06. «La Llave del Infierno»

Despierto notablemente desorientada y durante un breve y magnífico momento no recuerdo las fatídicas circunstancias en que caí dormida por última vez, aunque “desmayada” calificaría como un término más apropiado para designar lo que realmente sucedió. Mas, ese instante de mágica ignorancia no tarda en desvanecerse como un maravilloso y cruel tejido de ilusión una vez que ejerzo completo control sobre mi consciencia.

El frío que se extiende bajo la sensibilidad de mi epidermis me advierte que estoy tirada sobre el suelo y de inmediato intento mover mis extremidades. Descubro con incalculable alivio que estoy libre de ataduras y soy capaz de levantarme sin problemas del piso de granito azul sobre el que está fabricada la escuela, aunque continúo medio alelada por el descanso no planificado.

Acordarme de los más recientes acontecimiento me empuja hacia un preocupante estado de alerta y me apresuro a explorar mi alrededor en busca de una salida.

Reconozco el salón donde se imparte la clase de Geografía en un santiamén. No tomo esa asignatura hace semestres, pero haber estado apenas unas horas atrás desarmando el mobiliario en compañía de mis amigos mantiene mi memoria fresca.

Me acerco frenéticamente desesperada a la primera puerta que aparece en mi radar e intento forzarla durante un par de minutos; por desgracia, pocos instantes después concluyo que no cederá y pruebo lo mismo con la siguiente, sin éxito. También trato de escapar a través de la enorme ventana de cristal que, desafortunadamente, está sellada.

En mi siguiente plan de acción me propongo registrar cada milímetro de la sala con la esperanza de hallar alguna herramienta abandonada que me ayude a romper el grueso vidrio, y es en medio de mi misión que me percato de la presencia del resto de las chicas a un par de metros. «Supongo que estaba tan centrada en huir con urgencia que no reparé en ellas anteriormente.»

Ninguna está despierta y cada una se encuentra incómodamente recostada en una esquina de la habitación. No temo por sus vidas ya que desde mi posición soy capaz de distinguir el ritmo lento de sus respiraciones adormecidas, lo cual representa un bálsamo para mi estabilidad mental.

De hecho, resulta extraño que no se hayan asustado con todo el ruido que he hecho a lo largo del último cuarto de hora. «La mierda que nos obligó a inhalar ese loco debe ser muy potente entonces», pienso con antipatía.

Por un instante, me concentro en intentar averiguar quién podría estar detrás de este tonto circo, a pesar de que inmediatamente desecho esa línea de pensamiento al arribar a la conclusión de que no conseguiré nada fructífero si antes no procuro marcharme de este sitio del demonio.

Un tímido rayo de optimismo se renueva en mi interior mientras me acerco a ellas con el fin de sacarlas a patadas de su ensueño inducido. Es ridículamente irónico que incluso ver a la odiosa de Blair me aporte algún tipo de consuelo en esta situación.

Zarandeo a mis amigas con una deferencia que no tengo en cuenta a la hora de gritarle sin miramientos a la siguiente en la línea de sucesión al trono inglés (solo a modo de aclaración: dije que me reconfortaba verla, no que era un placer).

—¡Chicas! ¿Steph? ¿Trixie? ¡Reaccionen, por favor!

Estoy al borde de un colapso nervioso cuando ellas finalmente ofrecen signos de estar abandonando su letargo para aterrizar en el plano consciente. Vuelvo a respirar relativamente serena una vez que son capaces de sentarse con cierta lentitud.

—¿Dónde estamos? —El marcado acento británico de Willows suele causarme jaqueca, si bien, pese a que no lo admitiría en cualquier otro momento, no me molesta tanto oírla en esta ocasión.

—En el salón de Geografía.

—¿Seguimos en la escuela, entonces?

En otras circunstancias, habría respondido como es debido a tan ridícula pregunta, aun así, deduzco que los nervios maximizan mi empatía porque, en lugar de con mi acostumbrada irritación, contesto pacíficamente:

—Sí.

—Debemos huir de aquí cuanto antes.

Trix escanea la habitación buscando posibles maneras de escapar en tanto Steph establece orden en su alborotada melena negra y rizada.

—Concuerdo contigo. Lo que sea que esté sucediendo, es una completa locura.

Tras un corto intercambio de miradas, las cuatro hacemos un pacto tácito en el que nos comprometemos a encontrar un modo de salir de esta condenada treta.

Por desgracia, parece que el tipejo de turno no opina lo mismo; pues es precisamente en ese instante que una televisión en la que no había fijado mi vista cobra vida misteriosamente y el jodido loco decide llevar a cabo su aparición estelar con un horrible disfraz de Halloween.

—¿Khonshu?

«Ella tiene que estarnos jodiendo», maldigo y gruño en mi mente.

Vale, lo acepto, tiene un buen punto. El pico de pájaro sí recuerda al dios lunar de la mitología egipcia, principalmente si viste “MoonKnight”, la serie de Marvel. Con todo, no era la hora ni el lugar para que Stephanie Gittens soltara ese maldito comentario que podría costarnos la vida.

