La Bella y la Bestia (p.4)

- Un caballo blanco con un cuerno en la frente me trajo de regreso- respondí, mirando el plato sin tocarlo y luego bajé la mirada a mi regazo, siguiendo el movimiento nervioso de mis manos. ¿Debía preguntarle sobre.... la sirena y... su advertencia?

- Furia Blanca no se muestra a nadie, me extraña que le conocieras y que se acercara a ti.

- Me dejó montarlo- respondí queriendo ver su reacción.

- ¿Es cierto lo que decís?- se asombró él-. Vaya, os ha concedido un gran honor, pero debo advertiros, no os dejéis llavar demasiado lejos o no podréis regresar.

- ¿Regresar de dónde?- pregunté.

- De su mundo. Un lugar que no existe en mapa... como este castillo y sus jardines. Pero mi castillo está conectado al mundo humano mediante la puerta de la entrada, es por eso que no podéis acceder a los jardines desde fuera. Por otra parte, el mundo del que hablo es un reino de fantasía accesible tan solo acompañando a uno de sus habitantes que en ocasiones atraviesan la puerta.

- ¿La... puerta?

- Sí. La puerta de madera que visteis al fondo del jardín.

- Pero si al otro lado no había...

- Solo conduce a ese reino si la abre un ser perteneciente a él. Su esencia es la clave. Pero deben estar vivos.

Me recorrió un escalofrío. Tuve la impresión de que mató a alguno para intentar cruzar. Esperaba equivocarme pero... nadie me aseguraba que a él le pareciera mal o que tuviera principios.

- ¿Alguna vez fuisteis?

- Sí, y mi actual aspecto es la consecuencia. No logré volver, pero tampoco estoy seguro de que fuera lo mejor. No os recomiendo ir, nada bueno sucede en ese reino y tampoco traen nada bueno los que vienen de ahí, aunque sea para huir. He acogido a algunos, pero en cuanto rompan el trato, serán enviados de regreso o pagarán con su vida. Solo pueden ser mantenidos bajo control con un contrato. Si no, no os imagináis el caos que esperaría a este mundo.

- ¿Os son útiles entonces?

- Por supuesto. No los tendría de decoración.

Su tono de voz sonó ligeramente divertido. Tenía curiosidad en cuanto a ese reino. Si hubiera alguna forma de verlo sin pisarlo... ¿y si la sirena podía mostrármelo? Quizá con un trato... ¿habría algo que yo pudiera ofrecerle?

- ¿Y para qué os sirve la sirena del estanque?

La bestia por poco se atragantó y me arrepentí de haber hecho esa pregunta. Se levantó y vino directamente hacia mí, y sin esperar a que me levantara, me agarró por los hombros y me hizo ponerme en pie mientras por primera vez me miró a los ojos y vi su rostro por primera vez. Si me mantenía en pie era porque me sujetaba, de lo contrario ya habría caído, pues había perdido mis fuerzas de un soplido. 

- Nunca os acerquéis a ella ni creáis nada de lo que os diga, ¿de acuerdo? Solo busca ahogar a sus víctimas.

Al ver la palidez de mi rostro, me soltó y caí al suelo. Se quitó la capucha y echó la capa a un lado. Su aspecto había sido revelado y no tenía sentido seguir ocultándolo.

- Así es, este soy yo ahora mismo, este es mi aspecto. Soy una bestia. Por fuera y por dentro.

Se me puso la piel de gallina ante aquellas palabras. No estaba segura de entender a qué se refería, pero me haría falta averiguarlo. Me había decidido a limitarme a llevarme bien  con él, sin importar su aspecto. Al fin y al cabo conviviría con él por el resto de mi vida. Me gustara o no, lo mejor era entablar amistad. Era mejor estar de su lado que en el bando contrario.

- El... aspecto no es importante, con una actitud amable se puede mirar más allá... pero si en el interior no florecen buenas intenciones, no hay aspecto hermoso que ayude. Aunque digáis que sois una bestia por dentro, si me mostráis amabilidad, haré un esfuerzo para pasar el aspecto por alto- levanté una mano temblorosa y le miré, tragando saliva.

