El fantasma de la ópera (p.7)

Eché a correr de nuevo por el pasillo y al llegar a un cruce me detuve. Estaba perdida.

- ¿De quién huyes? ¿Sabes a quién estás arrastrando por los pasillos?- me preguntó él con un tono ligeramente sorprendido.

- Pues claro, antes me invitaste al abismo, ¿no? Pero no lograba deshacerme de ese insistente...- le miré a los ojos-. No conozco el camino, ¿por dónde es? Vamos, antes de que nos vean.

Erik sonrió y me tomó de la mano, guiándome por los pasillos hasta llegar a las catacumbas. Me tropecé y me caí un par de veces. Al final me quité el zapato y seguí descalza. Erik no se había percatado de esto último. Subimos a la góndola y al fin pude relajarme. Suspiré, mirando el zapato.

- Ahora tendrá una razón para buscarme- le mostré mis pies descalzos y el zapato en mis manos.

Erik soltó una carcajada.

- Es como la cenicienta, pero tú no quieres ser encontrada- dejó de remar un momento y se agachó hacia mí-. Por suerte te he encontrado yo, un asesino en serie, y no él, un romántico sin remedio- dijo con ironía.

Me crucé de brazos e hice un puchero.

- No hace falta que lo entiendas.

- Supongo que no. Pero esperaría que huyeras de mí de esa manera, y no al revés...

Llegamos a la orilla y me ayudó a salir. Me quedé sentada ahí con los pies en el agua. Me trajo un paño para secarme los pies y se fijó en que me había hecho daño en la huida. Me llevó al sofá en brazos y me vendó los pies. ¿Cómo podía ser tan amable unas veces y tan aterrador otras? 

- Es una pena, me gustaban mucho esos zapatos- comenté.

Cuando terminó, alzó la mirada hacia mí, aún arrodillado frente a mis pies. 

- Me reconociste a pesar de la máscara- comenté, sonrojada.

- Por supuesto, las personas con las que tengo cuentas pendientes destacan ante mis ojos y las veo enseguida.

Tragué saliva. Sabía que llegaría el momento de hablar. Me incliné hacia él y le sonreí.

- Me alegra volver a verte.

Él se quedó sorprendido. Una lágrima corrió por su mejilla. Me acerqué aún más a él y abracé su cabeza mientras él sostenía mis tobillos.

- Es la primera vez que alguien me dice eso. ¿Seguro que eres Lara? Déjame verte.

Alzó las manos hacia mi máscara, pero me aparté.

- Mi máscara por la tuya.

Su expresión se enfrió por un instante. Luego respondió:

- Entonces por esta noche seremos dos desconocidos enmascarados- bromeó.

- ¿Cómo? ¿Dos desconocidos enmascarados en un baile enmascarado y no bailan juntos?- sonreí.

- No puedo dejar que camines por este suelo de piedra teniendo los pies así- se negó él.

- ¿No tienes alguna alfombra o tela grande...? ¿Y música? ¿Tienes música?

Él sonrió y sacudió la cabeza, resignado. Se levantó y fue a por una alfombra. La extendió en el suelo y luego puso un gramófono en funcionamiento.

- No conozco este estilo, me tendrás que enseñar a bailarlo- insinué mientras caminaba hacia la alfombra.

- No te acostumbres a las clases gratis, ¿eh?- me colocó las manos y luego se colocó él-. Te crees muy lista... - vio mi sonrisa y no dijo nada más. Se limitó a suspirar y se le escapó una media sonrisa.

En esos momentos, parecía más bien un hermano mayor o un padre consintiendo a su hija, y no estaba segura de que eso nos acercara en el sentido romántico o si por el contrario hacía que me viera como cualquier cosa menos una mujer. Una niña, por ejemplo. ¿Cómo podía averiguar si me veía como a una mujer o no? Eso aumentaría o disminuiría mis posibilidades. Si me veía como a una niña o una hermana o alumna o sirvienta o asistente o lo que fuera, su obsesión con Christine podría no tener cura. Claro, lo hacía por ella, no por mí... claro...

- Sígueme el ritmo, déjate guiar- me instruyó.

A veces miraba los pies, a veces sus ojos, a veces las manos y a veces me perdía y sacudía la cabeza, intentando centrarme de nuevo. Cuando acabó la canción, le pedí intentarlo de nuevo, seguramente me saldría mejor. Sin embargo, acabamos bailando seis canciones, a pesar de que la segunda mitad ya lo hacía bien y podía disfrutar del ambiente. Después de la sexta, me cogió en brazos y me llevó al sofá.

- No, no, una más, una más- protesté.

- No, ya basta por hoy, pequeña consentida.

