Desicion
Decir que hacía frío o no en ese momento, sería hablar de algo de lo que no estaba seguro.
No era inusual encontrarse con personas totalmente cubiertas de ropas en un día lluvioso o uno lo suficientemente fresco como para pensarse dos veces en tomar un suéter antes de salir de casa; algunas eran más exageradas que otras, pero nunca faltaba aquel que parecía querer pasar desapercibido sin importarle el frío.
El joven a mi derecha, de baja estatura y que venía bajando las escaleras, era uno de esos que pretendía ocultarse entre la multitud, caminando con las manos en los bolsillos y con la cabeza siempre mirando hacia el suelo. No llamaba para nada la atención. Sin embargo, mis ojos lo siguieron hasta que quedó fuera de mi campo de visión, yo iba escaleras arriba.
Entonces, me detuve. Los murmullos de la gente, sus pasos arrastrados, los claxones de los autos, todo pasó a segundo plano, se oían muy lejanos e irreales. Y tal vez fuera por el singular puente de su nariz, la forma en que las gafas se ajustaban sobre sus mejillas, o el característico mentón, pero le reconocí al instante.
Giré sobre mis tobillos.
Él estaba tres escalones más abajo y también mirándome de vuelta, justo como yo lo hacía. Era Taka, no había ninguna duda de ello.
–Ta... ¡Oye!
Iba a llamarle por su nombre, iba a alegrarme por encontrarle, pero éste inmediatamente corrió hacia la estación sin decir nada. Parpadeé como a quien le acababan de sacar el aire, ¿estaba huyendo de mí?.
No soporté la idea de perderle otra vez, era impensable para mí permitirle desaparecer nuevamente. Así que corrí tras él.
Hacia a un lado a las personas que se interponían, sin llegar a empujarlas, era difícil rodearlas y no tropezar con alguien en el intento, de cualquier forma, me retrasaban o lograban que perdiera el ritmo de la carrera. No comprendía como Takahiro era tan rápido y ágil para adentrarse en el tumulto que avanzaba en el extenso pasillo con todas las intenciones de dejarme atrás, y tampoco miraba sobre su hombro, estaba seguro que podía deshacerse de mí. Y no era para menos, me costaba mantener la vista sobre su delgada espalda, la distancia entre nosotros no se reducía por nada, hasta que por fin desapareció tras un señor con grandes maletas.
Me detuve en medio de la estación con la respiración acelerada. Estaba a punto de entrar en pánico. Taka volvía a alejarse.
Giraba la cabeza en todas las direcciones buscándole, buscando alguna pista que me dijera por dónde había corrido o en dónde se escondía. Maldije en un susurro conforme el tiempo avanzaba. Sólo veía cuerpos de extraños ir con rumbos diferentes, entrando y saliendo de los trenes...
Bingo.
Fije mi atención en el tren que todavía no se había marchado, tratando de mirar en cada una de las puertas, entonces alcancé a verle adentrándose en el vagón del final.
Corrí.
Corrí como nunca lo había hecho.
El timbre que anunciaba que las puertas se cerrarían heló mis huesos, mis piernas también se tambalearon, no sabía si llegaría, pero tras dar un salto, logré entrar antes de que fuese demasiado tarde.
Debido al impulso, cuando quise detenerme tropecé con la primera persona que me topé, pudiendo caerme de rodillas al verse mi equilibrio afectado; sin embargo, eso nunca pasó.
Levanté la vista y allí estaba. Taka estaba sujetándome por los brazos para evitar que cayera al suelo, al mismo tiempo me miraba totalmente sorprendido. Por el choque, sus gafas estaban en la punta de la nariz, permitiendo que hiciésemos verdadero contacto visual.
El tren avanzó.
Un aroma a almendras se coló por mi nariz, quién sabe qué habrá hecho para terminar oliendo a almendras y maní. Su frente estaba descubierta, cargarlo corto se había vuelto su hobby a pesar de que todos extrañaramos su melena ondulada, a él le valía un rábano. Sus ojos seguían siendo tan achocolatados como el dulce, siendo un poco más claros al estar bajo la luz; todo de él seguía siendo como lo recordaba.
Fruncí el ceño antes de reincorporarme y así recuperar el aliento. Podía sentir como las otras personas nos miraban extrañados, pero no me importó, con un poco de suerte no habíamos acabado apretados entre montones de gente. Un sudor frío recorrió mi frente, mientras jadeaba un poco agitado, entonces lo limpié con el dorso de mi mano y volteé a verle.
Lo golpeé en el brazo con mi puño.
