5. ¿Y si esto es solo eso, un sueño?
Sia - Big Girls Cry (1:19 - 2:28)
Drea.
¿Qué hubiera pasado sí? Es muy común que nos hagamos esa pregunta. Algunos expertos señalan que es difícil calcular la cifra exacta de las veces que una persona se realiza esta pregunta al día, porque depende de algunos factores: como la edad, el estrés, la personalidad y la cultura de cada persona. Sin embargo, algunos estudios han sugerido que una persona promedio se pregunta "qué hubiera pasado si..." entre unas 2 y 20 veces al día.
Hay entre 2 y 20 veces por día donde cuestionamos nuestras decisiones, donde cuestionamos la vida que tenemos y nos permitimos imaginar a dónde nos hubiera llevado tomar otras elecciones.
¿Qué tan jodida debe estar nuestra vida para que entre tantas preguntas nos hagamos la misma una y otra vez?
La cuestión aquí es la duda de lo que podría haber sido, la incertidumbre de lo que no fue, pero, una de las cosas que hace que la física sea tan asombrosa, es que ella tiene una teoría que asegura que, en otros universos, eso aquello que pudo suceder, está sucediendo. Entonces, esto quiere decir que, si yo escogí girar a la izquierda, hay otro universo donde yo giré a la derecha.
Y así con cada elección que tomamos.
Me gusta aquella teoría, pero también me genera cierta ansiedad y amargura al pensar que hay una Drea Reagan en otro universo que no esta tan jodida como yo, una Drea que si es feliz. No puedo evitar a veces odiar a esas otras Dreas, ¿por qué ellas sí son felices y yo no? ¿Qué tienen ellas que las hace diferentes a mí?
¿Qué es? ¿Qué? ¡¿Qué?! ¡Maldita sea! Realmente me gustaría saber que es.
Pero hay preguntas para las que tal vez nunca tengamos respuestas y una de las cosas sanas que me queda para mitigar esa amargura, es venir a terapia.
—Mencionaste que te reuniste con tus hermanos para cenar y han estado viéndose desde ese día. ¿Cómo te sientes al respecto?
Suelto un bufido.
—Bien. Supongo.
—¿Supones?
—¿Qué quiere que le diga? Mis hermanos y yo no somos unidos. Somos... Cada uno vive su propia vida y somos buenos fingiendo cordialidad por un tiempo, pero si nos vemos demasiado nuestra verdadera naturaleza sale a flote y se arma el caos.
Somos seis hermanos y somos conocidos como los bastardos Reagan, ¿por qué? Cada uno es producto de una infidelidad por parte de nuestro padre Bernard Reagan, con una mujer diferente. ¡Vaya escándalo! ¿Verdad? Lo bueno es que mi abuelo tiene un excelente equipo de relaciones públicas que hace ver a mi padre como un buen hombre. Gran mentira.
Ese hombre es muchas cosas: alcohólico, mujeriego, cobarde, pero, ¿un gran padre? Nah.
Pero como decía, somos seis hermanos: Andrew es el mayor y está por cumplir los treinta años. Su madre era una modelo británica; Katie, con veintiocho años y cuya madre dicen algunos que trabajaba en una agencia de publicidad, aunque una vez escuché a Katie decir que trabajaba en una universidad. De Katie y su madre, casi no sabemos nada. Ambas son un misterio y lo único que sabemos con seguridad es que la madre era de Irlanda; Stefan, en quien no debemos confiar tiene veintisiete años. Su madre era azafata del avión de la compañía; Lennox que es un año menor que Stefan y su madre trabajaba para Reagan Corp en la sucursal de Suecia, porque de ahí es la madre de Lennox.
Y de ahí vengo yo: Drea Reagan. De madre argentina, donde pasé gran parte de mi infancia. Signo escorpio, fabulosa y un privilegio para el que me conoce o al menos eso me digo en mis mejores días, en los días malos... prefiero no hablar de esos días.
