El Cascanueces (p.1)
Al fin llegaban las navidades. Mi padrino Drosselmeyer hacía las mejores fiestas y siempre nos sorprendía con sus regalos. Mi padre estaba esperando a que bajáramos para ir a la fiesta, pero yo no encontraba mi lazo favorito y no pensaba salir sin él, tenía el pelo arreglado y se soltaría si no me lo ataba con un lazo.
- ¡Marie!¡Timmy!
Mi madre nos llamó a mi hermano y a mí una y otra vez. Yo respondí, insistiendo en encontrar mi lazo antes de irme mientras me sujetaba las trenzas para que no se deshicieran. Timmy no respondía, lo cual me preocupó un poco. ¿Qué travesuras estaría haciendo? Con tan sólo diez años, tenía las ideas más creativas para hacer que una fiesta fuera un desastre. No quería ni recordar las navidades pasadas... Fue divertido, pero dudo que la tía de mi padre se riera mucho al llegar a casa y encontrar ratones en su bolso. A mí no me desagradaban los ratones, pero no quería verlos en casa, destrozando todo lo que podían. Si no encontraban comida, se comían los muebles y otros objetos de madera.
- ¿Qué dices que buscas?- me preguntó mi madre desde la puerta de mi habitación.
- Mi lazo rosa, no lo encuentro.
- Ese lo tuve que tirar, los ratones lo dejaron hecho un desastre.
- ¿Y no habrá sido Timmy?- insinué, molesta.
- No lo descarto- se encogió ella de hombros-. Fuera quien fuera, no lo puedes usar. Tendrás que usar otro color, cariño.
Fue al cajón de la cómoda a buscar otro, pero ninguno pegaba con mi vestido.
- Espera, tengo uno blanco que te irá muy bien con tu vestido rosa pálido.
Regresó con el lazo y al fin pude dejar de estar con la mano pegada al pelo. Me senté en la silla de la cómoda mientras mi madre me ataba el lazo. La miré a través del espejo y, una vez más, pensé que estaba muy elegante y que me gustaría ser así de mayor. A pesar de que ella decía que yo ya era toda una señorita en edad de conocer chicos, yo no me veía teniendo un romance, a esa edad no iba a casarme y si no iba a durar la relación no quería empezarla. Y tampoco me hacía gracia esperar varios años hasta que pudiera casarme. Aunque estaba relativamente cerca de la edad a la que otras chicas que conocía se casaban, a mí se me hacía lejano. Alguna ya tenía su primer bebé... les quitaba mucha libertad, y yo quería ver mundo, vivir aventuras, jugar, hacer todo lo que quisiera sin depender de alguien. Mis padres no me insistían mucho, y tampoco le daban mucha importancia a mis caprichos. De hecho, me seguían consintiendo a pesar de que algunos familiares argumentaban que debía actuar más como una señorita.
- Listo. Te queda muy bien el lazo- me mostró mi madre.
- Gracias, mamá.
- Ahora hay que buscar a tu hermano y salir corriendo hacia el coche, que llegamos tarde- me apremió ella.
- ¿Quizá esté comiéndose los pastelitos que hicimos ayer?- bromeé, esperando sinceramente que no se tratara de eso.
- Si fuera así, me llevaría un gran disgusto, llevó mucho tiempo prepararlos y a Drosselmeyer le encantan, siempre nos trata tan bien, es lo menos que podemos hacer.
- Sí, nos da unos regalos muy bonitos y originales cada vez- concordé.
Sin embargo, nuestras esperanzas fueron en vano. Ahí estaba Timmy, escondido tras el sofá, comiéndose un pastelito. Las escondió al oírnos y echó la culpa a los ratones por las migajas que señalamos en el suelo.
- Claro, y ese ratón se llama Timmy- dije con sarcasmo.
Él se molestó y vino a darme con el puño en el brazo, pero le esquivé y cayó al suelo, desequilibrándose. Al levantarse, se le cayeron los pastelitos que escondía y mamá le miró de brazos cruzados y enarcando una ceja.
- ¿Has dejado alguno para el tío Drosselmeyer? Sabes que siempre te regala algo.
- Solo me comí seis- dijo con voz de niño inocente, como si esa cantidad le pareciera poco.
