Et Cetera

Descubrir que amaba a mis dos hermanos de maneras muy diferentes, hizo que mi estómago se sintiera mal por mucho tiempo. Simplemente no podía soportarlo.

Tomohiro, como quien dicen, el hermano invisible de la familia, fue en realidad el más serio de los tres y, en consecuencia, a quien nuestros padres aprobaron por completo su carrera de ensueño. Nunca supe si en el fondo Tomo eligió dicha profesión por agradar a papá y diferenciarse de nosotros, o porque definitivamente era su vocación ser abogado. Al final de cuentas, no había quién lo asociase con la industria de la música, a menos que le conociera, y parecía querer seguir de esa forma.

A pesar de sus problemas de salud y delicado cuerpo, Tomo fue un estudiante sobresaliente. Responsable, meticuloso y amante de los trabajos de oficina, dedicado y no muy sobresaliente; le escogieron como encargado del salón en varias oportunidades durante la preparatoria, época en la cual no presentó cuadros graves de gripe ni ningún otro problema referido a su salud.

Con el paso del tiempo, no pareció desarrollar una personalidad carismática como era usual en la familia. Era muy callado y serio, a la vez torpe cuando debía relacionarse con otras personas; tampoco tenía oído musical, no importaba cuántas clases de piano o guitarra tomara, sus manos eran pesadas sobre las teclas y desafinaba hasta al respirar..., sin mencionar que era inútilmente tímido.

Como mi segundo hermano mayor, nunca mostró interés en convertirse en mi modelo a seguir. Solamente se acoplaba al ritmo del ambiente que le rodeaba, incluyéndome, para terminar volviéndose en alguien con quien podría hablar cuando lo sintiese necesario y sin que le afectara. En cambio, siempre quiso diferenciarse y no ser como Taka en absoluto.
Era el primero en ocultarse cuando algo lo asustaba, tiraba constantemente de mi camisa cuando creía que corría demasiado rápido, llamaba a mamá o la criada para contar que habíamos roto alguna cosa dentro de casa, e incluso se cansaba mucho antes que el resto y se sonrojaba al andar en ropa interior.

Para mi sorpresa, no recuerdo que alguna vez hubiera discutido o peleado directamente con Taka, el segundo se molestaba al verse acorralado por su culpa, pero sólo le ignoraba o lo mantenía al margen. El contrario bien preferiría sus tareas dirigidas, siendo así indiferente con todo lo demás.

Y todo lo demás, era literal, todo lo demás.

En ningún instante mostró ansiedad por la inestabilidad de la familia. Ni cuando Taka se fue de casa, ni mucho menos cuando nuestros padres se separaron. Permaneciendo hasta el último instante detrás de la espalda de nuestra madre, Tomohiro sólo observó desde lejos como cada quien cogía su rumbo. Y él por supuesto, ya tenía preparado un futuro qué perseguir.

Decir que amaba a mis hermanos, nuevamente, era algo que me revolvía el estómago y me quitaba el apetito.

Cada uno de nosotros tres habíamos crecido para tan sólo no demostrar que nos queríamos.

Y si realmente era así, ir a visitar a Tomohiro sin aviso previo, había sido la mejor opción o también, la más tonta de todas. Nada me aseguraba que por ser la empresa en la que trabajaba iba a estar disponible todos los días, tal vez estaba ocupado o quizás ni quería verme. Pero no importaba. Esperaría si tuviera que hacerlo. Hablar con Tomo era necesario para mí.

Yo sólo seguía siendo el hermano menor.

Quería ver cómo reaccionaba, esa frialdad debía ablandarse si de nosotros se trataba, aunque muy en el fondo, sólo deseaba que mostrara preocupación por la situación con Takahiro. Si el tercero de los hermanos se unía, dejaría de sentirlo como algo personal y sí de familia, como debía ser.

Una vez llegué, recordé cuánto le había oído hablar de querer crear una firma de abogados; con la ilusión de un adolescente, era con lo único que se mostraba tan eufórico. Totalmente convencido de que si lo deseaba y se esforzaba con fervor, lo conseguiría.

Froté las palmas de mis manos sin sentirme aliviado, de alguna manera ya sabía cómo iba a acabar nuestro encuentro, pero deseaba estar equivocado. Sin más, caminé hasta el mostrador con una nueva sensación en el estómago. Detuve mi vista en los cabellos chocolate de la joven de unos veintitantos años de edad, parecía un poco aburrida por lo que rápidamente notó mi presencia.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle? — dijo con calma, pronunciando sus mejillas rollizas.

—Quiero ver a Moriuchi Tomohiro — le dije, y enseguida sonrió amablemente.

—Por supuesto, ¿cuál es su nombre?

Sabía que en el instante que le indicara a Tomo quién lo buscaba, sabría que sería yo y la idea de verlo sin notificarle se iría al desagüe. Carraspeé dándome por vencido.

— Moriuchi Hiroki.

Ella abrió los ojos mientras subía las cejas, aparentemente sorprendida de que compartiéramos el apellido.

—¿Es un familiar?

Asintiendo lentamente, no hice ningún comentario al respecto y la joven tampoco insistió. Después de explicar que no tenía cita, ella marcó un botón de la línea interna y esperó mientras le contestaban. Habló entonces en voz baja, imagino yo con mi hermano, afirmó un par de veces y luego volvió hacia mi.

