Capítulo 1: Colores verdaderos

Thomas

Un flash cegador me iluminó la cara. Parpadeé con fuerza, empujando hacia adelante mientras más cámaras disparaban sus flashes en mi dirección.

—¡Thomas! ¡Se rumorea que serás Newt en la película Maze Runner!

—¡Oye, una sonrisa, Thomas!

Demasiadas voces, demasiadas cámaras. Todos querían algo de mí, como si fuera una especie de chimpancé en un circo.

—¡Dios mío, es tan lindo!

—¡Thomas, sé el padre de mis hijos!

Agh. Estúpidos estadounidenses. 

Me abrí paso, ahora más que un poco agitado. ¿No podían salir de mi camino para que yo pudiera comprar mi maldito café?

Escuché a una docena de reporteros gritando mi nombre en un intento por conseguir una reacción. Me mantuve cabizbajo, empujando gente fuera de mi camino sin importarme si estaba siendo grosero o no.

Evité pisar las grietas de la acera mientras caminaba, intentando enfocarme en cualquier cosa menos lo que los reporteros y periodistas gritaban. Sabía que intencionalmente decían cosas para molestarme, pero me rehusé a entregarles esa satisfacción.

—Oye, Sangster, ¿no crees que eres un poco delgado para interpretar a un personaje musculoso como Newt?

—¿Es verdad que eres un maricón?

Apreté mis dientes y cualquier resto de serenidad que se viera en mi cara se desvaneció instantáneamente. Me tensé, mi ceño fruncido tan característico marcando mi mandíbula. No permití que ninguna emoción fuera notoria a medida daba zancadas hacia el pequeño café que ahora estaba a la vista.

Finalmente, finalmente, entré a mi destino, el aroma a pasteles y café recién hecho repletando mi sentido del olfato. Era un café hermoso, con pequeñas mesas cerradas que rodeaban el perímetro y plantas que eran parte de la decoración clásica. La gerenta se dio cuenta de la conmoción que había afuera, sus ojos abriéndose una pequeña fracción más de lo normal. Lentamente se acercó a mí, dónde yo me hallaba empujando la puerta para cerrarla y mantener a la multitud afuera. 

—¡Fuera! ¡Fuera de aquí! ¡Dejen en paz al pobre muchacho! ¡Salgan antes de que llame a la policía!—los amenazó y, lentamente, la multitud se redujo hasta el punto en que solo el más valiente (estúpido) de los reporteros quedó.

Estuve por un momento de pie frente a la puerta intentando calmarme. Cuando finalmente di media vuelta, la gerenta todavía estaba allí, como si esperara un agradecimiento. En vez de eso, refunfuñé:

—¿Acaso no puedo comprar un maldito café sin que me sigan?

Luego di largos pasos hacia el frente de la larga fila para comprar, dejando a la gerenta mirando boquiabierta a mis espaldas.

—¡De nada!—la oí gritar remotamente.

Las quejas de los clientes atrás de mí irrumpieron la atmósfera pacífica. Al principio, no les presté atención y solo intenté leer el menú. A medida el tiempo avanzó, fui consciente de que estaba impacientando y enojando a la fila de personas, lo que es una combinación terrible.

Dando media vuelta, me quité mis lentes de sol como si quisiera revelar mi identidad a la espera de que eso tranquilizara a la muchedumbre. Algunas personas dieron un respingo, aunque cualquiera creería que mi entrada habría sido suficiente para darse cuenta de que yo era famoso. Me señalé a mí mismo y simplemente dije:

—Soy Thomas Brodie-Sangster. Hago lo que yo quiera, carajo. 

—Y yo estoy cabreado. Un gusto, Thomas Sangster —alguien murmuró con sarcasmo.

Nadie parecía complacido, así que esbocé una sonrisa ladeada y, al igual que un efecto dominó, la gente fue mucho más tolerante con mis acciones. Antes de girarme hacia el mostrador, los observé hasta que la tensión en sus hombros desapareció y la llama en sus ojos se extinguió. Joder, que soy bueno en esto.

En el mostrador, un hombre muy atractivo estaba de pie mirándome con los ojos muy abiertos. Tenía una cabellera rubia y desgreñada que caía sobre sus profundos ojos azules. Su boca estaba ligeramente abierta, revelando dientes blancos y perlados.

