La Bella y la Bestia (p.3)
Desperté al oir que llamaban a la puerta. Me incorporé y pregunté quién era. Una voz femenina me llegó del otro lado y di permiso para pasar. Una sirvienta enmascarada con guantes blancos pasó y dejó mi desayuno sobre la mesa. Hizo una reverencia y se marchó, cerrando la puerta. Salí de la cama y fui a mirar por la ventana. El amanecer se veía precioso. Era una suerte tener la habitación en uno de los extremos del castillo, podía mirar por las dos ventanas en direcciones diferentes y así ver el amanecer y el atardecer. El ala sur era un buen lugar para ello.
Unos instantes después, sentí hambre y fui a desayunar. Me llevé la bandeja y me senté en la alfombra de lado a la chimenea y mirando parte del paisaje por la ventana. Me pregunté qué podía hacer ese día. Miré de nuevo la chimenea y extrañamente observé que no se apagaba y el carbón seguía en su sitio como el día anterior. No había leña. ¿Sería una chimenea mágica? Había muchas cosas inexplicables en ese castillo, pero no estaba segura de que fuera buena idea buscarles el sentido, quizá perderían su magia si curioseaba demasiado. Si el hechizo se rompía, ¿qué quedaría de ese lugar y sus habitantes?
Terminé el desayuno y lo dejé sobre una mesita de la habitación. Miré en el armario y vi un vestido precioso. Me lo puse sin dudar y me miré en el espejo. Parecía hecho a medida. Abrí un cajón de la cómoda, encontrando algunas decoraciones y complementos para el cabello que conjuntaban con el vestido. Me arreglé,me calcé con unos zapatitos cómodos pero elegantes que encontré en un estante para calzado y salí. No hacía mucho frío y el sol brillaba. No necesitaría la capa, seguramente. Esperaba poder pasear por el jardín y ver si había animales también. En cuanto abrí la puerta de la entrada del castillo, oí algo y me giré, sobresaltada.
- ¿Qué buscáis fuera?- preguntó la bestia con tono grave.
- Quería salir al jardín, no iba a escapar, lo prometo- contesté rápido, temiendo que no me diera tiempo hasta que me alcanzara.
Me cubrí con los brazos, por instinto, pero no me hizo nada. Cuando miré, vi que me tendía la mano para llevarme en dirección contraria. No entendía la razón, pero le di la mano, con el corazon en un puño. Me guió hasta otra puerta, esta de cristal, a través de la cual se veía una gran terraza y los jardines. Abrió la puerta y me soltó la mano, dejando que tomara la iniciativa de salir. Le miré, atisbando una sonrisa bajo la capucha, y pasé por delante de él, saliendo fuera. Sentí el calor del sol sobre mi piel y me di cuenta de que lo había echado de menos. Miré a mi alrededor y quedé maravillada por la belleza de aquellos jardines y las hermosas rosas que florecían en diferentes colores por todas partes. En medio había un gran árbol bajo el cual había un banco y a su alrededor un gran círculo de césped. De hecho, no había caminos entre las flores y arbustos como tales, sino que eran plantas minúsculas con hojas suaves que cubrían lo que podía considerarse un camino. Era como una alfombra natural. Me detuve en las escaleras, no muy segura de si pisar aquel delicado sendero.
- Podéis ir calzada o descalza, no dañaréis la vegetación- me hizo saber él, adivinando mis pensamientos.
Saqué los pies de los zapatos y pisé el verde camino. Era una sensación extremadamente agradable. Era suave y blando, pero no se hundía bajo mis pies. Era firme. Al principio caminé, mirando a todos lados. Poco a poco empecé a ilusionarme y acabé corriendo y dando vueltas por los jardines, pensando que no terminaría de verlos ese día si no me daba más prisa, pero a la vez quería disfrutarlos a cada paso. Me sentí llena de vida y energía. Había muchos lugares por descubrir. Una cúpula rodeada de hiedra lila por ahí, un estanque por allá, una fuente más cerca del castillo y otra más lejos, unas estatuas y arbustos con formas en los cruces de los caminos de ese jardín que era un poco como un laberinto. También árboles colocados a los lados de un camino que cruzaba el jardín perpendicularmente al camino en el que me encontraba, como si dividiera el jardín en dos. Y cerca del castillo también una especie de camino pero cubierto, con columnas a los lados y bancos. Me acerqué hasta el camino de árboles y miré hacia la otra mitad del jardín. No llegaba mucho más allá, unos metros más adelante, había un muro cubierto de vegetación. Y una puerta de madera con un candado. El muro no era muy alto, quizá desde alguna parte del castillo podría ver lo que se encontraba más allá. Me acerqué, pero de pronto sentí algo en mi hombro. Era la garra de la bestia, deteniéndome. Giré la cabeza, asustada. Le vi negando en silencio, con la cabeza baja.
- ¿Qué hay detrás?- pregunté.
- Los restos de la guerra.
Me recorrió un escalofrío solo de imaginarlo. ¿Habría ruinas? O tierra revuelta? ¿Quizá... cadáveres en descomposición? Miré con preocupación hacia el muro de nuevo, preguntándome qué vería ahí.
- Puedo alzaros para que mires por encima del muro, si tanta curiosidad tenéis- suspiró él.