—El señor Moriuchi está por terminar una junta en este momento. Disculpe las molestias, pero si gusta puede sentarse y esperar.

Exhalé en silencio a la vez que inclinaba la cabeza dando una pequeña reverencia. Muy obediente fui hasta la zona de espera, dónde el frío de los asientos de metal se coló a través de mis jeans, congelando mis piernas y mi trasero.

Apretando los ojos, me acostumbré a la gélida sensación y tras un suspiro, paseé mi vista por los alrededores. El lugar en general se veía como Tomohiro y su obsesión con el orden. Ese chico de verdad no tenía el buen gusto de mamá, la decoración era simple y minimalista, algo en lo que no solía ponerse a pensar.

En el fondo, creí que sólo nos ataban nuestros nombres.

No había lógica en ello, más preguntarle a mi madre el motivo de colocar el kanji Hiro a cada uno de nosotros como sufijo o prefijo no fue algo de importancia. No me interesaba saberlo en aquellos tiempos. Sin embargo, le di vueltas al asunto con obstinación mientras esperaba sentado, me era inevitable no hacerlo.

Takahiro, Tomohiro y mi nombre, Hiroki.

Más que por lazos sanguíneos, seguíamos unidos de alguna u otra manera.

Mi pecho ardió ante el pensamiento, torturándome otra vez. Allí estaba lo que tanto quise obviar, aquello que quería dejar enterrado.

Me incliné hacia adelante como acto reflejo, en busca de confortar la frustración que se acumulaba en mis mejillas y quemaba el resto de mis sentidos, me abracé al suéter de marca que llevaba puesto, temiendo continuar con las remembranzas de mi antiguo yo, deseando que mis extremidades dejaran de tiritar como si tuvieran frío.

Odié, odié tanto compartir el mismo nombre. No toleraba estar vinculado a Taka de esa forma, pero odié muchísimo más estar unidos por la sangre.

Eramos hermanos.

Taka y yo, no éramos más que eso.

Suspiré con fuerza a la vez que alzaba la vista, podía morirme de rabia allí mismo. Tal y como hacía antes.

Todo mi cuerpo se estremecía sin poderlo evitar.

Con Tomo, en cambio, no sucedía. Si pensaba en el hermano de en medio, mi corazón no se alocaba pareciendo sufrir, la piel tampoco me ardía ni exclamaba su atención.

Estaba enfermo, claro que sí.

Ser gay, o creer serlo, era algo con lo que podía vivir siempre y cuando lo mantuviera en secreto. Pero, el amar a Taka de esta forma, nunca fue correcto.

¿No se suponía... que con eso ya lo había superado?

Y cuando estuve a punto de exasperarme, de perder por completo la paciencia, una voz me trajo de vuelta a la realidad.

—¿Hiroki?

Miré en su dirección: Tomo estaba parado a un costado, con una mano en el bolsillo del saco. Su expresión podía retratarse en un cuadro con óleo y buenos pinceles. Su vista lucía desconcertada, su frente estaba arrugada un poco y sus labios gruesos sellados. No obstante, estaba calmado al mismo tiempo. Mientras alzaba una de sus cejas, parecía no creer que yo estuviera allí. Su carácter, que solía ser nervioso, pareció haber sido apaciguado por los dioses, pues no había hecho un escándalo y había venido personalmente a recibirme. ¿Su junta ya habría terminado?

Si hubiéramos seguido siendo niños y si los formalismos fueran dejados de lado, le habría saltado encima a llorar, a contarle después de relajarme lo muy malo que se había comportado nuestro hermano mayor, entonces se hubiera quejado y dicho.

"¿Taka otra vez?"

—¿Taka otra vez?

Fruncí la nariz cuando sentí mi rostro calentarse con violencia. Mis cejas se pronunciaron y apreté los dientes conteniendo la frustración y la vergüenza que se pintaba dentro de mi organismo, chorreando en cada vaso y en cada uno de mis poros. Aquello había conseguido que quisiera llorar, y al mismo tiempo, negarlo con obstinación.

Me levanté de golpe sin dejar de verle, dispuesto a encargarle, ya que la altura no era ningún problema, ya que admitirlo en voz alta a estas alturas sería condenarme otra vez. Segundos después, toda esa rabia se fue escurriendo, al igual que el agua entre las manos. Mordí mi labio al no poder contradecirle, ni siquiera pude abrir la boca para mentir o defenderme. Realmente estaba allí por Taka.

Bajé la cabeza sintiendo como el aire expandía mis pulmones de manera dolorosa, ¿en qué momento decidí contener la respiración?

Tomohiro no tenía la culpa de nada.

—¿Cuándo no? — solté casi arrastrando las palabras.

Mi hermano apretó los labios en una fina línea recta, mostrando unos pequeños hoyuelos, mientras ladeaba la cabeza y sus ojos oscuros percibían la ironía. Había sido testigo de la guerra interna que había sufrido, pero no hizo nada al respecto. Se lamentaba que así fuera..., pues él tenía por mi persona, una inmensa lástima.

Y yo sólo quería morirme.

—Vamos entonces.

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¿Por qué no me habían acordado que tenía esta historia sin actualizar? XD

Perdonen ello, pero ya vuelvo inspirada 💕

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