Capítulo 59

Al día siguiente Thomas tuvo que abrir el bazar, pues Dylan nunca regresó. Toda la noche no pudo dormir, ni dejar de sentir angustia y preocupación por él. Apenas llegó, buscó en cada rincón de la tienda, pero tampoco estaba ahí. La desesperación se apoderó de él, cualquier pensamiento malo lo agobiaba, cualquier cosa le pudo pasar, quizás lo secuestraron, le robaron, se regresó a Londres, si su mamá llegó y le hizo daño, todo era posible, y deseaba con todo su corazón que estuviera bien.

Pasó una hora y nunca apareció, Thomas ni siquiera podía trabajar correctamente, primero: la preocupación por Dylan lo mataba y segundo: sabía que su jefe se daría cuenta que Dylan no estaba, pues las cámaras estaban encendidas todo el tiempo y tarde o temprano podía ver a Thomas solo.

Y como lo había pensado, su jefe estaba llamando en este momento. El rubio dudaba en si contestar o no, pero quiera o no la cámara lo estaba viendo y tenía que hacerlo.

—¿Ho-hola?   

—¡Thomas, ¿dónde está Dylan?! 

—Ehhh... Dylan, estem... ¿Dylan?

—¡Sí, Dylan O'Brien! ¡¿Dónde diablos está?!

—Ammmm... ah claro eh... fue a... ¡fue a pagar los servicios básicos! ¡Sí, eso! 

—Pero no me ha informado la cantidad para depositarle y que vaya a pagar.

—Sí, fue a pagar con su dinero y dijo que luego le diría a usted que le devuelva.

—Dile que no se hace lo que él diga, sino lo que yo le ordeno, ¿ok?

—¡Oiga, Dylan no es ningún títere para que usted diga eso!

—¡¿Qué has dicho?! ¡Aquí las cosas se hacen como yo digo y punto! ¡Ustedes no tienen ni voz ni voto para contradecirme! ¡Así que mejor ponte a trabajar! —colgó la llamada.

Thomas no pudo más, rompió en llanto luego del grito, no por cómo se había comportado con él, sino porque se sentía tan mal que ahora entendía perfectamente a Dylan sobre su razón para renunciar al trabajo y él lo había juzgado tan mal, todo por su estúpido mal genio que tenía desde que perdió la memoria, sentía que desde ese día, se volvió más apagado y se estresaba fácilmente. Pero no era su culpa, su cabeza le estaba matando poco a poco.

Uno no entiende el dolor ajeno si no se pone en sus zapatos primero.

En medio de su llanto, escuchó que alguien sorbió su nariz, levantó la cabeza y su corazón comenzó a latir fuertemente al ver a Dylan corriendo algo ido y apresurado hacia él.

—¡Hola, mi amor! —saludó alegre y algo nervioso—. ¿Cómo estás? 

Thomas lo miró con lágrimas resbalando sus mejillas y en silencio, no podía decirle nada, estaba feliz de que regresó, pero muy enojado por lo que hizo.

—¿Tommy? ¿Por qué lloras, cielo? —entró a la caja y se acercó al rubio, quien se hizo a un lado para que no lo tocara—. ¿Qué pasa?

—¡¿Cómo que qué pasa?! —le gritó harto de la situación—. ¡Te desapareces como si nada y me dejas asustado y preocupado pensando en qué te pudo pasar y encima te haces el desentendido! —cuando lo miró a los ojos notó que había polvo blanco en su nariz—. No es posible... ¡¿te drogaste?! —Dylan agachó la mirada—. Dime que no gastaste lo poco de dinero que nos quedaba en droga —el castaño guardó silencio—. Habla, Dylan —nada—. ¡Dylan, por Dios!

—¡Sí, lo hice! —dijo levantando la mirada—. Es que estaba muy mal y... y... tenía que bajarme la borrachera de alguna forma para venir a trabajar bien—musitó agachado la cabeza.

—¡Ah o sea también te emborrachaste! —lo tomó de la camisa para obligarlo a que lo mirara—. ¡Habla!

—T-Tommy, tranquilo...

—¡¿Cómo quieres que me tranquilice?! ¡Si acabas de gastar el poco dinero que apenas tenemos para comer una mísera cantidad tres veces al día! 