- Ya verás luego cuando te duela la tripa- le saqué la lengua.
Él me devolvió el gesto. Entre tanto, llegó mi padre y nos repitió que si no partíamos enseguida nos perderíamos lo mejor de la fiesta. Timmy y yo nos miramos un segundo y acto seguido echamos a correr al coche. Por nada del mundo nos perderíamos los regalos. Una vez en casa de Drosselmeyer, fuimos recibidos con una cálida bienvenida por parte de nuestro querido anfitrión. Nos invitó a una salita donde esperaban nuestros regalos, entre otros para quienes aún quedaban por llegar. Los abrimos enseguida mientras nuestros padres empezaban a dirigirse a la puerta por si venía algún conocido. Mi regalo era un precioso cascanueces y el regalo de Timmy, una colección de soldaditos de plomo.
- ¿Los has hecho tú?- pregunté sorprendida, sabiendo que tenía mucho talento para hacer juguetes, a pesar de que su oficio fuera relojero.
- Estos no, me los regaló alguien que conocí en uno de mis viajes, presentí que os gustarían, porque son realmente especiales, únicos. No hay otros modelos similares. Ni siquiera estaban a la venta, y nunca deben estarlo. Nada en el mundo puede comprarlos.
Miramos nuestros juguetes con admiración. El valor era mayor del que podíamos imaginar. Aquello solo aumentó mi agradecimiento con mi padrino y el cuidado con el que trataría al cascanueces. Le abrazamos, dándole las gracias.
- ¿Venís a la fiesta? Hay algunos jovencitos de tu edad- me guiñó un ojo Drosselmeyer.
- No creo poder ir con el cascanueces y no le puedo dejar solo...- miré de reojo a Timmy y mi padrino entendió.
- Te lo guardaré en el salón de arriba y podrás recogerlo cuando quieras- se ofreció- lo pondré encima de la cómoda.
- Gracias- le di el cascanueces, con reparos, pues acababa de recibirlo y no me quería separar de él tan pronto.
Fui a la fiesta y me quedé en la puerta, mirando a los invitados. Algunos bailaban, otros hablaban y los más pequeños correteaban esquivando piernas y voluminosas faldas. Unos minutos más tarde, Drosselmeyer volvió y puso una mano sobre mi hombro.
- ¿Quieres que te presente a alguien?
Sonreí con timidez, accediendo. Se acercó a un grupo de jóvenes y les debió decir que había una señorita disponible si querían pareja de baile, pues eso fue lo que vinieron a pedirme. Como eran varios y me costaba decidirme, uno de ellos me preguntó cómo me llamaba y si era de ese barrio, para romper el hielo y conversar un poco entre nosotros antes de elegir compañero de baile, de ser necesario. Lo cierto era que ni sabía bailar, por lo que prefería evitarlo. Al final simplemente tuve una agradable charla con ellos y nos reímos contando anécdotas. Les encantó escuchar las travesuras de mi hermano en la última fiesta.
- Siempre que mi hermano hace algo me llevo la culpa- se quejó uno de ellos, riendo.
- Al menos no te castigan, como a mí, dicen que tengo parte de la responsabilidad, pero si él me pega yo me tengo que defender- se encogió de hombros otro.
- Seguro que le provocaste- se rio su amigo, dándole un empujoncito, bromeando.
Él miró a otro lado y todos nos reímos, pues se le notaba en la cara que no era un santo. Noté que el chico que me había preguntado mi nombre me miraba y decidí devolverle el favor, pero de forma discreta.
- Por cierto, no me habéis dicho vuestros nombres- les miré, sobre todo a él.
Uno por uno los dijeron y él fue el último.
- Me llamo Erik.
Sonreí. Era un nombre muy bonito y elegante. En un momento en el que Drosselmeyer pidió atención y los demás se giraron, me acerqué y le agradecí en voz baja que me sacara de la situación incómoda de antes.
- Aunque, no niego que me gustaría que accedieras a bailar conmigo- dijo él.
- No puedo...- respondí, aunque me pregunté si se podía malinterpretar y quise explicarlo, pero vi su cara de decepción, disculpándose para irse a algún sitio.
