11. «Conflictos en la Manada»
Damian sonríe con un toque siniestro y estoy segura de que lo que oiré a continuación no será de mi agrado.
—Participarán en un reto al que he bautizado “El Alfa” —Frunzo mi entrecejo ante tan sugerente nombre.
Me asalta la abominable premonición de que no estará ni remotamente vinculado a la milenaria tradición del alfabeto griego y que, al igual que la mayoría de lo que ha salido de su boca en las últimas horas, esconde intenciones obscuras.
—Los cuatro son supuestamente fuertes, o al menos, es lo que quieren hacerle creer al resto. Pretenden ser hombres que imponen respeto, mas, en mi opinión, son solo gatitos asustados. Así que este es su momento para demostrar realmente de qué están hechos.
“Aterrada” es, sin lugar a dudas, el adjetivo correcto para describir mi estado teniendo en cuenta el nefasto rumbo de sus palabras.
—En cada esquina hay un martillo; una simple herramienta de uso cotidiano para muchos y un arma mortal para otros tantos. En definitiva, un ejemplo perfecto de que todo depende de la perspectiva desde la que sea visto —Tras llegar a esta conclusión, suelta una risilla amarga que empeora mis malos augurios—. Ahora, vamos a averiguar quién es, de entre ustedes, el auténtico alfa, porque no saldrán de aquí hasta que alguno caiga —decreta y simultáneamente señala a los cuatro con su dedo índice izquierdo enfundado en cuero negro como símbolo de una clara amenaza—. Caballeros, ¡que empiecen los Juegos del Hambre!
Culmina su alentadora exhortación con una distintiva tonada maquiavélica que me produce irrefrenables ganas de retorcerme en mi sitio hasta convulsionar. Desafortunadamente, las sogas a mi alrededor me lo impiden y debo reponerme con una gracia de la cual carezco una vez que gira su silla en mi dirección.
—Ay, siempre quise decir esa frase.
Sonrío mientras trato de disimular mi espanto. «Por supuesto, te falla la cabeza.»
—Una de tus sagas literarias favoritas, ¿no es cierto?
—Así es.
Sí, ambos nos referimos a “Los juegos del hambre”, sin embargo, me resulta inevitable comparar el espeluznante parecido entre los más recientes acontecimientos y aquellos que conforman la trama que tiene lugar en “El señor de las moscas”.
Un pensamiento que suscita una oleada de escalofríos en mi espina dorsal en cuanto es concebido, y no solo porque sea una de las novelas más crudas que he leído alguna vez o debido a que fue el propio Damian quien me la recomendó cuando contábamos con apenas once años de edad, también porque, simplemente con imaginar que esto pueda tomar un camino similar al de esa historia, entro en pánico.
Belcebú es la deidad filistea a la que alude el título y representa la maldad humana, rezo para que no haga su aparición por aquí o esto acabará en una sangrienta carnicería.
—¿Realmente te acuerdas? —Sonrío en un intento de replicar algo que simule dulzura. Espero por mi bien que al menos sea una buena imitación, ya que de ella depende mi vida.
Damian se quita la máscara y una sonrisa enfermiza acompañada por una pincelada de demencia que pretende emular suavidad surca su cara al ver que recuerdo un poco de lo que compartimos juntos durante nuestra infancia.
—Siempre fuiste diferente a ellos, ¿verdad? Nunca participaste en sus actos abusivos o tuviste la intención de humillar a nadie, solo estabas bajo su pútrida influencia. Por eso tengo que acabar con ellos, así podremos ser felices lejos de esta porquería.
Sé que debo mostrarme de acuerdo con él para garantizar que mi pellejo se mantenga a salvo, no obstante, es tan descomunal el empeño que dirijo hacia mis esfuerzos por retener las arcadas que me provocan sus declaraciones, que asentir es lo máximo que puedo hacer en pos de satisfacerlo. Gracias a quien sea que esté viéndolo todo desde allá arriba, mi asentimiento parece ser suficiente para él y se exterioriza complacido por mi aparente y gentil comprensión.
Damian vuelve a sentarse frente al escritorio y continúa disfrutando de lo que él considera el reality show del siglo a la par que yo trato de permanecer al margen de lo que suceda en el “programa”, porque más sufrimiento no va a ser de ayuda para mí y no hay nada que pueda hacer por los chicos; el menor de los Addams no los soltará hasta que la sangre corra, lo ha dejado muy claro.
Ese pensamiento me incentiva a cavilar sobre qué podría haber sucedido con Trixie y Steph. Enseguida desecho también esa línea de meditación al llegar a la conclusión de que tampoco me sacará de aquí.
En mis esfuerzos, intento zafar fallidamente el nudo de marinero que conserva mis muñecas atadas con la maldita cuerda que, a estas alturas, representa la máxima de las congojas para mi piel sensible. Más tarde, me resigno y acepto mi incapacidad de liberarme por mí misma.
«Tendré que propiciar la confianza de Damian para que él mismo lo haga.» Odio verme forzada a esta situación al mismo tiempo en que entiendo que se trata de mi única salida.
Encuentro aliento en el hecho de que ha demostrado sentir cierta debilidad hacia mí al rescatarme de la muerte, (cabe recalcar que solo después de haberme orillado a la misma) y a pesar de que no estoy segura de qué tan fiable sea ese punto débil, sé que al menos, debo intentarlo.
Obviamente, tendré que tantear el terreno primero para estar consciente de mis probabilidades de éxito, lanzarme desde un paracaídas sin certezas no es una opción que repose encima de la mesa.
Supongo que si no morí incluso cuando puse mi afán en ello se deba a que es mi propósito divino continuar luchando hasta el final. «Querido destino: espero que ese sea tu mensaje, porque de lo contrario estoy sinceramente perdida.»