—¡Perdóname! ¡Perdóname, mi amor, no quise hacerlo! —lloriqueó mientras cerraba los ojos para no mirar a su novio, porque el rubio destilaba ira y lo asustaba—. Es solo que... me sentí mal porque no me apoyaste...

—¡Pero hay formas, Dylan! —soltó su camisa—. ¿Te sientes mejor luego de haberte emborrachado y de haberme pegado un susto? —sollozó—. Ya, a la mierda el dinero, sí, es importante, pero imagínate si te pasaba algo por andar borracho en un sitio que no conoces. ¡Hubiese perdido la cabeza! Está claro que para mí eres más importante que el maldito dinero —agachó la mirada—. Y sí, estoy feliz de verte y que estés bien, pero esas cosas no se hacen, Dylan. ¡No-se-hacen! —juntó sus manos temblorosas en su rostro y rompió en llanto.

—Ay, Tommy, ven aquí —lo abrazó y se sintió peor al notar que estaba temblando—. Perdóname, en serio, perdóname, soy un completo idiota. No debí hacerlo, mira cómo te puse —el rubio lo apretó más contra su cuerpo—. ¿Qué tengo que hacer para que me perdones? —se miraron a los ojos, Dylan limpió una lágrima que se deslizaba por la mejilla de Thomas.

—Nada, solo no vuelvas a hacerlo.

—Lo que tú digas, cielo, no volverá a pasar, en serio. Pensé que no te ibas a dar cuenta.

—Eres un tonto, mírate, traes restos de cocaína en la nariz —le extendió un espejo que estaba en el mostrador—. Límpiate, adicto.

Dylan rió mientras limpiaba su nariz con su suéter, Thomas, harto de la situación, negó con la cabeza y se acercó para abrazarlo, pues aún se sentía mal.

Duraron un largo tiempo abrazados, minutos en los que Thomas dejó salir sus sentimientos y lloró sobre el pecho de Dylan, le valía un comino si los estaban vigilando por las cámaras y los despedían, no había nada mejor como este momento.

—Dyl, perdóname —dijo con la mirada perdida en el suelo.

—¿Por? ¿Apoco tú también te emborrachaste y no me lo dijiste? —rió y Thomas le dio un manotazo suave en la cabeza.

—No, animal —hubo un silencio incómodo—. Por cómo te traté ayer —suspiró—. No fue la forma correcta de reaccionar. Es que... tú sabes, estoy tan estresado con nuestra situación que...

—Tranquilo, Tommy, lo entiendo —le sonrió—. Fue la desesperación y el estrés los que me llevaron a tomar esa decisión, pero sinceramente ahora no sé que hacer.

—¿Pero estás seguro o no? —se miraron a los ojos—. Amor, yo sé que no debo meterme en tus decisiones, pero no nos beneficia mucho que renuncies. Eso tenlo en cuenta, sin embargo, si deseas renunciar, hazlo, no te juzgaré ni me enojaré.

—¿Crees que esas malditas cámaras estén encendidas? —le preguntó con un leve sonrojo en sus mejillas y una enorme sonrisa en su rostro.

—Mmm —el rubio miró atentamente dichos objetos—. Parece que no, no veo la luz roja encendida, ¿por q...? —su pregunta fue interrumpida, pues Dylan aplastó en sus mejillas, agachó su cuerpo como si estuvieran bailando y lo besó—. ¡Oye! —lo alejó de él de un empujón—. ¿Quieres que nos despidan?

—En el fondo sí  —rió y lo volvió a besar.

—¡Yaaaa! ¡Basta! —se alejó de él—. Ponte a trabajar.

—Estás en mi lugar, chiquito —le susurró al oído y Thomas se sonrojó.

—Ya me quito, animal.

—Animal solo en la cama contigo —le guiñó un ojo.

—¡Ya cállateeee, deja de sonrojarme por un segundo! —hizo berrinche mientras caminaba hacia las perchas.

—¿Tienes entregas hoy?

—Sí, como cuatro.

—Voy a extrañarte.

—Yo voy a extrañarte porque vas a renunciar.

—¿Y quién dice que lo haré? —Thomas giró contento al escuchar esas palabras.

—¿En serio, Dyl? —sus ojos brillaron.

—Sí, no soportaría tener a otros compañeros que no sean tú.

