10. ¿Puedes dejarme vivir en este engaño un poco más?
Love The Way You Lie - Eminem ft. Rihanna (3:01 – 4:12)
Mi mano duele y no por buenas razones, si no por escribir cada una de esas notas. Una vez que finalizo de escribir. Se las entrego a Jenny y dejo que ella se encargue del resto mientras yo me encierro en mi estudio para poder componer algo.
Hay una idea bailando en mi mente desde aquella vez que conocí a Jazmín y quiero poder plasmarla.
Las horas pasan mientras estoy en mi estudio y solo una vez que salgo, reviso mi teléfono, sonriendo al notar que tengo un mensaje de Remy.
Remy: ¡¿Por qué no me dijiste que eran tantas flores?!
Remy: Aunque es un lindo gesto a Jazmín le gustará. Gracias.
El siguiente mensaje es un vídeo de la reacción de Jazmín al ver las flores y su sonrisa, la forma en que salta de emoción y cubre sus labios con sus manos, vale totalmente la pena el escribir cada una de esas notas.
Me doy vuelta, aun concentrada en mi teléfono cuando un quejido llama mi atención y levanto mi cabeza para ver a Emilia de pie, en la sala.
—Emilia.
Sus ojos siempre me han resultado encantadores cuando llora. Vibrantes y etéreos. Y ahora, después de todo lo que me ha hecho, disfruto mucho al ser la causa de esas falsas lágrimas, de ese falso dolor que dice sentir.
—Lo siento, Drea.
Hubo un tiempo donde eso hubiera sido suficiente, pero muchas cosas han cambiado desde entonces hasta ahora. Mis prioridades han cambiado. El amor que una vez sentí por aquella criatura manipuladora, se empieza a diluir, al menos lo que quedaba de él, porque se ha desgastado con los años y ahora solo quedan retazos de la ilusión del primer amor que una vez sentí por ella.
Ahora solo sonrío con amargura al recordar todo.
—¿Qué quieres? —espeto en su dirección, palabras cargadas de puro veneno.
Miro mi reloj.
¿Quién la dejó entrar? Debí saber que ella conseguiría que los guardias sedan ante su mirada y puchero. Debo ser más severa en todo ese asunto porque esto es algo que no quiero que se vuelva a repetir.
—¿No deberías estar en tu apartamento celebrando con tu feliz prometido? O no me digas, ¿hay problemas en el paraíso? Es una pena. Se veían tan felices. O, espera, ya sé ¿él se enteró de que te acostaste conmigo para celebrar?
Su cuerpo se sacude con el primer sollozo, se tensa y sus hombros se hunden, como si ya no tuviera fuerzas para seguir erguida.
Suspira y sus manos se retuercen frente a ella de una manera que ha hecho desde que la conocí hace años.
—Por favor, déjame explicarte —levanta una mano con la intención de acercarse a mí, pero mi mirada la detiene—. Por favor, mi dulce Drea, te lo ruego, déjame explicarte. Te prometo que no es lo que piensas.
Me burlo de sus palabras. ¿Cuántas otras veces me ha dicho lo mismo? Tantas y tantas jodidas veces y siempre terminamos de la misma manera. Aquí y discutiendo, para después caer de nuevo en el juego y terminar teniendo sexo. Pero no está vez.
—Cállate, Emilia. Deja de hacer promesas vacías. En primer lugar, no tienes derecho a llamarme tu nada. Ya no. Era un privilegio que te di y lo perdiste. Y, en segundo lugar, ¿por qué debería escucharte? Ya sé lo que vas a decir, ya hemos hecho esto antes y he terminado con tus jodidos juegos emocionales. Los dioses saben que debería haber puesto fin a tus perversas tonterías la primera vez que sucedió.
Emilia se ve tan derrotada y arrepentida, hay una forma peculiar en la que su labio tiembla y la mirada dolida, que casi me perdono por todas las veces que le creí sus mentiras porque Emilia es realmente buena en esto.
Pero la conozco mejor. La he visto hacer esto a otras personas y burlarse de lo incrédulos que son.
—Drea, por favor.
Me cruzo de brazos, colocándolos justo debajo de mis senos y entrecierro los ojos, con una sonrisa ladeada en mis labios.
Soy muy consciente de lo que aquellos gestos y movimientos le hacen a Emilia y planeo utilizarlos a mi favor.
