16. «Peones Caídos»
Luego de la siniestra introducción, Damian presiona un conjunto de teclas que activan, casi por arte de magia, otra docena de monitores en los que ni siquiera me había fijado antes.
Es obvio que se ha visto en tal necesidad para poder controlar la cantidad absurda de cámaras de vigilancia que parece haber colocado en, literalmente, todas partes. La cuestión alcanza el punto en que me siento como el guardia de seguridad a cargo de algún centro comercial, responsable de observar con ojo de halcón y suma atención lo que sucede en trece pantallas al mismo tiempo.
«¿Soy la única que percibe un inquietante parecido con la trama del videojuego Five Nights at Freddy's?»
—He cubierto cada centímetro de este instituto, así tendremos ojos por doquier. Es muy importante ahora que las trampas están repartidas por cada hectárea de la escuela.
«Sí, eso imaginé.»
Intento concentrarme para absorber la mayor información posible de cada escenario: Trixie ha aparecido en un salón vacío, totalmente rodeada por fragmentos de cristal; Stephanie parece tener peor compañía que la mayor de los Welsh, a juzgar por las serpientes que se deslizan entre las tinieblas a su alrededor; Tyler tirita a causa del intenso frío en lo que supongo, es el congelador del colegio; Mike luce más muerto que vivo mientras permanece atado a una silla en algún cuarto a oscuras que tampoco reconozco; y Curtis, por más raro que parezca, se encuentra en una habitación completamente despejada, sin obstáculos o peligros a simple vista a excepción de una jeringa de dudosa procedencia (y contenido aún más dudoso) que reposa tranquilamente sobre una mesa a pocos metros de su ubicación.
Por un momento, no logro decidir en cuál enfocarme hasta que la imagen que proyecta a Steph muestra movimiento.
Mi amiga protagoniza el epicentro de la acción, con sus escamosas acompañantes paseando libremente por la estancia, reptando a su alrededor mientras emiten ese escalofriante siseo. Rodeándola y acechándola insistentemente como dicta un paso esencial del tradicional baile en el que el depredador identifica y estudia minuciosamente a su presa. Distingo diferentes tipos de serpientes, cada nueva especie identificada pone mis pelos de punta peor que la anterior: un par de cobras, algunas pitones y una que otra boa forman parte del mortífero elenco.
Tiemblo de pavor con tan solo imaginar qué haría yo si estuviera en su lugar, y deseo fervientemente que Stephanie consiga mantenerse inalterable para manejar sensatamente esta funesta situación.
Sin embargo, algo dentro de mí lo presiente, lo sabe: Steph no está preparada para afrontar un reto así.
Es lo bastante inteligente para contener un grito de pánico al ser plenamente consciente del salvaje panorama a su alrededor, aunque toma la decisión incorrecta al lanzarse a correr hacia la salida en un desesperado intento por alejarse. Aplasta por accidente a una malhumorada cobra, que sospecho no se lo ha tomado nada bien, ya que se precipita a evidenciar su descontento desplegando esa rara capucha que la hace tan notable antes de morderle con fiereza una pierna a Gittens.
La sorpresa y la neurotoxina combinadas abruman instantáneamente sus sentidos después del ataque, por lo que cae estrepitosamente al suelo junto al resto de los reptiles. Es allí cuando una pitón se abalanza sobre ella y enrolla velozmente su cuerpo macizo alrededor del cuello de mi mejor amiga.
—Eso, Stephanie Gittens, es lo mismo que sintió cada víctima de tu lengua venenosa —Mi corazón se paraliza al escuchar la voz susurrante de Damian—. Te jactabas de ser tan peligrosa como una serpiente, ¡y henos aquí! ¡Cuánta decepción! Toc, toc, la realidad ha tocado a tu puerta, querida, porque, y escúchame atentamente, Stephanie: no eres inmune a ellas.
Contemplo el agonizante miedo en los usualmente cálidos ojos chocolate de mi amiga y su piel ser decorada por diferentes tonalidades enfermizas hasta que, finalmente, muere asfixiada.
Quedo en silencio por lo que me parecen horas antes de poder siquiera empezar a procesar los últimos cinco minutos. El shock al que me enfrento es tan fuerte que no soy capaz de producir sonido alguno por lo que me veo obligada a llorar arrullada por un absoluto silencio. Apenas percibo mi cuerpo temblando sin parar y las lágrimas rebeldes que recorren mi rostro, dejando una estela ardiente tras su paso.
Sigo procesando el fallecimiento de mi mejor amiga cuando Curtis, quien hasta el momento se había mantenido impasible, se levanta del suelo y, mirando fijamente la misteriosa jeringa, se acerca hasta el escritorio donde descansa la misma.
Avanza con pasos titubeantes hacia su objetivo a la par que hace gestos extraños con sus manos. Hago una mueca de preocupación por su espantosa apariencia: padece de tenebrosos espasmos involuntarios en sus extremidades, porta su cabello enmarañado y sucio y ni hablar de la expresión demencial que habita en sus orbes color miel. En este instante, Curtis solo podría ser descrito con dos palabras: profundamente trastornado.
—Lo mate, yo lo maté... —murmura con una culpa tan desgarradora que mis lágrimas aumentan hasta empañar mi visión.
Bajo un telón acuoso, soy espectadora de cómo llega a su meta y se apresura a sujetar la dichosa jeringuilla. La observa detenidamente en su mano, no como el potencial peligro que representa, sino como su ángel de la guarda. Su salvación.