—Te amo, tonto —le mandó un beso volado y Dylan lo agarró.

—Me acostumbraré al maltrato, qué más da, quiero seguir trabajando contigo hasta cuando el jefe me lo permita. Además, no debo tirar la toalla, necesitamos el dinero.

—Estoy tan orgulloso de ti —le sonrió y cada quien regresó con su quehacer.

Y los días fueron pasando hasta que ajustaron el mes en su tedioso trabajo. Un mes lleno de sudor, llanto, estrés, risas y sobre todo aprendizaje. Ambos aprendieron a vivir la vida de adulto, que englobaba trabajar bajo presión, buscar la forma de que el dinero alcance, pagar deudas, etc. Al principio les costó muchísimo, el cambio fue muy drástico y les tocó pagar con lágrimas disfrazadas de estrés, pues no creyeron que sería tan difícil. Técnicamente dejaron de ser esos niños inquietos que solo se preocupaban por estudiar, para ahora ser adultos responsables con trabajos explotadores y jefes malvados e injustos. Pero así era la vida, y sinceramente ambos preferían vivir así, que infelices en Londres.

Cuando recibieron su primer sueldo, estaban tan felices y orgullosos del otro, pues sabían que todo el esfuerzo había valido enteramente la plena. Entre ambos tenían mil dólares, y lo primero que hicieron fue regalarle cien al hombre que les había dado posada en su garaje, pues sin él, quizás les hubiese tocado vivir en la calle. Lo segundo fue comprarse ropa de segunda mano, no querían comprar algo de marca aún, pues no tenían el dinero suficiente, así que se conformaron con la ropa que apenas les costó quince dólares un pantalón, una camiseta y una chamarra, los zapatos quedarían para después. Lo tercero fue lo más importante: su departamento. Fue una búsqueda sumamente difícil, pues la mayoría de lugares sobrepasaba los mil dólares y ellos apenas contaban con ochocientos setenta. Thomas siempre buscaba mientras hacía sus entregas y Dylan les preguntaba a los clientes; sin embargo, esa búsqueda les tomó casi un mes más, y por lo pronto continuaron viviendo en el garaje, su dueño era tan bueno que no les hacía problema por ello, ni les pedía algo a cambio. Con el segundo sueldo ya tenían mil seiscientos dólares, y no podían evitar sentirse felices, sobre todo porque habían encontrado un apartamento pequeñísimo, perfecto para ambos. Apenas tenía un piso, un cuarto y un baño, el resto debían ver cómo acomodarse para acoplar una cocina y un comedor. Pero eso no fue impedimento para estos chicos. 

—Y estas son las llaves —el dueño de casa se las entregó a Thomas y la pareja quedó admirada al verlas—. Les pediré la garantía por adelantado, ¿ok?

—Está bien —Dylan suspiró y sacó de su bolsa de plástico el dinero para entregárselo, esa era su billetera.

—Muchas gracias, chicos, ha sido un placer hacer negocios con ustedes, disfruten su pequeña casita —y cerró la puerta.

Thomas estaba maravillado, giraba y daba vueltas al rededor muy contento de que al fin pudo hacer un hogar con Dylan.

—Tommy —el mencionado paró y lo miró, sus ojos estaban rojos.

—¿Qué tienes, Dyl? —se le acercó y él lo abrazó con fuerza.

—¡Lo hicimos, Tommy! ¡Lo hicimos! —comenzó a dar saltitos y Thomas le siguió el juego.

—¡Sí, sí, sí! ¡Te amo, te amoooo!

Ese día fue el mejor para ambos chicos en mucho tiempo, no tenían palabras para describir su felicidad, sabían que tanto sufrimiento había merecido la pena. Cenaron un gran pavo a pesar de ser solamente dos, pero ese día era tan especial que ameritaba a comer algo tan delicioso y costoso como eso, lo más importante era disfrutar de su compañía y su nueva casa, ya luego se arrepintieron por el dinero...

Pasaron dos meses más, que no fueron nada fáciles, en los últimos días tuvieron algunos problemas con clientes y con su jefe, pero nada que no pudieran resolver, sin embargo, eso les ponía en riesgo a que los despidan y les preocupaba perder su única fuente de ingresos.

