismo saludable. Es el tipo de cosas que nadie necesita recordarme —aunque todos lo hacen—, yo lo sé y a pesar de saberlo, sigo bebiendo hasta que mis pensamientos se nublen.

Los Reagan tenemos eso en común, nos gusta correr por un circuito de autosabotaje.

—Drea, ¿sigues ahí?

—Sí, ¿a dónde más iría?

La idea de saltar suena tentadora y quisiera decir que es el licor hablando, pero no.

Tal vez debería hablar de eso con mi terapeuta, quizás lo haga después, por ahora seguiremos tratando los mismos viejos temas. Ya que, según mi terapeuta, lo mejor para mí es no superponer todo lo que sucede en mi vida porque tenemos suficiente de que hablar.

Esa mujer se va a ser millonaria al tratarme —me digo con desdén.

Por algo nuestras sesiones duran dos horas porque según mi madre, una hora a la semana no es suficiente.

—Por favor, dime dónde estás. Iré.

Mi cabeza esta algo confusa.

¿Comí algo hoy? Lo dudo, yo casi nunca como.

—No vengas.

Está tranquilo y vacío —pienso—. Igual que yo.

—No respondiste a mi pregunta.

Me sirvo otro poco de licor y lo muevo alrededor del vaso, dejando mis zapatos a un lado y mirando la ciudad.

Tal vez, si simplemente salto, ya todo terminará.

El telón va a caer y seré solo otra estrella muerte, caída en desgracia, y, de todas formas, ¿qué es lo que soy ahora?

—No saltes.

—¿Por qué? Dame una buena razón, solo una y no lo haré, pero una que tenga que ver conmigo, dejando a un lado mi música. Dime, ¿por qué no debería saltar?

Estoy casi segura, que en este momento puedo escuchar a mis demonios gritar. Todos ellos. Gritan y se desgarran, arañando por ver cuál me destroza primero y yo me quedo quieta, ¿qué más puedo hacer? Solo esperar a ver cuál gana o si finalmente pierdo el poco control que me queda.

—Todo es tan frágil —le digo—. Las cosas se pueden romper con mucha facilidad, en especial los corazones y las personas.

—Lo es.

Es agotador, tener a todos mis demonios peleando, molestos porque los he contenido por tanto tiempo. Intento no dejar que ganen, mantenerme cuerda, pero es tan agotador.

Pero puede que no tenga que hacer todo esto sola.

—¿Puedes venir?

—Por supuesto, Drea. Solo dime dónde estás.

Le doy el nombre del hotel y el número de la habitación antes de colgar y dejar el teléfono a un lado, regreso a la habitación para llamar a recepción y decirle que alguien viene y que le den una llave.

Tomo la botella de whisky y el vaso para regresar al balcón, balanceándome un poco mientras camino. El alcohol me está haciendo difícil tener el control de mis movimientos.

—Por qué él jodido show debe continuar. Salud.

Bebo un vaso y luego otro.

Me pierdo en mis pensamientos y esto no fue realmente un problema hasta que el vaso se resbala de mi mano y se rompe, cortando mi pie descalzo.

—Maldita sea.

Me dejo caer al suelo con cuidado para observar la sangre en la planta de mi pie. Es un corte superficial.

El ruido de la puerta al cerrarse me hace levantar mi cabeza.

—¿Drea?

Esa es la voz de... ¿Jazmín?

Doble mierda.

¿Por qué está ella aquí? ¿Cómo sabía que yo estaba en este hotel?

Muevo mi cabeza hacia las puertas dobles dónde está Jazmín, y estoy lista para soltar algún comentario pasivo-agresivo que le diga a Jazmín que quiero estar sola, pero cualquier idea muere en mi garganta antes que incluso se hayan terminado de formar.

Enmarcada por las luces de la ciudad, justo en el marco de las puertas de vidrio, Jazmín me mira con grandes ojos azules llenos de gentil preocupación.

Nos quedamos mirando durante un largo tiempo antes que yo rompa el silencio.

