O6

—Aun sin conocerte demasiado, me hiciste saber hace poco que eres un gran fan de todo esto ―señaló con sus manos a la nada misma―, no dudo que harás bien el trabajo. Créeme que sé que si te contratamos, serás el empleado con la sonrisa más radiante. Por otro lado, estuve mirando tu carta de presentación: está todo perfecto aquí, cumples con todos los requisitos solicitados ―ojeaba hoja por hoja todos los papeles que su secretaría le había entregado. ―Aquí hay un problema.

El llamado de atención sobresaltó a Seungmin, quien no se esperaba que después de tanto adularlo, el pelinegro le rompiera el corazón en mil pedazos.

Con el ceño fruncido y el papel de lectura a una altura considerable, Hyunjin permaneció en una misma posición durante varios segundos, probablemente deduciendo cuál sería la manera más cruel de rechazar al pequeño Kim.

—Siempre me falta algo... —susurró para sí mismo a la vez que rogaba que el tiempo pasara, aunque sea, un poquito más rápido.

Había perdido la fe. Quería acabar con esa mierda e ir a llorar a casa en paz.

Sentía una gran desesperación atacarlo sin piedad, el tiempo lo estaba torturando, o bien, el mismo entrevistador disfrazado de analítico que, al parecer, no contaba con ningún apuro y le hacía todo este proceso el doble de complicado. Era frustrante observar a Hyunjin leer con tanta tranquilidad su estúpido currículum que con tanto empeño se había dedicado a hacer (para nada), añadiendo todos sus saberes y pasiones por el rubro en el que se estaba ofreciendo a trabajar. A este paso, ya no le importaban los insultos de por medio o su burlona sonrisa, solo rogaba lograrlo, con llegar hasta la meta era suficiente, el resto solo eran detalles.

Sin embargo, si ya tenía decidido que no le iba a dar una oportunidad, por lo menos le pedía con sus ojos llorosos que no lo dilatara más, quería que supiera ya había sufrido lo suficiente.

Su celular, escondido en alguno de los cajones del escritorio continuaba vibrando sin parar, pero al destinatario no le importaba en lo absoluto. Se encontraba tan absorto por sus funciones de director del museo que no le llamaba la atención en lo más mínimo lo que sucediera afuera de esas cuatro paredes.

Lo vio sonreír de costado: vio su fin en menos de un segundo.

—Todavía no tienes dieciocho años y aunque quiera, no puedo darte el trabajo —comentó una vez que sus ojos se desviaron del papel hacia el castaño y continuó: —La única alternativa es que presentes un permiso de tus padres en el que avalen que puedes trabajar siendo menor de edad.

La expresión de frustración y enojo que se formó en la cara de Seungmin fue de las mejores que Hyunjin había podido ver en toda su vida y eso que había roto varios corazones y decepcionado a muchas personas a lo largo de sus veintiún años. Podía sentir desde lo lejos las ganas de llorar que el pobre chico escondía en su interior.

Mentiría si dijera que no estaba disfrutando la situación, pero a nadie le viene mal un poco de diversión, ¿verdad? Desde que habló con el chico por primera vez pensó que le faltaba un golpe de realidad certero y los seres divinos le había otorgado ese privilegio a él. Había sido obvio, desde que lo vio, que sus padres lo habían mantenido viviendo en una burbuja hasta hace no más de una semana. La idea no era verlo arrastrándose ni nada por el estilo, solo mostrarle que la vida puede ser muy mierda cuando se lo propone, mucho más cuando se encuentra solo.

—Oh, vamos ―no se rindió. ―Solo me falta un mes para ser legal, ¿no puedes simplemente darme el trabajo? Un mes no es nada.

—¿Y dejar que multen tan prestigioso museo, arruinando así su reputación intachable? A ti tus padres habrán desheredado, pero yo no quiero ir por el mismo camino —negó Hyunjin.

—¡Pero necesito el trabajo! —levantó la voz de repente. —De verdad, soy muy capaz de hacerlo, lo aseguro.

Los ojos suplicantes de Seungmin movieron algo dentro del pelinegro, y por eso se cuestionó una vez más si llevar su plan a cabo era lo correcto, ético seguro que no, pero quizá traería beneficios al museo, solo quizá.

