West Coast

Nubes altas, agua calma y luces de colores. Las estrellas del cielo brillan y reflejan sobre un manto marino azul oscuro de noche, con los colores de la multitud y la música marchosa por fondo, bajo las palmeras verde vivo y las estrellas fugaces de agosto. Y yo sentado solo, observando con mis ojos solitarios y mi expresión silenciosa el reflejo isleño de la costa oeste en la que me he criado.

Suenan en mi reloj de muñeca las tres de la madrugada, la noche parece no tener final. Me levanto del suelo arenoso y regreso hacia la multitud fiestera. Suena ridículo apartarse de la gente cuando tus amigos estan pasándolo bien en la pista de baile, pero por algún motivo sentí que debía alejarme por cinco minutos y descansar mis oídos exhaustos del ritmo insistente de la música. Afuera de la muchedumbre aguardan atentos ciertos compañeros que esperaban mi regreso. Caleb es el primero en darse cuenta de mi presencia de nuevo, y se acerca junto con Samford y Thor, todos amigos fieles que conservo desde hace más de diez años atrás.

-Hasta que te dignas a aparecer -suelta con burla el primer mencionado de ellos- Estaba empezando a pensar que te habías ido a dormir como un anciano.

A Caleb la edad le está sentando genial, con sus veintiséis años luce una melena abundante que le da un aspecto de joven alocado y completamente vivo. A mí por el contrario, crecer implicó cambios bruscos en mi vida y alguno que otro en mi físico, como esas gafas que ahora llevo que me permiten ver el mundo con la misma lucidez que cuando era pequeño.

-Vamos, era broma -se rie pasando su brazo por mis hombros- Ven, que te invito a una bebida. ¿Cuál quieres?

Nos hacemos paso entre la gente para acercarnos hasta la barra de bar donde llevan largas horas sirviendo alcohol a los jóvenes ansiosos por bailar y pasarlo bien.
Caleb se acerca para pedir mi bebida, un simple vaso de ginebra con limonada, suave pero dulzón, justo lo que más necesito para destensarme un poco y poder encajar en el ambiente. Samford y Thor tratan de mantener una conversación entre el estridente sonido de la gran masa, y yo, aislado de todo ello, observo mi alrededor. Veo a más amigos: Mark con Nathan y Shawn, Tori y Sílvia, los hermanos Jude y Celia, Sue, Erik y Bobby; todos felices, disfrutando de la velada... todos menos uno. Veo en la penumbra un Darren apoyado en un muro, con un vaso medio lleno y la cabeza gacha. Lo primero que pienso es que ha bebido demasiado y no se encuentra bien, pero sé con certeza que Darren no es ese tipo de persona.

No, claro que no. Darren es un tipo tímido y de sonrisa difícil, algo pesimista si me preguntan. Pero tiene un corazón de oro puro, radiante como el sol solitario de la madrugada. Siempre vi en él las cualidades más dulces que uno pueda imaginarse, y me alegraba el corazón cuando él me pedía ayuda con sus entrenamientos y técnicas. Y yo siempre lo apoyé, lo convertí en mi fiel compañero y nunca le dejé solo. Y aunque de eso fue hace más de diez años, tengo que admitir que Darren nunca ha dejado de cautivarme, esos ojos brillantes y esa sonrisa azucarada no salen de mi mente por mucho que lo intente.

-Toma, tuyo -Caleb me tiende un vaso, el cual recojo sin dejar de mirar hacia la dirección de Darren. Me preocupa- ¿Qué te pasa?

Caleb mira hacia el mismo sitio. En seguida una expresión pícara se dibuja en su rostro, puedo ver sus intenciones desde lejos. Me ha pillado.

-Vaya vaya... -se rie- Darren está muy solo. Pero supongo que te has dado cuenta, un poco más y te pones a babear -y rie con mucha más fuerza.

-Imbécil -respondo al aire. Sé que me ha oído.

Con eso solo logro sacarle más carcajadas. Para mi suerte el alto volumen de la música impide que su risa se propague por el eco traicionero, y con ello me ahorro las miradas curiosas de los de mi alrededor esperando a saber el motivo de la diversión de Caleb.
Al parecer disimular sigue sin ser mi fuerte, un aspecto de mí que pensaba que había conseguido arreglar.

-¿Por qué no le sacas a bailar? -sigue él risueño, para justo luego ver como sus ojos se iluminan- Oye, sí, vamos. ¿A qué no te atreves a sacarle a bailar?

-¿Cómo? -le miro estupefacto por lo que acaba de decir- Lo estaba mirando porque me daba pena verle allí tan solo.

-Que sí que sí, lo que tú digas. ¿Pero te atreves? ¿O le tienes miedo al éxito?

-No le tengo miedo a nada -le dejo claro. Puedo ser un tío alegre y despreocupado, pero sé ponerme serio.

-Pues ve. Anda, demuéstramelo -me reta.

-...

