La Bella y la Bestia (p.6)
Ante mí se desplegaba una maravillosa colección de libros repartidos en miles de estanterías que se alzaban hasta el techo. Había varias plantas para acceder a ellas con unas escaleras y puentes entre ellas. Era una maravilla.
- Esto es increíble- mostré mi estupefacción-. Nunca había visto tantos libros, es como si pudiera encontrar cualquier libro del mundo aquí.
- Y además os ayuda a encontrar justo el que buscáis. Aquí encontraréis cualquier libro del mundo, literalmente. Los que han existido, los que existen, y los que existirán- me explicó, complacido por mi reacción.
- Me falta tiempo para leer todo esto... creo que no me aburriré nunca- comenté con brillo en los ojos.
- ¿Os gusta?
Me giré hacia él.
- ¡Por supuesto!
- Es todo vuestro.
- ¿Cómo mío?- me quedé boquiabierta.
- Como os dije, sois la señora del castillo. Mientras cumpláis mis requisitos, el castillo, sus jardines y todo lo que se encuentra en ellos os pertenece.
- Yo... no merezco nada de esto...
- Es un trato, querida Bella, os ofrecí todo a cambio de tres cosas. Es justo si ambas partes están de acuerdo, ¿verdad? ¿O creéis que pido mucho?
- No, al contrario, desearía tener más para ofrecer.
- Ya me ofrecéis todo lo que os pido. Cuando por vuestra voluntad hacéis algo más, ya es más de lo que pueda pedir. Por ejemplo, la invitación de sentarme a vuestro lado o leerme un libro. Agradezco mucho vuestra compañía en el castillo. Saber que no soy el único...
- ¿Y vuestros sirvientes?
Él negó con la cabeza.
- Nadie hace nada por propia voluntad en este castillo y sus alrededores. Además, los sirvientes...
Se calló. Al parecer cambió de opinión sobre contarme algo importante, quizá aún no era el momento o no le gustaba hablar de ello. Cambié de tema para demostrarle que no necesitaba sentirse obligado a contarme todo.
- ¿Y si buscamos un libro y lo leemos?- le sonreí, poniendo mi mano sobre su brazo.
Él asintió al instante.
- Sí, hagamos eso.
Miré algunos libros y luego quise mirar los de estantes superiores, por lo que subí la escalera hasta el siguiente "piso", que en realidad era como tener balcones interiores, tan largos como la estantería que se conectaban entre ellos con una especie de puentes pero también estilo balcones, con sus vallas de protección con formas ligeramente arqueadas hacia arriba, siguiendo las curvas de las bóvedas del techo. De hecho, subía a pisos más altos y cruzaba los puentes solo por lo emocionante que era y las vistas desde abajo. La Bestia fue a sentarse en uno de los sillones repartidos por la biblioteca cerca de los cuales había alguna mesita para depositar los libros que se quisieran leer. Tambien había algunas mesas más grandes con sillas cómodas para estudiar y escribir. Las decoraciones de cada barandilla, estante, columna y valla de los puentes y pisos eran sencillamente exquisitos. Además, los grandes ventanales permitían mucha luz. Ese era mi nuevo lugar favorito del castillo, haciendo competencia por el primer lugar con mi habitación. No daba tanto miedo como los oscuros pasillos con sus siniestras estatuas.
Me detuve delante de unos estantes en la parte superior. Los libros tenían colores metálicos, como si estuvieran decorados con oro, plata o bronce. Cogí uno de ellos y vi que tenía pequeños rubíes incrustrados. Era un libro dorado y tenía un marcapáginas azul brillante. El título decía: "Leyendas del reino olvidado". Lo cierto era que pesaba bastante, pues al mirar la última página, vi que era la número 970. Bajé con el libro en brazos hasta donde se encontraba él. Al verme, puso cara de "lo sabía".
- Debí imaginar que ese libro sería el primero en llamaros.
- ¿De qué trata?
- Son historias del reino fantástico del otro lado de la puerta, más allá del jardín. Descubriréis más sobre sus habitantes, sus leyes, sus costumbres, sus tradiciones, sus personalidades, sus secretos y sus deseos.
- Es perfecto- me brillaron los ojos.
Me senté y comencé a leer. Con cada página que pasaba, más me fascinaba y aterraba ese otro mundo. Sus normas eran muy diferentes y no se aplicaban siempre igual. Incluso cambiaban. Muchas veces la única norma a la que estaba sujeto un ser fantástico era a la establecida en el trato que hacía con alguien. Las páginas recopilaban historias románticas, trágicas, alegres, exitosas o fracasadas. Pero una que me llamó la atención era la de un príncipe que venía de otro mundo y quiso llevarse con él una parte de la magia que allí encontró. Para ello, engañó a un hada, enamorándola y haciendo que cumpliera sus deseos. Cuando ella descubrió que planeaba volver a su mundo y abandonarla a pesar de prometerle matrimonio, le lanzó una maldición para que no pudiera estar con nadie más si no estaba con ella.
