La Bella y la Bestia (p.7)

La cena de la noche anterior había sido bastante silenciosa. Ninguno dijo nada y me pregunté si realmente tenía sentido cenar juntos. Al terminar se quedó un rato ante la chimenea mientras yo me fui a mi habitación, llevándome el postre para terminarlo ahí. El ambiente era demasiado incómodo y no me sentía bien. Ese día planeaba ir a hablar con la sirena, pero llovía, por lo que preferí pasar mi día en la biblioteca. Desayunaba en la habitación, comía en la biblioteca y cenaba en silencio con la Bestia en el comedor. O mejor dicho, en su presencia. Sabía que mi objetivo era llevarme bien con él, pero aún no me atrevía a decir algo después de lo ocurrido la última vez.

Así pasó una semana y parecíamos dos extraños viviendo en el mismo castillo cruzándonos con poca frecuencia y cenando en el mismo sitio. Cada noche después de cenar se sentaba un rato ante la chimenea, pero yo me marchaba a mi habitación. A veces le miraba y me preguntaba en qué pensaría y si podía pedirle que solo fuéramos amigos y no esperara nada de mí. En realidad él nunca mencionó nada de que sintiera algo, tan solo estaba tomando conclusiones sobre mí. Quizá me estaba preocupando por nada.

A la siguiente semana, mientras leía libros de aventura y fantasía, sentí que necesitaba hacer algo para vivir mi vida y no solo leer la de otros, por lo tanto, en cuanto dejó de llover, corrí hacia el estanque. Ya era tarde y se acercaba la hora de la cena, pero me daría tiempo. O eso esperaba. Me detuve en seco. Estaba a una distancia prudencial, a tiempo de darme la vuelta e irme. Pero me escondí. Y seguí observando. La sirena tenía compañía. Y no una cualquiera. Pero lo que me dejó un vacío en el estómago fue ver lo que ocurría entre ellos. La Bestia y la sirena... besándose. Debí admitir que nunca lo hubiera imaginado. Por una parte, me fascinaba la forma en la que la Bestia besaba unos labios casi humanos... pero por otro lado deseaba que no fueran los de ella. Ya entendía cómo había sido capaz de engañarle la sirena hasta entonces para que la dejara con vida. Al fin y al cabo, era la única compañía femenina que le duraba a pesar de las mujeres que habrían estado ahí antes y que fueron ahogadas en el estanque. Aquello me dio un escalofrío. ¿Estaba el estanque lleno de cadáveres? ¿O quizá la sirena se habría alimentado de ellos? De cualquier modo, era desagradable pensar en ello. Esperé a que la Bestia se marchara, pero en vez de eso escuché su conversación.

- Os lo dije... ninguna mujer se quedará a vuestro lado- le decía con voz melodiosa, hipnotizante-. Soy la única que ha permanecido fiel a vos.

- Porque estáis atada por el trato. No sois más que una prisionera que intenta complacerme para sobrevivir- le recordó él, fríamente.

- ¿Entonces por qué volvéis a mí?

- Porque no tengo a quién volver. Y porque sigo esperando que entréis en razón y me digáis la forma de romper el hechizo para recuperar vuestra libertad.

- Os lo diré mañana- respondió ella, juguetona.

- Eso me decís siempre- suspiró él, resignado, sin apartarse de las caricias de la sirena, sentado en el borde del estanque e inclinado ligeramente hacia ella.

- Siento que voy a recordarlo, pero no lo sabréis si no lo intentáis- le dijo ella con voz sensual mientras le tocaba y le miraba como si se sintiera atraída por él, pero al mismo tiempo mostrando una sonrisa fría y manipuladora.

Sentí lástima. Nadie merecía conocer solo esa clase de atracción. La Bestia no sabía lo que era el amor verdadero, que no era egoísta ni escondía intenciones ni manipulaba, sino respetaba y se preocupaba por él. Nadie a su alrededor cumplía ni cumpliría esos requisitos. Por un momento pensé que quizá realmente yo era su única salvación, a pesar de que estaba lejos de serlo ni deseaba entrar en terreno pantanoso. Pero si alguien podía al menos enseñarle lo que debía esperar de una persona y lo que no debía tolerar, esa era yo. Era lo mínimo que podía hacer por él. No soportaba ver que solo podía acudir a la sirena, que solo se aprovechaba de él. Aunque entendía que ella tampoco conocía otra manera, me importaba más lo que le pasara a él.

