O3

Revivió al siguiente día, cuando los rayos solares traspasaron la cortina y terminaron por reflejarse en su rostro, así dándole lugar al infaltable malhumor que lo acompañaba hasta que su paladar degustara las primeras migajas del desayuno. Se sentó en la cama y se froto los ojos, miró por la ventana y se dio cuenta que justo le tocó la habitación que recibía la mayor luz solar durante las primeras horas del día, concluyó que si su deseo era dormir hasta tarde entonces debería hacerse de cortinas oscuras y reemplazarlas por el fulgente naranja que ahora se hallaba.

Esos fueron sus primeros segundos en un nuevo día, cuestiones que para el Seungmin cuerdo y bien desayunado era insignificantes, pero si había alguien a quien Seungmin detestaba, ese era su lado más cuerdo y racional, el mismo que lo había obligado en incontables oportunidades y callar los gritos de su corazón y pretender que no había un incendio en su interior. De todos modos, cuerdo o no, fue imposible no recorrer con la vista su alrededor y que la realidad lo cacheteara mientras le sacaba en cara que esta había sido su primera noche lejos de la casa donde se su infancia y adolescencia se hallaban estancadas.

Y no la iba a falsear: no estaba viviendo en un cuento de hadas. Ese cuento donde él es el ogro y los demás son intrusos en su pantano no es divertido, el problema es que el pantano no es suyo y los intrusos son los propiestarios. En fin, consultándolo con la almohada, se tomó el trabajo de sacar conclusiones y en base a ellas definirse con una perspectiva hacia el futuro: fue así que se obligó a prometerse que conseguiría un trabajo a medio tiempo de lo que fuera, esa sería la forma más práctica en la que podría partir de la morada de Felix cuanto antes mientras planeaba sus siguientes pasos. Posiblemente era una resolución impulsiva e inmadura, pero sus pensamientos no lo avergonzaban, se conocía a sí mismo. Le parecía inviable la idea de llevar la misma rutina que Felix, lo amaba, claro que sí, sin embargo, eso de que extraños se paseen por los pasillos de su casa, reglas difusas y la inexistencia de derechos, responsabilidades y, sobre todo, autoridad representaban, en su esquema mental, el caos más catastrófico.

Había sido criado por abogados estrictos y a él le había terminado gustando ese tipo de vida donde el orden y el control rigen, ser partícipe de ese juego donde las pautas están marcadas desde que la partida inicia es una manera de sobrevivir también. Con Felix, ese modo de vida era ficticio, y eso estaba genial, porque eran su vida y su casa, no era una fiesta para Seungmin, pero sí para Felix, y eso también es genial. Porque son amigos.

Las esponjosas pantuflas bajo sus pies le permitieron dar pasos suaves cuando salió de la cama y se dirigió al baño. Se entretuvo media hora allí entre el aseo y la observación de su cara demacrada frente al espejo, buscó algunos pocos billetes de su ahorro, tomó una campera y el celular, se acercó hasta la cocina y saludó a Felix y Changbin, quienes estaban desayunando en la cocina.

―Saldré a caminar un rato, Lix. Estaré aquí cerca del mediodía ―le regaló una mirada cálida a su amigo.

―¿Necesitas algo antes de irte? ―a Felix le era imposible no preocuparse.

Por suerte su amigo no le pidió que se quedara a desayunar. Seungmin supo que Felix le estaba haciendo las cosas fáciles, se lo agradeció mucho telepáticamente.

―No, no, no te preocupes. Vendré para que almorcemos juntos ―aseguró y Felix asintió a su propuesta.

Salió a la vereda y se entregó al desafío de afrontar la realidad con la que la calle y la soledad lo golpeaban.