- Qué extraño- comentó la Bestia, sumido en sus pensamientos.
- ¿Qué es extraño?- pregunté.
- No recordaba que esa historia estuviera ahí. La que leíste antes era la última.
- ¿Os resulta familiar?
Me miró, dándose cuenta de que no estaba tratando con una persona insensata. No era muy difícil atar cabos. Quizá esperaba que no me diera cuenta, aunque obviamente era inútil.
- Es vuestra historia, ¿verdad?
- Una historia de la que no me siento orgulloso y ojalá hubiera se hubiera quedado en el sitio del que salí transformado- gruñó.
- Esconder no es lo mismo que olvidar...- empecé a decir.
- ¡Pero sería mucho más fácil olvidar sin tener un libro que me lo recuerde!-alzó la voz.
Vino hacia mí y me arrancó el libro de las manos. Intentó arrancar las páginas, pero al ver que era inútil, lo tiró a la chimenea. Me quedé algo impactada por su repentina reacción, pero me recordé a mí misma que su problema era con su propio pasado, no conmigo, por lo que esperaba estar a salvo cuando me acercara de nuevo a él. Aunque intentaba convencerme a mí misma de ello, seguía temiendo su reacción. No tenía confianza con él, no sabía de qué era capaz.
Mientras se acercaba, vi que estaba atónito mirando el libro que no de quemaba en la chimenea.
- Si trajisteis la magia de ese lugar y el libro está conectado a ella, el fuego producido por esa magia en vez de destruirlo, lo protege- formulé mi hipótesis.
Él lanzó un rugido de rabia a la chimenea y se marchó, dando un portazo. Suspiré y tomé un hierro para sacar el libro. Lo dejé en el suelo unos minutos para que se enfriara antes de tomarlo de nuevo. Fui al final y descubrí que había otra historia de la que no me había percatado o que acababa de aparecer. La leí, aunque lo sospechaba desde el principio: era mi historia. Me daba vergüenza que se hubiera escrito una historia conmigo como protagonista, aunque el libro fuera el autor.
No entraba mucho en detalle pero hablaba un poco de mi pasado, que provenía de una familia de tres hermanas, una madre fallecida y un padre mercader que había perdido su fortuna y empezaba a recuperarla hasta que perdió algo más preciado: su hija pequeña, a manos de una bestia de la cual nada sabían. También había un resumen sobre cómo había sido mi estancia en el castillo hasta entonces. Y mi conversación con la sirena. Quizá era mejor devolver el libro a su lugar y no volver a tocarlo. Sentía que delataría todo lo que hiciera.
Subí a llevarlo a su estantería y busqué otro libro que pudiera leer. Me llevé algunos y me senté en el hueco de la ventana. De vez en cuando miraba al jardín. En mi mente había un lado que no dejaba de insistirme en que fuera a hablar con la Bestia. Tenía miedo pero no podía quedarme tranquila, por lo que fui a su habitación y llamé a la puerta, con una mano sobre el corazón.
- Entrad.
Empujé la pesada puerta, preguntándome cómo la abrirían los sirvientes, sobre todo con bandejas en las manos. Al ver que la puerta tardaba en abrirse, vino y la abrió él mismo, pero fue tan brusco que al dejar de tener algo en que apoyarme, perdí el equilibrio, pero puso su brazo y me agarré a él a tiempo. Le miré, riendo un poco con nerviosismo. Estaba algo sorprendido de verme y, si la vista no me fallaba, sonrojado por el contacto físico. Me aparté, sonrojándome de vergüenza al darme cuenta.
- ¿Qué hacéis aquí?- suavizó ligeramente el tono.
- Quería hablar con vos- alcé los ojos junto con mi mejor mirada de niña inocente, esperando que se le ablandara el corazón y no se cerrara a mí, echándome-. ¿Puede ser?
Su gran pecho se movía con su respiración y vi que empezaba a reducirse, señal de que se estaba calmando. De sus ojos desapareció todo rastro de la rabia anterior y solo quedó una expresión que me recordaba a la de mi padre cuando llegaba cansado a casa pero al verme obtenía esa mirada. O cuando le pedía algo de pequeña. Se apartó de la puerta y, extendiendo el brazo, me invitó a pasar. Su habitación era impresionante, pero se la veía algo triste, fría, oscura. Si no fuera porque empezaba a acostumbrarme a la penumbra del castillo, ese lugar me habría dado escalofríos. Parecía como si los lugares a los que iba en el castillo se adaptaran a mí, pues eran mucho más acogedores: mi habitación, la biblioteca, incluso el comedor era más acogedor que esa habitación.
Me quedé de pie, esperando que me indicara dónde sentarme.
- Podéis sentaros donde queráis, el castillo es vuestro y esta habitación también.
- ¿No sois vos el dueño?
- ¿Acaso no pueden haber dos?
Sentí un hormigueo en el estómago, por alguna razón.