No aguanté más y salí de mi escondite, lo cual sobresaltó a ambos, haciendo que la sirena se apartara de él y se sumergiera y él se levantara de golpe, palideciendo al ver que se trataba de mí. Tomé una de sus grandes garras entre mis manos y le miré seriamente.

- No puedo permitir que estéis con ella, ¿no veis que no os respeta en absoluto? Solo juega con vos, y a pesar de saberlo, seguís regresando... Os ruego que dejéis de subestimar vuestro valor y que penséis que por un hechizo ya no merezcáis que os respeten y se preocupen por vos de manera desinteresada. Aunque nadie lo hiciera no perdáis vuestro tiempo con quienes no lo hacen o de lo contrario dais la espalda a conocer a quienes sí estarían dispuestos- le reprendí, pero con ternura.

- Bella...- fue lo único capaz de decir, pues aún estaba sorprendido.

- Y vos... lo siento pero hay que aclarar las cosas de una vez por todas- me dirigí a la sirena, que palidecía-. No dejaré que os ocurra nada, así que dejad de engañaros a vos misma y fingir constantemente, sed sincera, sed quien sois, decidle a vuestro señor lo que pensáis y lo que deseáis realmente- me dirigí de nuevo a la Bestia-. Estoy segura de que os escuchará y no se desharía de una prisionera... ¿verdad?- pregunté, metiéndome en la ecuación, como si temiera por mí misma también.

- Si así lo deseáis, la dejaré en paz, pero no os consideréis una prisionera, lo único que os ata a mi castillo es vuestra propia promesa, vinisteis por voluntad- me recordó.

- Es cierto, confiáis en mí...- le miré, dándome cuenta de que en realidad nadie más que yo me impedía irme. Pero una promesa era una promesa. No se me ocurriría faltar a ella.

- No sé cómo romper el hechizo. Solo os lo hice creer porque temía que me matarais en vez de devolverme a mi mundo- soltó la sirena-. Por eso me deshice de todas las mujeres que trajisteis, para poder seguir viviendo.

- ¿Cómo?- se enfureció él.

- Mi señor, ninguna de esas mujeres quiso daros una oportunidad, le pidieron a la sirena que las ayudara a escapar y ella las llevó bajo el estanque- estreché aún más su garra y la acerqué a mí-. Y si no hubiera sido así, no nos habríamos conocido.

Sus hombros bajaron y sus ojos se humedecieron por un instante. Giró la cabeza a otro lado mientras dijo:

- Está bien, le perdono la vida. Y tenéis razón, no vale la pena retenerla aquí.

De pronto, se creó un remolino en el estanque y la sirena de inmediato saltó en él, desapareciendo. Las aguas del estanque quedaron tranquilas y cambiaron a un color ligeramente menos siniestro. La Bestia apartó su garra de mis manos y se quedó de espaldas a mí.

- Id a prepararos para la cena. Llegaré enseguida.

Cuando me alejé y dejó de oir mis pasos, le vi sentarse y cubrirse el rostro con las garras, dando la impresión de estar llorando. No sabía si era porque había puesto esperanzas vanas en regresar a ser quien era o porque ya no sabía qué esperar de mí y cómo actuar en adelante, o un poco de todo, pero sentí que me pesaba el pecho al verle así y deseé hacer algo por él. Si la historia era cierta, ese hada podría seguir en el reino de fantasía. Si la encontraba, podría pedirle que anulara el encantamiento. Quizá el unicornio me llevaría.