Era domingo, temprano, no eran más de las diez de la mañana. Cada rincón de la ciudad estaba colmado de chicas vomitando o chicos con botellas de bebidas alcohólicas en su poder, algunos gritaban, otros reían, otros optaban por llorar y abrazarse ahí mismo, en la vía pública, y el ingrediente mágico que unía a esa masa desastrosa de gente era que todos ellos parecían estar volviendo a su casa después de una gran noche, eran almas jóvenes y libres, sus hombro estaban descubiertos de responsabilidades y eso posibilitaba que la refrescante brisa los cubra y se los lleve volando. Veía todo aquello suceder frente a sus ojos como si una película tragicómica lo estuviera pasando por encima, es decir, no era necesario que la vida lo hubiese obligado a madurar de una sola trompada y además se lo enrostrara en la cara, la parte cómica todavía no llegaba, pero esperaba que pronto lo hiciera.

Ver a todos esos adultos jóvenes (ahora él, parte de ese conflictivo grupo) le recordaba lo mucho que le hubiese gustado ser un adolescente más hijo de dos personas ordinarias. Pero no, la vida lo había premiado siendo el hijo de los Kim, el prestigioso matrimonio de abogados. Ellos, quienes le dictaminaron el estilo de vida que hoy no puede practicar. Por ejemplo, anheló todos sus años de adolescencia implementar pizcas de imprudencia e insensatez a su vida, ser un poco más como él y un poco menos como sus padres. Se preguntó muchas veces se hubiese lanzado al precipicio en caso de que la oportunidad se le hubiese presentado: más que seguro que no, no era rebelde ni atrevido, no representaba un deseo prohibido ir en contra de las reglas de sus padres, pero de todos modos le hubiese gustado que pasara.

Las transeúntes con los que se cruzaba eran zombis herbívoros: alguno que otro se dio el permiso de echarle una mirada, pero nada más que eso. No se sintió en peligro mientras caminaba los doscientos metros hasta la parada de buses, quizá un poco de incomodidad, aunque eso era normal, así que le restó importancia.

Fue un alivio que a nadie le llamara la atención que el hijo de un matrimonio (que lucía como uno) se paseara por esas calles tan encasilladas en su gente, su poder adquisitivo y su inflexible estilo de vida.

Todos ellos interpretaban amenazas en potencia contra su integridad física. No podía negar que a cada paso que daba encontraba más razones para irse lejos; a ningún habitante de ese barrio le agradaba toparse con personas con un poco más de dinero que ellos. ¿Estaba mal usar ropas caras? ¿O un celular de última moda? Claro que no, pero para ellos sí. El dinero en las cuentas bancarias de las familias de elite del mundo moderno, en su gran mayoría, provenía del esfuerzo y del trabajo duro, trabajo que esas personas no estaban dispuestas a validar porque la fuerza mental no puede dar batalla contra la fuerza física. ¿Cuál es el pecado de disfrutar de las ganancias? Ninguno. Sin embargo, alguien de bajos recursos siempre vería con malos ojos a alguien que utiliza su entrada monetaria para comprar cosas para sí mismo y no lo gasta en quienes más lo necesitan, como si se tratara de una obligación o como si los problemas del mundo fueran particularmente su culpa.

Así eran ellos, incluido Felix.

Cogió el mismo bus que lo devolvía a sus calles favoritas: el centro de Seul. Se acercó hasta la cafetería que solía frecuentar y pidió lo mismo de siempre: café sin azúcar, un exprimido de naranja y un tostado. Como nunca antes, se ubicó al lado de la ventana y se dejó llevar por el divertido juego de observar a las personas pasar. Se tomó unos minutos para relajarse mientras esperaba y, una vez que su orden ya estuvo depositada en su mesa, sacó su celular y se adentró a la ardua tarea de conseguir un puesto de trabajo.

Empezó tranquilo, se recordó en reiteradas ocasiones que no sería fácil, pero con el correr de los minutos a esas palabras se la llevó el viento. Anuncio tras anuncio, el tiempo pasaba a ritmo acelerado y nada parecía adecuarse a sus capacidades y experiencia (por no decir que nadie estaba dispuesto a aceptar a un casi adulto sin práctica previa). Solo quedaron migas del entusiasmo que envolvió cuando se imaginó la independencia que simbolizaba trabajar y tener un sueldo. Era inútil seguir. Él era el inútil.