Me mira con esa asquerosa sonrisa suya. Sabe ponerme entre la espada y la pared, quiere divertirse y sabe cómo hacerlo. Suspiro con resignación, no quiero incomodar a Darren, esto no tiene gracia. Aunque parece triste, quizá algo de compañía y atención le sentará bien. Quizá incluso consigo que me cuente lo que le pasa.

-Ahora vas a ver -caigo en su juego.

Y me alejo de allí, con el vaso aún completamente lleno entre mis manos, caminado con el paso firme y decidido. ¿Qué puede salir tan mal? Solo le pediré pasar un rato con él, a nadie le gusta estar solo.
Llego allí, y él me ve. Me mira con esos ojos azul marino tan hermosos que siempre me recordaron a las tardes de tormenta de agosto, a los últimos días de verano viendo el cielo oscurecerse y la lluvia zarandear el agua salada del mar. Me recurdan al viento que sopla del oeste, a las gaviotas buscando un refugio y a las fuertes e indomables olas del mar, enfurecidas por la fiereza de la naturaleza.
Sonríe ligeramente, poco a decir verdad, y le devuelvo el gesto. Espero no molestarle, quizá solo deseé estar solo como hacía yo hace apenas unos minutos.

-Hurley -pronuncia él mi nombre con tranquilidad. Algo le pasa.

-Hola -trato de sonar animado- ¿Te encuentras bien?

-¿Eh? Ah, sí. Este es mi primer vaso, no te preocupes -sonríe avergonzado. Es obvio que ir ebrio no es lo suyo, se le nota.

-Ya me imaginaba que no te habrías pasado. Me refiero a tu estado de ánimo. Me preocupa verte tan solo.

-Ah, eso -desvía la mirada, mismo gesto que ha hecho siempre, los años no le han cambiado en absoluto- Digamos que no me siento parte del ambiente, es como que no encajo.

-Yo tampoco, si te soy sincero -le sonrío con seguridad para ver si se le pega un poco. Y parece funcionar, porque desde siempre y desde nunca las sonrisas son más contagiosas que cualquier enfermedad existente- Solo trato de fluir entre la multitud y pasarlo bien. No es tan difícil como parece.

-¿De veras?

-Por supuesto, si quieres puedo mostrártelo. ¿Te apetece bailar un poco? -le tiendo la mano con una expresión tierna. Sé que confía en mí, y no duda de mis palabras.

-Está bien -entrelaza su mano con la mía- ¿Por qué no?

Le llevo hacia el centro de la multitud, tampoco me apetece que los que me conocen nos vean, eso solo me llevaría a responder preguntas que prefiero no tener que contestar. Aprieto el agarre entre nuestras manos para no perderle y acorto la poca distancia que nos separa mientras miro a Caleb desde la lejanía con un semblante orgulloso, él se limita a responder levantando el dedo pulgar en señal de aprovación.

Por supuesto que soy capaz de alegrar a mi amigo, y ahora veo que él tampoco lo dudaba.

≪ ◦✦◦ ≫

La risa de Darren es como la música clásica. Me explico. Si te lo paras a pensar, en general es bastante complicado ponerse a escuchar música clasica, nadie se levanta una mañana y piensa que hoy le apetece escuchar la séptima simfonía de Beethoven o Las cuatro estaciones de Vivaldi. Pero si por casualidades de la vida esa compleja y rebuscada posición de las notas en el pentagrama llega a tus oídos en el momento indicado, la paz es absoluta.
Eso mismo pasa con la risa de Darren: es difícil escucharla, no la muestra ante cualquiera. Pero sé de lo que hablo cuando digo que parece que el mundo se detiene por un momento cuando ese sonido perfora en mis tímpanos. Mucho más si encima soy yo el que lo provoca.

Disfrutamos como niños bailando entre la multitud, y ahora que ambos habíamos descargado los malos sentimientos le llevé a un sitio apartado. Conversamos en él hasta ahora, sentados aún en la arena fina de esa cala escondida que tanto me gusta. Mi amor por el mar comenzó en la costa oeste de Okinawa, dónde nací y crecí, y aún se mantiene, más vivo que nunca. El agua sigue en calma, permite a los isleños una noche tranquila con un manto azulado lleno de reflejos brillantes lejanos, tan pequeños y desconocidos. Pareciera que pudieras agarrarlos con tus propias manos.

-Este ambiente es tan distinto al de dónde yo vivo -me cuenta después del silencio solo interrumpido por el ir y volver del oleaje marino- Parece un mundo completamente distinto.

-Hoy el mar está en paz -respondo sin dejar de observarlo.

-Se siente tan bien...

Se acerca disimuladamente, y apoya su cabeza en mi hombro con cuidado, sin hacer demasiada presión. No me retiro, le ofrezco la seguridad que necesita. Agradezco al universo que sea de noche y no haya más luz que la de la imponente luna llena, porque me avergonzaría demasiado que Darren viera la sonrisa boba que se ha dibujado en mi rostro con su gesto cargado de inocencia.
Cierro los ojos, estoy feliz. Solo se escucha el chapoteo del agua y la respiración pacífica del chico tan especial que se apoya en mi hombro. La fiesta continua en la distancia, pero se siente tan lejana que es casi imperceptible. O quizá solo mi cerebro la está ignorando.

