El fantasma de la ópera (p.8)
Noté que la parte derecha de la cama se hundía y abrí los ojos. Me incorporé y me di cuenta de que no llevaba la máscara. Debió de habérmela quitado mientras dormía, quizá para que pudiera dormir más cómoda o... bueno, a saber qué razones podía tener. Y también estaba tapada con la manta. Me levanté deseando inútilmente que el vestido no se hubiera arrugado. Sí, fue inútil. Entonces me fijé en la cama y le vi tumbado boca abajo. Parecía cansado y... ¿herido? Se había quitado la capa y el chaleco, quedando solo con la camisa. Puse una mano sobre su espalda y soltó un quejido. Sí, estaba herido. Busqué un paño y fui a mojarlo en agua. Volví por el lado derecho de la cama, hacia donde tenía girada la cabeza. Me agaché junto a él y puse una mano sobre su brazo, haciendo que entreabriera el ojo de la máscara.
- ¿Te has metido en problemas de nuevo? ¿Has peleado con alguien?
Me miró sin decir nada y luego apartó la mirada.
- Déjame descansar un poco, luego te llevo de vuelta.
- Esa no es la cuestión... ¿dónde estás herido? ¿Puedo mirar? Te pondré agua fría.
- La espalda... solo eso.
Quiza solo eso era lo que me permitía, pero era suficiente. Tragué saliva, algo nerviosa de hacer algo así. Levantarle la camisa a un hombre, a él... sacudí la cabeza, centrándome en que no era nada romántico, solo era... un tema de salud. Sí. Solo era una espalda. Le saqué la camisa del pantalón y se la subí hasta cerca de los hombros. Tenía algunos moratones. Debió de golpeársela. También noté un corte en un lado de la cintura. En cuando el paño le tocó la espalda, se sobresaltó, dándome un susto.
- Está fría, ¿verdad? Aguanta un poco.
Le limpié la herida y le pasé el paño por la espalda, obteniendo algunas reacciones más. Gruñó un poco pero acabó por acostumbrarse. El corte no sangraba, pero no sabía si sería bueno vendarlo o dejarlo estar.
- ¿Crees que puedes incorporarte?
Así lo hizo y el corte empezó a sangrar. Inmediatamente le puse el paño ahí.
- Hay que vendarte eso- le señalé el corte mientras se sentaba en la cama.
Me levanté para ir a por vendas y se fijó en que iba descalza.
- Ponte los zapatos.
Su tono de voz no daba lugar a negociación, por lo que rápidamente fui a calzarme y volví a la búsqueda de las vendas. Regresé con ellas y me arrodillé junto a él, para tener su cintura a la altura de mis ojos y ver dónde estaba vendando. Mientras, él se sujetaba la camisa y a veces me miraba y a veces se quedaba pensativo mirando al vacío.
- Listo.
Se soltó la camisa y al ver que me levanté, me rodeó la cintura con los brazos y me atrajo hacia sí. Alzó la mirada y sentí cómo el corazón se aceleraba al instante. Su cabeza estaba a la altura de mi pecho. Debió de darse cuenta de que se movía más de lo normal al respirar más rápido por los nervios.
- ¿Por qué no puedes quedarte aquí para siempre?
- Ayer te di muchas razones.
- No es esa clase de pregunta... olvídalo.
Me quedé un poco confusa. No entendía qué quería. Le miré mientras se levantaba y se dirigía hacia la góndola.
- Vamos- me apremió ya de pie en ella con el remo listo.
- Sí pero...- miré alrededor-. Mi máscara...
- Puedes venir a buscarla la próxima vez. No la necesitarás hasta entonces, ¿o sí?
Suspiré y subí a la góndola, aceptando su mano para ayudarme con el equilibrio hasta que me senté. Mientras iba remando, compartió conmigo un pensamiento en voz alta que me hizo estremecer.
- Es la primera vez que encuentro una mujer dormida en mi cama cuando vuelvo a casa... por un segundo casi olvidé que vivía solo.
"Ha dicho mujer", se me puso la piel de gallina y se me erizaron los pelos. Me froté los brazos para darles calor y volver a su estado normal.
- ¿Tienes frío?
- Estoy bien.
