Caperucita Roja

Ese día mi madre me había enviado a casa de la abuelita para llevarle vino y bizcocho. Estaba algo enferma y la animaría mucho el regalo.

- No te apartes del camino, ve directa a casa de la abuelita- me dijo.

En cuanto entré al bosque, como era de día y había mucha luz, disfruté mirando a todas partes y buscando ardillas y otros animalitos con la mirada. Vi un lobo acercarse y me quedé paralizada. ¿Atacaban los lobos cuando iban en solitario o solo en manada? Lo cierto era que parecía tranquilo y parecía un perro. Quizá era un perro.

- Hola, Caperucita.

- ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Y por qué puedes hablar humano?

- Bueno en el bosque todos te conocen, has venido muchas veces. Y no soy yo quien habla humano, tú puedes entenderme.

- ¿Significa eso que puedo hablar con ardillas?- me ilusioné.

- Eso ya no lo sé, somos especies diferentes.

- ¿Y puedes cantar?

- Mmm... Solo puedo aullar.

- Vaya... A lo mejor puedes aprender.

- Cuando no me duela la tripa de hambre- se le escapó.

- Vaya... Creo que a la abuelita no le importará si te doy la mitad del bizcocho y del vino, además no sabe cuánto traigo.

Le di un trozo de bizcocho y luego le di a beber vino. El lobo se sintió aún peor del estómago y luego empezaron a verse los efectos del alcohol. Caminaba de forma extraña y empezaba a irse de la lengua.

- Yo sólo quería comerte a ti y a tu abuela... Ahora no sé lo que quiero.

Me preocupé un poco por su estado mental, por lo que fui a buscar ayuda. Llegué a casa de la abuela y le conté lo ocurrido. Ella me dijo que fuera a buscar al cazador, él sabría qué hacer. Salí a buscarle, llamándole por cada rincón del bosque. Anocheció y aún no le había encontrado. Quien sí me encontró fue el lobo, que venía corriendo hacia mí. Me dio miedo y me subí a un árbol mientras el lobo saltaba y arrancaba la corteza con sus fauces. Grité con la nota más alta que pude y el lobo gimió y se detuvo por unos minutos. Volví a gritar y oí un disparo. El cazador se acercó al árbol y me vio sentada en una rama.

- Ya puedes bajar, me he encargado del lobo.

- No sé cómo he subido, tenía miedo.

- Salta a mis brazos entonces.

Así lo hice y me dejó en el suelo. Recogió al lobo y lo metió en un saco para despellejarlo luego.

- Es peligroso este lobo, varios niños murieron en sus garras- me explicó mientras me llevaba a casa de la abuelita-. Has tenido suerte.

- Debí imaginarlo, las historias en las que un animal habla con una chica para hacer que desobedezcan no acaban bien...

- Desobedecer a tu madre no acabará bien aunque no te lo diga un animal- se rio el cazador.

Después de ver que la abuela estaba bien, el cazador me llevó de vuelta a casa. Aunque me sacaba unos años, era bastante apuesto. Me propuse que de mayor me casaría con él y así no volvería a tener miedo a los lobos.

- ¿Me enseñas a cazar? Si alguna vez me ataca otro lobo quiero defenderme.

- Basta con que les chilles como hiciste antes, les romperás los tímpanos y se quedarán confusos. Te dará tiempo incluso a empujarles por un precipicio- bromeó el joven cazador.

- Pues vaya, era más fácil de lo que pensaba. Entonces ya puedo ser cazadora- me enorgullecí.

Él me acarició la cabeza diciendo que lo había hecho bien. Me dejó en mi casa y quedamos para volver a vernos otro día y me enseñaría cómo cazaba y cuándo y qué se podía cazar, ya que no era bueno cazar sin límites. Incluso me enseñaría a distinguir setas y a hacerme amiga de las ardillas. Desde luego, si de mayor no me casaba con él, me daría una bofetada a mí misma.


Fin de esta historia

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