16. ¿Nos estamos mintiendo al decir que vamos a durar?
Sia - Elastic Heart (1:41 – 2:42)
Los días van pasando y pronto ya ha pasado una semana y luego otra. He caído en una pequeña rutina que me ayuda a mantener cierta sensación de control. Ayuda. Los días se sienten más llevaderos y ya no espero la noche con la intención de dormir y apagar todo por un momento.
Estos ejercicios te ayudarán a controlar esos pensamientos —me dijo mi terapeuta.
No quiero controlarlos. Quiero que desaparezcan —le dije—. Y yo quiero desaparecer con ellos.
—¿Sabes? Tal vez eso sea una buena idea, Drea —murmura de forma pensativa.
Aparto mi mente de esos pensamientos y me concentro en Jazmín.
—¿Qué sería una buena idea?
—El compartir cosas sobre nuestro pasado entre nosotras, como una especie de quid pro quo. No siempre debe ser algo pesado, pero podríamos compartir experiencias iguales. Un buen recuerdo por otro, los mismo con los malos y así, tal vez podamos ayudarnos a limpiar las heridas.
Lo pienso por un largo tiempo.
El potencial que yo sea vulnerable de esa manera con alguien más, en el mejor de los casos, me desagrada. Pero entonces miro a Jazmín y me doy cuenta que ella también se está abriendo a la vulnerabilidad. Y Jaz tiene esa mirada genuina y llena de esperanza en sus ojos, y me doy cuenta que es su forma de ayudarme con una lucha que sabe que tengo, pero de la cual yo no quiero hablar. Es un gesto amable, igual que ella.
Le sonrío y ella no duda en devolverme la sonrisa.
—Me gustaría eso —respondo.
La sonrisa de Jaz se vuelve aún más amplia, estira su mano hacia mí, yo la estrecho y ella murmura:
—Tenemos un trato, Drea.
—Sí, Jaz, lo tenemos.
En algún momento en nuestro recorrido por el mercado artesanal al que Jazmín me pidió que la acompañe, el roce de nuestros dedos se convirtió en sostener el meñique y luego, el agarre del meñique se transformó en un agarre de manos.
Y no pensaría mucho en este gesto, si fuera Jazmín quien lo hubiera iniciado, como lo ha hecho antes, pero no lo hizo, fui yo.
Mierda.
La sorpresa detiene a Jazmín medio paso y sus ojos van hacia nuestras manos, pero cualquier preocupación que pudiera tener se evapora cuando veo la sonrisa de Jaz.
—¿No es esto lo que hacen las amigas? —pregunto.
Mis dedos ya comienzan aflojarse y deslizarse fuera de la calidez de Jazmín, pero Jaz no lo permite.
—Es exactamente lo que hacen las amigas. Ahora vamos, hay un puesto de manzanas que quiero visitar.
—¿Vas a hornear magdalenas de manzana y canela para mí?
—Tal vez, si te portas bien.
Empujo mi hombro contra el de ella.
—Siempre me porto bien, pero cierto, ¿por qué le estás enseñando a hornear a Lennox y no a mí?
—Me pareció una buena idea para conocernos, también puedo enseñarte a ti si quieres.
Lo pienso por un momento.
—Por supuesto.
—¡Perfecto! Será muy divertido.
Le guiño un ojo y continuamos recorriendo el lugar. Jazmín me enseña diferentes productos y me arrastra hasta un lugar donde venden, según ella, la mejor mermelada artesanal.
Toma un pomo y abre la tapa.
—¿Eres alérgica a algo?
—Piña —respondo.
Jaz sonríe y toma un poco de mermelada de mora en su dedo y lo acerca a mis labios.
—Abre —ordena—. Y prueba.
Espera... ¿Ella acababa de...?
Levanta una ceja cuando no sigo su orden y sin apartar mis ojos de los suyos, pruebo la mermelada que me ofrece.
Es dulce y mi mente va hacia lugares que no debería ir.
—Deliciosa. ¿Verdad?
Trago saliva.
—Lo es.
Compra dos frascos y vuelve a tomar mi mano para dirigirnos a otro lugar.
Antes que nos separemos, la detengo.
—Gracias.
Me he dado cuenta que se lo repito mucho.
—¿Por qué?
Cierro los ojos y respiro hondo para calmarme y continuar.
—He estado pasando unas semanas difíciles y no he sido yo misma. Ha sido mucho de todo. Y esa necesidad de alejar a las personas se ha vuelto más fuerte, pero estoy trabajando en aquello. Lo que quiero decir es gracias por no alejarte.