Sin más que hacer, y sabiendo que interrumpir al Dr. Peste Negra en su visualización de “El Alfa” pondrá en riesgo mi integridad física todavía más, hago de tripas, corazón, y me sumo a él como otra televidente.
Los chicos persisten en su silencio, entre confundidos y taciturnos. Por los rostros de funeral que llevan Mike y Tyler, sé que ellos han captado a la perfección la orden de Damian, así como también que ninguno está dispuesto a mover un dedo para cumplirla.
En cambio, estoy cien por ciento segura de que cuando llegue el momento necesario, Michael no titubeará al asesinar a quien deba. Puede que esté enamorada de él hasta los huesos desde que salvó mi vida al defenderme de la golpiza que me había prometido mi tío el día que cumplí mis once años, mas, mi devoción no me convierte en ciega. Estoy plenamente al tanto de lo violento que puede llegar a ser y de que no dudará en matar si aquel fuese el precio de su propia vida.
Por otro lado, no creo que Tyler sea capaz de ponerle la mano encima siquiera a una mosca, lo que enciende un instinto de protección hacia él dentro de mí. No tengo idea de qué habrá sido de Trix (admito que tengo miedo de preguntar porque temo no estar preparada para la respuesta, sin contar que podría ser una jugada lo suficientemente osada para poner en peligro el aprecio de este enfermo mental hacia mí) y me siento con el deber de cuidarle la espalda ahora que no estoy segura de si ella puede hacerlo.
El menor de los Welsh ha sido siempre el más pequeño e ingenuo del grupo, la única razón por la que opera junto a la lacra de Malcom, Curtis y Michael es porque verdaderamente necesita el dinero y participar en la red de distribución de heroína fue la única salida que encontró. Si hallan alguna similitud con su hermana no es pura coincidencia, mis últimas investigaciones indican que esa tendencia a cargar con el peso del mundo y tomar más responsabilidades de las que les corresponde es parte de su ADN.
A pesar de ello, tanto en carácter como en moral, Tyler es uno de los buenos. Amén de sus errores, sé que es un chico con un corazón de oro y realmente me gustaría que saliera con vida de este sitio. Merece lograrlo.
Un engranaje dentro de la cabeza de Malcom parece finalmente encajar en algún recoveco entre sus neuronas de simio, ya que se acerca a su esquina y, dejándose caer en el suelo lentamente, comienza a jugar con su martillo.
Michael se alerta de inmediato y con sigilo, se aproxima y toma el que le compete entre sus manos.
Ty se encuentra nerviosísimo a raíz de los repentinos movimientos de sus compañeros, tanto que juraría ser capaz de apreciar algunas gotas de sudor perlado descendiendo por su cara y cuello hasta desaparecer de mi vista al perderse en su ropa; aun así, no va a por su martillo.
Curtis también está jugando con el suyo, aunque su modo de jugar no encierra, ni de cerca, la cantidad escandalosa de peligro que representa una herramienta potencialmente mortífera en las manos del mastodonte Stone. Aparte, Wickles parece hacer de cuenta que el objeto es una de las figuras de acción con las que pasaba el rato cuando era un niño, a juzgar por la forma en que finge que vuela y los sonidos de “efectos especiales” que imita con su boca.
—¡Hay que acabar con esto! —En un arranque estimulado por la poderosa violencia que corre por sus venas, Malcom se pone en pie, muy dispuesto a atacar al primero que se atraviese en su camino.
Y no es ninguna sorpresa para mí, en un asunto como este en el que se debatiera sobre “masculinidad hegemónica” era obvio que el cavernícola en su interior sería el primero en saltar a romper cráneos.
—Ni se te ocurra —Mike trata de mediar con él, su estrategia usual.
—Ya escuchaste al psicópata, no nos dejará ir hasta que alguien muera —Analiza a los otros tres y detecto el brillo depredador en sus ojos—. Y ese alguien no voy a ser yo.
—¿Planeas matarnos?
Admiro el refuerzo del agarre de Mike al mango de su martillo. Lo dicho: él no lo buscará activamente, ahora bien, tampoco le temblará el pulso si debe deshacerse de alguien.
—Solo de ser estrictamente necesario; no tiene que terminar así —La mirada que le dedica al inocente, pobre e ignorante Curtis lo marca como su siguiente víctima.
—¡No! —Tyler luce horrorizado al contemplar la posibilidad de que alguien resulte gravemente lastimado.
—Haré que sea rápido, prometo que no dolerá —Percibo una desagradable punzada en mi columna vertebral tras sus palabras—. Daré en el punto justo y no habrá agonía.
Ya está, el sacrificio de Curtis es prácticamente un hecho.
Addams, Welsh y Stone se enfrascan en una acalorada discusión de la que Damian disfruta cada instante con sumo placer. Mientras tanto, me aterra que esta pelea los lleve a una escalada negativa que termine dando origen a una desgracia, por más que sea difícil visualizar una manera en que esta mierda no acabe en tragedia.
Gritos van, gritos vienen. Michael y Tyler defiende a Curtis a capa y espada en tanto la rabia de Malcom va tomando forma. Resulta un paso predecible el instante en que planea girarse y atacar a Wickels sin más y mi respiración se paraliza en cuanto el par defensor del más débil se apresura a atajarlo.
Todo queda en silencio cuando Stone cae el suelo en un ruido sordo y el charco escarlata bajo su cabeza aumenta a un ritmo acelerado. Detrás de la figura sin vida, Curtis sostiene su martillo ensangrentado.
Y todos lo entendemos: el lobo ha dejado de ocultarse bajo la piel de un cordero.
—Quería matarme, ¿no es cierto?
«Con el último relincho del caballo negro, el resto de las piezas en el tablero no tuvimos más remedio que actuar en consecuencia.»
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