01. «El Estúpido Plan»

—¡Lo logramos! ¡Finalmente terminamos nuestra sentencia en la cárcel!

Trixie remueve sus extensiones al mismo tiempo en que hace alarde de su triunfo con tal desmesura que creo que incluso hay confeti saliendo de su boca; o quizás es producto de la decena de shots de tequila que he ingerido a lo largo de la noche, ¿quién sabe? El punto es que manifiesta su alegría desmedida sin pena o límite alguno.

—Hablas por ti, ¿no? Yo aún debo ir a esa puta escuela de verano.

Tyler refunfuña cual toro embravecido (tanto que el piercing en su nariz tiembla al ritmo de su ira) mientras la otra Welsh, precisamente como la excelente y comprensiva hermana mayor que es, solo se burla de su infortunio desordenándole el cabello con falsa lástima.

—Agradezco haber sido expulsado —Incluso Malcom Stone, el cual rara vez abre su boca para expulsar algo que no sean escupitajos, bufidos o maldiciones y quien, justamente como indica la traducción de su apellido al inglés tiene el sentido del humor de una roca, parece verdaderamente divertido con la escena que se desarrolla ante él.

O al menos así lo atestigua la minúscula y brillante mota de agrado que reluce en sus iris verdes.

—No es justo, Lila —Juro que en verdad trato de ser una buena mejor amiga y otorgarle importancia a las palabras de Stephanie cuando se dirige a mí, todo un reto teniendo en cuenta lo graciosamente torpe que suena su voz a raíz de la borrachera—. No es mi culpa que no entienda esos inútiles cálculos trigonométricos. ¿Y en qué mierda me sirven las propiedades de los logaritmos? Además, la maestra Perkins es una absoluta perra.

El estado ambivalente de Gittens, que viaja desde la tristeza al enojo y de regreso, me resulta irresistiblemente cómico, por lo que no puedo retener mi impulso de estallar en carcajadas sin un ápice de elegancia o disimulo. «Adiós a mi deplorable intento de ser una persona medianamente decente.»

Curtis, situado a mi lado, también ríe; aunque tal vez la razón de su risa no se asemeje a la mía ni por asomo. Sus pupilas dilatadas y carentes de la más remota señal de vida son el epicentro de sus globos oculares preocupantemente inyectados en sangre y, por su nivel de ensimismamiento, asumo que ni siquiera apuntando una linterna directamente a su cara sería capaz de reaccionar.

Lo cierto es que la mente del pequeño Wickles ha permanecido muy lejos desde hace casi una hora, exactamente en el preciso instante en que introdujo en sus venas la aguja de aquella jeringa con el líquido ámbar de extraña textura sobre la que prefiero no pensar.

—Yo celebro que nunca más tendré que poner un pie en ese asqueroso lugar, así como tampoco tendré que volver a verle la cara a ninguno de nuestros exprofesores de pacotilla —Mike alza su botella a modo de brindis antes de acabar con el contenido de un sorbo.

El malgenio de Tyler, quien parece estar a punto de echar humo por las orejas como en las caricaturas, la rabieta de la ebria llorona de Steph, a nada de cruzar la franja del infantilismo y llamar a su madre para sollozar en su falda (pese a que dudo que la señora Savage permita siquiera que se acerque a ella con el maquillaje corrido que la hace ver cual mapache ojeroso) y los exagerados vítores que Michael y Trix se dedican a sí mismos, suman, en su conjunto, un cuadro digno de ser plasmado en alguna banal serie de comedia adolescente.

«Netflix, ¡anota eso!»

Yo solo me pierdo en mi risa colmada en alcohol y emprendo un viaje hacia el plano astral a millas de la realidad en tanto observo el brillante patrón luminiscente que forma el cartel con el nombre del club en el que estamos. Nuestro hogar.

De repente, la T al inicio de “Temptations” luce más brillante, y en complicidad con el resto de las letras parecen conformar un maravilloso cielo estrellado lleno de constelaciones místicas que no puedo dejar de admirar. Además, me percato de que los labios rojo fuego que iluminan el exterior del local guardan un súbito e inquietante parecido con el emblemático logo de The Rolling Stones.

Podría seguir divagando en otras trivialidades, cortesías del aguardiente en mi cuerpo, si Tyler no hubiera azotado la mesa con su puño y lanzado una fuerte y colérica exclamación:

—Carajo —Termina de tomarse su cerveza de golpe antes de continuar desquitándose violentamente con la barra—. Odio esa escuela, no soporto la idea de tener que regresar durante las vacaciones. Como si no fuera lo suficientemente jodido pasar allí el resto del año.

—Tranquilo Ty. Es julio, ¡relájate hermano! ¡Y que Dios bendiga a América!

—¡Viva América!

Malcolm y Mike comparten un par de carcajadas debido a su propio chiste, sin embargo, el mastodonte Stone es el primero en detenerse para adoptar una pose más seria. Lo que vendría siendo su actitud habitual, ya que este tipo de episodios en los que luce como si lo pasara bomba con nosotros son, en verdad, bastante aislados.

—¿Realmente quieren vengarse del instituto? Porque yo también quiero cobrarme unas cuantas.