«¿Así me veía yo cuando decidí beber arsénico?»
Intento formular alguna frase para convencerlo de no cometer la estupidez que sé que planea, pero recuerdo que, incluso si lo deseara con todas mis fuerzas, no podría detenerlo.
Su decisión final llega mientras combato mi impotencia: Wickles se encaja la maldita aguja en el antebrazo derecho sin más dilación.
La sustancia azulosa desaparece rápidamente de mi vista en un minúsculo remolino al acceder a su torrente sanguíneo y no tarda ni dos minutos en comenzar a convulsionarse de manera violenta hasta caer al piso, con los ojos rojos y una extraña espuma blanca emergiendo desde los bordes de sus labios.
—Curtis Wickles, tus creaciones han llevado a la muerte a numerosas personas: clientes, enemigos, inocentes, culpables. ¿Qué muerte podría ser más apropiada que fallecer víctima de uno de tus sueros mágicos? Debo admitirlo, fuiste un maestro de los químicos y esta maravilla zafiro a la que nombraste “Sueño Eterno” fue tu obra cumbre. Ahora, es momento de decir adiós. Ten dulces sueños.
Después del discurso psicótico, el cuerpo en cuestión para de removerse compulsivamente. Solo ahí comprendo que su pulso se ha detenido permanentemente, ya no hay vuelta atrás. Curtis ha muerto.
Para este punto, soy un embrollo de temblores, contracciones y sollozos ahogados que mantienen al límite lo que resta de mi cordura.
De repente, Trixie toma la iniciativa para escapar de ese cuartucho horrendo repleto hasta hartar de cristales rotos y, a pesar de que sigo aturdida por los hechos de los que he sido testigo, admiro su estrategia de utilizar la chaqueta deportiva que lleva puesta a su favor y tirarla en el suelo para labrarse un camino medianamente seguro en dirección a la puerta.
No obstante, incluso aplicando esta grandiosa táctica y debido a que el demente Addams la ha despojado de su calzado, la primogénita Welsh queda realmente herida. Sus pies dejan un rastro de sangre bastante terrorífico y, como consecuencia de una aparatosa caída, se ha lastimado considerablemente. Eso sin contar el estado deplorable de su ropa, que se encuentra tan rasgada que casi parece hecha jirones.
Mas, afortunadamente, alcanza a huir relativamente intacta de esa nefasta habitación hacia el pasillo desde donde, con lentitud, se lanza en búsqueda de la salida definitiva de este laberinto mortal.
Una pequeña sensación de triunfo me embarga y renueva mi espíritu afectado. «Al menos Trix lo ha conseguido.»
Echo un ojo a las cámaras que todavía muestran a Tyler luchando por conservar un poco de calor corporal y a Michael volcando cada gota de su extraordinaria voluntad en la tarea de seguir despierto. Este último, a quien ahora analizo con mayor nitidez y atención, tiene ligeras cortadas en sus brazos y piernas a través de las cuales, deduzco, se ha estado desangrando poco a poco.
Pensar en la injusticia que constituye que lo haya atado tal como a mí, impidiéndonos defendernos siquiera antes de colocarnos en una situación tan humillante, me enfurece hasta niveles inhóspitos. Desafortunadamente no puedo darme el lujo de expresarlo como me gustaría.
Damian se percata con regocijo del amargo cuadro en el que he estado sumida y me dirige una sonrisilla diabólica, aparentemente ajeno a mis lágrimas secas y pulso acelerado.
—Michael Addams tiene el reto más especial.
Paso saliva e intento serenarme antes de hacer una pregunta cuya respuesta, puedo intuirlo, será dolorosa.
—¿A qué te refieres?
—Sus cortes están hechos en zonas específicas para que pierda sangre a un ritmo tortuosamente lento.
«Pequeños detalles escalofriantes como este son los que alimentan mi miedo y furia contra él.»
—¿Entonces... morirá?
Muerdo el interior de mi mejilla para evitar que la pizca de esperanza que albergo de que aquello no ocurra, sea detectada.
—Oh, lo hará, no tengas dudas. Solo que tardará horas para llegar a ese punto. Comenzará a sentir una debilidad agotadora, tratará de resistirse, aun así, eventualmente, tendrá que ceder —aclara con un despiadado deje de placer filtrándose en cada palabra.
Estalla en malvadas carcajadas segundos después y yo lo miro, haciéndole la próxima pregunta con mis ojos:
—Lo siento, lo siento, Lila. Es que hay algo que no te he contado aún: le he dejado un obsequio para el gran final.
Lo animo a soltar la sopa con una sonrisa que me cuesta mil horrores esbozar.
—Cuéntame, ¿qué tienes reservado para Mike?
—Algo muy especial: hay al menos una decena de ratas esparcidas por los conductos de ventilación que no demorarán en percibir su cercanía a la muerte y querrán... —deja la frase inconclusa mientras finge pensar un modismo acorde a la “graciosa” situación— ...ir a echarle una mano en sus últimos minutos.
—¿Quieres decir que... —Trago la pota que asciende por mi garganta y saboreo el ácido en mi boca. Si bien, no puedo disimular la nota de horror que sacude mi voz a continuación—: ¿Lo comerán mientras aún está vivo?
—Eh, no hay motivo para el escándalo, Lila —Su expresión burlona me provoca ganas de darle un puñetazo; me contengo por quincuagésima vez en la noche—. Te prometo que será apenas una probadita.
«Los peones negros fueron los primeros en caer, mas no los últimos.»
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