—Jazmín, ¿por qué estás aquí?

El rostro de Jaz se frunce ante mi tono y posiblemente también por cómo debo verme. Porque estoy casi segura que me veo como un verdadero desastre.

Borracha en la habitación de un hotel, en el suelo de un balcón. Tan patética.

—Me llamaste —responde—, me pediste que venga.

Da un paso vacilante hacia adelante, su rostro se suaviza de forma ligera, pero sus labios siguen formando una línea recta.

—¿Te llamé? Pensé que había llamado a Jenny mi asistente.

Aparto la mirada, incapaz de seguir mirándola después de recordar la conversación que tuve con ella.

—No debiste venir.

—Vine porque... Estás herida —murmura—. Ven déjame ayudarte.

Antes que pueda responder, me ayuda a levántame para llevarme hasta el sofá, ayudándome a sentar con cuidado.

Murmura que irá por un botiquín de primeros auxilios y revisa el lugar hasta que encuentra uno y se sienta en el suelo para examinar mi pie.

—Jaz, no tienes que hacer esto.

—Quiero.

La miro a los ojos esperando ver la burla en su mirada o que diga algo juzgando mis decisiones, pero no veo nada de eso, solo una sincera preocupación.

—Bueno.

Jazmín procede a limpiar la herida con demasiada pericia, como su fuera algo que ha hecho con mucha regularidad y termina tan rápido que casi ni lo noto.

Sonríe una vez que finaliza y yo le agradezco.

—Gracias por venir y por curar mi pie, pero como verás, a parte de esa pequeña herida, estoy bien. No hay necesidad de que te quedes.

—Drea.

Me sorprendo ante la determinación en la mirada de Jazmín y el tono que acaba de usar.

¿Por qué está ella aquí? Debe haber una razón.

—¿Qué? Ya te dije, estoy bien.

—No lo pareció hace unos minutos y mucho menos en la conversación que tuvimos.

—¿Puedes simplemente detenerte?

Jazmín se congela, de pie frente a mí y su mirada cambia, parpadea y busca mi mirada.

—¿Detener qué?

—Dije que no quiero ser tu amiga. Te dije que te mantengas lejos. No debiste venir, así que simplemente detente.

—Vine porque llamaste.

Su voz suena baja y entrecortada.

Dioses. Debería callarme antes de hacerle más daño porque no lo merece, pero las palabras salen de mis labios antes de que pueda detenerlas.

—¡No te llamé a ti! Fue un error solo eso y... ¡Deja de mirarme de esa manera!

—¿Cómo?

Suelto una risa hueca.

—¡Cómo si quisieras arreglarme! —espeto y cierro los ojos con fuerza y dejo caer mi cara entre mis manos mientras el recuerdo de Emilia y todo lo demás regresa a mí, porque es un ciclo interminable del cual no puedo salir—. ¡No puedes arreglarme! No puedes. ¿Lo entiendes? ¡No soy algo que puedan arreglar!

Estoy más allá de cualquier reparación.

Suelto una risa baja y llena de cinismo, y el sonido es más oscuro de lo que pretendía.

—Además, no valgo la pena el esfuerzo.

Solo soy una estrella más que ha caído y ha muerto.

Una estrella que está brillando solo por su calor residual, pero que está a punto de explotar. Morir. Y transformarse en un agujero negro.

—Así que, por favor, por favor, vete y déjame. De verdad, no valgo tu esfuerzo. Ni el tuyo, ni el de nadie.

Estoy tan perdida en mis pensamientos que no me doy cuenta que Jazmín se ha acercado, hasta que siento unas manos suaves y calidad rodear mis muñecas para detener el que yo siga clavando mis uñas en mis muslos.

Me tenso. Una parte de mi quiere hundirse en aquella calidez que su piel y tacto desprenden, y otra parte de mi quiere huir, alejarme antes que ella sea otra persona que va a salir lastimada porque soy una bomba de tiempo con el cronómetro a punto de llegar a cero.