—Bien habla. Tienes exactamente cinco minutos para explicarme porque te comprometiste y luego viniste aquí a joder conmigo como si nada hubiera pasado. Cinco minutos antes que te heche de aquí y de mi vida. Utilízalos de forma sabía.
La veo cambiar su peso de un pie al otro y observo como sus ojos recorren el escote de mi blusa. Sonrío aún más. Siempre logro tener ese efecto cuando me enojo. ¿Y qué? Soy buena en el arte de la seducción. Demándenme.
—Bien. Habla.
Su mirada va hacia mis ojos y sonríe, con ese pequeño brillo travieso en su mirada que aparece cuando ella intenta conseguir lo que quiere.
—¿Por qué debemos hablar si hay cosas más interesantes que podríamos hacer con la boca, Drea?
Una ola de ira, no solo por su comentario si no por todo lo que ha sucedido, brota de mi pecho. Trepando y arañando mi garganta, para posarse en el borde de mis labios.
Veo el momento en que Emilia se da cuenta que decir eso fue un mal movimiento e intenta decir algo más, pero la detengo.
—Debes estar jodidamente bromeando —bramo en su dirección—. ¿Lo ves? Esto es exactamente lo que quiero decir. Estos juegos retorcidos que te gustan jugar, he terminado con ellos y también contigo y tu cero responsabilidad afectiva hacia mí. Así que vete y ve a buscar a alguien más que quiera ser parte de tu jodida mierda porque yo he terminado.
—No lo dices en serio.
Levanto una ceja ante el desafío en su voz.
Doy unos pasos en su dirección, invadiendo un poco su espacio personal y nuestra diferencia de altura casi no se nota. Siento el cálido aliento de Emilia chocar contra mi rostro y bajo mi mirada hacia sus labios, mordiendo mi labio inferior antes de soltarlo y hablar.
—Es una lástima para ti —susurro cerca de sus labios regordetes—. Ambas sabemos que nadie más te va a joder de la forma en que yo lo hago.
Sonrío.
El pecho de ella se agita por nuestra cercanía y libera un suave gemido, acercándose y cortando la poca distancia que nos separaba, rozando mi mejilla con su nariz y acercando sus labios a los míos, pero la detengo.
—Nunca debí dejarte asumir que yo estaría a tu disposición cada vez que tú quisieras. Pero eso se acabó. Ya no. He terminado contigo. Ahí está la puerta. Vete y no vuelvas.
Ella no se va. No se mueve. Me toma del brazo con más fuerza de la necesaria y me detiene.
—No. No me iré. Drea, sabes que no lo amo, que acepté casarme con Tristán por insistencia de Henry. ¡Tú sabes cómo puede ser él! Amenazó mi carrera. Yo no quiero a Tristán o a nadie más, te quiero a ti. Siempre te he querido a ti.
—¡¿Y por qué no me dijiste eso cuando viniste esa noche?! Viniste aquí, nos acostamos y fingiste que no pasaba nada y, ¿ahora eres la víctima porque yo no te quiero perdonar? Todo el tiempo haces lo mismo. Arruinas algo, lastimas a alguien y te haces la víctima. ¡Ya no más! Déjame en paz. Déjame salir de esta retorcida mierda en la que me metiste.
Sostiene mi rostro entre sus manos. Sus labios están tan cerca de los míos.
—No me dejes —me pide.
—Quiero que entiendas esto muy bien —espeto—. No seré más el sucio secreto de nadie.
Su labio tiembla y deja caer su frente sobre la mía aún con sus manos sosteniendo mi rostro.
El sonido de unas pisadas me hace mover mi cabeza y veo a Jazmín, que mira la escena frente a ella, con las cejas arrugadas y los labios juntos en una clara señal de disgusto.
—¿Interrumpo?
Escucho vagamente la maldición de Emilia y el toque desdeñoso del "Sí" que sale de sus labios.
Aparto a Emilia y niego con la cabeza en dirección a Jaz.
—¿Jazmín? ¿Qué haces aquí?
Su mirada va de Emilia a mi persona, intenta forzar una sonrisa, pero es como un libro abierto.
—Solo vine a darte las gracias por las flores.
Sostiene una canasta con magdalenas frente a ella.
—¿Flores? ¿Le diste flores? —pregunta Emilia— ¿Quién es ella? ¿Y por qué le diste flores? Pensé que era tu nueva asistente o algo así.
—Ella es mi amiga y a diferencia de ti es bienvenida aquí. Ahora vete, Emilia y no regreses.