Después de salir de la góndola, me acompañó por los pasillos hasta una entrada que no quedaba lejos de mi habitación. Antes de despedirse, tomó mi mano y la besó con una reverencia.
- Agradezco tus cuidados, con estas manos tan pequeñas...- dijo sin soltar mi mano, mirándola.
Me sonrojé y me puse nerviosa. Al final sí que obtuve un beso en la mano... cubrí mi sonrisa con la otra, fingiendo vergüenza. En cuanto tuve la oportunidad retiré la mano y la sostuve cerca de mi pecho, aún notando esa sensación. Erik no estaba seguro de cómo interpretar esa reacción. Se dio la vuelta para marcharse cuando le llamé.
- ¡Espera!
Se giró, expectante.
- Me preguntaba... si esta noche o mañana... podríamos volver a dar clases de piano.
Él dudó, pero acabó por acceder y se marchó, desapareciendo en la oscuridad. Salí y cerré la puerta del pasadizo con cuidado. Luego me dirigí a la habitación de Christine. Llamé a la puerta y preguntó quién era. Respondí y me abrió la puerta. Estaba con Raoul, vendándole una herida sangrante en el torso. Entonces entendí lo ocurrido. Aun así, pregunté por ello y me contaron que Christine había ido a visitar la tumba de su padre y el fantasma la había engañado para que creyera que era el ángel de la música enviado por su padre y la hiptonizó con su canción, pero Raoul fue a rescatarla y acabaron en una pelea de espadas.
- Ayer en el baile enmascarado te estaba buscando un joven. Quería devolverte el zapato- dijo Christine.
- Ah... ¿y qué hizo?
- Le dije que te lo podía devolver yo pero quiso quedárselo. Me ha dicho que si quieres recuperarlo, que vayas a la entrada del teatro hoy a mediodía.
- Seguro que me pedirá un beso a cambio- puse los ojos en blanco.
- Quizá esta vez le veas sin máscara, ¿y si es atractivo?- comentó Raoul.
- Eso no importa, a mí ya me gusta alguien... aunque es un amor platónico- suspiré.
- Pues a mí me parece la oportunidad perfecta de que conozcas a alguien- se encogió de hombros Christine.
- Puede ser, pero es un insistente con lo del beso.
- A veces los hombres no conocemos otra forma de dejar huella en el corazón de una chica, ya que no sabemos lo que le gusta y recurrimos a algo que nunca falla- intervino Raoul.
- Y a veces los hombres deberían preguntar en vez de tomar acción- protesté.
- Eso disminuiría las posibilidades- se rio él.
- Es verdad- concordó Christine-. Porque no nos atrevemos a decir lo que sentimos.
- Bueno pero me refería a preguntar lo que nos gusta... o proponer una cita o no sé...- expliqué.
- ¿Irías a una cita con él?
- Puede. ¿Qué hora es?
- Casi mediodía, ve si quieres recuperar tu zapato- me apremió Christine.
Fui corriendo a la entrada del teatro y salí fuera. Ahí estaba el joven, con mi zapato en la mano.
- Te lo devolveré a cambio de un beso- sonrió.
- Sabes que eso no va a suceder.
- No te cuesta nada.
- Resulta que no quiero darle el honor de mi primer beso a alguien que acabo de conocer- me crucé de brazos.
- Oh, entiendo. Vendré a otras óperas, espero que nos volvamos a ver- me devolvió el zapato.
- Gracias. Yo que tú no volvería, ¿no has escuchado sobre el fantasma de la ópera?
- Sí, pero no tengo miedo a los fantasmas.
- No es un fantasma, te puede hacer un daño muy real.
- Eso significa que yo también a él.
Le miré con el ceño fruncido. Aunque fuera guapo y tenía agallas, era comprensivo e inteligente además de un poco lanzado, no me hacía gracia que hablara así de Erik.
- No te atreverás- le dije en un tono un poco más siniestro de lo que pretendía.
- ¿No serás tú el fantasma?- insinuó tomando mi barbilla.
Le aparté la mano con un golpe seco y le agarré el cuello de la camisa, acercándole a mí.
- Si lo fuera te hubiera hecho desaparecer, qué pena que no pueda.