—Hola —lo saludé de manera furtiva. Él parpadeó dos veces antes de responder.

—H-Hola. Bienvenido a Starbucks, ¿qué va a querer?

Recorrí su cuerpo con mis ojos antes de recitar mi orden tranquilamente. Él evadió mi mirada mientras escribía en la caja registradora.

—¿Y cómo le gustaría que lo llamara? —preguntó.

—¿Tu novio? —le guiñé un ojo y levantó la cabeza rapidamente. Un rosa suave cubría sus mejillas.

—Hum... Yo no... Yo, hum... —tartamudeó.

—Amigo, cálmate, solo bromeaba. —Rodé mis ojos. 

Él tragó saliva sonoramente y después se fue a preparar mi café.

Permanecí de pie ahí por un instante, y pude sentir que el resto de los clientes me miraba. Estaba acostumbrado a ello a estas alturas, pero, hablando en serio, por una vez, solo una vez, me habría gustado salir sin recibir miradas boquiabiertas como si tuviera tres cabezas.

El hombre regresó y me entregó el café. Intencionalmente rocé mis dedos con los suyos, y sus mejillas se tiñeron otra vez.

—Son... Son, hum, seis dolares y treinta y siete centavos —trastabilló en voz tan baja que tuve que inclinarme para oírlo.

Sonreí y saqué un billete de diez dolares que deslicé sobre el mostrador.

Había tensión entre nosotros; la mía un poco sexual, la suya un poco más relacionada con incomodidad. Pero tuvo que ir y arruinar la atmósfera por la que me había esmerado tanto en crear.

—Así que, hum... No quiero ser grosero, pero ¿estás aquí solo? ¿Ningún mánager o publicista, o algo? 

Y, así como así, mi rostro se endureció e hirvió otra vez debido a un repentino destello de rabia. Apreté la mano mucho más fuerte alrededor de mi café al escuchar su pregunta ingenua y estúpida. Gruñí, mi voz grave y amenazante, y el trabajador quedó pasmado ante mi reacción.

—Yo no... Lo siento si...

—Para que sepas—lo interrumpí con frialdad—, soy un hombre de veinticuatro años, no un perro con correa. Puedo cuidar de mí mismo. 

—Yo no quise... —comenzó a disculparse— Solo vi que la prensa te estaba agobiando y pensé que necesitabas a alguien... 

—¿Alguien para qué exactamente? ¿Para protegerme? —bufé— Quédate con el maldito cambio.

Me giré, enojado por todas las razones equivocadas. Los clientes del café habían callado para escuchar nuestro diálogo. Todos me observaban salir de ahí dando pisotadas y había una desaprobación evidente sobre unas cuántas caras, como si los colores que ahora mostraba hubieran desentonado con la imagen que tenían de mí en sus mentes.

Todo lo que veía era rojo, aunque el café era incoloro y las caras de los clientes eran amarillas debido a la decepción. Detrás de mí, la cara del cajero era azul debido al abatimiento. Todo comenzó a volverse confuso, creando un desastre de colores que no iban juntos, y yo sostenía los crayones después de haber arruinado la imagen para mí y para todos. Me concentré en salir del café; intentaba irme antes de que me pusiera mucho más nervioso.

Por supuesto que nada nunca sucede como quiero.

Antes de que siquiera registrara lo que había pasado, mi cuerpo estaba chocando con algo duro. Luego apareció la quemadura hirviente del café que mojaba mi camiseta blanca y, finalmente, la rabia que recorría mis venas como si fuera morfina.

Alcé la mirada. Frente a mí había una chica que quizá tenía catorce o quince años. Se veía mortificada y contemplaba la mancha en mi camiseta. Después me miró a los ojos y su labio inferior tembló con disculpas que cubrían su cara.

—Oh, por Dios, lo siento mucho —dijo con rapidez y clara sinceridad en sus palabras.

—Estoy seguro de que es así —contesté furioso e intenté mantener cualquier tipo de calma que quedara en mí.

—¿Quieres que...?