—¿Por qué le diste flores?
Veo a Jazmín moverse algo incómoda y me disculpó con ella mientras llevo a Emilia —quien se resiste— hasta la puerta.
—Le di flores porque las merece. Vete.
—¡No! Aún no terminamos de hablar. Dile a ella que se vaya.
Suelto una risa seca.
—Ella no se irá.
—¿La estás escogiendo antes que a mí?
—Oh, Emilia. Tú ni siquiera eres una opción para mí.
Veo que mis palabras han despertado algo en ella.
Me sonríe, soltando una pequeña risa burlona y levanta un dedo para pasarlo por mis mejillas.
—Un par de meses sobria y, ¿ya te crees mejor que yo? Vamos, Drea. Te conozco. Siempre es lo mismo. Yo vengo y tú me dejas entrar.
—No. Está vez no.
Hay algo oscuro en su tono y mirada, como si quisiera verme caer solo para decir te lo dije y regodearse en que ella tenía razón.
Al verla ahora, un recuerdo en particular viene a mi mente.
—Espera, ¿no quieres probar estás pastillas conmigo? ¿Quién eres y qué has hecho con mi Drea?
Aparto la mirada de la caja negra que Emilia sostiene frente a mí, tratando de evitar pensar en su contenido.
—Acabo de salir de rehabilitación y estoy pensando en dejar de consumir por un tiempo.
Juego de forma distraída con la pulsera en mi muñeca, pero puedo sentir la mirada de Emilia fija en mí.
—Vaya, eso es nuevo. ¿Por qué tomaste esa decisión?
No aparta o guarda la caja, pero tampoco intenta acercarla a mí.
—No me gusta la forma en la que me hace actuar o como me siento después de consumir.
Emilia se ríe y muevo mi cabeza hacia ella.
—Las drogas no son el problema, Drea —me dice y la escucho acercarse, se para detrás de mí y acerca sus labios a mi oreja—. El problema eres tú y los demonios que mantienes encerrados. Las drogas solo los despiertan, los hace revelarse contra ti y querer salir de las jaulas donde los tienes —susurra—. ¿Por qué los mantienes encerrados? Déjalos salir.
Le devuelvo la sonrisa a Emilia y aparto su mano de mi cara.
—Vete y no regreses.
—Sabes que lo haré, de todas formas, la puerta siempre está abierta para mí.
Abro la puerta y la empujó lejos antes de cerrarla. Una vez que lo hago, recuesto mi frente sobre ella y cierro los ojos tratando de recobrar la compostura.
Es la voz de Jazmín lo que me regresa al presente.
—Lo siento. No quería interrumpir.
—No estás interrumpiendo nada, Jaz.
—Quería agradecerte por las flores —me vuelve a decir—. Te hice magdalenas de manzana y canela. Lennox me dijo que son tus favoritas.
—No tenías que hacerlo, las flores eran mi forma de agradecerte por ser mi amiga e ir a verme cuando lo necesitaba.
Jazmín sonríe.
—Eran muchos ramos y notas.
—Estoy muy agradecida —murmuro—. Y soy un poco dramática, es algo a lo que debes acostumbrarte.
Da unos pasos tentativos hacia mí.
—No tienes que agradecerme por ser tu amiga. No hago nada para obtener algo a cambio.
—Eso es algo a lo que estoy tratando de asimilar porque las personas siempre quieren algo de mí. Viene con la fama y el apellido. Pero no quiero hablar de eso.
Jaz me da una sonrisa tentativa.
—Bueno, entonces dime algo más, dime lo que quieras.
Y por un momento, mientras mis ojos se pierden en el azul de su mirada, me siento tentada a contarle toda mi vida. Cada mal pensamiento, cada deseo que le he pedido a las estrellas y cada teoría que he aprendido a lo largo de mi vida. Quiero contarle todo, pero eso es demasiado. Así que, en lugar de eso, le digo una sola cosa.
Una cosa que define lo que soy.
—Soy un desastre, Jazmín —le cuento en voz baja—. Estoy muy jodida.
Mi voz logra mantenerse firme hasta el final, pero no logro sostener su mirada por mucho tiempo. Es demasiado.
—Todos lo somos, cada uno en una manera distinta. Pero es parte de la vida ser un desastre y estar jodido en algún punto del camino. Perderse y seguir perdido, hasta que un día, sin darte cuenta encuentras el camino correcto. Ya sabes, el famoso camino amarillo.