La menor de los seis es Lena, acaba de cumplir veintiún años y es una patinadora olímpica. La madre de Lenny era de Corea y murió allá cuando Lena tenía catorce años.
—Drea, es bueno que entiendas que tanto tú como tus hermanos, cargan y luchan contra sus propias inseguridades y heridas del pasado. Algunos más duro que otros, porque las han conseguido por experiencias que los han marcado de una forma profunda. Y otras de esas heridas están muy frescas. De cualquier manera, todos las tienen, y la forma en que tratan, expresan y se involucran, no es igual.
Saco un cigarro de mi chaqueta y lo coloco en mis labios, la terapeuta me conoce lo suficiente como para saber que es mi forma de zanjar ese tema.
Coloco el cigarrillo en mis labios y lo enciendo, dando una larga calada y botando el humo de forma lenta.
—Drea, ¿podrías apagar ese cigarro?
No me molesto en mirarla o en lanzar un comentario mordaz y solo quito el cigarro de mis labios para apagarlo sobre el cenicero de plata que estira la mujer hacia mi antes de volver acomodarme donde estaba.
Tic... Tac... Tic... Tac.
Miro a la mujer a la cual le pago para que intente ayudarme a solucionar mis problemas, ella tiene un aura tranquila, cándida y proyecta una paz que es muy útil en nuestras secciones de terapia.
—¿Qué es lo que te molesta hoy, Drea?
—No se amar —le digo, después de estar varios minutos en silencio—, pero me gusta sentirme amada. Me gusta estar con personas que me aman, aunque jamás les doy amor a cambio. Sexo, por supuesto. Dinero, tal vez, pero ¿amor? Jamás.
—¿Has amado alguna vez, Drea?
Me pregunto sí todas las personas se demoran al pensar en una respuesta para esa pregunta o solo soy yo.
—Sí, hace mucho tiempo.
El nombre de Emilia viene a mi mente.
Ella es cantante, igual que yo, solo un año mayor. La conocí cuando tenía quince, ambas estábamos empezando en este mundo y no sabíamos lo que nos esperaba, y yo no sabía cómo sería ella. Lo manipuladora, egoísta y narcisista que podía ser. O como le gustaba tomar todo lo que podía de los demás, sin dar nada a cambio. Con el tiempo, aprendí hacer lo mismo para volver a evitar sentirme de la forma en que ella me hizo sentir la primera vez que rompió mi corazón.
¿A dónde iremos? —le pregunté, con una sonrisa después de inhalar la coca que ella había conseguido para nosotras.
No importa. Solo vámonos —respondió—. Cualquier lugar es mejor que este.
Pero ningún lugar seria lo suficiente lejos para huir.
—Eso es bueno, quiere decir que sabes que tienes la capacidad de amar.
¿Realmente puedo? Porque a veces debo poner la mano en mi pecho para sentir los latidos de mi corazón ya que parece que no hubiera nada ahí dentro. Solo una caja vacía que bombea sangre y me mantiene viva. No hay emociones, no hay nada. A veces pienso que en algún momento de mi vida alguien drenó mis sentimientos dejando solo un cascarón vacío.
Y sé quién lo hizo.
—Creo que tenía la capacidad de amar, ahora no. Ya no. Ni siquiera puedo sentir algo y es tan frustrante.
Sabía que la amaba, Emilia lo sabía muy bien y también era consciente que ella jamás iba a corresponder mis sentimientos, pero usaba mi amor hacia ella para conseguir que yo haga lo que ella quisiera.
Me daba la dosis justa de afecto para mantenerme a su lado y yo era tan joven, asustada de todo lo que estaba viviendo, que lo aceptaba. Acepté sus migajas por años hasta que ella se cansó y se alejó de mí, sin darme una explicación, solo se fue.
Pasó de ser mi mejor amiga a ser una extraña, después regresó a mi vida como si nada hubiera pasado y se volvió a ir para regresar de nuevo. Volviendo aquello un ciclo toxico del cual no puedo salir.
