10. «El Villano tras la Máscara»
La impresión que este hallazgo me produce es exorbitante; tanto es así que mi mente se sume en un estado de parálisis total, varada sin capacidad de respuesta.
Por un instante, siento que deambulo fuera de mi cuerpo, suspendida en el tiempo y el espacio cual espíritu mundano que vaga por los confines de un mundo al que no pertenece. Tal vez porque esta realidad es tan absurda que apenas puedo concebirla como lo que es: cierta.
—¿Qué rayos haces aquí? ¿Tú eres...?
Ni siquiera puedo completar mi pregunta, estoy patidifusa. Y otra vez mis neuronas se han visto superadas por el exuberante cúmulo de revelaciones que ha traído para mí esta adorable madrugada.
—¿Por qué? Michael es tu hermano —me las arreglo para pronunciar en medio de mi catatónica estupefacción.
—Justamente por eso.
Él aumenta la brecha que nos distancia dando un nuevo paso en reversa, por lo cual manejo la probabilidad de que su parentesco le incomode. De todos modos, esa es la cuestión que menos podría importarme ahora mismo, esta situación es simplemente... demasiado.
Hago un esfuerzo por sobrellevar mi desconcierto y asimilar este amargo descubrimiento lo más rápido posible.
—N-no entiendo. Nos conocemos desde chiquitos, fuimos inseparables por un tiempo. De Blair puedo llegar a comprenderlo, tal parece que empujamos a la chica que le gustaba hacia el barranco del suicidio sin darnos cuenta, pero... ¿tú?
¿Por qué rayos Damian Addams armaría todo este show en nuestra contra?
—¿Hace cuánto no nos vemos, Lila?
Comúnmente odio que me respondan una interrogante con otra, sin embargo, me siento tan sobrepasada por las dimensiones de esta locura que me limito a contestar disciplinadamente.
—No estoy segura, ¿unos cuatro años? —Hago una mueca junto a un rápido cálculo mental.
—Casi —Él acepta mi minúsculo desacierto y especifica—: Tres años, diez meses y dieciocho días.
¿Es normal que su rara exactitud me dé repelús? Sí, ¿verdad? Es a él a quien le patina el queso, yo solo quería morir en paz. «Las cosas que hay que soportar cuando tu suicidio se queda en un mero intento.»
De cualquier manera, he fichado una nota de enojo en su entonación y decidido velozmente que prefiero apagar el incendio antes de verme atrapada en él, por lo que despliego mi labia en un discurso amistoso.
—Ganaste una beca y estudias en un riguroso instituto frecuentado por niñatos ricos, Damian. Es natural que ya no tengamos tanto contacto como durante el primer año. Además, a pesar de la separación, continuo al pendiente de tu vida: tu hermano me contó que tus notas son extraordinarias y que quieres estudiar alguna Ingeniería cuando vayas a la universidad. ¿Sigues prefiriendo el MIT?
Por un idílico momento, me pierdo en memorias de tiempos mejores, o al menos no tan caóticos, y anhelo profundamente ser la bienaventurada dueña de un pasado menos doloroso, quizá uno en el que pudiera refugiarme durante fatídicas circunstancias como esta. Tal vez, uno que desembocara en un presente menos traumático. Eso sería más que suficiente para mí.
Pero, pausando mi torrente de reflexiones, me obligo a abandonar mis ensoñaciones sin sentido y a no olvidar que permanezco atada cual ganado precisamente por el chiquillo que solía ser mi mejor amigo hace no tanto.
—Eres extraordinariamente inteligente, desde muy pequeño. ¿Por qué urdirías este plan malévolo en contra de siete imbéciles?
Y por supuesto que me incluyo como miembro honorario del comité de imbéciles. Es decir, ¡somos estúpidos! Es un hecho innegable. ¡Mas, esa no es una excusa válida para querer asesinarnos!
Él no responde mi pregunta de inmediato, una tendencia que comienza a irritarme.
—Veo que tu adorado Mike desempeñó un excelente trabajo dándote noticias mías. Solo se le escapó un pequeño detalle. No te puso al tanto de que fui expulsado. Por su culpa —El rencor en su voz es tan palpable que me crispa los nervios. No quisiera ser la receptora de tanto resentimiento.
