12. ¿Como si fuéramos el eco de una historia que nadie va a narrar?
Alexander Stewart - I'm trying (0:07 - 0:57)
Sigo mirando el menú sin verlo realmente, ¿cuánto tiempo llevo así? Mi mente no está aquí. Está repasando los próximos conciertos, los comentarios en las revistas, la discusión con mi madre y la forma en que me llevó a rehabilitación. Pienso en cuánto la odié cuando lo hizo y que hay veces donde aún la odio por hacerme ir ahí, incluso aunque su intención fue ayudarme. Ella no debió tomar esa decisión por mí.
Sigo leyendo los tipos de pasta una y otra vez. Porque esto sucede mucho, mi mente se distrae y recorre un millón de cosas diferentes y luego mi mente me juega una mala pasada. Me lleva de regreso a las amenazas de Henry y aquel sofá en su oficina, a la forma que le suplicaba por droga, a las veces que me hacía humillarme por darme un par de gramos antes de algún show o como me obligaba a estar con él.
Nunca te obligué —me dijo él una vez—. Tú nunca dijiste no.
Esa conversación murió ahí porque una parte de mí, la parte jodida rota y nublada por las drogas creyó —aun lo creo—, que él tenía razón.
—¿Drea?
Una mano roza de forma suave los nudillos de mi mano y mis ojos revolotean hasta que observo a Jazmín, quien ya me está mirando.
—¿Está todo bien?
Tiene una mirada inquisitiva y sus dedos rozan mis nudillos por unos segundos más antes de que aparte su mano, pero sus ojos azules siguen observándome.
—Sí, estoy bien —respondo e intento mostrar una sonrisa, pero no lo consigo del todo.
Mi pierna tiembla. Mis manos sudan, mi cuerpo se siente ansioso y no puedo evitar ser consciente de todo: el aroma de los diferentes ingredientes y las bebidas. Así como el perfume fuerte de la mujer dos mesas delante de nosotras.
Y al mismo tiempo no soy consciente de nada. Me pierdo parte de la conversación porque mi mente se distrae, mis ojos buscan salidas de emergencia, mi mente piensa en cosas que no debería estar pensando.
Soy un caos por dentro y no tengo idea de cómo luzco por fuera, aunque creo que no parezco como me siento, porque las personas no prestan atención y cada una sigue su camino.
—Hablemos —pido—, cuéntame algo sobre ti.
—¿Qué quieres saber?
Parece dispuesta a contarme cualquier cosa que le pida.
—Cuéntame cuál es tu peor recuerdo.
No estoy de humor para buenos recuerdos, no creo poder fingir.
No duda en cuál es su peor recuerdo, lo tiene en la punta de su lengua.
—Mi madre era alcohólica —me empieza a contar Jazmín—. No muchos lo saben. Es una empresaria, tenía mucho estrés por cumplir plazos, por manejar todo y su consuelo era la bebida. No la veía mucho, pasaba con niñeras y choferes, pero cuando estaba en casa, siempre tenía una bebida en la mano y las veces que no era así, no era bueno. Verla sin una bebida se sentía como ver a un tornado venir hacia ti.
Me tenso y me siento recta, prestando atención a la mujer frente a mí sin atreverme a quitar su mano de la mía.
—¿Y me vas a contar como logró vencer sus vicios gracias al poder del amor? —pregunto con amargura.
Genial. Salí de un discurso motivacional para entrar en otro. Sé que no era la intención de Jazmín, ella ni siquiera sabe lo que estaba pasando con mi madre antes de encontrarme con ella en el living.
Jaz se ríe sin humor.
—No tengo idea de cómo logró vencer su vicio. Un día llegué de visita de la universidad y me sorprendí al no verla con una bebida en la mano. Me contó que su nuevo esposo, el padre de Remy, merecía el esfuerzo de que ella intente cambiar.
No lo dice, pero el mensaje está implícito: Pudo cambiar por él, pero no por mí.
Parece algo que se repite mucho en la vida de Jazmín.
—No era tu culpa, Jaz. El que ella no haya podido dejar la bebida por ti, no tiene nada que ver contigo.
Jazmín no parece creerme, ella niega con la cabeza y continúa.
—Tenía once y ella estaba borracha, se cayó al piso y la botella que tenía se rompió. Mi madre empezó a llorar, fue lamentable de ver, levantó la mirada y me dijo que no llame a nadie, antes que yo pueda responder, se cortó las venas frente a mí. Y esperé a que se desmaye para llamar a emergencias.
» Cuando se despertó no me agradeció o me regañó, solo me dijo que lo había hecho porque su colección falló. No era la primera vez que hacía algo como eso, pero si fue la vez que tardó más tiempo en reaccionar.