En especial con las constantes "reuniones" con Henry debido a los conciertos que se acercan.
—¿Hay algo en lo que yo pueda ayudarte?
Sonrío.
—No, ya haces suficiente.
—No he hecho nada, Drea.
—¿Por qué quieres ayudarme?
—Somos amigas y me preocupo por ti.
La seguridad de su declaración me toma con la guardia baja.
—¿Te preocupas por mí?
La pregunta sale en un tono bajo y algo roto, sin poder evitar mostrar la fragilidad que siento ante sus palabras.
No hay muchas personas que se hayan preocupado por mí de manera genuina. No sin esperar conseguir algo a cambio.
—Mucho —responde—. Tanto así que a veces no duermo pensando en sí estás bien, sí estás teniendo noches de insomnio debido a tus pesadillas o sí has comido algo. Porque me preocupa lo poco que te preocupas por ti misma.
La observo en silencio.
Creo que murmuré una vez que a veces tengo pesadillas y que cuando eso sucede, me quita el apetito. Pero ella lo recuerda porque me presta atención.
—Jaz, no deberías perder tu tiempo preocupándote por mí.
—No es una pérdida de tiempo preocuparnos por quienes nos importan.
—¿Y yo te importo?
—Sí.
Vaya.
—Tú también me importas, Jazmín.
Y es la verdad.
Cierro los ojos un instante, ordenando mis pensamientos.
—¿Te gustaría ir por un pequeño postre? —me pregunta.
—¿Contigo? Me encantaría.
—Bien, porque aún no quiero dejarte ir.
Compartimos una sonrisa.
Una de las principales razones de porque me gusta venir a la pastelería Coco pie, a parte de los deliciosos postres, es la tranquilidad y calidez que hay en el lugar. No solo por los colores pasteles en las paredes o los muebles de madera pintados de blanco, hay algo en Astrid, la dueña, que desprende una sensación de confort.
—Déjame adivinar, ¿vas a pedir magdalenas de manzana y canela?
—¡Jazmín! Mira, ya me vas conociendo mejor. Por supuesto que voy a pedir eso. Son los mejores postres que hay.
Hoy es uno de esos raros días buenos que suelen huir de mí, pero después de semanas tratando de no dejarme consumir por las cosas que estaban sucediendo y el cansancio que cubría cada uno de mis huesos. Está semana ha sido mejor.
Mi cuerpo a dejado de temblar y mis hábitos ansiosos se han detenido poco a poco.
—Estoy pensando en regalarte una camisa que diga: Amo las magdalenas.
—¡Dioses sí! Amaría esa camisa. Que sea en negro, por favor, es mi color favorito.
Ambas sonreímos.
Ella debe notar mi cambio de ánimo. La forma en que sonrío y la facilidad de las palabras que a veces me cuesta encontrar.
Estoy segura que también debe notar la ligereza en mis pasos, y sé que lo debe notar, porque Jazmín es muy observadora.
—¿Por qué sigues mirándome así? —la voz de Jaz me dispersa de mis pensamientos, regresándome al presente y observando la forma en la que me está mirando con curiosidad.
Parece que estuviera intentando averiguar mis más grandes secretos.
—¿Mirándote? ¿A qué te refieres?
—Te pierdes en tus pensamientos, divagas y me da curiosidad saber en qué estás pensando. Nunca tengo idea de que podrían tratarse tus pensamientos —responde y se inclina, sus ojos azules estudiándome más cerca.
—Bueno, ese es el propósito de los pensamientos. ¿Cierto? Que nadie pueda escucharlos.
—Lo sé, aunque a veces me gustaría leer tus pensamientos. Al menos cuando estamos tú y yo.
Arqueo una ceja con curiosidad.
—¿Por qué?
—La mayoría del tiempo que te miro, pareces estar concentrada en algún pensamiento mientras me miras fijamente, pero nunca se porque o si eso es algo bueno o malo.
—¿Por qué no solo me preguntas?
Sonríe y se recuesta cerca de donde está la caja registradora.
—Dudo mucho que me des una respuesta honesta.
Somos interrumpiendo por Astrid, la dueña del lugar, que nos pregunta con una sonrisa que vamos a querer.
Yo pido magdalenas y Jazmín pide pasteles de limón y un café. Una vez que nos entregan lo que hemos pedido, nos acomodamos en una mesa.