Le solté y me marché con mi zapato.
- Esta señorita sabe algo, tendré que mantenerla vigilada- dijo el joven poniéndose la chaqueta y el gorro de guardia.
Cuando miré antrás antes de entrar, vi a un guardia mirar en mi dirección y me pregunté de dónde salió. Entonces me di cuenta y cerré la puerta, echando a correr sin detenerme hasta llegar a mi habitación. Lo que me faltaba, dando pistas a los guardias sobre Erik. Si se enteraba no me lo perdonaría. Esa noche fui a tocar el piano, pero no vino. Al día siguiente hubo ensayo, y por la noche quise tocar, pero estaba cansada por el trabajo que hubo y fui directa a la cama. La tercera noche me quedé dormida en el escenario, a medias de pintar una decoración. Me desperté al oír una melodía conocida tocada con el piano. Me acerqué al piano y vi que se trataba de él.
- Qué bonito suena cuando lo tocas tú- le alabé.
- Ayer faltaste a clase, como castigo hoy serán dos horas en vez de una- dejó de tocar y me cedió el asiento.
Me senté aún soñolienta y traté de espabilarme, pero tenía sueño. Me esforcé por tocar la melodía que había estado practicando y luego él me mostró los errores y una forma de mejorarlos. Seguí practicando hasta que empecé a ver las teclas borrosas y me acabé desplomando sobre el piano. Justo antes de golpear mi cabeza con las teclas, una mano detuvo el impacto. Levanté la cabeza, intentando abrir los ojos.
- ¿No querías clase? Pues venga...
- No puedo más...- murmuré-. Hay mucho trabajo estos días con los ensayos de... la ópera... esa que escribiste sobre el Don Juan... estoy muy cansada, perdónamelo por esta vez- le pedí pronunciando cada vez más lento.
- ¿Vas a dormirte aquí?
- Mmm...
Le oí suspirar y me cogió en brazos para llevarme a mi habitación. Me dejó en la cama y me quitó los zapatos, tras lo cual me tapó. Dejé de sentir en pelo en mi cara y noté algo en mi mejilla. Luego dejé de ser consciente de lo que ocurría. A la mañana siguiente desperté tarde y fui corriendo a los ensayos para seguir ayudando. Esas noches estuve tan cansada que intenté irme a mi habitación para dormir, si me pillaba de nuevo en el escenario quizá me obligaría a dar clases de piano como venganza por no acudir esa noche y venir para nada. Tendría más noches añadidas a la lista, pero realmente estaba cansada. La ópera debía estrenarse el fin de semana y nos estábamos quedando sin tiempo. Por fin terminamos y solo quedaba el último ensayo. Ese día lo tuve libre y pude descansar. Al atardecer, decidí ir a visitarle. Cuando llegué al canal, empecé a cantar, esperando que me oyera y viniera. Pronto la góndola asomó y vi su elegante figura envuelta en la capa erguida en un extremo de la góndola. Dio la vuelta y me ofreció la mano.
- ¿Así que hoy no te caerás del sueño?- se burló.
- Estaba cansada y es por tu culpa, tú mandaste que la ópera fuera representada cuanto antes...
Me senté, indignada.
- Ah, pero tú me dijiste que volviera a componer... Y eso hice el tiempo que no estuviste- me dijo al oído, tras lo cual se enderezó de nuevo y comenzó a remar.
Sentí un escalofrío. No había manera de ganarle en una discusión. Pero por otra parte, me gustaban sus argumentos, tenía curiosidad por saber qué sería lo siguiente que respondería. Era imprevisible. Una vez en la orilla, cuando me ayudaba a salir, me dijo con una sonrisa de una amabilidad inquietante:
- Bienvenida, gracias por visitarme.
Le miré con recelo.
- Gracias, es... un placer...
Tuve un mal presentimiento. Su comportamiento no parecía inusual, pero estaba más calmado que otras veces, casi como si intentara hacer que me confiara para luego... bueno, no sabía qué podía querer de mí.
- Y, ¿a qué se debe tu visita?- me siguió hasta el sofá y nos sentamos.
- Quería disculparme por estar ausente estos días, a pesar de haberte pedido clases. ¿Viniste de nuevo?
