El fantasma de la ópera (p.1)

Había escuchado los rumores que corrían en aquel famoso teatro, pero aquello no me impidió presentarme a las audiciones. Me atraía saber que había un misterio que nadie era capaz de resolver. Unos días después, me llamaron para reserva, lo cual me pareció suficiente, pues en realidad quería tener más tiempo para explorar y estar entre bastidores, observando desde fuera. Quizá de esa forma lograría ver algo que los demás, al estar centrados en los ensayos y las funciones, no lograban ver.

Christine, la que mejor cantaba, en mi opinión, había desaparecido, pero regresó al día siguiente. Desde entonces comenzaron los rumores. Un apuesto joven de cabello rubio la observaba sin perderse ninguno de sus movimientos. Le atraía verla cantar y actuar. Sin embargo, los otros inversores seguían insistiendo en poner a la otra cantante como solista a pesar de las advertencias de un dicho "fantasma" de la ópera. Sin embargo, era solo un nombre dado a alguien desconocido. Todos eran conscientes de que era tan real como la tensión en el ambiente.

Esa noche, decidí por fin llamar a la puerta de la habitación de Christine. Su amiga me había contado sobre un tal "ángel de la música" que supuestamente había enseñado a Christine a cantar. De hecho, oyó a alguien cantando con ella cuando intentaban abrir la puerta de su camerino, que estaba bloqueado. Cuando abrieron la puerta, ella había desaparecido. Desde el punto de vista de alguien supersticioso, había varias explicaciones sobrenaturales posibles, ninguna de las cuales estaban entre mis teorías. Además, era una voz masculina. En mi opinión, ella se estaba viendo con un hombre a escondidas. Y este hombre parecía tenerla engañada. La hacía pensar que era bueno, pero si amenazaba a los inversores, no podía ser trigo limpio.

Después de llamar dos veces a la puerta, ella me abrió. Parecía sorprendida. Por el rabillo del ojo vi que había una rosa negra con un lazo rojo sobre la cómoda. Era bastante peculiar y no parecía de buen augurio.

- Hola, Christine, soy nueva aquí, no conozco a mucha gente y me preguntaba si podíamos hablar un poco y que me contaras cómo funciona todo por aquí, algún consejo... como cantas tan bien...

- Hola, eres Lara, ¿no? Encantada de conocerte. Pasa, te prepararé un té.

Me senté y observé su habitación, en busca de algún rastro de que hubiera estado alguien más ahí. Mientras Christine preparaba el té, miré hacia el espejo. De pronto, me pareció ver la mitad de un rostro y solté un grito, sobresaltándome. El corazón me latía a mil. Christine corrió hacia mí, preguntando si me encontraba bien.

- He... he visto... creo que he visto...- palidecí al ver tras ella de nuevo la figura a través del espejo, haciendo señales de silencio. Me recorrió un escalofrío-. No es nada, imaginaciones mías, a veces creo ver cosas que no son- me reí con nerviosismo, pálida.

- Sé lo que se siente, no te preocupes, aunque en mi caso acabó dejando de ser imaginación...- murmuró.

"Y para mí...", pensé.

- ¿Y qué es lo que imaginabas?

Ella no dijo nada. Fue a por la bandeja con las tazas de té y las dejó sobre la mesita. Se sentó a mi lado, miró a todas partes y me susurró al oído:

- Imaginaba que mi difunto padre había enviado un ángel guardián que me recordara su música.

- ¿Por eso cantas tan bien?- puse cara de sorpresa, siguiéndole la corriente.

- ¿Me crees?

- No creo que mentirías- sonreí.

- Si te digo la verdad...

Empezó a relatarme cómo una noche el espejo desapareció y pudo ver cara a cara a su maestro de canto. Todo ese tiempo él la había ayudado desde algún lugar oculto y esa noche al fin veía su rostro, o la mitad, ya que llevaba una máscara que cubría la otra mitad. La llevó con él a unos canales subterráneos y fueron en una especie de góndola hasta las profundidades del teatro, donde había creado su propio hogar. Sin embargo, había algo aterrador en el ambiente. Y no era solo el hecho de que tuviera un maniquí parecido a ella con un vestido de novia que pretendía hacerla llevar algún día aparentemente no muy lejano. A mí ya me parecía que eso decía mucho de su personalidad, pero aquello no hacía más que empezar.