–¿Estas mal de la cabeza? – exclamé enojado, en un tono que me pensaría dos veces estando en otra situación. Taka sólo suspiró y relajó los hombros, rindiéndose.
Miró furtivamente alrededor, se agachó para tomar mi sobrero –al cual no había sentido ni visto caer–, y se acercó dos pasos más a mí, calmando la curiosidad de los otros para que pudieran volver a lo suyo.
Su mano se posó sobre mi cabeza, manteniendo una suave expresión que no pude descifrar, regalando además suaves caricias que debían de aplanar mis alborotados cabellos. Como si yo me tratara de un vulgar perro. Le aparté sin consideración, no estaba de humor para bromas.
–No creí que fueses a perseguirme – rió tras bajarse el cubreboca, ignorando el rechazo de mi parte y extendiéndome el sombrero a cambio.
–Tú fuiste quien corrió primero – dije en mi defensa con un poco de ironía, y tomándolo entre mis manos. A pesar de lo amistoso que se había mostrado, aún podía sentir una distancia formal entre nosotros. Era como si Taka fingiese no verla y yo me empeñara a no usar honoríficos.
–No esperaba verte – declaró desviando la mirada.
No. No querías verme.
–¿Te importaría esperar – continuó arrugado la nariz, se veía incómodo – a que estemos fuera del metro antes de que me ataques con preguntas?
Tampoco querías hablar conmigo.
Sin tener otra opción, apreté los labios mientras asentía con la cabeza.
...
Ambos estábamos junto a una gran ventana. No dejaba de preguntarme por qué no habíamos salido en la siguiente parada, o la que vino después de esa, Takahiro simplemente no se había movido con intenciones de abandonar el vagón, en cambio, me había invitado a sentarnos apenas se desocuparon unos asientos.
Quizá fue la costumbre, pero le obedecí sin más. No podía negar que confiaba en él, por lo que tampoco le había cuestionado en voz alta, parecía ser consciente de a dónde se dirigía el tren.
Taka miraba a través del cristal, admirando la vista de la ciudad, ligeramente ennegrecida por las espesas nubes de lluvia. Ya no traía puestos las gafas de sol, por lo que pude apreciar, después de un largo tiempo, los lunares que tenía en el rostro. Lunares que yo también tenía.
¿Debía llamar a todos y decirles que había encontrado a mi hermano?
Seguro se alegrarían al enterarse de que estaba sano y salvo. Todos correrían a envolverlo en sus brazos como si nada hubiese pasado, perdonando incluso lo que no les correspondía, pasando página, porque simplemente no pueden vivir sin él, pidiéndole tal vez que no lo volviese a hacer en el futuro.
Llamar a Toru, o a mi madre, significaría regresar a la realidad. Sería devolver todo a donde estaba. Sería interrumpir la calma que nos abrazaba a ambos.
No había peleas, no había diferencias, no habían palabras de por medio. ¿No podíamos quedarnos así un poco más?. No importaba que existiera el silencio y nada más. La presencia de Taka era reconfortante, sin embargo, esta vez se sentía tan triste, que no pude evitar desear acurrucarme como en los viejos tiempos.
Yo había sido el primero en dirigirle la palabra, y lo haría las veces que fueran necesarias. Pues no me echaría ello en cara, o eso quería creer.
La última vez ambos estábamos fuera de nuestros sentidos, sólo por eso había dicho cosas tan feas. Sólo por eso yo no podría volver a a acurrucarme sobre su regazo.
–¿Qué?, ¿tengo algo en la cara? – inquirió de pronto, me había descubierto mirándolo fijamente. Yo enrojecí.
–¡Ja! – exhalé con sarcasmo, girando el rostro en dirección contraria. No podía estar hablando en serio.
Tenía prohibido seguirle el juego, mi orgullo era lo poco que quedaba frente a él.
Estaba sacrificando el alivio que había recorrido mi organismo al encontrarnos de todos modos. Además, él había sido quien pidió dejar las preguntas para después.
–Veo que América te ha afectado – dije alzando los hombros.
–Ya me lo han dicho.
El silencio volvió a aparecer y se mantuvo entre nosotros por un buen rato más. Entonces medité al respecto. No podía mandar a mi hermano al demonio.
No importaba lo que había sucedido esa vez.
–... ¿Vas a algún lado? – pregunté después de un rato, ladeando la cabeza en su dirección para mirarle más suavemente.
–Vamos – corrigió –. Tú vienes conmigo.
Este tipo de verdad debía estar mal de la cabeza.
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Disculpen que no publicara cuando lo prometí :c
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