La Bella y la Bestia (p.2)

Unos minutos después de que el reloj diera las ocho, oí llamar a la puerta y fui a abrir, nerviosa. Se trataba de un sirviente quizá, aunque llevaba una máscara.

- Mi señor os espera, os ruego que no os demoréis o de lo contrario lo pagará con nosotros.

- Es mi primera noche aquí, necesito asimilarlo, no tengo apetito y me da algo de miedo... además estoy triste por no volver a ver a mi familia. Por favor, hacédselo saber a vuestro señor. Quiero saber si lo comprenderá o si me obligará a acudir igualmente.

Sin embargo, el sirviente fue echado a un lado y la imponente figura de la bestia se alzó ante mis ojos. Tragué salivá y aparté la mirada.

- No me tentéis, solo os pido tres requisitos y a cambio os ofrezco todo, como mínimo podéis venir a hablar conmigo en persona.

- Me disculpo por mi rudeza, pero me será difícil adaptarme. Pido un poco de tiempo y paciencia- mi voz temblaba.

- Cumpliréis los tres requisitos siempre, a menos que yo permita lo contrario, para lo cual debéis preguntarme en persona. Uno: permaneceréis en el castillo y sus jardines. Dos: Vendréis a las ocho a cenar conmigo cada día. Tres: respetaréis mi voluntad y mi persona, no soy una mera bestia, sino un ser inteligente como vos y no estoy hecho de piedra. Nos podemos comunicar y entender. ¿Está claro?

- Sí- musité, algo avergonzada por dar por hecho que no serviría de nada dar explicaciones sobre sentimientos a una bestia. Debí de haberlo herido en su orgullo.

- Muy bien, os acompañaré en persona al comedor.

No parecía que tuviera otra opción, por lo que le seguí y el sirviente cerró la puerta de mi habitación sin hacer ruido, regresando a sus tareas. Cuando llegamos al comedor, me quedé impresionada. Aquello era un banquete, parecía una fiesta para celebrar algo... ¿quizá se trataba de mi bienvenida?

- No sería justo dejar que se desperdicie, ¿verdad?- comentó la bestia, guiándome a mi asiento.

Asentí, aún avergonzada por mi actitud. Debí haberle dado una oportunidad antes de pensar que no me sentiría mejor saliendo de la habitación. O al menos intentar hacérselo saber. Preguntar... Un sirviente enmascarado con guantes blancos me ayudó con la silla y me senté. Una vez en su sitio, la bestia alzó una copa y brindó en mi honor. Yo la alcé también y los sirvientes destaparon los platos, nos sirvieron y se marcharon del comedor para dejarnos a solas. Todos ellos llevaban máscaras y guantes.

La chimenea estaba encendida. Se oía el crepitar de las llamas y el viento silbando sutilmente entre los huecos de las ventanas, incluso algún pájaro que aún se negaba a dormir a pesar de que ya estaba casi oscuro. Tal era el silencio. El primer sonido metálico que oí fue el de mi tenedor, puesto que él esperaba a que yo empezara para comer también. Me sorprendía lo educado que era para el carácter y el aspecto que tenía. La mesa era larga y no podía verle bien tan lejos. Pero no tenía prisa, seguramente verle no me ayudaría a tenerle menos miedo. Lo que sí me di cuenta era que no podía manejar bien los cubiertos y lo que no podía tomar entre sus garras, lo hacía con sus fauces.

Sus ojos brillaron bajo la capa. Era una bestia nocturna entonces. Sus ojos respondían a la luz en la noche como los felinos. Aunque no significaba nada, aquello me dio un escalofrío. No quería encontrarme esos ojos por la noche. No tenía intención de salir de mi habitación cuando estuviera todo oscuro. Si veía aquello desprevenida, podía actuar por instinto y podría caerme por las escaleras o golpearme con algo al retroceder sin mirar o echar a correr y tropezar o chocar con lo primero que tuviera en el camino. Pero sobre todo, no quería darle ese disgusto a mi pobre ya acerlerado corazón ni quería aumentar la fría distancia que había entre la bestia y yo. Si quería volver a soñar con mi libertad, debíamos entablar amistad... aunque era una palabra muy extraña en ese momento.

- ¿Es de vuestro agrado la comida?

Me fijé en que estaba perdida en mis pensamientos y había dejado de comer. Entonces volví a probar los manjares que había ante mí y pude responder con sinceridad que era la primera vez que degustaba tales delicias. La bestia quedó satisfecha con mi respuesta y me dejó comer. Intenté disfrutar de la cena, pero el ambiente era tenso e incómodo y hubiera preferido comer sola sentada sobre la alfombra delante de la chimenea, a ser posible, en mi habitación.