—Ya ni mis vídeos de YouTube nos van a servir —comentó Dylan recargándose en el mostrador, ambos rieron.

—Todo se quedó allá, no podemos ni recuperar tu cuenta donde te depositaban el dinero —Thomas también se recargó en el mostrador.

—No, amor, no pasa nada, sinceramente hago como si ese dinero nunca lo gané, qué vergüenza —ambos rieron—. Ven aquí —le señaló sus piernas para que se siente ahí.

—Sabes bien que no podemos.

—Cielo, lo hemos hecho tantas veces y no ha pasado nada —hizo puchero.

—Pero a final del turno, no ahora que son las once de la mañana, tonto —negó con la cabeza y revisó su celular—. Es más, ahora tengo una entrega, iré para volver lo antes posible.

—Aaaaagh —se quejó mientras veía a su novio entrar a la bodega por empaques para los productos.

Una gran idea llegó a su cabeza, era algo descabellado, pero valía la pena intentarlo. Sonriendo pícaramente, caminó hacia la bodega y cerró la puerta tras sus espaldas. Su novio se sobresaltó del susto y giró de inmediato para mirarlo, antes de poder preguntarle algo, el castaño lo estampó contra la pared y lo besó con locura. Thomas intentó separarse de él, pero su novio le pudo, no podía resistirse frente a sus besos que lo volvían tan loco.

Dylan metió sus manos dentro de la camisa del rubio y comenzó una serie de caricias en el torso delgado del mismo, el muchacho gimió sobre los labios de su novio mientras se sentía en el mismísimo paraíso, pegó un brinco y enredó sus piernas sobre la cintura del muchacho, quien presionó su cuerpo contra su erección para provocarle aún más.

—¿En serio lo haremos en la bodega, Dyl? —le preguntó con el cabello de su novio sobre su rostro.

—Siempre es bueno experimentar, mi cielo —apretó las nalgas del chico y este gimió—. ¿Qué dices?

—Solo porque hoy es miércoles y no hay muchos clientes te acepto, pero rápido, ¿sí? —hizo puchero mientras jugaba con el cabello de su novio.

—Ya te dije que animal solo en la cama, mi amor.

Dylan capturó el cuello de su novio con sus dientes, mientras el otro desabotonaba su camisa con rapidez. Deshizo el agarre a su cintura y también desabotonó la camisa de Dylan, ambas prendas salieron volando a quien sabe dónde, no podían ver y ni les interesaba. El rubio se deshizo de los pantalones de ambos, Dylan lo giró y tiró de su bóxer para tenerlo desnudo e indefenso frente a él. Se deshizo de su bóxer de igual manera y acercó su erección a su trasero, el rubio gimió en cuanto sintió cómo su novio la frotaba sobre él. El castaño llevó sus dedos a la boca de Thomas y dejó que este los chupara hasta humedecerlos lo suficiente como para poderlos introducir en la entrada de su novio. Thomas gimió fuerte ante el tacto y buscó la mano libre de su novio para apretarla y amortiguar el dolor. Dylan movía sus dedos dentro del rubio con rapidez, todo para estimularlo e introducir su miembro de una vez por todas. No pasó mucho para que su amiguito estuviera dentro de su novio, quien se llevó la mano de Dylan a su mano para morderla y amortiguar los gritos, si había un cliente afuera esperando por ser atendido, no quería asustarlo con sus gritos. El castaño se movía rápidamente dentro de él, ambos chicos ya estaban sudados, rojos y con el cabello sobre sus frentes, y gemían sin control. Cubrieron sus bocas cuando llegaron al clímax, pues querían gritar, pero sabían que no debían. Dylan cayó sobre Thomas exhausto, las respiraciones agitadas y sus corazones acelerados decían mucho y puede que haya estado mal hacerlo en el trabajo, pero para ambos fue la sensación más exquisita que pudieron experimentar. El rubio buscó las manos de su novio y las entrelazó con las suyas, finalmente giró y selló ese hermoso acto de amor con un tierno y delicado beso.

—Qué lindo que me beses luego de que cogimos como conejos —rio el castaño y Thomas le pegó.

—Ya vístete, tonto.

—¿No quieres otra ronda, amor? —preguntó mientras descendía la pared hasta el suelo con la respiración agitada.