- Sí. Estuve observando los ensayos, todo parece ir según lo planeado. Pero no te preocupes, vi que te ibas rápido a tu habitación así que no te esperé.
- Ah... me viste...- me sonrojé, avergonzada. Me había pillado-. Temí que si volvías a pillarme en el escenario me obligarías a tocar el piano a pesar de no poder tener los ojos abiertos.
- No lo volveré a hacer, tranquila. Ya he visto que no resistes. Pero yo que tú tendría cuidado dónde me duermo, eres completamente vulnerable.
- Por eso me di prisa en irme a mi habitación las siguientes noches- protesté.
- ¿Tienes alguna información útil para mí?
Me quedé paralizada. Me había cogido desprevenida y no sabía cómo responder. Realmente tenía mucha información útil, pero no podía decirle nada. Bueno, quizá...
- El joven del otro día... resulta que es un guardia y... creo que está interesado en ti.
- No puedo corresponderle, no me van los guardias- se burló.
- ¿No temes que te pillen?
- No pueden encontrarme.
"A menos que Christine o Madame se lo diga", pensé, "o que me sigan sin darme cuenta, tendré que tener cuidado".
- Eso espero.
- Querida niña...- empezó a cantar con voz suave-. Parece que te preocupas, parece que me ayudas...- su tono de voz era extrañamente atractivo, no pude evitar bajar la guardia aunque sabía que sentirme así no podía significar nada bueno-. Pero en el fondo algo me ocultas... escucha la dulce melodía de mi voz, no te resistas, hazme este favor...- antes de darme cuenta, me estaba acariciando el rostro y no pude reaccionar, ¿sería la forma en la que hechizó a Christine?-. Dime tus secretos, cuéntame qué escondes dentro y te lo recompensaré haciendo realidad tus deseos...- cada vez estaba más cerca y sólo podía fijarme en sus ojos-. Canta para mí, querida niña, canta...- me rozó los labios con sus dedos- cuéntame todo...
A pesar de no haber escuchado esa melodía antes, era como si la conociera y pudiera seguir cantándola, diciendo lo que me pedía.
- Ciertamente hay cosas que no te he contado por miedo a hacerte y hacerme daño... - mis labios se movieron solos entonando la melodía que Erik había empezado.
- Quédate aquí conmigo siempre, no te vayas más, dime tus secretos y los míos oirás...
- Quedarme para siempre...
- Quédate.
- Contigo...
- Conmigo. ¿Quieres?
- Qui...
Sentí su aliento en mi oreja y mi cuello y se me puso la piel de gallina. Me di cuenta de que en algún momento me había tumbado en el sofá. Entonces noté algo en mi cuello. Lo toqué. Era el lazo negro que había desaparecido. ¿Qué significaba eso?
- Erik- pronuncié su nombre y el hechizo se rompió. Le aparté y me levanté del sofá, alterada y respirando fuerte. ¿Qué había estado a punto de pasar?-. No me hagas esto. No puedo quedarme.
- Has admitido que me ocultas algo- se levantó y vino hacia mí-. ¿Qué es? No te irás hasta que me lo digas.
- No puedo, es muy personal...
- Entonces te quedarás aquí para siempre- me agarró la mano.
Yo intenté librarme de su agarre y con el impulso al final lo logré, pero caí al lago, hundiéndome. Oí un zambullido y sentí que me llevaban a la superficie. Una vez fuera, tosí y respiré de nuevo.
- Creo que también tendrás que enseñarme a nadar- tosí y me rei un poco.
- Debes cambiarte y ponerte ropa seca.
- Aquí no.
- Claro...
Me puso su capa sobre los hombros y me llevó de regreso a mi habitación. Él también tenía la ropa mojada. Le di una toalla y la cogió sin decir nada.
- Gracias por salvarme- le dije en voz baja.
Se frotó el pelo con la toalla y se la puso en el hombro. Cogió su capa y mientras salía, dijo:
- No vuelvas. Si lo haces, no te dejaré marchar nunca más.
Dicho lo cual cerró la puerta y mi corazón se aceleró mientras sentí algo en la tripa. ¿Cómo debía interpretarlo? ¿Era una amenaza o... una advertencia?
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