- Lo más aterrador fue cuando le quité la máscara... Se enfadó en sobremanera y me maldijo.

- ¿Qué te asustó más, su rostro o la maldición?- pregunté.

- Que todo este tiempo él fuera el ángel guardián que creía tener.

Cierto era que ser el objeto de obsesión de alguien así era lo más aterrador de todo, ya que era capaz de cualquier cosa. Además, se notaba que a ella no le interesaba de forma romántica, más bien la asustaba, y eso era lo más triste de todo.

- Pero me dio pena, parecía sufrir por su condición.

- Es decir que es solitario y antisocial porque tiene baja autoestima... me pregunto si tenga cura- me dije para mí misma.

Poco podía imaginar que el problema era mayor del que parecía a simple vista. Los demás no tomaron en serio las amenazas y en medio de un ensayo, un hombre cayó colgando, ahorcado. El impacto me debilitó las piernas en un instante y caí de rodillas, intentando asimilarlo y no pensar en ello. No sabía qué pensar, solo quería quitarme esa imagen de la mente, pero tampoco era justo querer olvidarse de la tragedia de alguien. Sin embargo, esa persona ya no tenía esperanzas y si yo quería seguir con mi vida, debía superarlo aunque fuera distrayéndome de alguna forma. Vi una figura negra y cometí el error de seguirla. Llegué al pasillo donde estaba la habitación de Christine, pero le perdí de vista. Entré sin llamar, preocupada de que pudiera haberle pasado algo. La vi sentada delante del tocador. Me miró sorprendida.

- ¿Ya es mi turno?

- No es eso... Ha ocurrido algo...

Christine salió enseguida hacia el escenario y yo me quedé sola en su habitación, mirando la puerta abierta.  De pronto oí una voz detrás de mí:

- Yo que tú tendría más cuidado de quedarte sola... nunca se sabe quién acecha en las sombras- me dijo al oído.

Me giré con un sobresalto y caí al suelo. Miré la puerta, pero estaba cerrada. Las velas se apagaron y no pude verle. Ese hombre... no era un ser humano cualquiera. Y aunque lo fuera, no estaba en menor peligro.

- Dime qué quieres de mí- me levanté y retrocedí, creyendo que me apartaba de él, pero mi espalda chocó con él y me estremecí. Estaba temblando como nunca en mi vida.

- Eres demasiado curiosa para tu bien. Eres la única persona a la que Christine le ha contado sobre mí. Sabes demasiado. Conoces mi debilidad. Tan solo eres una jovencita, no me supones ninguna amenaza, pero cuidado con lo que hablas y con quién- se inclinó hacia mí para que le escuchara bien, pues hablaba en voz baja, con cuidado de que no se oyera desde fuera.

- No se me ocurriría hacer nada que pudiera perjudicarte, aprecio mi existencia- le aseguré con voz temblorosa.

- Más te vale ser obediente, pequeña, sería una pena que no pudieras volver a subir al escenario con todo lo que te has esforzado... ¿verdad?- sentí su aliento en mi cuello.

De nuevo otro escalofrío. Poco después se abrió la puerta y oí unos pasos correr hacia mí.

- ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Le has visto?- preguntó Christine.

Yo estaba inmóvil, incapaz de reaccionar. Encendió las velas y me miró, preocupada.

- No debí dejarte sola... A mí no me hará nada, pero tú... ay... no debí involucrarte.

- No vi nada...

- Tu cara me dice otra cosa.

- Christine...- la miré al fin.

Quería conservar mi vida, pero también advertirla del peligro y no sabía cómo. Por el momento solo podría observar y esperar la oportunidad de hacer algo por ella.

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