Intento ignorar la sensación del pulgar de Jazmín frotando suavemente el dorso de mi mano. O evitar pensar en la forma que los ojos de Jazmín me miran expectantes y cálidos, con un afecto que no creo haberme ganado o ser merecedora.
Trato de no pensar en la forma que su cabello rubio cabe sobre sus hombros o su lápiz labial rojo y sus mejillas ligeramente sonrojadas.
—Te lo dije, Jaz, no tiene nada que ver contigo. Las adicciones son complicadas y dejarlas es aún más. Puedes querer mucho a una persona y eso no ser suficiente para dejar un vicio. Confía en mí, se de lo que hablo.
De alguna manera, este extraño giro de la conversación me devuelve a tierra, al aquí y al ahora.
—Aunque lo que hizo mi mamá no fue con la intención de lastimarme, fue lo que sucedió. Y no puedo evitar pensar en que cada vez que algo le va mal, ella hará lo mismo que hizo aquella vez, pero yo no estaré ahí para llamar a emergencias y acompañarla en la sala de espera hasta que reaccione.
—¿Cuántos años tenías la primera vez que sucedió?
—Seis, tenía ocho la primera vez que comprendí que mi madre tenía un problema. Me dijo que era más sencillo lidiar con todo cuando tenía una bebida en su mano.
Sí —respondo en mi mente—, porque no es fácil lidiar con la fama y continuar con el show, estando sobria.
Pienso en los periodistas con sus cámaras enfocando mi cara mientras intentan obtener una primicia o un mal momento para vender dichas imágenes al mejor postor, y que era más fácil caminar e ignorarlos cuando había inhalado algo.
—¿Y tú peor recuerdo cuál es? —me pregunta.
Es una pregunta justa, después de todo, fui la primera en preguntar. Aunque sí soy honesta, no pensé que me daría una respuesta tan cruda y honesta.
Me molesto un poco con la madre de Jazmín por hacerle pasar algo como eso a su hija, y el rostro de mi madre aparece en mis pensamientos. Pienso en ella y todo lo que ha tenido que lidiar conmigo e incluso pienso en la discusión que tuve con ella hace poco.
—No podría elegir uno —respondo—. ¿Jaz? Gracias.
—¿Por qué?
Miro nuestras manos que aún siguen juntas sobre la mesa y luego regreso mis ojos a su rostro.
—Estaba a punto de hacer una estupidez cuando apareciste.
Sonríe.
—¿Ves? Ser mi amiga tiene sus partes buenas.
—Oh, Jazmín, confía en mí, tú tienes muchas partes buenas.
Sus mejillas se tiñen de rosa y baja la mirada.
—Tú también, Drea.
Levanto mi ceja e inclino un poco mi cuerpo hacia ella.
—¿De verdad, Jaz? Me siento alagada.
—¿Ya no estás pensando en hacer aquella estupidez?
—Un poco menos que antes.
Tararea algo que no logro entender.
—Sea lo que sea, estoy aquí para ti.
—Lo sé, Jaz.
Vuelvo a mirar a Jazmín, que sonríe de esa forma ridículamente abierta, sus ojos azules prácticamente brillan y al verla... Me duele el corazón.
No entiendo el sentimiento, es nuevo y extraño.
Pasamos el resto del tiempo manteniendo conversaciones vagas sobre nada en particular. Es relajante y tengo el pensamiento fugaz de que es algo a lo que me podría acostumbrar.
—¿Conoces la teoría del pan quemado? —me pregunta una vez que llegamos a la azotea y nos acomodamos en las tumbonas de madera con vista a la ciudad.
Niego con la cabeza.
—No, no creo haberla escuchado.
—Bueno, está teoría dice que, si se te quema un pan en la mañana, el tiempo que vas a invertir en hacer un nuevo pan, te puede salvar de muchas cosas.
—Es un efecto mariposa.
Jazmín asiente de forma vigorosa con la cabeza.
—Que se te queme el pan en la mañana puede hacerte perder algunas cosas, pero te pone en el momento exacto en el que vas a conocer a una persona especial. ¿Sabías que el día que nos conocimos se me quemó el pan en la mañana?
—Nos hubiéramos conocido de todas formas, Jaz. Eres consciente de eso. ¿Verdad?
Pone los ojos en blanco.
—Eso no lo sabes.
—Eres la hermana de Remy y vives en el apartamento donde también vive mi hermana, era cuestión de tiempo conocernos.
—Tal vez, pero no supera a la historia de cómo nos conocimos —me guiña un ojo y yo suelto una risa.
No puedo categorizar a Jazmín y eso es algo que hago: categorizo a las personas en mi vida en tablas ordenadas para saber a qué me enfrento.