Era cierto que la institución no estaba tan necesitada de personal, podía aguantar un mes más sin un guía. Además, veía que de esa forma, en su tiempo libre, podría burlarse un poco más del pobre chico que, en realidad, no le desagradaba -excepto cuando hablaba de su estúpido arte-, solo no era devoto de toda esa confianza que le nacía de la nada, o esos arranques histéricos sin una explicación coherente, pero incluso con tantos defectos, lo creía valiente y capaz. Había tenido las agallas de avanzar solo, incluso poseía la seguridad de venir a presentarse a una entrevista laboral, eso es algo que él nunca podría haber hecho.

Debía admitir que también le daba mucha pena verlo luchando contra sus propios impulsos, se notaba en toda su expresión corporal lo nervioso que estaba.

Era momento de aplicar el plan B. El plan A lo dejaría para otro con mayor malicia cargada en su interior.

—Puedo guardarte el puesto... —comenzó diciendo, a poco de sonreír debido al inocente brillo que iluminó el rostro de Seungmin. —Pero con una condición.

—¿Una condición? ¿Cuál condición? —repitió como un robot, dispuesto a someterse a esa condición.

Era peligroso el grado de disposición que poseía con tal de conseguir un lugar en el museo.

—Puesto que nunca has estudiado nada relacionado al ar...

—Mis padres nunca me lo permitieron —interrumpió con la mirada oscurecida.

Ese fue un comentario improvisto que no esperaba en lo más mínimo y que lo dejó descolocado por unos segundos.

Solito, sin que él lo buscara, el pequeño Kim le comunicó que estaba corriendo por los suelos que sus padres habían incendiado. Interesante.

—Sí, bueno, no me importa. El punto es que no hay nada que me asegure que realmente eres un profesional, tú sabes, a pesar de que no dude de tus saberes.

—¿A dónde quieres llegar? —inquirió harto.

―Hagamos un trato ―propuso por fin.

Lo miró dudoso, se preguntó por qué debería confiar en un tipo cualquiera que hasta ahora solo le había demostrado su lado más vil. Sin embargo, debía ser sincero, todo lo que pudiese atesorar ya lo había tirado a la basura cuando decidió poner un pie fuera de su casa. Si ya no tenía nada valioso, ¿qué daño se hacía si se dejaba engatusar por las palabras de ese extraño?

―Te escucho ―accedió.

―La única manera de que seas aceptado por el museo es teniendo un certificado que acredite que eres un profesional... ―le sonrió con picardía por un segundo, luego continuó: ―Yo puedo dártelo.

De repente, la respiración se le aceleró y el corazón dejó de funcionarle por un instante. Lo que había soñado durante toda su vida y a lo que había intentado renunciar miles había sido puesto en palabras por Hwang Hyunjin.

Y temió por el precio de aceptar, o peor, de haber caído en semejante trampa.

―¿Cómo podrías darme tú un certificado que me permita trabajar aquí? ―cuestionó.

Le costaba formular oraciones, el habla lo estaba traicionando. Tampoco sabía con exactitud qué decir, se sentía mareado.

―El museo está capacitado para entregar certificados a aquellos que tengan los saberes y el buen gusto por el arte incorporados, no sería problema para mí firmar uno de ellos con tu nombre impreso en él. No obstante ―levantó ligeramente la voz―, no será gratis.

―¿Quieres dinero? No tengo. Ya no soy más el hijo del matrimonio de abogados Kim.

Hyunjin se dio la vuelta en su silla para así admirar los edificios vecinos desde su ventana. O más bien, fue esa la manera en la que pudo disimular el impacto de la confesión del chico frente suyo. Sabía que era rico porque Changbin se lo había comentado, pero no imaginó que esas fuesen sus raíces.

―Por supuesto que no quiero dinero, eso seria muy fácil ―no hizo alusión a la prestigiosa familia del mocoso. ―Mi trato es el siguiente: deberás someterte a cuatro pruebas artísticas donde yo seré el que juzgue sin son acertadas o no en relación a su contenido, la consigna y mis capacidades. Para que no me reclames nada y me envidies un poco más, es necesario que sepas que poseo un título en artes visuales —se detuvo para darse la media vuelta y analizar los movimientos de Seungmin, el mismo no dijo nada, por lo que continuó: —Las pruebas consistirán en pautas claras, puedes usar los materiales que tú quieras a menos que se te indique lo contrario. Serán cuatro porque apenas estamos iniciando el mes y, como sabes, nos quedan cuatro semanas por delante antes de cumpleaños, ¿verdad? ―el interrogado asintió. ―Entonces será una prueba por semana. Al terminar el mes, si creo que estás capacitado, te daré un certificado de licenciatura en artes visuales en nombre del museo. Es imperioso que tengas muy presente que este no es un trato seguro, no porque hagas las cuatro pruebas te daré el certificado. Si no tienes talento para el arte, no habrá certificado. Odio a este museo, odio a los artistas y, por sobre todo, odio al arte. No le daré nada a un mocoso cualquiera, ¿queda claro?