—¿Qué?
—La academia de ciencias donde estudiaba descubrió los recientes cargos de Michael Addams por venta y tráfico de drogas. Y digamos que no les alegró mi vínculo con él.
—¿Fuiste echado a la calle?
—Cual perro sarnoso —contesta con un vistoso tinte de desdén.
Imagino que sigue rabioso a raíz de ese humillante episodio y no piensa molestarse en disimularlo.
—Y como si no fuera suficiente con que salpicara mi nombre con su mierda, su amiguito Malcom me ha estado acosando y amenazando desde que arribé a este condado repleto de inmundicia.
No es nada sorprendente, Stone siempre va por ahí metiendo la pata sin medida ni temor a las consecuencias. Que sus acciones hayan detonado la cólera y el reclamo vengativo de un psicópata no es un hecho inesperado. Lo jodido es que tenga que pagar junto a él el precio de su ridícula necedad.
—Un instante, ¿hace cuánto regresaste?
Es probable que se hayan percatado de que lo único que he estado haciendo últimamente son una serie de preguntas tontas, a lo mejor poco a tono con el entorno crítico que me envuelve, por ello, debo recordarles que hace no mucho intenté suicidarme con arsénico justamente para no tener que enfrentar todo esto. ¡Así que no se atrevan a criticarme!
—Hace más de un mes. ¿Qué? Es otra cosa sobre la que tu querido Michael no te puso al día, ¿cierto?
«¿Por qué Mike escondería algo así de mí?» Finalmente opto por no prestarle tanta importancia a ese detalle y volver al meollo del tema.
—Pero, ¿matarlos? Damian, siempre has sido un chico dulce, súper dulce. Eres amable, generoso y tan atento. No hubiera sobrevivido a la mayor parte de los horrores que vivía en casa sin ti.
Pese a que mi sermón emocional parece ablandar su expresión regia, la siguiente solicitud me toma desprevenida:
—Necesito saber por qué dejaste de escribirme.
Suelto un pesado suspiro antes de contarle la verdad. No puedo arriesgarme para proteger a su hermano. Él mismo lo dijo antes, lo sabe todo y no ganaré más que problemas si se me ocurre mentirle.
—Mike y tu padre me convencieron de que era lo mejor. Tú tenías la oportunidad de comenzar de nuevo en un lugar estupendo lejos de este basurero y yo no quería ser quien te atara a aquí. Jamás me hubiese perdonado ser una distracción y que nuestra amistad te impidiera crecer.
—¿Me extrañaste? ¿Por eso la sigues usando?
No necesito que sea más explícito, sé que se refiere a la pulsera que ha simbolizado nuestra amistad desde su décimo cumpleaños.
—Es un lindo recordatorio que me inspira a seguir adelante —confieso en voz baja—. Supongo que tu ejemplo mantiene viva mi fe de poder alejarme algún día de toda esta basura.
Con una velocidad impactante vuelve a concederme la oportunidad de verlo conmovido antes de aproximarse para acunar mi cara entre sus manos, ahora libres de aquellos abultados guantes. El contacto de nuestras pieles despierta mis sensores de peligro automáticamente; por otra parte, me siento contrariada al ver el inusual brillo en sus ojos y sopesar la suavidad con la que me toca. Tal muestra de adoración causa estragos en mi cerebro ya medio dañado.
—Sabía que ellos estaban relacionados con esa tonta carta de despedida que me enviaste, sabía que esas palabras no eran tuyas.
El sufrimiento que distingo en su voz resulta tan desgarrador a mis oídos que incluso llego a sentirme mal por haberlo dejado de lado:
—Lo siento —la disculpa sale disparada de mi boca cual chorro de vómito verbal.
—Ya no tienes por qué. Acabé con Norman Addams y, muy pronto, Michael Addams también dejará de ser un estorbo.
Comprender el verdadero alcance de esa frase resulta un desafío que, una vez logrado, activa nuevamente todas mis alarmas.