- Sois la primera en estar dispuesta a darme una oportunidad en mucho tiempo... lo agradezco- me estrechó la mano y permanecimos así unos segundos, él inclinado hacia mí y yo sosteniendo su mirada aún en el suelo.

Quizá podía llegar a acostumbrarme a verle... pero no iba a ser fácil ni pronto. Si me seguía dirigiendo esas miradas esperanzadas, que parecían las de un niño, me facilitaría el esfuerzo. Seguramente si viera una bestia, por más horrible que fuera, teniéndome miedo, aunque tendría reparos, dudaría menos en acercarme y tranquilizarla. La actitud importaba mucho, desde luego. Ayudaba a ganar confianza. Y quizá mi actitud también podía generar confianza para que no estuviese tan alerta conmigo. Si veía que no le trataría diferente por su pasado u otras partes oscuras de su vida o su personalidad, dejaría de estar a la defensiva, intentando ocultarlas por... miedo. En verdad él también tenía miedo, miedo a que se descubriera quién era realmente.

Mi plan podía funcionar, pero para ello realmente debía aceptarle a pesar de cualquier aspecto que no me gustara. Solo entonces se expresaría con normalidad conmigo sin importar de qué estuviera hablando y quizá entonces podríamos buscar soluciones. Sí, debía darle una oportunidad. Al fin y al cabo, no sería mi pareja romántica, no necesitaba muchos requisitos solo para mi amistad. El respeto mutuo era lo primordial. Si alguien así quisiera ser mi pareja, jamás le aceptaría, pues sus manos estaban manchadas de sangre, no por el pasado sino porque parecía aún dispuesto a hacerlo. Además, hacía muchas cosas cuestionables y casi no sabía nada de él. No parecía que tuviéramos mucho en común. Y por si fuera poco... no me atraía en absoluto. Aún intentaba no dejarme intimidar.

Me preguntaba cómo era con su aspecto humano. Pero con su personalidad... no importaba. No se acercaba a mi ideal de hombre. ¿Era él consciente de que no le veía como a un hombre? ¿Se sentiría él aún como un hombre? Dijo que era una bestia por dentro... ¿significaba eso que no le atraía una humana o quizá se refería al... autocontrol? No creía que fuera a devorarme pero ¿y si su instinto animal le llevaba a hacerlo si estaba cansado y hambriento? Retiré la mano, ante aquella duda. No podía preguntarle al respecto, pues claramente no lo admitiría y quizá ni él mismo sabía de qué era capaz. Si algo tenía seguro era que manteniendo las distancias físicas pero reduciendo las distancias emocionales era una solución digna de ser considerada.

Me levanté al fin y me senté en mi silla. Le invité a terminar la cena y así lo hizo. No hablamos mucho más y me di prisa por irme a mi habitación. Por desgracia, volvió a ofrecerse para acompañarme y no me pude negar. Me despedí delante de mi puerta y la cerré con un poco más de brusquedad de lo que habría querido. Oí un suspiro al otro lado de la puerta y me arrepentí de no haber sonreido al menos al despedirme. Me quedé pensativa durante un buen rato, preguntándome cómo podía mejorar la situación. Entonces tuve una idea. Escribí una corta carta, agradeciendo el paseo por el jardín y las advertencias, tras lo cual la metí en un sobre y me dirigí al ala este para meterla por debajo de la puerta de su habitación. En cuanto lo hice, oí unos pasos y vi una tenue luz bajo la puerta. Corrí de puntillas a esconderme detrás de una estatua y vi la puerta abrirse. Miró a los lados y regresó al interior, con una sonrisa, que fue lo último que vi antes de que cerrara la puerta. Debió de haberla leído. Mientras iba a mi habitación, me invadió un sentimiento de satisfacción e ilusión. La primera barrera se había roto.

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