Estático como una estatua, solo le quedó aceptar.

―Sí... sí, señor ―balbuceó.

Hyunjin sonrió de costado pensando que podría acostumbrarse al lado sumiso de ese mocoso.

―¿Entonces? ¿Aceptas o no?

En lugar de palabras, chillidos, pequeños saltos y un chico fuera de control fue lo que le contestó.

Nada del chico sumiso de hace tan solo unos tres segundos estaba ahí.

—¡Por supuesto! ¿Debo firmar algún papel! —un Seungmin eufórico se hizo presente frente a sus ojos.

—¿Qué...? —el desconcierto de Hyunjin se notaba en su cara. —¿Por qué estás tan contento? No te voy a regalar la matrícula, tendrás que trabajar por ello.

Por fin Seungmin lograba sacarlo de esa aura de confianza con el que se dirigía a él.

Para Hyunjin, esa reacción era la más lejana dentro de sus expectativas, la más impensada sin dudas. Se veía venir reproches, mucho enojo, frases alegando a la injusticia de su propuesta y más y más enojos, pero nunca a un niño con la sonrisa más grande que su propia cara.

—¡No me importa! ¿Cómo no estar contento? ¡Siempre pensé que nunca iba a ser capaz de obtener algún papel que certificara mi amor por el arte! Ya había renunciado a ese estúpido sueño hace rato —exclamó olvidando por completo quién estaba delante de él. —¡Entonces llegas tú y me dices esto! Eres diez veces más benevolente de lo que te muestras.

Esto último fue lo que lo hizo caer en la realidad, deteniendo sus saltitos tan tiernos y fuera de lugar. La ceja izquierda, ahora elevada, de quien jugaría a el papel de juez en su próximo mes lo decía todo.

—Lo siento ―se reverenció.

Hyunjin disfrutaba de la inocencia que Seungmin soltaba sin darse cuenta, justo como ahora que, luego de haberse disculpado, un bello tono rosa se coló en su rostro. Hacía apenas veinte minutos que estaban compartiendo con él el perímetro en su oficina y ya presentía que había descubierto muchas facetas del mocoso.

Y pensaba en las que vendrían.

—Bien. ¿Cuál es tu fuerte en cuanto a materiales a utilizar?

—Cualquier papel y acuarelas —respondió, nunca antes tan seguro de sus palabras.

Uno de los materiales más difíciles de manipular, ese era su fuerte. Le encantaba lo valiente y atrevido que se ponía con el pasar del tiempo. Moría por conocer sus obras y juzgar su nivel de manipulación del color.

―¿Eres buen colorista?

―Lo sabrás cuando me pongas a prueba ―se mofó el más pequeño.

En pocos minutos comprendió cómo jugarían de ahora en más.

—Bien, mañana en la tarde me pasaré por la casa de Felix. Si no estás, lo siento, el contrato se termina —sentenció firme. Aunque sería un gusto, no podía seguir perdiendo tiempo con el mocoso. —¿Podrás mantenerte por un mes sin el trabajo?

El chico se tomó un momento para pensarlo; ¿podría? Suponía que sí, con ayuda de su amigo sería un poco más fácil. Si no funcionaba, tendría presente la posibilidad de usar sus ahorros.

—Podré.

—Entonces tenemos un trato. —acomodó algunos papeles contra la mesa, cerrando el negocio. —Puedes retirarte —lo dejó ir, ya había tenido suficiente por un día.

No obstante, para Seungmin la conversación no estaba terminada, todavía acumulaba una pregunta sin resolver.

—¿Puedo hace una última pregunta?

—¿Qué? —el fastidio en la voz del mayor era muy visible.

—¿De verdad hiciste tú ese mural?

La pregunta para Seungmin sonó en un tono normal, como siempre. Sin embargo, para Hyunjin fue el tono más ingenuo que jamás escuchó.

—Sí. Largo.

Le hizo caso y salió corriendo, con una felicidad tan grande que no le cabía en el cuerpo.

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