Después de cuarenta y cinco, se acabó tanto su desayuno como su optimismo. Luchó todo lo que pudo con las ideas negativas, pero luchar contra la sólida realidad era algo que no estaba dispuesto a hacer.

Fue entonces que pensó que era hora de volver a casa. Replicó el recorrido que había hecho a la ida sin inconvenientes de por medio y llegó sano y salvo. Traspasó el portón rojo despintado y una vez que estuvo frente a la puerta de entrada dudó acerca de si entrar o no, pero al final terminó aceptando porque no le quedaba de otra.

Ansiaba que al entrar solo Felix lo recibiera, nadie más que él, que le preguntara cómo estuvo su día, comentarle de su problemática, charlar de la vida en general y finalizar la jornada mirando cualquier cosa en la televisión. Para su mala suerte, no era una sola persona quien se hallaba sentada en el sillòn del living, sino cuatro: Felix, su novio Changbin, el intruso de la noche anterior y otro chico, por supuesto, desconocido.

Por fuera, una sonrisa incómoda, por dentro, quería morirse. Odiaba conocer gente cualquiera sea la ocasión, por la misma razón Felix era su único amigo. Tener que aguantar todas esas personas rondando sobre sus suelos no le hacía para ni una puta gracia, y eso no era lo peor, lo que más le ponía los pelos de punta es que no se podía quejar, pues porque ese no era suelo, se trataba de un tómalo o tómalo constante.

—Buenos días —canturreó sin querer referirse a alguien en específico.

Su plan era pasar de largo, ser un ente invisible al cual nadie le interesaba su presencia: una pena que la vida no fuese así de fácil.

—Oh, tú debes ser el famoso Seungmin —dijo de repente el chico que no conocía. —Soy Minho, un gusto conocerte.

—Hola, sí, soy Seungmin.

De repente, el intruso número dos se puso de pie, intervino su camino y le extendió la mano. Seungmin supo que nada bueno saldría de esa interacción.

El chico parecía un tanto coqueto y cargaba con exceso de confianza. Labios finos, pómulos marcados, nariz respingada, pestañas largas y cejas bastante sugerentes y expresivas, ese era su rostro.

Le tendió su mano por unos escasos segundos, el chico afianzó el agarre todo lo que pudo hasta que Seungmin se soltó.

―¿Cómo te fue, Seungmin? ―interrogó ahora Felix.

―Bien, Lix. Te cuento luego ¿sí? ―rogó viendo tres pares de ojos apuntando directamente hacia él, el único racional que le daba su espacio y no lo atosigaba era Changbin, quien entendía a la perfección lo que Seungmin pedía con sus gestos nerviosos.

Cuando el pequeño Kim hizo un segundo intento de irse a su habitación y encerrarse durante todo el día, a menos que encontrase el preciado trabajo, otra vez una voz lo detuvo.

—Qué llamativo que el niño rico todavía se dé gustos como el de salir a desayunar afuera —se burló el mismo chico que lo había hecho un escándalo hacía unas pocas horas. —¿Qué pasó, eh? ¿Aún no caíste en que ya no vives con tus papis?

Sus límites estaban siendo sobrepasados una y otra vez, su privacidad invadida por quien sea que lo quisiera, su dignidad pisoteada por millones de pies y sus derechos violados indiscriminadamente. Estaba claro que nadie veía con sus mismos ojos lo que le estaba sucediendo: ¿solo para él quedarse sin casa a días de cumplir dieciocho años se conformaba como el desafío de su vida, prueba más traumática que jamás vivió? Parecía que el dramatismo de la situación solo se lo estaba poniendo él y sus pocos años de vida, porque veía que para los demás era un tema sin importancia, a nadie se le aflojaba la empatía si se trataba de él.

Este extraño con aires de grandeza era el peor de todos, ya bastante había tenido la noche anterior como para que continuara hoy también con esa actitud de chacotero.

No bastó que dijera nada más para que las tonalidades de Seungmin pasaran a ser coloradas debido a la vergüenza y a la ira después de que lo hayan expuesto de esa forma tan burda.