Esperé un rato en el comedor hasta que pensé en ir a ver si venía de camino o si seguía en el estanque. Cuando abrí la puerta, le vi ahí de pie, sin atreverse a entrar. ¿Cuánto tiempo llevaría ahí? Nos miramos un poco sorprendidos hasta que le invité a entrar. Le llevé hacia la mesa, pero no parecía reaccionar. Entonces se me ocurrió llevarle a la alfombra frente a la chimenea y traje algo para comer, tras lo cual me senté a su lado. Parecía como si hubiera perdido las ganas de todo. Era obvio que estaba triste y confuso. Decepcionado pero a la vez temiendo poner sus nuevas esperanzas en mí. Quería ayudarle sin que se confiara demasiado.

Puse mi mano sobre su brazo haciendo que me mirara. Alcé el cuenco de sopa, invitándole a tomarlo conmigo. Él alzó el suyo y me siguió el ejemplo. Cuando terminamos, un sirviente recogió los cuencos y se marchó. Me apoyé en él, descansando mi cabeza en su brazo recubierto de suave y blando pelaje. Estar así, con el calor de la chimenea, y apoyada en él, me sentía cómoda, relajada. Por un momento me pregunté por qué huía tanto de él. Quería que se abriera a mí pero yo era la que no me abría a él. Quería mantenerme en una zona segura de la que salir a tiempo cuando hiciera falta, por miedo a lo que pudiera suceder. Me sentí como una cobarde. Pero realmente no era capaz de mirar más allá. No me atrevía a escuchar a mi corazón y entender qué sentía. Quizá algún día superaría esa barrera, pero estaba lejos de estar preparada. Y ese no era el momento. Lo que debía hacer era preocuparme por él, no por mí. Cuando él estuviera bien, ya pensaría en mí.

- Me gustaría saber qué estáis pensando- dije.

- Solo que... me siento perdido. No sé qué hacer, o cómo.

- Vivid el día a día, cada momento. Si no, la vida pasará ante vuestros ojos sin que la hayáis vivido. Pensad, ¿cómo os gustaría vivir?

- A vuestro lado- respondió sin pensárselo dos veces.

Nos sonrojamos a la vez y pareció dudar de si debió haber respondido eso.

- Bueno... así será...- respondí, nerviosa-. Pues prometí no irme nunca.

- ¿Si pudiérais, cambiaríais esa promesa?

Negué con la cabeza. Esa era mi vida y lo había asimilado. No esperaba otra cosa. Me quedaría a su lado hasta el fin de sus días. Además... ya no era capaz de dejarle solo. Él me necesitaba más de lo que yo deseaba volver con mi familia. De hecho, solo les echaba de menos, pero no soñaba con una vida mucho mejor, visitada cada día por pretendientes, mi padre siempre en viajes de negocios, y mis hermanas frente al espejo mientras yo hacía todo el trabajo. Realmente no me perdía gran cosa ahí fuera. O quizá me había empezado a encariñar con lo que había ahí dentro.

- Bella- alzó la garra hacia mi rostro, sosteniendo mi mejilla con cuidado-. Me gustaría poder ofreceros más...

Cerré los ojos un momento, sintiendo su tacto. Sí, me sentía cómoda con él, más de lo que me hubiera imaginado con nadie. Le miré de nuevo con dulzura, poniendo mi mano sobre la suya.

- Solo quiero que seamos amigos, con eso... soy feliz- respondí sonriendo.

Él suspiró, sonriendo y asintiendo. Se dio cuenta de que no le quedaba más remedio que dejar de tener expectativas y solo centrarse en lo que tenía delante cada momento.

- Así será.

- Gracias- volví a apoyarme en su brazo y finalmente me quedé dormida.

Desperté en mi cama y vi que era de noche. Debió de traerme sin que me diera cuenta. Me vestí con ropa para dormir y me cubrí con la manta. Empezaba el otoño y pronto planificaría paseos entre las coloridas hojas caídas de los árboles. El otoño tan solo duraba dos meses hasta que la nieve llegaba aunque no fuera oficialmente invierno. Quería aprovechar para hacer mis actividades favoritas de otoño. Sería más divertido teniendo compañía y también sería interesante ver sus reacciones. Con todo lo ocurrido, me olvidé completamente de mi plan para buscar el hada. Quizá era porque en esos momentos no deseaba que nada cambiara.

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