—No, Dyl, debemos trabajar —respondió colocándose su ropa—. Aunque debo decir que no estuvo nada mal y sí me vendría bien —Dylan sonrió orgulloso.

—Soy el novio perfecto, ¿qué esperabas?

—Sí lo eres —se agachó a su altura y lo besó—. Te amo.

—Y yo a ti, chiquito.

No tardaron más de diez minutos en vestirse, pues Dylan no dejaba de darle cariñitos y besitos a Thomas por todo su cuerpo para convencerle a que no se cambiara, pero eso no fue suficiente para él, pues sabía que debían volver con sus obligaciones para no tener problemas. 

Cuando ambos ya estaban cambiados y decentes, Dylan fue a abrir la puerta mientras Thomas buscaba lo que necesitaba antes de ser atrapado por su novio y bueno... ustedes ya saben el resto. El castaño palideció en cuanto giró la perilla y esta no cedió fácilmente, la giró varias veces, pero esta no se movía ni un centímetro.

—Dyl, deja de jugar con la perilla y abre la puerta de una vez por todas —le dijo su novio con algunas cajas sobre sus manos.

—Ah... ¿pusiste llave a la puerta antes de entrar, amor?

—No, ¿por?

—Porque al parecer sí lo hiciste —giró con una sonrisita burlona en su rostro.

—¿Qué? —dejó las cajas a un lado y se acercó a la puerta para intentar abrirla, de nuevo, esta no cedió—. No, no, no, ¡mierda!

—¡¿Qué hacemos?! ¡Estamos atrapados! ¡Y ni siquiera logré ir a un partido de los Mets! ¡No quiero morir tan joven!

—Dylan, cálmate —tomó sus brazos para detener su berrinche—. Debemos llamar al jefe.

—¡¿Quieres que nos despida acaso?! ¡Este mes hemos tenido muchos problemas! 

—Pero, ¿qué más podemos hacer?

—¡Hay que tumbar la puerta! 

—Sí, claro, como eres Hulk obviamente lo lograrás.

—¿No confías en mí?

—Emmmm... no. Llamaré al jefe —sacó su celular.

—No si derribo la puerta —tomó impulso desde atrás.

—Hola, Sr. Connors... sí, todo está bien... es solo que...

—¡AAAAAAAAAAAAAAH! —se escuchó un golpe fuerte, Thomas giró asustado y vio a su novio en el piso con la mirada perdida.

—¿Qué fue eso? —preguntó su jefe.

—Ah... Dylan, ya sabe, a lo que voy es que...

—¡Estúpida puerta no podrás conmigo! ¡AAAAAAAAAAAH! —otro golpe.

—¡Estamos atrapados en la bodega y no podemos salir! 

—¡No, Tommy, noooo, ya casi la derribaba! —se quejó Dylan desde el suelo mientras tomaba su brazo adolorido.

Su jefe simplemente suspiró rendido.

—Voy para allá en quince minutos —y colgó.

—Mierda, Tommy...

—Cállate, que en primer lugar yo vine aquí a ver mis empaques, no a coger.

***

—Sí saben que dejar la tienda sola está muy mal, ¿verdad? —el señor Connors se cruzó de brazos frente a los chicos, quienes agacharon su cabeza.

—Lo sentimos, señor, no nos dimos cuenta de que la puerta estaba con seguro...

—¿Y se cerró con ambos en la bodega, Thomas?

—S-sí...

—¿Y qué hacían ambos en la bodega tanto tiempo? Porque según vi las cámaras, estuvieron veinte minutos ahí.

Silencio, ninguno de los dos dijo algo.

—Dios mío, no quiero ni imaginarlo.

—No hicimos nada malo, señor —dijo Dylan rojo de la verguenza.

—¿Ah sí? No me vas a negar que ustedes dos son pareja, ¿verdad Dylan? 

—¡No! Ninguno de los dos somos...

—¿Gays? Dylan eso noté desde el primer día que ustedes llegaron aquí. Su química se ve hasta China. Y yo les di la oportunidad a pesar de que eso está mal visto hoy en día, porque pensé que eran buenos chicos y buenos trabajadores, pero dejar la tienda sola para hacer sus cosas, perdón, pero no me parece. Agradezcan que no nos robaron nada, por suerte, porque si no les tocaba pagar a ustedes.

