17. Pero, ¿nos podemos quedar en esta falsa realidad un poco más?
Eminem - Beautiful pain (0:52 – 2:00)
Los días siguen pasando, unos más rápidos que otros.
Hay relaciones que terminan y relaciones que empiezan: Lennox ahora está en una relación real con Colín y Katie terminó con Remy. Lena ganó su competencia de patinaje sobre hielo e incluso hicimos una reunión para celebrar. Las cosas parecen ir bien. Sigo sin hablar con Emilia, ¿para qué volvería ha hablar con ella? Si lo que quiero es dejar atrás aquel ciclo vicioso.
En resumen, las cosas van bien. Aunque a veces las cosas van bien, justo antes de ir mal.
—¿Estás escuchando las músicas de Remy? —le pregunto a Katie, quien se quita un auricular y apaga la música en su teléfono.
—Sí, me ayuda a relajarme.
Estiro mi mano y tomo el dispositivo para ver qué música es y sonrío al leer el nombre del álbum que escribió para mi hermana.
—También lo escucho para ayudarme a dormir —confiesa.
—¿Remy sabe sobre eso?
Ella niega con la cabeza.
—No y si lo llegas a comentar, te arrancaré la lengua y no podrás volver a decir nada más en lo que te queda de vida.
—¡Katie! Soy tu hermana.
—Lo sé, por eso solo te arrancaría la lengua, si no fueras mi hermana, no quedaría nada de ti.
—Es una terrible conversación para noche buena.
Lena, quién está vestida con un gorro navideño y un suéter escandaloso con renos y cascanueces, cosas que se deberá quitar una vez que llegue el abuelo, pone otra vez la misma música navideña que lleva poniendo desde que llegamos.
Mis hermanos comparten una mirada amarga, pero no le dicen nada a Lenny y seguimos escuchando esa terrible música.
Miro el reloj por quinta vez está noche.
—El abuelo está furioso porque Lennox no vino —comenta Stefan—. Saben que no le gusta cuando no tiene el control de algo.
Ahora mismo daría lo que fuera por una bebida alcohólica porque sé el drama que se viene.
Suerte que no están nuestras madres porque el abuelo decidió celebrar solo con su hijo y nietos está noche buena. Aunque creo que tomó esa decisión por la forma en que se desarrolló la cena de acción de gracias.
—Si no puede cumplir con una simple cena, ¿qué le hace creer al abuelo que será una buena CEO? Le faltan muchas cualidades para ser buena en su trabajo.
—¿Y tú tienes esas cualidades? —le pregunta Katie a Stefan— Si es así, ya sería momento que las muestres, porque hasta ahora solo hemos visto a un ególatra resentido que no ha ganado nada en su vida y cuya única persona que lo quiere es su madre.
Si hay algo que hay que saber sobre esta familia, es que siempre tratamos de golpear donde más duele. Somos buenos en eso y entre más defectos tenga la otra persona, mejor para nosotros.
—Al menos a mí, mi madre me quiere, no como a ti que te abandonó por su trabajo. Pobre y triste, Katie, sin el amor de nadie mientras crecía. Sola en esa casa en Irlanda y sola en su nueva casa en San Francisco. Tan terrible debe ser estar contigo que incluso tu ex prometido te dejó y se volvió sacerdote.
Eso es un golpe muy bajo por parte de Stefan, pero no sé puede esperar menos de él.
Solo un tonto confiaría en Stefan.
—¿Eso es todo lo que tienes? —mi hermana ni siquiera sé inmuta por lo dicho por Stefan, permanece estoica— Sí, mi madre me abandonó, ¿y qué? Mírame dónde estoy ahora sin la ayuda de nadie. Mira lo que he conseguido y luego mírate a ti, que incluso con la ayuda de tu querida madre, no eres nadie y jamás serás nadie.
Y esta es, de hecho, una de las reuniones más tranquilas que hemos tenido.
Andrew se sirve un vaso de coñac y yo se lo quito de las manos.
—Si yo no puedo beber, tú tampoco.
Veo a Lena intentar hacerse pequeña e ignorar la discusión que se está llevando.
—¿Podrían detenerse ya? Me están dando dolor de cabeza.
—Eso se llama abstinencia —me dice Andrew—. Es eso o volviste a consumir de nuevo.
—No, no te equivoques, aquí el débil eres tú. Yo sigo sobria. Seis meses de sobriedad.