Quiero creerle, no puedo recordar la última vez que quise creer algo con tanta fuerza.
—He estado en el camino incorrecto por mucho tiempo y ni siquiera sé si vale la pena encontrar el camino correcto.
Me siento agotada en más de un sentido.
—¿Te gustaría perderte conmigo, Jaz?
—Por supuesto.
Levanto mi cara hacia ella.
—¿Incluso aunque nunca lleguemos al camino amarillo?
—Sí —toma mi mano entre las suyas—. Sí tú saltas, yo salto.
Trago saliva ante la fuerza y el significado de sus palabras.
Oh, Jazmín, en definitiva, vas a cambiar mi vida.
*******
Me despierto lentamente con mi mente nublada por mi primer sueño reparador en meses. Me estiro bajo las sábanas y suelto un pequeño bostezo.
—Buenos días —me saluda Jenny de forma seca, como lo hace todas las mañanas y abre las cortinas de mi habitación con el control, mientras se dirige a alistar todo para que tome mi baño matutino en mi jacuzzi—. Te recuerdo que tienes una reunión hoy con Henry Bauer a las diez.
—Lo sé, Jenny. No soy estúpida, tengo algo que se llama cerebro y a diferencia de la mayoría de la población mundial me gusta usarlo.
—Tu mamá me dijo que te lo recuerde porque sueles olvidar tus reuniones.
Recién empieza el día y mi paciencia ya se agotó.
—No las olvido. Elijo no asistir, lo cual es diferente. Tengo una excelente memoria. Un rasgo familiar, según mi madre.
Aunque mi madre no me ha dicho si es un rasgo por su lado de la familia o por parte de la familia de mi padre.
—Y, por cierto, tienes que decirme que hacer con el paquete.
—¿De qué? No he pedido nada.
—Las magdalenas que te trajo "esa nada especial chica" a la que le regalaste flores.
Me detengo a mitad de mi camino hacia mi baño y sujeto el lazo de mi bata antes de ir hacia la sala, seguida por Jenny.
Ahí, en el mesón de la cocina está aún la canasta de mimbre decorada con cinta amarilla llena de magdalenas que Jaz trajo anoche.
—Hay una nota —me informa Jenny—. Asumo que aún no la lees.
Me acerco a la canasta y sí, ahí encima hay una nota escrita a mano.
Tomo la nota y sonrío, casi de forma involuntaria, pero al notar la mirada de Jenny sobre mí, recobro la expresión sería de antes.
Drea.
No sé si lo recuerdes, pero te conté que tú me inspiraste a seguir mi sueño, a dejar mis miedos atrás y quería preparar algo para ti como agradecimiento por ayudarme y por las hermosas flores que me diste. Gracias, Drea. Lennox me dijo que tus magdalenas favoritas son las de manzana y canela, así que las hice especialmente para ti. Espero te gusten. Si no, solo dime qué puedo hacer, para agradecerte tu ayuda.
Ten un buen día.
—¿Dónde está mi teléfono?
—Aquí.
Tomo el teléfono que me entrega Jenny y busco el número de Jazmín, pero al entrar en el chat, no sé exactamente que decirle.
Drea: Las magdalenas de manzana y canela son perfectas, Jaz. No tenías que hacer nada, no tienes nada que agradecerme. Y sobre la conversación que tuvimos, lo recuerdo. Espero que tú también tengas un buen día.
Una parte de mí, sigue sin creer que aquello sea cierto. Aunque no debería sorprenderme de todo, Jazmín no sería la primera persona que me dice que yo la he inspirado, pero la diferencia es que la mayoría de esas personas, no me ha visto en mi peor momento.
Los demás solo tienen la imagen creada para los escenarios y entrevistas.
—Si quieres llegar a tiempo a tu reunión, será mejor que entres a tomar tu baño ahora.
—Te escuché, pero voy a elegir ignorarte.
Jenny maldice en alemán.
—Ich spreche auch Deutsch —le digo—. Ich kenne sieben Sprachen. Jetzt halt den Mund.
Le doy una sonrisa que estoy segura ella odia, y tomo uno de las magdalenas, la observo con atención y a pesar que no suelo comer en la mañana o en si comer, le doy una mordida.
Está deliciosa. Tan buena, que se siente mal de mi parte no terminarla. Así que eso hago, me como toda la magdalena.
—A tu mamá le va a encantar saber que al menos está mañana comiste una magdalena. Algo es algo.