Y ahora ella está de novia con otro cantante de la misma disquera en la que ambas estamos. ¿Y quién es ese cantante? Tristán Bauer, el hijo del dueño de la disquera. Me dijo que no es real, que es solo publicidad, pero es Emilia, no puedo confiar en sus palabras.
—¿Por eso recurres a los excesos y dormir con extraños?
Tal vez, solo sé que salí una noche con la intención de sentir algo y el alcohol se convirtió en mi mejor amigo y cualquier persona cálida que coqueteaba lo suficiente conmigo se convirtió en una forma de sentir: todo era sábanas cálidas y manos errantes. Y todo terminaba en la madrugada dónde yo buscaba el camino a casa desde diferentes lugares.
Y cada vez me decía que esa noche sería la última, que podría sentir algo sin la necesidad de estar borracha o que alguien vería algo bueno en mi debajo de mi caparazón herido y heridas mal curadas. Pero es una mentira que me repito todas las noches.
—Eso creo.
Aprendí que la cercanía es un arma de doble filo. Si dejas entrar a las personas, deberás mostrarles quién eres de verdad y quién realmente soy, no es algo bonito.
Por eso nunca me permití amar a nadie, porque no quiero hablarles sobre el odio que a veces siento hacia mí misma o sobre las noches que paso con mis uñas clavadas sobre mi piel tratando de sentir algo. O peor aún, los intentos fallidos de suicidio. Nadie sabe sobre los frascos vacíos de píldoras y las cicatrices que casi han sanado del todo y que me permiten ignorarlas.
No creo que nadie merezca el tener que tratar conmigo en mis peores días.
—Drea, ¿qué es lo que quieres?
—No lo sé.
—Todos queremos algo.
—No quiero nada.
—¿Y eso cómo te hace sentir, Drea?
Suelto un largo suspiro y dejo caer mi cabeza contra el cómodo sillón color crema, me pierdo en mi mente y divago sobre esa pregunta sin saber qué decir.
Siento que no vamos a ningún lado, pero le prometí a mi mamá que no faltaría a mis sesiones de terapia. Le prometí que no bebería en exceso. Le prometí que me cuidaría, aunque por la mirada que me dio, sé que ella sabe que miento.
—¿Cómo te sientes al salir todas las noches, beber hasta perder el conocimiento y dormir con extraños al azar? ¿Te sientes feliz?
—No. Solo... Siento algo. Hacer eso es la única forma que tengo de sentir algo.
—Pero no te gusta lo que haces.
No es una pregunta de su parte, pero, aun así, yo respondo.
—No.
—¿Y qué harías si de pronto descubres lo que quieres y lo consigues?
Me encojo de forma leve de hombros y paso mis dedos por los piercings que adornan mi oreja izquierda.
—No lo sé, probablemente lo arruine. Soy experta arruinando las cosas buenas que me pasan. La única razón de porque no he arruinado mi carrera es por mi mamá.
—¿Quieres mucho a tu mamá?
—Sí.
—¿Y ella te quiere?
—Lo hace, aunque a veces pienso que solo me quiere por el dinero que le doy, por la vida que tiene gracias a mí y que por esa razón también me cuida.
Pero mi madre podría seguir teniendo una buena vida si yo muriera porque aún conseguiría las regalías de mis canciones y demás. Yo creo que ella estaría mejor sin mí y sin todas las preocupaciones que le doy, aunque ella no cree lo mismo.
Eso me hace pensar en un recuerdo en particular.
Me despierto alterada por la pesadilla provocada gracias a los recuerdos de mi última recaída, mi mano vuela hacia mí pecho para sentir los latidos de mi corazón y me sobresalto cuando la cama se hunde a mi lado.
Giro mi cabeza y me encuentro con la mirada preocupada de mi madre.
—Mami, tuve una pesadilla —le digo con voz temblorosa.