Aunque lo último que quería era hacer justicia a sus palabras, me dieron ganas de llorar y me salieron algunas lágrimas. Cada vez parecía alejarme más de ser vista como mujer. Se sentó a mi lado y me alzó un pie.

- Mira, se te ha soltado una venda.

La volvió a colocar y me limpió las lágrimas del rostro.

- ¿Qué voy a hacer contigo...? Nunca he cuidado a nadie, si me das problemas no te aseguro que...

- Pues casi que te sale natural- comenté.

- ¿Natural?- se quedó pensativo, pero luego preguntó-. ¿De verdad lloras porque te he dicho que no bailaremos más por hoy?

- Claro que no... es... porque creo que me ves como a una niña pequeña y... soy mayor que Christine, ¿sabes?

- No eres una niña, pero a veces lo pareces y me divierte tratarte como tal. Es mejor así.

- ¿A qué te refieres...?- quise preguntar, pero no me dejó. Puso un dedo sobre mis labios, produciéndome de nuevo esa sensación en el estómago.

- Aquí yo hago las preguntas. ¿Me explicas qué es esa nota que me dejaste y cómo y cuándo llegaste hasta aquí sin que me enterara?

- Recibí una carta el día de antes de que mi padre vendría a llevarme unos días a casa. Quise decírtelo y fui a buscarte, pero era el día de la actuación y tú estabas ahí, la góndola estaba allí, yo la cogí... y a remar aprendí- dije riendo un poco-. Te dejé la nota y cuando regresé... bueno... sucedió lo del hombre colgado. Os seguí arriba y les vi a ellos... juntos y a ti mirando desde fuera. No podía decirte que me iba unos días en ese momento, y también pensé que me lo impedirías al no creer que volvería. Lo siento. Esperaba que creyeras mi nota y cuando me despedí del "teatro", te lo decía a ti.

- ¿Por qué volviste?

- Te dije que no te dejaría, ¿no?

Acercó una mano a mi rostro, mirándome como si intentara leerme el pensamiento, pero cerró la mano y la apartó.

- ¿Esperas que te crea?- enfrió el tono de voz repentinamente.

- ¿Y por qué crees que regresé?

- No lo sé, pero puedo sentir que me ocultas algo. A menos que te sinceres conmigo, no te creeré.

- Yo... no puedo hacer eso. Es muy personal...

- Volviste para el baile enmascarado, ¿verdad?

- Bueno sí...

- Tu familia debió pensar que podías conocer a algún joven rico.

- Pues sí, pero me vine contigo, ¿no?

- No te atreverías a desobedecerme.

- Eso también pero...

- Mira, no sé qué intentas sonriendo y diciendo que estarás conmigo y pidiéndome que te enseñe piano y baile, pero si todo eso fuera genuino aceptarías quedarte aquí conmigo para siempre.

- ¿En las... catacumbas?

- Sí, en las catacumbas.

- No es justo, claro que no quiero, puedo venir a visitarte, pero tengo un trabajo y es como me gano la vida y tengo familia y amigos y... quiero ver la luz del sol. Pero eso no significa que...

- Ya me has dado tu respuesta. Te llevaré de vuelta. Ya te citaré en otra ocasión...

Me cogió en brazos y me llevó hasta la góndola. No entendía por qué las cosas se habían torcido de esa manera. Era más desconfiado de lo que había previsto. Era cierto que lo que quería era ayudar a Christine y a Raoul... pero también me importaba él y no podía pedirme renunciar a todo, sobre todo porque no me había dado una razón. ¿Cómo hacerle ver que realmente me gustaba estar con él y eso no cambiaría sin importar mis otras intenciones? Tampoco es que eso sonara muy genuino... Pero contarle toda la verdad era mi último recurso. Aún no podía decirle lo que planeaban en su contra. Detuvo la góndola a mitad de camino.

- ¿Qué ocurre?- pregunté.

- No me apetece llevarte de regreso ahora en brazos.

- Puedo ir descalza...

- No, no puedes.

Regresó a la orilla y me dejó ahí.

- ¿Dónde guardas tus zapatos?

- En la maleta tengo un par... está al lado de la puerta de mi habitación.

- Muy bien, espérame aquí.

Me quedé esperando, pero no era un camino corto y empecé a tener sueño, por lo que fui a su cama y me acosté hasta que volviera. Debió dejarme dormir, pues a la mañana siguiente desperté en su cama. Estaba sola, pero me había traído los zapatos. La góndola estaba ahí, por lo que debió de haber salido fuera directamente. Ese día era festivo y no habría trabajo, por lo que me eché de nuevo y volví a dormirme.

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