Por un lado, están los hombres y mujeres que me desean, personas que están celosas de la atención que recibo de cualquier género. Personas que se acercan a mí solo por mi apellido o fama. Personas que desean algo de mí, cualquier cosa y también están las personas que me juzgan sin tener idea de quién soy.
Jazmín no encaja en ninguna de esas tablas y eso me resulta frustrante.
—Fue un día agradable, Drea. Debemos hacerlo más seguido.
—Sí, debemos.
Se levanta de la tumbona y se despide con la mano.
—No dudes en llamar si estás pensando en hacer alguna otra estupidez.
—¿No importa la hora?
—No, siempre atenderé cuando llames, sin importar que hora es.
Son palabras fuertes y declaraciones con mucho peso, sin embargo, le creo y no entiendo la razón.
Es casi después de media hora que ella se va, que regreso a mi pent-house y boto por el inodoro las pastillas que Henry me dio. No pienso mucho en por que lo hago y es probable que me arrepienta después, pero las dejo ir por ahora.
—¿Drea? Remy está aquí.
Levanto mi mirada y pongo los ojos en blanco.
—¿Remy? Ya me puedo imaginar porque vino. Dile que ya salgo.
Me coloco delineador de ojos, algo de máscara de pestañas y pinto mis labios antes de salir para encontrarme con Remy, quien está recostado en mi sofá, con su brazo extendido sobre el respaldo y una sonrisa en su cara.
Jenny le está contando algo y me aclaro la garganta para llamar la atención de ambos.
—Le estaba diciendo que amaste las magdalenas que te envío Jazmín. Tanto así, que te comiste casi todas tú solita.
—¿Sí? Vaya, Jenny, no sabía que te estaba pagando para informar a los demás de las cosas que hago.
Ni siquiera finge inmutarse por mi mirada y sale de la sala, dejándome a solas con Remy.
—Y bien, ¿por qué estás aquí?
—¿No puede un amigo visitar a su amiga?
Levanto una ceja.
—No somos amigos, apenas y te tolero.
—Si, bueno, es mutuo.
Me acomodo en el sofá individual y le hago una seña para que empiece hablar.
Parece buscar las palabras adecuadas para poder empezar la conversación.
—Jazmín es especial —empieza—. Mucho más especial que la mayoría de las personas. Te has dado cuenta de eso. ¿Verdad?
—Sí.
No era exactamente, así como esperaba que suceda está conversación y me siento confundida de hacia dónde se dirige.
—Es algo ingenua y demasiado confiada, cuando le importa alguien y hace todo lo que está en sus manos y más por esa persona.
—¿Por qué me estás diciendo esto?
—No lo tomes a mal, no es algo personal. Solo quiero pedirte que no empieces algo que no vayas a estar dispuesta a continuar porque Jazmín ya ha sufrido demasiado y no merece ver cómo se marcha otra persona a la que ha tomado cariño.
Mientras lo escucho, me doy cuenta que no se mucho sobre Jazmín a parte de lo que, escuchado por Colin y Lennox, y ahora Remy.
Tampoco soy una persona que esté acostumbrada a tener amigos que se preocupen por mí. La única persona a la que siempre le he importado es mi mamá.
—Mira, no estoy diciendo que seas su mejor amiga ni nada por el estilo, solo te digo que no empieces nada con lo que no te comprometas. Ella se lastima fácilmente porque tiene demasiada fe en las personas y siempre está mirando lo bueno en otros.
Me he dado cuenta, lo hace incluso cuando no hay nada bueno que mirar.
—No lo haré y sabes, esto se parece mucho al discurso de, si lastimas a mi hermana, te lastimaré a ti. Aunque ambos sabemos que antes de que incluso puedas tocar uno solo de mis hermosos cabellos, Katie acabará contigo.
Bromeo, como un mecanismo de defensa para restarle importancia a la situación. Aunque en mi mente no dejan de dar vueltas sus palabras.
Seguro que durante mi vida he tenido algunas personas a las que llamé amigos, la mayoría casuales, parte del medio y de los cuales me alejé al darme cuenta las horribles personas que eran y tal vez por eso dejé de intentar volver a entablar una amistad. Otras amistades, como en el caso de Emilia, fueron solo efectos secundarios, algo que simplemente sucedió.
En realidad, ahora que lo pienso, nadie antes ha intentado entablar una amistad conmigo, por el simple hecho de que les agradaba y disfrutaran de mi compañía.
Pero aquellos pensamientos se ven interrumpidos por la llegada de Lena.
—Pequeña Reagan —la saluda Remy y se levanta para abrazarla—. ¿Cómo está mi Reagan favorita? No le digas a tu hermana que te dije eso.
Lena se ríe y le devuelve el abrazo antes de saltar hacia mí y abrazarme muy fuerte.