—No estoy tratando de arreglarte, Drea. Se que puedes hacerlo por tu cuenta si es lo quieres.

Muevo mi cabeza.

—No puedo.

—Puedes. Eso es lo que las personas rotas hacemos. Nos reparamos porque podemos.

La voz de Jazmín es firma y al mismo tiempo suave.

Suena tan fácil, pero la vida es tan confusa y difícil, y nada se siente bien. Además, estoy tan desilusionada de mí misma, de las decisiones que he tomado. De todo.

Y el mundo no deja de moverse, las personas siguen avanzando y yo también debo hacerlo, a pesar que no quiero.

—Ella se va a casar —murmuro, a pesar que Jazmín no tiene idea de quién hablo—. Empezó a salir con su prometido porque quería mantener contento al dueño de la disquera. Me dijo que no era real, que jamás sería nada serio y le creí. Se iba y luego regresaba, y yo le abría la puerta cada vez. A pesar de lo mal que me sentía cada vez que se iba. No me amaba, dudo que alguna vez me haya amado y yo... ¡Y ahora se va a casar! Y no me lo dijo, eso es lo que me duele, que fue, me miró a los ojos y no me lo dijo.

Las palabras salen de mis labios y me las arreglo para pronunciarlas sin ahogarme, aunque al final, después de decir todo, me doy cuenta de lo tonta y patética que sueno hablando de una mujer que jamás me amó.

Me río de mí misma.

Mi piel se siente en carne viva. Dañada y destrozada por esperar a alguien que no iba a venir e intentando descifrar emociones que no tengo idea de cuales son o como debería procesarlas.

—Y, aun así, si ella viene de nuevo, la voy a dejar entrar. ¿Qué tan patética y lamentable soy por hacerlo?

—Si ella te hace tanto daño, ¿por qué la sigues dejando entrar a tu vida?

Suelto un largo suspiro.

—Porque ella conoce lo peor de mí, me ha visto en mi peor momento, ella me conoce. A la verdadera Drea, a la que era antes que me convirtieran en esto y se quedó por un tiempo y por un largo tiempo era todo lo real que tenía.

Era fácil estar con Emilia, quien era la única que entendía el infierno por el que yo estaba pasando, porque ella pasaba por lo mismo. Con Emilia no tenía que fingir, ni aparentar, ella sabía la verdad.

—No soy ella. ¿Sabes? La Drea que ves en el escenario, la Drea de las entrevistas, no soy ella. ¡No sé quién soy! Solo soy un producto diseñado para el entretenimiento de los demás. Un títere que mueven a su antojo. ¡No soy esa Drea! Pero ella lo sabía, me conocía y me gusta tener en mi vida a alguien que me conoce, que sabe por lo que he pasado.

Todo esto se siente tan irreal algunas veces, pero estar con Emilia me recuerda que es real. Que él infierno que vivo quema y no solo estoy imaginando las quemaduras en mi piel.

La vida se suele sentir irreal y vacía, y la mayoría del tiempo no siento nada, pero ella venía y su toque me trasportaba a la realidad y al mismo tiempo me hacía olvidar, y estaba bien. Al menos por momentos.

—Y aún esperas que ella te elija. ¿Verdad?

Agacho la cabeza.

—Sí, pero no lo va hacer.

—Te entiendo.

Me burlo de sus palabras.

—En serio te entiendo —repite—. No entiendes que está mal contigo. Quieres saber que pudiste hacer, decir o mostrar para hacerla elegirte. Querías ser tú. Y te sientes tan insuficiente al no serlo. Te preguntas, ¿por qué a ella sí y no yo? ¿Qué tiene ella que no tengo yo? No puede ser por el físico porque ella es rubia igual que yo, es algo más. Pero, ¿qué? ¿Qué me faltó para que me escoja?

Levanto mi cara hacia ella.

—¿Ves, Drea? Lo entiendo.

—Tal vez, y a pesar de todo, ¿aún esperas volverte a enamorar?

Ella asiente con la cabeza.