—Me estaba preguntando si notas mi cambio de ánimo. Quería saber si te dabas cuenta que estoy mejor hoy de lo que he estado otros días —le digo a Jazmín—. Eso es en lo que estaba pensando mientras te miraba.
La veo levantar la cabeza y sonreírme.
—Lo noté.
—¿No quieres saber a qué se debe?
—Solo si te sientes cómoda contándome.
La parte de mi mente llena de cinismo me grita que no puedo confiar en nadie y que eso es algo que yo sé muy bien. Y sí, es algo que yo aprendí a una edad muy temprana.
¿Qué fue lo que aprendí?
Solo tengo a mi mamá.
Nadie más estará allí para mí.
Nadie me ayudará jamás, excepto mi madre.
No lo olvides —me grita esa maldita voz en mi cabeza—. Y, sobre todo. No olvides la lección más importante.
No puedo confiar en nadie.
Es tan fácil ceder a esos pensamientos y confiar en que son ciertos en mis días malos, pero hoy no es uno de esos días y consigo silenciarlos.
—Soy adicta, lo he sido desde que tengo catorce años y llevo tan solo unos meses sobria, lo cual no es casi nada, pero, aunque no lo creas, es el mayor tiempo que he estado sin consumir —empiezo a contarle. No es fácil y las palabras salen arrastradas, pero sé que él logra comprenderlas—. Mi recuperación no ha sido un jardín de rosas y hay tiempos, como este, dónde pues...
—Estuviste a punto de recaer.
—Sí.
A veces siento que se está volviendo más fácil. Pero entonces aparecen días como ese dónde me siento como aquella vez en mi primer día de rehabilitación donde todo lo que quería era un subidón de drogas que lo alivie todo. Que adormezcan los problemas. Porque nada más lo hace y siento que nada más lo hará.
—¿Alguna vez has sentido que puedes contar con alguien, Drea?
La pregunta me toma por sorpresa.
—A parte de mi madre, nadie me ha hecho sentir que podría.
Mis ojos encuentran los de Jazmín que ya están mirándome.
—Bueno, estoy aquí —me dice—. Te voy a demostrar que no estás sola, que tienes a alguien en quien puedes confiar. Esto —ella nos señala a ambas—, significa que ya no estás sola. Estoy aquí para ti.
De repente, hay un par de brazos rodeándome y el mundo parece desvanecerse, porque por un momento, no puedo pensar en nada más que la sensación del cálido cuerpo de Jazmín presionado contra el mío.
Es curioso como un humano suave y gentil me hace sentir más segura que cualquier equipo de seguridad que haya tenido
—Estoy aquí para ti, Drea —me repite—. No estás sola.
—¿Prometes que no irás a ninguna parte?
—Lo prometo.
¿Es así como se siente ser amada de forma genuina y desinteresada?
Entierro mi rostro en el hueco del cuello de Jazmín, dejando que su aroma a lavanda inunde cada uno de mis sentidos, y la abrazo más fuerte.
Una vez que llego a mi pent-house, marco el número de mi terapeuta.
—A veces no me gusta ninguna parte de mi —le empiezo a decir—. Pero quiero hacerlo, quiero amarme y poder mirarme en el espejo sin sentir odio ante mi reflejo. Quiero poder vivir por elección y no por obligación como lo he estado haciendo desde que mi madre me llevó a rehabilitación. Quiero tantas cosas, pero no sé si tengo las fuerzas suficientes para luchar por ellas.
—¿A qué se debe este cambio?
Un par de ojos azules vienen a mis pensamientos.
—Sentí la calidez del sol por primera vez en mi vida y quiero seguir manteniendo mi sol por un poco más de tiempo. Y siento que, si no cambio o al menos lo intento, dicho sol se apagará.
O peor, me dejará.
No podría culparla si ese fuera el caso.
La conversación con mi terapeuta dura casi media hora y terminamos agendando una cita para mañana. Lo cual me parece bien. Una vez que la llamada finaliza, veo que hay mensajes en el grupo de hermanos.
Los jodidos Reagan.
Stefan: Noche de juegos está noche en la caja de zapatos.
Lennox: ¡Dejen de auto invitarse a mi apartamento!
Stefan: No es tuyo, es del chófer.
Katie: Se llama Colin.
Lena: ¡Sí! Noche de juegos. Me encanta la idea.
Drea: Bien por mí, solo no sean malos perdedores.
Andrew: No somos malos perdedores, tú eres tramposa.
Drea: Si eso te ayuda a dormir por las noches, hermano, bien por ti. Pero te gané.