- ¿Puedo desayunar y comer en mi habitación o debo venir aquí?- pregunté, nerviosa. El corazón me latía fuerte, no sabiendo si mi petición era atrevida.

- ¿Cuál es vuestro nombre?

- Bella.

- Por supuesto, Bella...- murmuró para sí-. Como dije, solo tengo tres requisitos, a cambio os ofrezco todo. Cualquier cosa que deseéis, solo pedidla y os será concedida.

- No quisiera aprovecharme de vuestra amabilidad...- expliqué.

- Después de mí, sois la señora de este castillo, haced lo que os plazca. Os concedo ese derecho. No es aprovecharse, sino ejercer vuestro derecho. Lo que necesitéis para sentiros como en casa, lo tendréis.

- Agradezco el honor, pero permitidme rechazarlo. No sabría darle buen uso a tal derecho.

- Como deseéis, pero cuando cambiéis de opinión, podéis ejercerlo.

Me asustó el hecho de que quisiera que fuera señora del castillo, acabábamos de conocernos y ya me lo daba todo... casi parecía la actitud de un pretendiente. Esperaba de todo corazón que no tuviera esas intenciones. Una bestia no era precisamente mi pareja ideal. El solo hecho de pensarlo me hacía estremecer. Me froté los brazos, que tenían la piel de gallina. Antes de darme cuenta, la bestia estaba junto a mí y me dio el susto de mi vida, pues no le sentí llegar.

- Si tenéis frío, acercaros a la chimenea- me tendió la mano, o más bien, la garra.

En ningún momento me atreví a mirar su rostro. Cabizbaja, me atreví a disculparme para irme a mi habitación.

- Con permiso, deseo regresar y descansar.

- Os acompaño.

No pude rechistar. No estaba segura de si me daba más miedo ir sola por los oscuros y siniestros pasillos llenos de esas aterradoras estatuas o si recorrerlos con una bestia. No me consideraba una persona muy superficial, pero aquello estaba demasiado lejos de todo cuando había visto y vivido hasta entonces. No me acostumbraría fácilmente. En cuanto me dejó ante la puerta de mi habitación, hice una reverencia sin mirarle apenas y desaparecí tras la puerta.

- Os deseo que paséis una buena noche- oí al otro lado de la puerta.

Me sentí un poco mal por la prisa que me dí, por lo que entreabrí un poco la puerta y le vi de espaldas, regresando por donde había venido. Quise despedirme con su misma frase, pero no fui capaz de pronunciar esas palabras. Tan solo pude mirarle y preguntarme si no se sentía solo en ese sitio tan grande, frío y oscuro, volviendo a su habitación. Le vi girarse y cerré la puerta al instante, respirando fuerte por el intenso momento que acababa de vivir. No estaba segura de por qué temía que me pillara mirando, pero era inevitable sentirme así.

Me percaté de la luz cálida que desprendía la chimenea, en la pared opuesta de la cama y me senté en la gruesa alfombra, abrazando las rodillas y mirando el fuego. Me sentía reconfortada por la colorida danza de las llamas, me recordaban a mi casa y le daban un toque hogareño. De todo el castillo, mi habitación era mi lugar favorito, me gustaba, era mi espacio privado, como dijo él. Ahí me sentía segura. Me sentía cómoda, al menos en comparación con el resto del castillo.

Me desvestí y me puse un vestido para dormir que había en el armario. Cuando me metí en la cama, me hundí en el blando colchón y casi desaparecí cubierta por la cálida manta. La almohada era igual de suave y cómoda. Todo parecía nuevo, como si me fuera destinado, a mi gusto, a mi medida. Pero eso no podía ser, ¿verdad? Recordé los libros que leía sobre mundos de fantasía y pensé que podía imaginar que estaba en un castillo encantado, siendo la protagonista de una de esas historias que tanto me gustaban. Al fin y al cabo, todo lo que me había sucedido no parecía menos mágico y fantástico que mis lecturas favoritas. Tener esa perspectiva podía ayudarme a disfrutar un poco más de mi aventura y lo que se me ofrecía, a la vez que me daba la valentía para sobrellevar ese gran cambio en mi vida. Quizá podía mirar hacia el mañana con curiosidad de saber qué me esperaría. Un rayo de ilusión precedió mi camino hacia el mundo de los sueños. ¿Qué me reservaba ese mundo de fantasía al despertar?

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