El ambiente se llenó de un silencio muy incómodo, ambos se sentían sumamente avergonzados y ya no sabían qué decir para defenderse, pues sabían que cualquier cosa empeoraría la situación.

—Bueno, si no tienen nada más que decir —sacó un par de hojas de un folder y les entregó a cada uno.

—¿Qué es esto? —preguntó Dylan, Thomas estaba callado porque ya sabía qué significaba.

—Necesito que firmen estos documentos, porque están despedidos.

—No —musitó Dylan—. Se lo ruego, Señor, no nos haga esto, por favor, usted sabe sobre nuestra situación.

—Dylan, debería darte vergüenza rogarme algo así, si en serio querían el trabajo, hubiesen trabajado como se debe. Pero fue mi error contratar un par de mocosos sin experiencia y sin noción de cómo vivir como adulto.

—Denos una última oportunidad, por favor, no sabe cuánto lo sentimos —el castaño se colocó de rodillas para suplicar—. No queremos quedarnos en la calle otra vez.

—Eso debieron pensar antes de hacer sus estupideces, ¡firmen ya!

El rubio, harto de la situación, tomó un bolígrafo y firmó la hoja sin más. Tiró el bolígrafo por lejos y le entregó el documento a su jefe.

—Listo, ¿cuánto de liquidación nos toca?

—¡Tommy! —exclamó el castaño.

—Dyl, no tiene caso seguir discutiendo, acepta la culpa, firma y vámonos.

El muchacho no tuvo más remedio que hacer caso, pues no tenía caso continuar humillándose con alguien que no iba a ceder. Firmó su hoja y le entregó a su jefe, quien les entregó mil dólares a ambos como liquidación.

—Dejen sus uniformes y váyanse, por favor.

—Pero no tenemos más ropa —dijo Dylan.

—Pues lo siento mucho.

***

—Nunca creí que saldría por última vez de mi trabajo sin camisa y con mil dólares en mi bolsillo.

—Si le decía eso a mi yo de hace un año, nunca me lo hubiese creído.

—El niño rico Thomas.

—Cállate, Dylan.

—¿Por qué lo hiciste, Tommy? Es decir, pudimos humillarnos un poquito más para quedarnos ahí.

—Dyl, sinceramente estaba harto de ese trabajo y sé que tú también, nos desgastaba no solo física, sino mentalmente y frente a eso ya no podíamos hacer nada.

—Tienes razón. Al menos dieron buena liquidación.

—Es lo bueno de todo esto, ahora debemos ahorrar para que nos alcance el dinero hasta conseguir otro trabajo.

—Lo conseguiremos, Tommy, descuida —lo besó.

—Vámonos a casa rápido que me muero de frío.

—A mí me gusta verte así sin camisa.

—Ay cállate, Dyl.

***

Después de darse un baño, ambos chicos fueron a su cama y se abrazaron bajo las cobijas para ver una película. Afuera llovía a cántaros y no había mayor paz para ambos que esa situación... bueno, quitando que se habían quedado sin trabajo.

Thomas se recargó en el pecho de Dylan y cerró los ojos para dormirse, estaba muerto y moría por descansar su mente un momento. El castaño de inmediato lo abrazó contra su cuerpo y comenzó una serie de caricias en su rostro y cabello, lo suficientemente relajantes para que el muchacho cayera dormido.

La película terminó y Dylan estuvo a punto de cerrar sus ojos para dormirse. Dejos celular en el piso porque aún no tenían una mesita de noche, y se abrazó a su novio para dormir. Sin embargo, en cuanto cerró sus ojos por completo, escuchó cómo alguien tocaba la puerta con desesperación, cuyo sonido despertó al rubio, quien ya estaba en un sueño profundo. Soltando un resoplido, Dylan se levantó a abrir, Thomas cubrió su cuerpo con una manta y fue tras su novio, pues la fuerza con la que habían tocado le dio curiosidad y miedo a la vez.

—Quédate atrás —Dylan cubrió con su cuerpo a su novio y tomó una escoba dispuesto a protegerlo.

En cuanto abrió la puerta se preparó frente a cualquier sorpresa, se puso en guardia y encaró a quien estaba afuera.

—¿Qué...?

—¡Los encontramos, no puedo creerlo!

—¿Kaya? ¿Ki?

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