Stefan: ¿Cuándo le ganaste?
Lena: En la última noche de juegos.
Stefan: ¿Y no me invitaron?
Katie: Fue algo improvisada.
Lennox: Y nos caes mal.
Stefan: Como sea, son ustedes los que se pierden de mi presencia.
Drea: O sea, que no nos perdemos de nada importante.
Lennox: O que nos importe.
Andrew: Está noche están prohibidos los juegos de cartas.
Stefan: ¿Incluso las cartas se Uno?
Andrew: ¡En especial esas! Tengo la cicatriz de la última vez que jugamos esas cartas y Katie perdió.
Katie: No perdí.
Drea: Solo te ganó Remy.
Lennox: Igual que en ajedrez, dónde nadie antes te había ganado nunca.
Andrew: Sí, campeona mundial de ajedrez y te ganó alguien que jamás había competido.
Stefan: Que terrible, Katie.
Katie: Claro, como ustedes saben mucho sobre perder, en especial Andrew y Stefan que nunca han ganado nada. Lennox que tiene que mentir para ganar el puesto de CEO y Drea cuyas competencias de canto ni siquiera deberían llamarse competencias.
Sonrío al ver el último mensaje.
Katie debe estar furiosa. ¡Me encanta!
Cuando llego al apartamento de Colin, Remy me dice que soy la primera en llegar.
—No creo estar preparado para otra noche de peleas con ustedes —me dice Remy—. La última vez que jugamos monopoly y Andrew perdió contra Stefan, creí que armaría la tercera guerra mundial.
—Y no menciones a Katie contra Stefan jugando charadas. Y, por cierto, no olvides alejar todos los cuchillos de Katie. Ya sabes cómo es.
Saco un cigarro y lo llevo a mis labios.
Ser una Reagan nunca fue sencillo, incluso mucho antes de alcanzar la fama porque al llegar a esta familia me tocó demostrarles a todos, incluso a mí misma, que pertenecía a esta familia.
Eres mejor que ellos —me recordaba mi madre—. Nunca lo olvides.
Fue duro demostrar que merecía ser una Reagan. Así que hacía todo lo que mi madre decía porque mi madre solo quería que yo logre grandes cosas, y si hay algo que sabía sobre la familia de mi padre, es que solo te valoraban si ganas. Por eso tomé las actividades extras y las largas clases de canto y música.
Intenté con todas mis fuerzas enorgullecer a la familia Reagan y reprimí cualquier respuesta cuando las personas se burlaban de mí por ser una bastarda o cuando comentaban que no tenía nada comparado con mis hermanos.
Decían que los Reagan cometieron un error al aceptarme.
Fue aún peor cuando estalló el escándalo de mi sexualidad.
—Oye y, ¿cómo van las cosas con Katie?
—¿No te dijo? —niego con la cabeza—. Terminamos. Aunque ni siquiera habíamos empezado.
—¡¿Qué?! ¿Por qué siempre soy la última en enterarse de todo? No es justo. Ni que fuera chismosa como tú o metida como Stefan. Además, creé un grupo de hermanos por algo.
No puedo creer que me dejen afuera del chisme. Lo mismo sucedió con Lennox y Colin, yo fui la última en conocerlo... Bueno, en realidad la última fue Lena, pero igual.
—Terminamos hace dos días y aun nadie más que tú y Colin saben.
—¡¿Dos días?!
—Sí y gracias por preguntar, estoy bien. Mi ego y corazón están destrozados, pero estoy bien.
No me sorprende del todo que Katie haya tomado esa decisión, para quien no la conoce o no entiende el peso de hacerse un nombre fuera de una familia como los Reagan, tal vez sea algo absurdo y cobarde.
Si hay amor esto, si hay amor lo otro... Una mierda.
Hay quienes creen y dicen que el dinero y la fama no es lo más importante, bueno, hay otros, para quienes el amor no es importante y Katie es una de esas personas. ¿Y a qué se debe esto? A que ella creció sin amor y no puede extrañar algo que no conoce.
—No quiere que mi nombre eclipse el suyo, no quiere ser solo la novia de, quiere hacerse su propio nombre y lo entiendo, me dijo que no puede hacerlo conmigo porque ya ha luchado duro y estar conmigo vuelve todo más difícil. Entonces sí, lo mejor fue terminar para que ella pueda brillar como la estrella que es.
—Pero desearías que las cosas fueran diferentes.
—Sí.
Las relaciones son complicadas y hay tanto riesgo de por medio.