Se burla.
—Vamos, no hay necesidad de mentir.
—No proyectes tus problemas en mí.
Todos los días me digo que no puedo dejar que mi vicio gane, que he trabajado muy duro para evitar que eso suceda, me repito eso una y otra vez como un mantra.
Aunque no funciona del todo.
Aún consigo mantenerme bien a pesar que mi cuerpo quiere colapsar sobre sí mismo y ceder ante toda la desesperación. Tampoco puedo evitar la sensación áspera de la ira que recorre mi cuerpo.
He trabajado muy duro por muchas cosas —me recuerdo—. ¿Y de que me ha servido? Todo lo que he hecho ha sido por mi madre, por mi carrera y, sin embargo, aquí estoy. Luchando.
—¿De verdad piensas que te vamos a creer que llevas seis meses sobria? ¿Seis meses? —me pregunta Stefan— Tú, que no podías abrir ni un concierto sin antes inhalar algo o salir de fiesta y terminar sin saber cómo llegar a tu pent-house.
—Pues lo que tú pienses me tiene sin cuidado, porque hasta donde yo recuerde, no vivo de tu opinión. La cual puedes metértela por dónde no te da el sol.
La discusión se detiene cuando la puerta del salón se abre y entra mi padre, seguido de mi abuelo.
El aire en la habitación cambia y se vuelve frío y denso.
Hay algo imponente en mi abuelo. Su postura y mirada son siempre altivas. Mira a todos por encima del hombro, nadie es digno de él o su tiempo.
—Llegan tarde —les digo.
Mi abuelo se detiene y me mira, le sostengo la mirada con una media sonrisa en mis labios.
—Sí —responde en ese tono carente de emoción—, tenía asuntos importantes que discutir con tu padre.
—Me imagino, los medios de comunicación no han sido amables en lo que respecta a él y a su nueva amante.
Mi equipo de relaciones públicas me tiene cansada sobre sus comentarios respecto a la vida sentimental de mi padre.
Mi respuesta a sus preguntas son siempre las mismas, me da asco y no me interesa.
—Solo esperemos que no la deje embarazada —agrega Stefan.
—Uno pensaría que a estas alturas ya conocería que existen los condones.
—Drea —advierte mi padre.
—Sí —está de acuerdo Andrew—, un hermano más y nos quedamos sin herencia.
El abuelo coloca las manos con fuerza sobre la mesa del comedor y nosotros detenemos nuestra conversación, mientras mi padre hace mover los cubos de hielo en el vaso de whisky que se acaba de servir.
Mi padre deja el vaso sin beber sobre el mini bar ante la mirada del abuelo y se coloca en su asiento habitual en la mesa.
El resto de la cena pasa entre comentarios pasivos agresivo, miradas mordaces y sonrisas forzadas.
Grupo los jodidos Reagan.
Lennox: Colin y yo los invitamos a un brunch mañana por Navidad.
Katie: Bien.
Stefan: ¿Hay que llevar algo?
Drea: Yo nada. Mi presencia es suficiente.
Lena: Sí.
Andrew: Ahí estaré.
Stefan: Pregunto de nuevo, ¿hay que llevar algo?
Drea: Regalos
El nuevo loft de Jazmín es cálido y acogedor, de paredes color crema y pisos de madera que combinan con los muebles marrones. Ahora, por Navidad, está decorado con guirnaldas de colores, luces brillantes, renos, cascanueces y un enorme árbol en la esquina.
Nada comparado con el estilo sobrio y simple que tenían las decoraciones en casa del abuelo, dónde nos vimos obligados a ir en noche buena.
Mis manos ahuecan la taza de chocolate y mis ojos van de la ridícula película en la televisión a la mujer acurrucada a mi lado, cuyos ojos están fijos en la pantalla.
Dejo escapar un pequeño resoplido ante la escena en la pantalla, lo que provoca que Jazmín levante la cabeza para mirarme.
—Detesto ese tipo de saludos —le explico.
—¿Aún hay personas que se saludan así?
Jaz señala la pantalla donde un hombre está tomando la mano de las mujeres de la reunión para besarlas a modo de saludo.
Yo tarareo de forma afirmativa.
—Sí y no tienes idea la cantidad de viejos asquerosos que me han saludado así en algunos eventos y lo peor es que ellos piensan que están siendo encantadores. ¡Son recuerdos horribles!