—¿No dijiste hace unos momentos que agradecías estar fuera de ese infierno? —A pesar de mi estado etílico, soy asombrosamente capaz de vocalizar la pregunta sin tropezarme con mi propia lengua.

—Sí, aunque igualmente quiero la revancha. ¿Lo entiendes, muñeca?

Veo sus dedos enredarse en un rizo de mi cabello castaño y, camuflando mi repugnancia por su cercanía con una sonrisa, alejo su mano de mi rostro.

—Mi habilidad de comprensión funciona a la perfección mientras permanezcas apartado de mí, Mal —le dejo en claro con una mirada filosa.

Él rueda sus ojos, desestimando mi determinación a no acabar en su cama durante el proceso, y me prometo a mí misma que la próxima vez que ose propasarse conmigo en algún sentido, pondré las cosas indiscutiblemente claras para su cerebro involucionado con una patada en los huevos de la que se acordarán hasta sus nietos, si es que existe en el mundo una mujer lo suficientemente imbécil para atreverse a engendrar descendencia con los genes de este primate.

—El punto es el siguiente: este fin de semana es 4 de julio —Malcom vuelve a centrarse en lo que sea que esté maquinando esa repulsiva cabecita suya—. Todos estarán ocupados celebrando y emborrachándose en nombre de la patria, por lo que el colegio estará desierto.

—¿Y...? —Steph, al igual que yo, no tiene idea de hacia dónde demonios se dirige con toda esta basura de análisis.

—Será nuestra oportunidad para meternos y hacer lo que queramos.

—¿Vas a hacer explotar el instituto o alguna otra locura al estilo “acto terrorista”? Porque yo ahí no entro. Acabo de cumplir mi condena en una prisión, no pienso caer en otra de manera voluntaria.

Trix se apresura a lavarse las manos del asunto. Es obvio que no desea más problemas con la ley de los que ya tiene; posición que comparto puesto que tampoco planeo estar involucrada en más líos con la poli.

La semana pasada hubo una redada en el puesto de mando de los chicos y casi nos atrapan por accidente. Admito que su guarida es un buen sitio para divertirnos un rato, pero no puedo seguir corriendo esa clase de riesgos con el colorido expediente repleto de cuantiosas infracciones legales que ostenta mi nombre y apellidos en los registros del FBI.

Ser menor de edad ha sido un excelente salvavidas, lo admito; no obstante, si continúo a este paso, no podré librarme de una sentencia en la cárcel y no pienso caer en el mismo círculo vicioso que mi historial familiar.

—Relájate, no soy tan radical. Solamente pensaba dar un paseíto por el despacho del director y dejarle un obsequio.

—Mientras el “regalito” no lo deje en el hospital o el cementerio, yo me apunto.

Malcom y Mike chocan sus puños con violencia, un gesto para demostrar su aprobación de machos muy usual entre ellos.

—No capto el sentido de este plan —asegura Steph, quien prueba ser portadora del precario grado de concentración de una nena de cuatro años al ponerse a jugar con la rodaja de limón que acompaña la botella de tequila de la que he estado bebiendo—. Detesto ese lugar, ¿por qué querría pasar allí un día extra.

—Para hacerles saber lo que piensas sobre ellos y su sistema de mierda —precisa la mente maestra tras el complot con cierto desprecio hacia mi amiga figurando en su cara—. Tendremos el colegio a nuestra total disposición, podremos hacer lo que nos plazca.

—Eso es vandalismo, podrían arrestarnos. Y en el caso de reincidentes como nosotros, no dudarán en enviarnos a un reclusorio, incluso si no hemos cumplido los dieciocho.

Trixie insiste en mantenerse distanciada de todo aquello que involucre la mínima probabilidad de quedar tras las rejas y yo me encuentro dividida. Ambos argumentos tienen un peso considerable, uno se inclina a apoyar la decisión de mi lado precavido y el otro promete un resarcimiento de dignidad a mi orgullo.

—Para que eso suceda primero tendrían que conseguir evidencias. No habrá cámaras, testigos, ni ninguna otra especie de pruebas en nuestra contra. Pueden estar seguros porque yo no dejo cabos sueltos —Malcom enumera con confianza la imposibilidad de que logren acusarnos y encerrarnos—. El único modo en el que eso podría ocurrir, es si alguno acá presente se va de la lengua, y confío plenamente en ustedes, así que sé que no pasará.

Puede que la última frase suene fraternal y hasta amigable, mas, la pequeña caricia que le da a la pistola escondida bajo el lateral derecho de su camisa no le brinda un toque, digamos, muy amistoso a la cuestión.

—Por supuesto que no pasará —Mike, el único tan valiente como para apaciguar a la fiera, interviene—. ¿Y qué opinan? ¿Entran en el juego?

Malcom nos ha convencido y basta con mirarnos para saberlo; no es difícil para nosotros comunicarnos con los ojos siendo un grupo que se conoce desde hace años.

¿Qué clase de tonto diría que no a semejante oportunidad de diversión?

«Y este es el inicio de todo. Si tan solo no hubiese accedido a participar en ese nefasto plan...»

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