«¿“Acabó” con él? ¿Acaso fue capaz de asesinar a su propio padre? De igual forma no debería sorprenderme, después de todo, es el mismo futuro que parece tener reservado para nosotros. O al menos para los chicos, puesto que ya no tengo idea de cuál es el papel que desempeño en esta turbia ecuación.»
Y creo que sería más sabio no intentar adivinarlo o podría llevarme una sorpresita. Mi mejor opción es permanecer alerta.
«¿Es un buen momento para pensar en por qué rayos parece no aceptar que Mike y Norman son su familia? Siempre se refiere a ellos por su nombre, apellido incluido, y no puedo descartar mi teoría de que no recae en que está hablando de su hermano y padre. Como si fuera un intento patético para alejarse de ellos, para apartarse tanto como sea posible de su propia sangre.»
Mis pensamientos se transforman en un inmenso e incontrolable barullo que solo es interrumpido cuando la pantalla de una de las computadoras se enciende frente a nosotros como por arte de magia.
En la imagen reflejada, observo a los chicos tirados en el suelo y abriendo los ojos por primera vez desde que fueron forzados a tomar una siesta. El cuadro sugiere una posición similar a la de nosotras en el salón de Geografía, aun cuando su ubicación es claramente el gimnasio de la escuela.
«¿Qué demonios pretende hacer Damian con ellos?»
—Oh, ¡es hora del espectáculo! —Exclama con una emoción desbordante que me hace temer por su destino.
Él deja de prestarme atención en tanto reacomoda su máscara y el resto de ese tétrico disfraz antes de sentarse frente a la webcam y realizar un par de trucos informáticos con ayuda del teclado que le permiten proyectarse ante ellos.
—Veo que ya despertaron, bellos durmientes —La voz de mis pesadillas, que es producto de un programa modulador, me advierte que es hora de que este retorcido juego continúe—. Deben saber que estoy bastante decepcionado de su condición física; Blair, Trixie, Stephanie y Lila fueron mucho más rápidas en superar el efecto del gas soñador.
La mención de nuestros nombres me recuerda que debo indagar sobre el estado de mis amigas.
—¡Maldito hijo de puta!
—¿Por qué no das la cara para que pueda partírtela en persona?
—¿Qué hiciste con las chicas?
Esas son las reacciones de Mike, Malcom y Tyler respectivamente; las facciones de Curtis, por otra parte, solo exponen la espesa niebla de confusión que atolondra sus sentidos.
—En vuestro lugar, yo me preocuparía menos por ellas —Un vistazo casi imperceptible en mi dirección lo desconcentra apenas un microsegundo de su diatriba amenazante—. Y en cambio, comenzaría a preocuparme un poco más por mi propio porvenir.
—¿De qué hablas, chiflado de mierda? —Por el inverosímil cuestionamiento de Tyler, parece que insultar abiertamente a quien tiene tu vida en sus manos en una característica genética de los Welsh.
«Ty, si quieres sobrevivir, lo más conveniente sería que midieras tus palabras.» Como pocas veces en mi vida, rezo para que el hermano de mi amiga escuche mi mensaje (telepáticamente si lo requiere) y deje de ser un fastidioso bocazas.
Damian asume la misma actitud arrogante que con nosotras, contestando la pregunta con su “divertida” explicación sobre el mini explosivo en nuestro cuerpo. «¡Alucinante!»
Sus reacciones resultan bastante dispares. ¿Vieron que las chicas nos cagamos de miedo cuando nos enteramos? Por supuesto, todas excepto Blair, quien supongo, solo estaba actuando.
En el caso de los chicos: Malcom golpea una pared hasta hacer sangrar sus nudillos, Michael patea objetos invisibles en las gradas, Tyler se sostiene la cabeza como si simplemente la noticia le pesara de manera literal y no metafórica, y Curtis... mm, creo que él sigue sin funcionar del todo bien.
Es entonces que intento buscar la odiosa mesa sobre la que deben encontrarse esos inservibles shots de veneno exprés que este lunático nos obligó a tomar y me sorprendo al no hallar nada. «¿Acaso tiene otro juego mortal planeado para ellos?»
«Oh, pronto obtendré una respuesta que me hará desear no haber preguntado en lo absoluto.»
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