Me estremezco ante los recuerdos.
La sonrisa de Jazmín esconde algo, lo sé por la forma que me mira.
—Entonces déjame reemplazar esos recuerdos terribles con uno nuevo y mejor.
Estira su mano y levanta de forma suave la mía, y no puedo evitar soltar una pequeña risa ante el gesto.
—¿Puedo?
Asiento con la cabeza en silencio, y Jaz pasa sus labios por los huesos de mis nudillos. Es un toque tan ligero como el roce de una pluma, pero envía una oleada de calidez que inunda mi pecho.
Es un gesto gentil y suave que una vez que Jazmín se aparta para mirarme, presiono la palma de mi mano contra su mejilla.
—¿Fue lo suficientemente encantador? —me pregunta.
Se inclina hacia mí toque y me siento tentada a decirle que no, solo para sentir de nuevo sus labios rozando mi piel.
—Lo fue —respondo—. Seguro que sabes cómo cotejear a alguien.
Y ahí es cuando el momento se rompe porque recuerdo que hay un alguien para ella: Spencer.
No, no voy a pensar en eso ahora.
—No entiendo porque disfrutas de este tipo de películas. Es aburrido. Ya sabes lo que va a pasar.
—Por eso me gustan —responde Jaz—. Me dan esperanza y, ¿qué tiene de malo saber lo que va a suceder? Es bueno, ya sabes a qué atenerte.
—¿Por qué esperanza?
Cubre su cara con la manta, pero logro ver un rastro del sonrojo que intenta ocultar.
—Es tonto, Drea. Déjalo pasar.
—No, dime. Quiero saber. Nosotras no nos ocultamos las cosas. ¿Recuerdas? Solo dime.
Se muerde el labio y señala la pantalla.
—Quiero eso. La boda, el vestido, rodeada de mi familia. Quiero caminar hacia el altar y ver al amor de mi vida al final del pasillo. Lo quiero todo. ¿Tú no?
Por supuesto que Jaz querría ese tipo de cosas, ella es una soñadora.
Ama el romance y los detalles, debí suponer que querría algo como lo que se muestran en ese tipo de películas.
—No es lo mío —respondo—. En mi familia no se casan por amor, así que jamás pensé en las bodas o el matrimonio como algo bueno.
En la familia de mi padre la única referencia de un matrimonio que tengo es la de él, y engañar a tu esposa durante todo su matrimonio, no me parece algo que grite matrimonio feliz. De verdad que no entiendo cómo Eliza pudo soportar todo aquello.
Tampoco entiendo como mi madre pudo estar con un hombre casado y que ya tenía un par de hijos bastardos. ¿Qué esperaba ella? ¿Quería ser la mujer por la cual él iba a cambiar? Seguro que, en su complejo de salvadora, esperaba que mi padre deje a su esposa y se quede con ella.
—Entonces, ¿nada de vestido blanco? —hay un toque manso en su tono, no la alegría que usualmente tiene.
Dejo escapar una rápida exhalación que cae un poco al borde de la risa y la miro a los ojos.
—Tal vez alguien especial podría convencerme —respondo con una sonrisa que poco a poco deja mi cara y tomo una actitud sería, pongo mis dedos en el mentón de Jaz y giro su rostro hacia mi—. No debes preocuparte por no tener todo eso que quieres, estoy segura que la persona con la que decidas estar lo hará posible.
—¿Tú crees?
—Sí, cualquiera que esté contigo tendrá que ser especial para estar a tu altura.
Nos volvemos a concentrar en la película, pero puedo sentir la mirada de Jazmín de vez en cuando en mí, espero, y casi sonrío cuando ella pone pausa y gira su cuerpo hacia el mío.
Copio su movimiento para quedar cara a cara.
—Drea, si a ti te gustara alguien, ¿se lo dirías? ¿Le confesarías que te gusta?
Ladeo la cabeza y me pregunto si está conversación tiene que ver con Spencer y la cita que ella tuvo con él.
—Sí, por supuesto que se lo diría —respondo—. ¿Que tendría que perder? Si estoy segura que alguien me gusta se lo diré.
—¿Y cuánto tiempo tardarías en saber que te gusta alguien?
Tarareo y levanto un dedo para que me dé tiempo a pensar.
—Creo que me regiría bajo la regla de tres.
—¿Cuál es esa regla?