Yo nunca he estado en una relación, lo más cercano a una es lo que tenía con Emilia.
Al principio, solía acostarme con muchas personas, hombres o mujeres, personas que ni siquiera me gustaban, lo hacía porque me daban algo de atención y me sentía bien.
Es solo sexo —me repetía—. Solo sexo.
Estaba algo perdida en ese tiempo, luego fui aceptándome mejor, pero los miedos no se fueron y pensé que no valía la pena correr el riesgo de salir lastimada como mi madre. Fue de esa forma que las relaciones abiertas o las relaciones sin compromiso se volvieron lo mío.
—Bueno, al menos puedes usar ese corazón roto para crear grandes canciones. Ves, no todo es una perdida. Ya le escribiste un disco, ahora le puedes escribir otro y quién sabe, tal vez el tercero sea el correcto.
Pienso que el amor es para valientes y yo no estoy con ganas de serlo.
La conversación con Remy se ve interrumpida por el sonido de la puerta, es Colin y Lennox, que vienen con cajas de pizza y otras bolsas. Detrás de ellos vienen Andrew y Lena.
—Llegan tarde —les informo.
Tarde para un Reagan que amamos la puntualidad.
Andrew me explica que se debe a que se alargó él entrenamiento de Lena.
Nunca he sigo muy allegada a Andrew y Stefan, de los dos con quién más suelo hablar es Stefan y eso es decir mucho, porque él solo me busca cuando quiere enterarse de algo o sembrar cizaña. Tampoco soy muy cercana a mi papá o el abuelo, con ellos intento tener el mínimo contacto posible, evitando verlos a menos que sea necesario: navidad, fin de año y ese tipo de fiestas a las que nos obligan a ir.
—Katie dijo que no podía venir, hay un evento importante en su restaurante.
La puerta vuelve a sonar y es Jazmín, quien llega con una canasta llena de galletas hechas por ella.
Cuando me ve me sonríe y se acerca para abrazarme. Así que asumo que los abrazos ahora son parte de nuestra amistad.
—¿Está todo bien? —le pregunto.
—Bueno, quería hablar de algo contigo, pero no sé si podemos hablar antes de empezar la noche de juegos o después si estás ocupada.
—¿Qué? Por supuesto que no, Jaz. Siempre tengo tiempo para ti. Dime, ¿qué sucede?
Sonríe y me dice que vayamos a la terraza para poder conversar.
Coloco las manos dentro del abrigo negro y reprimo el impulso de encender un cigarro.
—Dime —repito en voz baja.
La veo juguetear con el cierre de su chaqueta, evitando mirarme a los ojos.
—Lennox me presentó a Spencer, el hermano de una amiga de ella —me empieza a contar—. Lo hizo porque según ella, tú se lo pediste. ¿Lo hiciste?
Miro hacia la baranda y me pregunto cuanto dolerá la caída desde aquí.
Sí, le pedí eso a Lennox, pero eso fue antes, aunque ¿cuál es la diferencia entre ese momento y ahora?
—Sí, espero no te moleste, pensé que sería bueno para ti que empieces a salir en citas y eso. Dar un paso hacia adelante en esa área.
Mi tono es algo seco, pero intento mantener una sonrisa en mi cara.
—Me invitó a una cita.
—¿Qué le dijiste?
Jaz se encoge de hombros.
—Le dije que lo pensaría. Quería hablar contigo primero.
—¿Quieres salir con él?
—Me agradó —responde—, creo que sí, que sería agradable.
Vuelvo a forzar otra sonrisa.
—No sales con alguien porque te parece agradable, Jaz. Si fuera así podrías salir con cualquiera, incluso conmigo.
—Bueno, tú no preguntaste —responde al instante.
Está conversación ha tomado un giro que no esperaba.
Paso una mano por mi cara y tomo el mentón de Jaz para hacer que me mire.
—Si quieres ir a esa cita, entonces ve. Sal con él y diviértete, lo mereces y creo que es una buena idea.
Sonríe, pero sus ojos no brillan como siempre.
—¿En serio lo crees, Drea?
Guardo silencio un momento.
Es una decisión de sí o no. Fácil. Por qué, ¿cuál es el peor escenario que se podría dar?
—Sí, Jazmín.
Y sin nosotras saberlo, las realidades se fragmentaron esa noche.
"Una sola partícula se descompone en dos (o más) fragmentos, que pasan a moverse por separado. Vendría a ser el opuesto de una colisión completamente inelástica".
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