—Está vestido como un doctor de la peste negra —corrige Blair con simpleza sin despegar sus ojos de la pantalla.

«Ah, ¿sí? Pues si no me lo dice, no caigo en la referencia. Juraría que es Khonshu.»

—Aún falta para Noche de Brujas.

Estoy a punto de maldecir a Trix, tal y como lo hice con nuestra amiga hace algunos segundos cuando descubro el cambio en su actitud.

Ha asumido esa pose de mujer segura que la hace ver mucho más grande a la par que refleja y despliega un halo de falsa superioridad que podría engañar a todos. O bueno, a casi todos.

Lo sé porque es el mismo mecanismo defensivo que adopta cuando baila para los cerdos que visitan el club: finge que no le importan las palabras asquerosas que le dedican o el repugnante tacto de sus manos sobre su cuerpo, a pesar de que por dentro muera de furia y miedo a partes iguales.

Un escalofrío que evidencia cuánto me identifico con esta descripción sacude mi espina dorsal. El cómo nos sentimos respecto a nuestra profesión no es un tema que surja con frecuencia entre nosotras. No mencionar en voz alta cuán arruinadas nos encontramos también es otro acuerdo que mantenemos bajo llave, como un secreto a voces que nunca es discutido.

Es así que descifro la estrategia de Trixie Welsh. ¡Este sujeto debe tratarse de una farsa! Nos ha drogado con quién sabe qué mierda, e incluso bajo el escudo del que le ha provisto esta protección, no tiene los cojones para dejar de esconderse tras una pantalla y ese ridículo traje con pico de cuervo. 

De seguro es solo el estúpido juego de un adolescente repleto de inseguridades que pretende demostrarle su poco valor a alguno de nosotros. Y si es el caso, apuesto lo que sea a que está casi tan aterrado como nosotras y va de farol montando este teatrito mediocre.

Un pinchazo de convencimiento recorre mi cuerpo y me permito relajarme un poco ante esta nueva perspectiva.

—Sí, creí que habrías escuchado cuando le aclaré lo mismo a los chicos.

Mi ataque a su ego conecta con un furtivo pensamiento de antaño al que no otorgué relevancia en su momento. «Entonces, ¿no imaginé esa sombra en el pasillo cuando estaba justamente en este salón? ¿Pude haber evitado esta basura si hubiese dicho o al menos comentado algo al respecto? ¡Carajo!»

—No se preocupen, porque dentro de poco, convertiré el resto de sus vidas en una verdadera pesadilla. Será incluso más divertido que Halloween.

Todas nos miramos entre sí; en contra de nuestra voluntad, la amenaza directa en combinación con la voz escalofriante tiene un poderoso efecto sobre las cuatro. Mi organismo, previamente relajado, vuelve a tensarse debido a la horrenda expectativa.

Él libera una risa corta, aparentemente satisfecho con nuestras reacciones.

—¡Bienvenidas al infierno, chicas! Deberán jugar muy bien sus cartas si quieren sobrevivir a esta interesante experiencia. Tendremos varios retos a lo largo de la noche y según su desempeño y superación, mm, bueno… supongo que podrían tener más oportunidades de salir vivas de acá.

Al mismo tiempo en que Blair, Steph y yo lidiamos con el miedo en silencio y obediencia, Trix es víctima de la feroz vehemencia de las impetuosas emociones que alberga y termina estallando en un grito plagado de ira.

—¿Qué es toda esta puta mierda? ¡¿En verdad planeas matarnos?!

—El primer desafío es una divertida variante de “Dulce o Truco” a la que me ha fascinado nombrar “Verdad o Veneno” —prosigue el maniático sin siquiera prestar atención a su reclamo—. Les haré ciertas preguntas y, en caso de que elijan no contestarlas, tendrán que beber uno de aquellos adorables vasitos con una generosa cantidad de arsénico. Ahora dime, Trixie Welsh, ¿realmente te parece alguna clase de broma?

Vale, definitivamente ya entendí que este zoquete no va de chiste, aun cuando Trix siga sin aceptarlo.

—No hay forma de que nos obligues a ingerir veneno solo porque ordenas que contestemos tus estúpidas preguntas.

«Trixie, ¿qué rayos estás haciendo?» Ahora resulta que mis amigas están escogiendo magistralmente el momento más inoportuno en la historia de la humanidad para ser jodidamente impertinentes.

—Oh, créeme, la hay. ¿Ven esa pequeña y reciente marca con forma circular en el interior de su antebrazo izquierdo? —Inmediatamente nos revisamos la zona indicada. Compruebo que, en efecto, tengo una nueva y prácticamente diminuta cicatriz decorando el área—. Pues, y les prometo que esto les parecerá increíble, introduje un microscópico y casi imperceptible chip de rastreo en su cuerpo por allí, con un agrego extra especial que yo mismo construí: una mini bomba que las hará explotar a nivel molecular si decido activarla. ¿No es asombroso?

La manera en que no titubea al decirlo me asegura que está siendo honesto. Lo único que soy capaz de hacer es tragar saliva.

«¡Puta mierda!»

«Y saber que ese fue tan solo el comienzo de la verdadera pesadilla…»

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