-Ojalá pudiera quedarme aquí para siempre, no quiero regresar -le pide él al viento, para que lo lleve al destino.

Yo formulo el mismo deseo a las estrellas, parecen piadosas desde aquí abajo. Desearía que él se quedara. Él y los demás compañeros han venido a veranear por una semana a mi isla natal, pero la vida adulta aguarda, y el día siguiente por la mañana les espera un barco de regreso a la isla principal japonesa. Puede sonar egoísta, pero no me duele tanto el hecho de que ellos se marchen. Me duele que ÉL se vaya.

-Cuando te marches me voy a sentir tan solo... -refuerzo su idea.

-Ojalá pudiera hacer algo al respecto -levanta la vista y se desprende de mi hombro. Observa mis ojos.

Yo observo los suyos. Siento un sentimiento insistente en mi estómago, el cual se desliza por mi cuerpo y se inserta en el pecho. Mi corazón bombea y siento presión en la cabeza. Sé lo que quieren. No puedo dejarle marchar, no sin antes contarle mis sentimientos. Ya me callé cuando nos separamos años atrás y cada uno tomó las riendas de su propio camino, no le dije nada por miedo y me sentí vacío por muchos años por haber cortado esa posibilidad del destino.
Ahora no tengo miedo, siento arrepentimiento por no habérselo dicho entonces, porque como un buen sabio dijo una vez, no hay peor desgracia que extrañar lo que nunca pasó.
Ambos hemos crecido, nada es igual que antes, es probable que él solo baje la cabeza y se marche por la mañana sin nada más que compartir conmigo. Pero, por lo menos...

-Oye Hurley -interrumpe la neblina de pensamientos que opacaba todo mi ser.

-Dime -sonrío. Espero no se haya dado cuenta de nada.

-Me gustaría pedirte un favor. Quiero... -duda, y no sé por qué. ¿Qué le ocurre?

-Oye, puedes decírmelo -apoyo mi mano en la suya para mostrarle protección, él sabe que puede confiar en mí para lo que necesite.

Duda, y mucho. Mira el suelo, me mira a mí, observa el mar, las estrellas y de nuevo sus ojos se posan en los mios. Suspira, y levanta la cabeza.

-Quiero hacer de esta noche algo memorable -me cuenta con seguridad- Quiero irme a casa y poder recordarla con nostalgia.

-Quiero lo mismo que tú -ambos sonreímos tímidamente. ¿Se lo digo?

-¿Me prometes que me perdonas? -agarra mis dos manos con fuerza.

-Pero... ¿Por qué?

-Solo hazlo.

-Esta bien. Lo prometo.

-...

-...

Solo levanta su cabeza a la altura de la mía y acorta del todo la distancia que nos separaba. Cierro mis ojos y me dejo llevar como si se tratara del mismo oleaje que me ha columpiado tantas veces. Es dulce y blando, dulce como la ginebra con limonada que he bebido hace apenas una hora, y blando como las nubes que danzan poco a poco por encima de la isla con esa apatía absoluta tan suya.
Entrelazo sus dedos rellenitos y cortos entre los míos, contrariamente tan largos y finos. Asciendo a gravedad cero en lo que parece un sueño hecho realidad, las estrellas han escuchado mis súplicas tras tanto tiempo mirando al cielo deseando volver hacia atrás, y ahora solo me siento ligero, la serotonina corre por mis venas y nada me llena más.

Tras los cinco segundos más cortos de mi vida, Darren se separa de mí, y me mira con una sonrisa rojiza y algo de terror en sus ojos. Solo le abrazo, paso mis manos por su pelo sedoso y le devuelvo el cielo que me ha prestado por unos segundos. Él corresponde a mi regalo, un segundo beso dulce, más largo y bello, bajo las estrellas que todo lo observan y ante el mar que me ha visto imaginarme en la situación que ahora se ha hecho realidad.

Ahora sé con certeza que no quiero que esta noche eterna se acabe. Sé lo que llevaba años buscando sin saber qué era. Aprecio la vida que me ha tocado, pero lo abandonaría todo solo por sentir lo que Darren me ha regalado hoy por el resto de los días de mi corta o larga vida. Solo pido un día más, una noche despierto a su lado, pido ser lo que más ama, pido ser su sol, sus olas. Su costa oeste.

-¿Cómo se supone que tengo que dejarte marchar ahora? -le digo mientras él busca un refugio entre mis brazos.

-... -el mar responde por él, el chapoteo de las olas habla y dice todo lo que ambos querríamos contarnos en ese mismo instante, pero que callamos para no herir el poco tiempo que nos queda.

Nubes altas, agua calma y luces de colores. Las estrellas del cielo brillan y reflejan sobre un manto marino azul oscuro de noche, con los colores de la multitud y la música marchosa por fondo, bajo las palmeras verde vivo y las estrellas fugaces de agosto. Y yo sentado con él, observando con mis ojos suplicantes y mi expresión desdichada el reflejo isleño de la costa oeste en la que me he criado.

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