Dulce y tierna, Lena, porque si hay un Reagan bueno y que vale la pena, esa es Lena.
—¿Qué te trae por aquí, Lenny?
—¿Te molesta que haya venido sin avisar?
Niego con la cabeza.
—Nunca. Tú puedes venir cuando quieras.
La única cosa que como hermanos solemos estar de acuerdo, es cuando se trata de algo que tiene que ver con Lena y su protección.
—Las dejo. Fue bueno verte, Lena. Y, Drea, por favor piensa en lo que te dije.
Se despide de nosotras y promete invitar a Lena a su siguiente concierto antes de irse.
Me acomodo en dónde estaba sentado Remy antes y golpeo el asiento vacío para dejar que Lena se acomode.
—Y bien, ¿qué quieres hacer?
—Lo que quieras, solo quería verte. Te extrañe.
Sonrío y aplasto sus mejillas con mis manos.
—Eres demasiado dulce para tu propio bien. ¿Lo sabías, Lenny?
No me importan muchas personas, soy generalmente egoísta, pienso que tengo suficiente con la mierda que es mi vida, como para que me importe la vida de los demás, pero con Lena es diferente. No puedo evitar que me duela el corazón con respecto a ella.
Perder a su mamá debió ser duro, pero más aún porque era tan joven y no tenía a nadie.
Tanta familia para nada —fue lo que pensé, cuando vi a Lena tener que salir adelante sin nadie a su lado.
Papá apenas y se acuerda de ella y el abuelo ni siquiera le da una segunda mirada. Usualmente cuando el abuelo organiza cenas a quienes invita es a Lennox, Stefan o Andrew. Y todos sabemos que adora a Katie, incluso sí Katie lo odia de forma abierta y descarada.
—Déjame pedirle a Jenny que nos traiga algo de comer. ¿De que tienes ganas?
—Comida Italiana, por favor.
Golpeo su nariz.
—Por supuesto. Mientras cuéntame, ¿cómo va el entrenamiento para tu siguiente competencia?
Me empieza a contar los problemas que ha tenido con su nueva pareja de patinaje, como la mala relación entre los dos ha provocado cierta fricción en los entrenamientos, pero que están trabajando en superar sus diferencias.
Mientras la escucho hablar, recibo un mensaje de Marcus para decirme que las últimas dos canciones que escribí se las darán a Los cuatro jinetes, el grupo conformado por Tristán —sí, el prometido de Emilia— y sus hermanos.
Está no es la primera vez que lo hacen. Todo su anterior disco está lleno de canciones que yo escribí.
—¿Estás bien?
Bajo el teléfono y me trago una maldición.
—No, pero no importa. Da igual.
Solo serán dos jodidos años más —me recuerdo—. Puedo soportar dos años más.
¿Qué son dos años más de tortura?
La compañía de Lena me ayuda a olvidar lo sucedido con Henry, el que casi volví a consumir y todo en general, pero una vez que ella se va y la noche llega, las pesadillas invaden mi mente. Torturándome hasta que me despierto gritando en mitad de la noche como lo suelo hacer cada vez que tengo que verlo a él.
Son alrededor de las dos y media de la mañana cuando dejo a un lado la libreta y me acuesto en mi cama.
Drea: ¿Estás despierta?
La respuesta de Jazmín es casi inmediata.
Jazmín: Ahora lo estoy. ¿Qué sucede?
Drea: Solo estaba probando si realmente responderías a cualquier hora.
Jazmín: Siempre.
Jazmín: ¿Te conté que mi animal favorito es el panda? ¡Son tan lindos! Cada vez que los veo me dan ganas de abrazarlos muy fuertes y nunca soltarlos. Pero también me gustan los pingüinos. ¿Sabías que un pingüino puede correr a una velocidad de hasta 25 km/h?
Drea: No, no lo sabía. ¿Qué otras curiosidades sabes sobre los pingüinos?
Sonrío ante su respuesta y voy a su nombre de contacto para agregar un emoji de una magdalena y un sol.
Después de eso, busco otro nombre entre mis contactos.
—Hola, ¿estás ocupada?
Mi voz suena baja y me pregunto si ella puede escuchar mi cansancio en esa corta oración.
—Necesito ayuda —le confieso a mi terapeuta—. Hoy estuve a punto de volver a consumir.
—¿Necesitas que vaya o puedes venir?
—Iré.
Esto es un avance. ¿Verdad? El reconocer que necesito ayuda, que no puedo hacerlo sola.
Soy una luchadora —me digo—, pero también soy un problema.
Al final, veremos cuál versión gana.
"El efecto mariposa es un concepto en la teoría de sistemas complejos que afirma que un pequeño cambio en un sistema puede tener un impacto grande y no predecible en el sistema en su conjunto".
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