—¿Te vayas? Sí. ¡Ahora, quítate de mi camino, idiota! —escupí alzando mi voz gradualmente hasta que se convirtió en un grito.

Lágrimas humedecieron los ojos de la chica, mas ella hizo lo que le pedí y dio un paso hacia el costado para permitirme pasar. El café estaba tan silencioso que el ruido del tráfico era capaz de oírse a través de las paredes mientras todos observaban nuestro diálogo.

Mis ojos se movieron alrededor del establecimiento y la gravedad de mis acciones llegó de golpe. De pronto me sentí como el idiota más grande que podía existir, y me volteé hacia la muchacha para pedirle perdón. Sin embargo, ella ya se había ido y en su lugar solo había un lápiz y una servilleta en el piso. Me sentí mucho peor, dándome cuenta de que probablemente era una fan que se había acercado a pedirme un autógrafo.
 
No pude aguantar ni un segundo más dentro de ese café, por lo que salí corriendo de ahí, empujando a los reporteros que todavía se encontraban afuera.

En un segundo, me hallaba en mi motocicleta. Y a medida el motor aceleraba, solo había un pensamiento que hacía eco en mi cabeza.

Nunca conseguí mi maldito café.

***

—¡Thomas, eres mucho mejor que esto!—me sermoneó Jack, mi mánager— ¡No puedes tratar a la gente de ese modo! ¡Tienes una imagen que proteger!

Permanecimos detrás del escenario. Jack repetía el mismo mantra desde que alguien había hecho pública mi pequeña rabieta. Aparentemente, una persona dentro del café había grabado mi conversación con la adolescente y ahora todo Estados Unidos me odiaba, o algo así. No es que realmente me importara, pero Jack tenía razón en cierta medida. Ahora tenía que disculparme públicamente y blablablá, lo que para mí era una reacción un poco exagerada para un par de palabras hirientes.

—No era tan importante... —me defendí.

—¡Está en la portada de todas las revistas de California! —Jack razonó.

—Cálmate, cracker-Jack. Saldré al escenario, explicaré lo que pasó y seré la persona favorita de los Estados Unidos otra vez. Fácil.

Sonreí. Jack no estaba muy contento.

—Ese no es el punto, Thomas. Maze Runner empieza en dos semanas, ¿qué pensará la gente del actor de una película para adultos jovenes que trata pésimo a los niños?

Suspiré.

—Mira, ya acepté pedir disculpas públicamente. ¿No podemos simplemente olvidar esto?

Jack abrió su boca barbuda antes de que un director de escena se acercara rápidamente hacia nosotros susurrando:

—¡Thomas, sales en dos minutos! —Luego tomó mi brazo y me llevó con él.

Secretamente agradecía que me rescatara de Jack. Era un buen compañero de negocios, mas de verdad no me entendía. Todo lo que le importaba era lo que el público veía, así que es innecesario decir que cualquier cosa que yo hiciera que no fuera adecuada para mi imagen de perfecto y cordial chico malo de Hollywood recibía desaprobación.

Jack era básicamente un anciano que iba a cumplir sesenta años, con una cabellera pelirroja casi calva y una asquerosa barba desaliñada. Él era el hombre que me llevó hacia dónde me encontraba ahora en mi carrera y, aunque a veces es un dolor de cabeza, él era mi único amigo (triste, lo sé.) Mi carrera de actuación me hacía viajar por todo el mundo y rara vez me quedaba el tiempo suficiente en un lugar como para forjar lazos con alguien.

Había tenido unas cuántas novias antes de darme cuenta de que en verdad no me gustaba mucho todo eso de los senos. Le dije a Jack que era gay y afortunadamente pude convencerlo de también permitirme salir del clóset públicamente.

En su mayoría, estaba feliz con mi vida: era el actor joven más grande de Hollywood, el mundo me amaba y no tenía que ocultar quién era. No obstante, algunos días eran extenuantes, como la semana pasada en el café. Mi problema era que en los días malos también tenía que enfrentar al público, y a veces incluso mis habilidades de actuación fallaban en esconder lo que realmente pensaba.

Lo que, de una forma u otra, me lleva dónde estaba ahora, dirigiéndome hacia las luces cegadoras mientras le anunciaban mi nombre a un montón de reporteros.









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