- Aun así, respetáis mi espacio privado en mi habitación, yo haré lo mismo con la vuestra. Con vuestro permiso, me sentaré aquí- elegí un sofá doble y esperé a que se sentara a mi lado.
Normalmente hubiera preferido estar a distancia pero quería tener más cercanía al hablar de ese asunto. Y de alguna forma, ya no me incomodaba tanto que estuviera cerca. Puse la mano sobre el sofá, invitándole a sentarse. Él así lo hizo, algo nervioso y probablemente confuso. Me fijé en su pelaje. Parecía suave. Me dije a mí misma que solo le tocaría una vez para hacer que me mirara y escuchara, pero en cuando le rocé, se le erizaron los pelos. De repente era como una bola gigante de pelo. No pude contenerme y de risa pasé a carcajada. Hasta me salieron lágrimas, no podía parar al ver esa expresión en su rostro, una mezcla entre confusión, sorpresa y vergüenza.
- Disculpadme- traté de decir entre risas, secándome las lágrimas-. Si os viérais en un espejo...
Él se levantó y fue a mirarse. Paré un momento, curiosa por su reacción. Entonces estallamos ambos en carcajadas. Fui junto a él y nos miramos en el espejo. Era casi el doble de grande que yo. Se encorvaba hacia mí para acortar las distancias. Su expresión se tornó ligeramente amarga al verse a mi lado y la gran diferencia entre nosotros y poco a poco dejamos de reir. Me preocupó que bajara su autoestima, por lo que traté de distraerle. Alcé mis manos hacia su capa y la desabroché, haciendo que cayera al suelo. Su pelaje se erizó más aún. Llevaba tan solo unos pantalones y debió de ser por respeto a mí, ya que ni frío tenía ni desnudo estaba, era una bestia y su vestido era su pelaje. La capa debió de servir para cubrirse esperando dar menos miedo. Sin embargo, casi que prefería verle así, como una bestia peluda, al descubierto. Aunque se sentía expuesto, todo su aspecto aterrador a la luz del día, en verdad eso hacía que pudiera asimilar mejor qué o quién era.
- ¿Por qué...?- me preguntó con tristeza.
- Quisiera cepillar vuestro pelaje, ¿me lo permitís?
De nuevo se sorprendió. Su pelaje marrón claro se volvió de un marrón rojizo al instante. Asintió y se sentó en un taburete, mirando al suelo. Busqué un cepillo y comencé con su espalda, luego su torso, sus brazos y por último, su cabeza. Se había relajado completamente. Tenía los ojos cerrados y tuve la impresión de que ronroneaba. En ese momento lo último que sentía era miedo. Le miré con ternura y le acaricié la cabeza y el rostro, acabando por rodearle con mis brazos y apoyar mi mejilla en su frente, mientras no dejaba de acariciar su cabeza con una mano. No estaba segura de si era como tener una mascota o sentir cariño por un animal salvaje que resultaba ser tierno o incluso un niño que se sentía solo.
Sentí sus garras apartarme con suavidad y me miró a los ojos.
- ¿Qué hacéis? ¿Por qué...?
- No... no sé...- miré a otro lado, nerviosa.
- ¿Acaso... sentís algo por mí?
- ¿Cómo?- le miré estupefacta. ¿A qué se refería?
- Había abandonado la esperanza de que alguna mujer pudiera...
Me aparté bruscamente de él. Me asustó pensar en aquella posibilidad. Yo no lo veía de esa forma, no quería escucharlo.
- No existe solo el afecto romántico, ¿sabéis? En la amistad también puede haber afecto- me froté los brazos, que tenían la piel de gallina.
- Ah... lo he estropeado, ¿verdad? Claro... yo soy una bestia... ¿en qué estaba pensando...? No merezco a una bella señorita como vos.
- ¡No se trata de merecer o no! Se trata de mis sentimientos, yo no voy a obligarme a mí misma sentir algo, solo puedo ofrecer mi amistad- respondí indignada.
- Eso suena a algo que me ofrecéis por lástima- se levantó y se dirigió al balcón-. Nos vemos en la cena...
- No, yo realmente quisiera que fuéramos amigos... pero mientras me prometáis que no intentaréis nada más allá de eso.
No respondió. No me quedó más remedio que marcharme. No fui capaz de cerrar la puerta, por lo que la dejé abierta y fui a mi habitación. No dejaba de pensar en lo ocurrido ese día. Eché a llorar al darme cuenta de que tendría que estar toda mi vida ahí, lidiando con esa situación, esperando llevarnos bien pero sin que me pida nada más. Cuánto tiempo aguantaría? Si empezaba a tenerle más cariño le transmitiría el mensaje equivocado y no quería darle falsas esperanzas. Por otra parte no quería una relación fría y distante y pasar el resto de mis días ahí en momotonía. Aunque hubiera sido un príncipe, eso no significaba... Quizá esa era la solución. Si regresaba a ser príncipe ya no tendría baja autoestima ni problemas en encontrar mujeres interesadas. Entonces quizá me devolvería la libertad. Era la hora de volver a hablar con la sirena.
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