—Sí, por supuesto. Espero encontrar a alguien que no me vea como una opción, alguien para el que sea solo yo y... ¿Sabías que Colin le regaló a tu hermana 720 flores de papel en su primer mes juntos porque no tenía dinero para flores reales? Bueno, quiero eso.

—¿Flores de papel?

Se ríe y mueve su cabeza, provocando que algunos rizos caigan contra su cara.

—No, a alguien que esté dispuesto a todo para hacerme feliz y si ese alguien viene con flores, bueno. No me quejo.

—¿Cuáles son tus flores favoritas?

—Me gustan todas, sobre todo los tulipanes. ¿Sabías que existen 150 clases diferentes tipos de tulipanes? Pero todos son tan lindos.

Divaga un poco sobre los tulipanes y su clasificación y yo la escucho con atención.

—Es que no entiendo cómo a pesar de todo, esperas conseguir todo eso. ¿Cómo lidias con aquello?

Se encoge de hombros.

—Solo tengo fe e intento hacer las cosas bien, esperando que sea suficiente y espero que, en algún momento, el universo me regrese lo bueno que he hecho. Pero incluso sí no lo hace, tengo la satisfacción que hice lo mejor que pude.

La contemplo por un largo tiempo.

La sigo estudiando e inclino la cabeza hacia un lado, pero no alejo mi mirada de la suya.

—¿Sabes, Jazmín? La mayoría de las personas que alejo, se mantienen alejadas.

¿Por qué tú no? —es lo que quiero preguntar, pero no realizo la pregunta en voz alta.

—Bueno, no soy como la mayoría de las personas —responde.

Estira su mano y yo la tomo a mitad de camino, deleitándome una vez más con su calidez que ahuyenta el frío que desde hace mucho a invadido mi sistema, hasta la última célula de mi cuerpo.

Un bostezo involuntario se escapa de mis labios.

—Creo que es hora de dormir —me dice y estira su mano para ayudarme a levantar.

Me ayuda a llegar hasta la cama y cuando está por soltar mi mano la detengo.

—¿Te quedas?

Aprieta un poco más mi mano y me sonríe.

—Por supuesto.

Suelta mi mano para quitarse las botas y el abrigo, antes de regresar y acomodarse en lado vacío de la enorme cama de hotel.

Me acomodo de costado y observo a Jazmín.

—¿Por qué siento que vas a cambiar mi vida, Jazmín?

Ella sonríe y parpadea varias veces antes de girarse y mirarme.

—¿Crees que tengo el poder de cambiar tu vida?

—Sí, de una forma que nunca hubiera imaginado —respondo.

Mis ojos se empiezan a cerrar.

—¿Eso es bueno o malo?

—Bueno, muy bueno.

Sus dedos se entrelazan con los míos en mitad de la cama y una sonrisa se dibuja en mis labios.

—¿Sabes? Tú me inspiraste —comenta tan bajo, que, si no estuviéramos a pocos centímetros de distancia, me lo hubiera perdido—. Fue por ti que tuve la valentía de seguir mi sueño e intentar conseguir mi propia radio. Y si me lo permites, me gustaría conocer a la verdadera Drea, solo si quieres. Si no, esta bien. De todas formas, puedes contar conmigo. Estoy aquí.

¿La inspiré? ¿Yo? ¿Qué parte de mi oscuridad puede inspirar a un verdadero rayo de sol?

Es nuevo y se siente bien.

—¿Prometes que te quedaras, Jaz?

—Lo prometo.

El mundo sigue girando, el sol volverá a salir mañana y mis demonios seguirán ahí, pero mientras Jazmín sostiene mi mano, nada de eso parece importar.

—Buenas noches, Jazmín.

—Buenas noches, Drea.

"Al morir, las estrellas masivas pueden experimentar una explosión de supernova y formar agujeros negros o estrellas de neutrones, y las estrellas en sistemas binarios pueden tener evoluciones más complejas. Jazmín y Drea eran una combinación de ambas estrellas".

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