—En tres semanas sabes si te gusta alguien, en tres meses sabes si quieres a esa persona y en tres años sabes si quieres estar con esa persona toda la vida.
Abre sus labios con la intención de decir algo y los vuelve a cerrar con fuerza, los aprieta tanto que forman una fina línea.
Arruga el entrecejo y levanto mi dedo para alisarlo, eso llama la atención de Jazmín.
—¿Y ahora te gusta alguien, Drea?
Detengo mis movimientos ante la pregunta que me acaba de hacer.
—Pensé que está conversación iba sobre ti, pero no. La respuesta es no y tampoco estoy interesada en que me gusta alguien en el sentido romántico.
—¿Por qué?
Porque destruyo todo lo que toco —respondo en mi mente.
—Terminaría rompiendo su corazón.
—Como Emilia rompió el tuyo.
Me tenso.
Ese sigue siendo un tema delicado.
—Sí.
—Vi en tu libreta que le estas escribiendo una canción y que le has escrito otra.
Lo hice. No es que alguien a parte de mí vaya a saber de aquella música, la mayoría del tiempo solo escribo para desahogarme. Soy consciente de que Marcus y su jodido equipo no van a aprobar la mayoría de canciones que escribo.
—Sí.
—¿Esperas regresar con ella?
Niego con la cabeza.
—No.
—¿Aún la amas?
—Es complicado —respondo—, le dije te amo y ella respondió lo mismo, pero jamás sabré si lo decía en serio o solo para que no la deje, y yo merezco mas que eso. Merezco mas que ser el sucio secreto de alguien.
Una parte de mí, la que no estaba contaminada por cinismo y no tan jodida por los años que llevo en esta industria, pensaba que merecía algo mejor y esa era la parte que me gritaba que me vaya. Pero la otra parte era mas grande y fuerte y me mantenía ahí porque me decía que jamás obtendría nada mejor que aquello, que solo me quedaba aceptar lo que Emilia tenia para ofrecer.
—Por supuesto que mereces algo mejor, Drea, jamás dudes de aquello.
Es fácil creerlo cuando ella me mira de esa manera.
—Y, aun así, con todo el daño que te causó, le escribiste una canción —musita—. ¿Qué tendría que hacer yo para que me escribas una canción?
Golpeo la punta de su nariz con mi dedo.
—¿Y quién te dice a ti que ya no lo hice?
Sus ojos se abren y puedo ver, casi a cámara lenta, como todo su rostro se ilumina.
—¡¿Me escribiste una canción?!
—Sí.
De hecho, he escrito varias, pero no sé lo digo.
—Y si te portas bien, tal vez algún día te deje escucharlas.
—Siempre me porto bien.
Nos volvemos acomodar en silencio para seguir viendo la película, Jaz se vuelve a recostar contra mi costado y la punta de sus dedos empiezan a trazar patrones irregulares en la piel de mi palma, subiendo por la muñeca y estoy tan perdida en el gesto que no la detengo.
Siento los dedos de Jazmín detenerse con fuerza alrededor de mi muñeca.
Mierda.
—¿Drea?
Y por su tono, estoy segura que no me va a gustar el rumbo que va a tomar está conversación.
—¿Qué sucede?
La película queda olvidada en el fondo.
—¿Qué es esto?
Nada —estoy por responder, pero Jaz baja mi jersey negro y deja al descubierto las muñecas usualmente cubiertas con un reloj, pulseras y maquillaje, pero que ahora están desnudas y muestran a la perfección las cicatrices que mis errores del pasado han dejado.
Ojalá fuera solo un error.
—Tú... Tú hiciste... —no completa la oración.
Sus dedos siguen rozando a lo largo de las cicatrices débiles, pero visibles, que marcan mi brazo izquierdo y por esa razón no hay tatuajes ahí, porque no puedo confiar en que no dirán nada al respecto.
—Sí.
—¿Por qué?
La risa llena de amargura sale de mis labios sin que pueda detenerla.
¿No es obvia la respuesta? Porque no quería vivir. Esa es la respuesta para cada una de las veces que lo intenté. Es la misma respuesta que daría si me preguntan sobre mi sobredosis.
—¿Importa?
—Me importa a mí.