Lo siento, lo siento. No quería hacerlo —recuerdo que repetía una y otra vez cuando ella me encontró tirada con el frasco de pastillas medio vacío.
Llegó a tiempo esa vez. La siguiente vez me encontró inconsciente.
—Oh, mi pobre niña. Ven aquí, mamá está aquí contigo. Todo estará bien, mi niña.
Ella abre sus brazos y me atrae hacia ella en un reconfortante abrazo. Me siento segura. Ella empieza a pasar sus dedos por mi cabello y me repite que todo estará bien que ella está ahí conmigo.
Y entonces ella empieza a cantar.
Me quedé dormida escuchándola cantar esa noche y la siguiente, y otras noches después de esa.
—También pienso que ella se merece una mejor hija.
—¿Por qué piensas eso?
La simple pregunta genera una reacción en cadena de mi parte porque me levanto de forma brusca del sofá dónde estoy sentada y empiezo a caminar alrededor del lugar, como un león enjaulado y la comparación no podría estar muy alejada de la realidad.
—Es que mírame, no entiendo que está mal conmigo, porque soy de esta manera. ¿Por qué estoy tan jodida? Mis hermanos tuvieron una vida de mierda y hay muchas otras personas que la están pasando peor que yo y están bien, y si ellos pueden, ¿por qué yo no puedo? ¿Por qué debo recurrir a los excesos para sentir algo?
Mis hermanos en especial, Katie y Lennox, no tuvieron suerte en la repartición de padres, pero yo sí, mi madre me ama. Me leía historias cuando era niña y me cepillaba mi cabello todos los días. Preparaba mi comida favorita en mis días malos —aun lo sigue haciendo—, y sé, que si yo la llamo en medio de la madrugada ella va a atender mi llamada.
Mi madre se encargó que tuviera una buena infancia alejada de los Reagan, pero también me alejó de mis hermanos y no puedo enojarme con ella porque sé que lo hizo porque creía que era lo mejor para mí, de todas formas, yo tuve una buena infancia. Sí, a veces me sentía mal por estar sin mi papá, por verlo ser un padre para Andrew y Stefan, pero tenía a mi mamá.
—¿Por qué no puedo ser igual de feliz que los demás si ellos han pasado por cosas peores que yo? Es que no lo entiendo. Tengo todo lo que alguien podría querer: dinero, belleza, fama y no soy feliz. No siento nada.
Excepto cuando estoy en el escenario y la música suena, el público aclama y las luces llenan el lugar.
La terapia continua por unos quince minutos más y cuando salgo, llamo a mi madre, tal y como ella me pidió que haga para decirle que asistí a terapia.
Estoy a punto de subirme a mi auto, para evitar la pequeña llovizna que está empezando a caer, cuando alguien toca mi hombro y al girarme me encuentro con una mujer de más o menos mi edad con unos claros ojos azules y que parece estar sin aliento como si hubiera he estado corriendo.
Me mira, con sus labios pintados de rojo levemente abiertos y sus ojos azules llenos de un sinfín de emociones mientras observa mi rostro con mucha atención.
¿Es alguna fan que quiere una foto? No me sorprendería mucho, ya que la mujer no me resulta familiar.
—Hola, lamento mucho molestarte —me empieza a decir ella—, pero estaba caminando y vi que alguien tenía puesto un collar eléctrico en el cuello de su perro. ¿Puedes creerlo? ¡Eso es tan cruel! Ese pobre perrito estaba sufriendo y no estaba haciendo nada malo, así que se lo quité y lo puse en el cuello del dueño del perro. ¡Ahora la policía me está persiguiendo! Y yo...
Estoy a punto de detener las divagaciones de esta adorable persona cuando dicha mujer abre mucho los ojos, mira a alguien detrás de mi antes de volverme a mirar a los ojos
—Lo siento —me dice con una media sonrisa antes de empujarme hacia la puerta de mi auto y besarme.