Tragué saliva y accedí. Me agarró por la cintura y me alzó, sentándome en su hombro mientras me sujetaba para que no me cayera. Sentí un vacío en el estómago en el momento en el que me levantó tan alto. Pero lo que me incomodaba era sentir su tacto. Quería acabar con eso cuanto antes, bajar y apartarme de él. Miré. Al otro lado había un campo desordenado, con pocas plantas buenas y la mayoría hierbajos y espinas creciendo entre las ruinas de lo que debió ser un palacio. Este apenas conservaba algún que otro techo, y pocas paredes seguían en pie. Más allá seguía el bosque, en parte compuesto por troncos de árboles quemados que poco a poco daban paso a otros más verdes, algo más alejados.
- Creí que vería... cadáveres o algo parecido- comenté, riendo con nerviosismo.
- Los animales salvajes, los hongos y las plantas no dejaron nada. Pero sigue siendo desagradable a la vista y prefiero que se quede oculto tras el muro- explicó en tono apagado mientras me bajaba.
- Lo es...
- Llevo un tiempo planificando una reconstrucción, pero... no me está permitido. Una pena. Podéis disfrutar de todo lo demás, creo que es suficiente, ¿no?, se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso con las manos a la espalda.
- Es más que suficiente, son unos jardines preciosos- traté de apartar el recuerdo del otro lado y centrarme en lo que tenía a mi alrededor mientras corría para alcanzarle y caminar a su lado.
- La forma en la que corristeis por aquí me lo dejó claro.
Me pregunté si le parecía bien o mal, atreviéndome a mirar su rostro bajo la capucha. Él giró la cabeza, pero vi su sonrisa. No pude evitar sonreir también.
- Os enseñaré uno de mis lugares favoritos del jardín- se dirigió hacia la cúpula que había visto antes y le seguí. Al llegar, subió los escalones y entró-. De pequeño me refugiaba de la lluvia aquí cuando me tomaba por sorpresa jugando en el jardín.
Su tono de voz se volvió suave y nostálgico. Me pregunté cómo había sido él de pequeño.
- ¿Puedo haceros... preguntas?
- Adelante.
- ¿Fuisteis siempre... así?
- ¿Una bestia? No. Pero no puedo ni deseo hablar de lo que ocurrió.
- ¿Puedo preguntar cuándo?
- Hace... seis o siete años, creo. El paso del tiempo dejó de tener sentido para mí.
Se quedó mirando la bóveda y se sentó en un banco en el interior de aquella cúpula. Parecía querer estar solo, por lo que seguí explorando.el jardín por mi cuenta. Llegué al estanque y me asomé desde un pequeño muelle, mirando mi reflejo. Entonces vi emerger del agua una cabeza con largo cabello. Estaba de espaldas a mí y al percatarse de mi presencia, giró su rostro hacia mí. Era una criatura bella, pero no estaba segura de que fuera humana. Vi sus hombros y luego el resto de su cuerpo cuando se zambulló en el agua. No me lo podía creer. Era una sirena. Me senté sobre las rodillas y me acerqué al agua para ver si distinguía su figura entre los juncos. Unas manos se alargaron hacia mí repentinamente y retrocedí, asustada.
- Tú tampoco durarás, tú tampoco durarás...- cantó ella volviendo a las profundidades.
Me recorrió un escalofrío y me aparté del estanque. ¿A qué se refería? ¿Quién más había estado ahí y tuvo un destino trágico? Empezaba a dudar de la hermosura de ese lugar cuando vi un caballo blanco con un cuerno en la frente tomando carrerilla hacia mí, como si quisiera atravesarme. Salí corriendo hasta que me quedé atrapada entre unos rosales y sus espinas se clavaban en mi piel cuanto más intentaba cruzar entre ellos. Creí que era mi fin. Pero el majestuoso corcel se detuvo ante mí inclinando su cabeza. Hubiera respirado aliviada si no necesitara varios minutos para calmarme. Salí de los rosales y me acerqué a él con cautela. Tenía rasguños sangrando por mis brazos y mi espalda, sin embargo, en cuanto toqué la punta de su cuerno, dejé de sentir dolor y los rasguños desaparecieron. Nos miramos a los ojos durante unos largos instantes y luego lo abracé. Descansó su cabeza en mi espalda y por primera vez, sentí que tenía un amigo en aquel lugar. Me hizo un gesto con la cabeza para que me subiera a su grupa y tomó dirección hacia el castillo. Me dejó en las escaleras de la terraza, junto a mis zapatos, y se marchó. Desapareció en la luz del sol que indicaba el atardecer. No entendía cuándo había pasado el tiempo y se había hecho tan tarde. Para cuando llegué a mi habitación, ya era de noche. Había una bañera perfumada ya preparada para mí y un nuevo vestido descansaba sobre la cama. Era como si alguien supiera lo que necesitaba. Me desvestí y entré en la bañera, relajándome en el agua caliente. Cerré los ojos unos minutos. De pronto recordé que pronto serían las ocho y debía darme prisa por prepararme e ir a la cena. Me preparé y me arreglé, tras lo cual fui al comedor, dándome prisa por llegar antes de que empezaron a sonar las campanadas. Por desgracia, escuché tres de ellas antes de abrir la puerta del comedor y apresurarme a tomar asiento ante la fría mirada de la bestia, que observaba por la ventana antes de ir a ocupar su sitio.
- Me disculpo, quería llegar antes, pero los botones del vestido...
- Me alegra que hayáis venido. Mañana es una oportunidad de mejorar. Tenéis hambre después del largo día que habéis tenido, ¿no es así?
Asentí y dio comienzo a la cena. Se trataba de otra cena en silencio, o eso pensaba hasta que vino la pregunta:
- ¿Por qué no os vi regresar?
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