Pero no puedo contarle que tenía dieciséis años, mi primer disco en mis manos y a Henry Bauer sobre mí, diciéndome como le pertenecía y que ahora, tanto mi música como yo, éramos de él. No puedo contarle lo sucia que me sentí y que al llegar con mi madre quise contarle todo, pero me miró con tantas esperanzas y sueños en sus ojos que no pude reventar su burbuja de felicidad.
No podía decirle a nadie lo que me había pasado. Mi carrera se acabaría y recién empezaba, lo más seguro es que en su desesperación mi madre pediría la ayuda de mi padre y abuelo y yo no quería eso. No podía permitirlo y no dije nada.
—El camino de una estrella es más duro de lo que te imaginas —respondo—. A mis catorce años hubiera dado cualquier cosa por no ser quien soy ahora. A partir de mis dieciséis todo empeoró y no había nadie para compartir esa carga.
Es la respuesta más honesta que puedo darle.
—¿Aún lo haces? ¿Aún te lastimas?
No puedo sostener su mirada y miro hacia la televisión, dónde parece que la película ya ha terminado y ahora están dando otra.
—¿Qué quieres de mi Jazmín?
De repente, me siento cansada. Apoyo mi cabeza contra mis manos dejando que mis codos descansen contra mis rodillas.
Hay una breve pausa, un ligero moviendo sobre el sofá mientras Jazmín se acerca un poco más.
—La pregunta es, ¿qué quieres, Drea?
Guardo silencio y mi mente se queda en blanco.
No recuerdo un momento de mi vida donde alguien me haya preguntado que quiero. Siempre decidían por mi alegando que sabían que era mejor. Asumían lo que quería.
Pero, ¿qué es lo que quiero? Por un momento no lo sé, no logro pensar en nada.
—Quiero... Quiero poder cantar las músicas que yo elija o poder elegir otra cosa para hacer. Cómo ser profesora de canto. ¿Cómo sé que mi sueño no es ese si nunca tuve la oportunidad de explorar esa idea? Quiero poder viajar y disfrutar de los lugares, no solo ir dar un concierto y encerrarme en un cuarto de hotel. Quiero poder disfrutar de las comidas y de la vida en general.
Me detengo y Jazmín se mueve para sentarse a mi lado, suelto un suspiro y me inclino hacia ella, colocando mi cabeza contra su hombro.
—Es estúpido —finalizo.
—No, no lo es.
Levanto mi mirada y mis ojos se fijan en los de Jazmín.
—Las cosas que quieres no son estúpidas, podrías querer un unicornio volador y seguiría sin ser estúpido, es lo que tú quieres y a la única persona que debe importarle es a ti. Lamento que te hayas rodeado personas que te hicieron sentir que aquello que quieres y deseas, es algo estúpido. Pero no lo es, mereces todo eso y más.
—Jazmín...
—Lamento tanto que te hayas lastimado porque no había nadie ahí para ti, pero Drea, ahora no estás sola. Estoy contigo. Ni esas personas que te orillaron a esto o todos los que te dijeron que era estúpido aquello que querías, ellos no están aquí, yo sí. Y si te vuelves a sentir de esa manera, puedes llamarme o venir a verme. Si no puedes venir, entonces yo iré. ¿De acuerdo?
A parte de mi madre o mis hermanas —en especial Katie—, nunca había sentido está clase de preocupación o cariño por parte de alguien.
Intento hablar, pero las palabras no salen y atraigo a Jazmín para darle un fuerte abrazo.
Las cosas no van a mejorar de forma mágica. No seré sanada de la noche a la mañana, no es como si de repente todos mis problemas vayan a salir por la puerta, pero es un comienzo.
Pequeños pasos de regreso al camino correcto.
Creo.
—¿Drea?
—Sí.
—No necesito tres meses para saber que te quiero.
Tardo un par de segundos en entender el porqué de sus palabras.
—Yo tampoco, Jaz.
Entrelaza de forma suave sus dedos con los míos.
—Te voy a extrañar cuando tu gira empiece y me dejes.
—Aun no me iré, Jaz.
—Pero ya te extraño.
Yo también te extraño —agrego en mi mente—. Incluso cuando estamos juntas.
Y no entiendo la razón.
"Las estrellas brillan porque liberan energía a través de un proceso conocido como «fusión nuclear». Durante esta reacción, los átomos de hidrógeno en el núcleo de la estrella se fusionan para formar helio. Este proceso libera energía en forma de luz y calor, lo que hace que la estrella se ilumine y brille".
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