Estoy siendo besada por una extraña en la calle —pienso con diversión—, y es un buen beso.
—Disculpen, señoritas —nos llama de forma cortés un oficial de policía que se acerca a nosotras.
—¿Sí, oficial?
El oficial se acerca un poco más, mirando a la mujer rubia junto a mí que sigue de espalda a ellos.
—Lamentamos molestar, pero estamos buscando a una señorita de cabello rubio, igual a ese, de una estatura similar a ella y que corrió justamente en esta dirección.
Explica el hombre mientras señala alrededor de la calle.
—¿Una señorita de cabello rubio igual a este? —pregunto, señalando el cabello de la mujer cerca de mí— Me temo que no hemos visto a nadie más.
El oficial me da una sonrisa tensa ante mi respuesta y toca el hombro de la mujer rubia junto a mí, quien abre mucho los ojos en he estado de pánico antes de tomar aire y girarse con una sonrisa confiada en su bonita cara.
—Lo lamento, pero no hemos visto a nadie —responde ella—, mi... Mi novia y yo, he estamos celebrando nuestro primer aniversario.
Una sonrisa se plasma en mi cara y debo morder mi mejilla para evitar reír ante la cara de los oficiales.
Tomo la mano de la mujer rubia y entrelazo nuestros dedos.
—Sí, hemos estado muy absortas la una de la otra que no hemos prestado atención.
Ella me mira cuando termina de hablar y no sé si su brillante sonrisa es parte de todo esto, solo para que los policías compren está mentira o es una sonrisa que la caracteriza y que está destinada a mí.
No puedo recordar que nadie más me haya mirado o sonreído de esa manera, como si no esperara nada de mi parte o como si fueran mis manos las que cuelgan las estrellas.
—Nuestras más sinceras disculpas por la intromisión —nos dice el otro oficial.
Ambos se van y yo les deseo suerte en encontrar a quién están buscando.
Es solo cuando los oficiales se han alejado y perdidos en la esquina, que suelto la mano de la mujer rubia, quien aún me sonríe de forma brillante y luce feliz.
—Gracias por ayudarme y lamento lo del beso. ¡Oh dios mío te besé sin tu consentimiento! Eso está muy mal, no crees que lo hago todo el tiempo, no. Yo soy todo sobre el consentimiento.
No puedo evitar sonreír ante sus divagaciones y pongo una mano en su antebrazo para detenerla.
—Está bien, no me estoy quejando. Fue un muy buen beso.
Se ríe con cierto nerviosismo y sus mejillas se tornan rosa.
—Gracias de nuevo.
Hay un silencio agradable que nos envuelve mientras nos miramos a los ojos, sin saber exactamente que decir. Porque, ¿qué se supone que se dice después de besar a una desconocida para evitar a la policía?
Es la bonita y extraña rubia quien decide romper el silencio, despidiéndose y haciendo un gesto con la mano, pero, después de dar unos pasos, se gira.
—Fuiste mi primer beso —confiesa—, jamás había besado a una mujer antes.
—Espero haber sido un buen primer beso.
—Oh, créeme, lo fuiste.
Se ríe de sus palabras y se aleja con paso seguro hasta perderse entre la multitud.
Mi mano, que había he estado entrelazada con la de aquella mujer, se siente cálida y es una sensación extraña. ¿Cuándo fue la última vez que sentí algo sin la necesidad de alcohol o pastillas?
La sensación de calidez me acompaña el resto del día y cuando llega la noche, me encuentro pensando en unos claros ojos azules y en esa brillante sonrisa.
¿Quién eres extraña rubia? ¿Quién eres y por qué me tienes pensando en ti?
"Las estrellas no son conscientes de la existencia de otras estrellas ni de los acontecimientos en su entorno, así que no "saben" que van a colisionar. Los eventos como las colisiones entre estrellas se producen como resultado de fuerzas físicas como la gravedad y el choque de haces estelares".
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