Intentaría buscar un momento luego para asegurarme de que supiera por qué le había rechazado. Suspiré. Por eso no quería involucrarme en nada romántico, era tan complicado todo...
- ¿Quieres bailar?- me preguntó un joven un poco mayor que yo al que algunas chicas miraban interesadas.
- Ni siquiera te has presentado- respondí automáticamente, pues me hablaba como si me conociera.
- Pero Marie, ¿es que no te acuerdas de mí?
Le miré analizando más a fondo y traté de rebuscar en mis recuerdos.
- ¿Tayler?
- El mismo.
- ¡Cuánto tiempo! Ya ni te reconocía, has crecido tanto en tres años...
- Y tú también has cambiado, estás más guapa que antes.
Me sonrojé. Aun así, no le di la mano a pesar de que esperara mi respuesta a su invitación con la mano extendida.
- Tayler, no... yo no sé bailar- le dije en voz baja tapando un lado de mi cara con la mano.
- Te enseño. En realidad solo tienes que seguirme, yo te guío. Venga, por esta vez- sonrió como solo él sabía, difícil resistirse.
- Está bien, pero si quedo en vergüenza delante de todos asumes la responsabilidad.
Salimos a bailar y al principio estaba concentrada e intentaba por todos los medios seguirle el ritmo, pero iba desacompasada. En un momento me perdí del todo y cuando nos miraron algunas personas, él reaccionó:
- Perdona, me he distraído- me acercó a sí de nuevo y me dijo al oído-. Tan solo disfruta la música, al fin y al cabo el baile es para ello.
Lo intenté de nuevo y al estar más relajada me salió un poco mejor, hasta que le pisé sin querer e hizo una mueca, esforzándose por disimular. Me llevó al jardín y cuando nadie miraba, se sentó en un banco, frotándose el pie.
- Veo que seguirás pisándome, ¿eh?
- Esta vez no fue a propósito- me defendí, mirando al suelo con las manos a la espalda y frotando la punta del pie con el suelo, recordando cuando éramos pequeños.
- No importa, puedes pisarme si a cambio te tengo entre mis brazos por unos minutos aunque sea bailando.
Me sonrojé al instante y sentí un cosquilleo en la tripa. Nunca me habían dicho algo así.
- No flirtees conmigo de una forma tan descarada- fue lo único que pude decir, tratando de tranquilizarme.
- No prentendía... faltarte al respeto, lo siento. Si quieres te enseñaré a bailar, podemos practicar un rato aquí fuera.
- No sé... ¿y tu pie?
Él se acercó a mí y me rodeó por la cintura, colocándose en posición de baile.
- Mi pie está bien- me susurró.
Quise protestar de nuevo, pero inició las clases de baile sin darme tiempo. Cuando creí que le cogía el tranquillo, volví a pisarle.
- Eres... difícil de enseñar- dijo entre dientes, tratando de sonreír.
- Puedes enfadarte, lo entiendo- suspiré.
- Ah, pero no estoy enfadado, claro que no. Esto no es nada, mi hermana pequeña cada día me...
- Hermano pequeño... ¿Has visto a Timmy?
- ¿Eh? Sí, en las escaleras...
- ¡Ay no! ¡Quizá llegue demasiado tarde!- recogí la falda del vestido y eché a correr, dejando a Tayler estupefacto, viendo cómo me iba sin dar explicaciones.
- ¿Qué...?
Fue lo único que pudo pronunciar antes de que yo entrara y corriera escaleras arriba. Tropecé y caí, viendo que se me había roto un tacón. Cogí el zapato en la mano y seguí corriendo hasta que llegué al salón y abrí las puertas de par en par, que se cerraron detrás de mí una vez estuve dentro. Estaba oscuro y no podía ver mucho, solo lo que iluminaba la chimenea. Lo suficiente como para identificar el origen de unos ruidos metalicos, como de espadas chocando. No podía creer lo que veían mis ojos: mi cascanueces y los soldaditos de plomo de mi hermano, luchando contra unos ratones, uno de los cuales tenía una corona en la cabeza. De repente perdí toda empatía por los ratones. Primero mi lazo, ahora mi cascanueces... No iba a dejar que siguieran saliéndose con la suya.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top