Ignoro a Jenny.
Drea: Por cierto, a mí también me gustaría que me conozcas. A mi verdadera yo.
Incluso aunque no tengo idea como es del todo.
No hay respuesta, así que, sin más, regreso a mi habitación, dejo el teléfono en la cama y entro a tomar un largo baño.
Al salir, mi ropa ya está lista y mi maquillaje está ordenando para que lo utilice. No es hasta que estoy terminando que mi teléfono suena con un mensaje y sonrío al ver que es la respuesta de Jazmín.
Jazmín: Nada me haría más feliz que eso.
Jazmín: ¿Te gustaron las magdalenas?
Drea: Sí, estaban deliciosas. Por cierto, fue un placer verte la otra noche. Deberíamos hacerlo un hábito.
Jazmín: Sí, me encantaría y como dije, espero que tengas un gran día.
Drea: Podría ser un día fantástico si tuviera a cierta persona a mi lado.
Su siguiente respuesta tarda un poco más en llegar.
Jazmín: Oh, no sabía que estabas saliendo con alguien.
Drea: No, aún no. Pero suelo ser implacable al conseguir lo que quiero.
Jazmín: Esa es una excelente cualidad en una persona y estoy segura que no es la única que tienes.
Jazmín: ¿Estás hablando de la misma mujer de esa noche? Por qué si es así, recuerda que mereces a alguien mejor. Aunque te apoyaré en lo que decidas.
Repasó los mensajes que nos hemos enviado e intento averiguar, ¿cómo llegó ella a esa conclusión?
Drea: No, no estoy hablando de ella.
Volteo el teléfono y termino de arreglarme.
A este punto de la conversación, coqueteo con Jazmín solo por diversión. Primero, ella no se dará cuenta que lo estoy haciendo y segundo, es heterosexual y según lo que se, vino a San Francisco por Colín, sin saber que él está con mi hermana.
Y ese es un drama en el que no quiero estar.
—¿Aún sigue en pie la fiesta que estás organizando?
—Sí.
La veo anotar algo en la tablet que tiene en su mano.
—¿No crees que deberías parar un poco con las fiestas? Eso ayudaría a que las revistas dejen de hablar tanto de ti de la forma en que lo hacen.
Oh, Jenny. Se nota que eres nueva en este medio.
—Jenny, que opinión tan buena, lástima que no te la pedí.
—Era solo una sugerencia.
—Una que no pedí —repito.
Casi nueve de la mañana y ya puedo sentir el inicio de un dolor de cabeza que seguro empeora después de mi reunión con Henry Bauer.
Mierda.
—¿Qué hago con las magdalenas?
Regálalas a alguien —estoy por responder hasta que recuerdo que fue Jazmín quien las hizo.
¿Y quién es Jazmín? —pregunta una voz en mi cabeza.
—Lo que quieras.
—¿Los regalo?
—Sí —respondo.
Mi teléfono vuelve a sonar.
Jazmín: Es bueno saberlo. Por cierto, me alegra que te hayan gustado las magdalenas. Las hice con mucho cariño especialmente para ti.
Cierro los ojos con fuerza, pensando que tal vez Jazmín me está acosando y tiene cámaras en mi apartamento.
Maldigo en mi mente.
—No regales las magdalenas —le digo a Jenny y tomo otra de la canasta—, déjalas ahí. Las comeré después.
—¿Todas? Hay una docena, si no más.
¿Cuánto tiempo le tomó a ella hacerlas? Seguro estuvo horas realizando todas esas magdalenas y, aunque usualmente me daría igual, hay algo en Jazmín y su mirada de cervatillo que me hace sentir algo cerca del remordimiento ante la idea de regalarlos.
Espera... ¿Estoy sintiendo algo?
Llevo mi mano a mi pecho, como suelo hacer cuando reconozco alguna emoción o sentimiento. Lo hago para asegurarme que estoy despierta, que aquello que siento es real. Que no estoy alucinando por las drogas o el alcohol.
—Debe ser alguien especial si piensas terminar todas esas magdalenas.
—Ya te dije que no. Es solo...
¿Solo qué? ¿Ella es solo qué?
Es el sol —respondo en mi mente—. Y yo soy Ícaro.
"En sistemas binarios, una estrella puede transferir masa a su compañera. Esto puede afectar la evolución de ambas estrellas, y la estrella receptora puede acumular masa hasta que se alcance una masa crítica y se produzca una explosión de supernova".
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