La falta de respeto le sacaba de quicio.

Se preparó para defenderse, pero antes de que lo hiciera, Felix ya estaba ahí para hacerse cargo de sus invitados.

—¿Qué acabas decir, Hyunjin? Repítelo ―ordenó en un tono muy serio.

Al tal Hyunjin se le fueron los colores de la cara.

Las reacciones se dividieron en dos después de que Felix se pusiera los pantalones de la casa: por un lado, Changbin y Seungmin, quienes conocían ese característico tono rabioso de Felix; y por el otro lado el extraño número dos y el tal Hyunjin, quienes abrieron los ojos grandes después del petitorio del pecoso, pues su grave voz era sin dudas muy intimidante.

―Nada, Felix. Solo bromeaba ―se justificó sin saber mucho qué decir.

―No fue una puta broma, Hyunjin, te estabas burlando de Seungmin ―acusó el pecoso, todavía sin enloquecer.

—Tranquilo, Lix. Ya lo escuchaste, Hyunjin solo bromeaba, no es necesario alarmarse —intentó explicar Changbin para que su novio no enloqueciera, pero ya era demasiado tarde para apaciguar las llamas vivaces del pecoso.

—¡No me importan sus bromas! ¡Nadie puede burlarse de Seungmin mientras yo esté presente!

Minho se hundió en la esquina del sillón, amedrentado, bajó la cabeza y dejó que el embrollo tomara el camino que quisiera siempre y cuando no lo involucraran.

—No lo tomes así, Felix. Ya conoces a Hyunjin y lo idiota que puede llegar a ser —excusó otra vez Chagbin, tratando de defender a su amigo sin éxito.

De repente, por un comentario de Hyunjin, eso se había tornado en una discusión de parejas.

—Me importa una mierda cómo sea Hyunjin, Changbin. Ya sabes que a Seungmin no le gusta que lo molesten, menos extraños, no entiendo qué tiene contra él, pero no permitiré que continúe. Seungmin vive aquí ahora y quien no pueda respetar eso ya conoce la puerta —Felix le lanzaba chispas por los ojos hacia el chico más alto presente en la sala. —¿Entendiste, Hyunjin?

Y este último, casi que como un rebelde que ha sido regañado por una autoridad muy imponente, sonreía por lo bajo, mas se guardó su actitud prepotente y lo la volvió a sacar, parecía que alguien por fin lo ponía en su lugar. Seungmin por su lado, a pesar de que se moría de vergüenza, agradecía hasta el infinito que fuese Felix quien puso el límite.

―Está bien, está bien. Me equivoqué ―admitió entonces Hyunjin. ―Discúlpame, Seungmin. No volveré a dirigirte la palabra —dijo finalmente para correr la mirada y de alguna manera, dejarlo avanzar.

Prefirió no responder ante las palabras del pelinegro, ni siquiera se detuvo ni un segundo a analizarlas, solo quería escapar de allí lo antes posible. Caminó a paso apresurado hasta su habitación y se encerró como tenía pensado. No volvió a pensar en lo sucedido en la sala de estar, no valía la pena darle vueltas a las personas malintencionadas como Hyunjin.

No le quedó otra opción que seguir buscando empleo (una cuestión que sí le movilizaba la estabilidad mental y económica). Leyó otros diez anuncios y por lo menos cinco de ellos pedían demasiado para su corta vida, otros cuatro anunciaban ser una gran oportunidad mientras que comparado con el sueldo prometido no eran más que una burla mezclada con la sobreexplotación, y el decimo en cuestión tenía toda la pinta de ser una vil estafa. Ninguna propuesta se adecuaba a sus conocimientos, capacidades y aspiraciones.

Nada estaba funcionando, y eso que recién había iniciado.

E incluso entendiendo que estaba mal ponerse selectivo, pues estaba buscando algo para poder sobrevivir, y no el trabajo de su vida, menos cuando apenas había terminado la secundaria, contraproducentemente, seguía siendo el pequeño Kim, el hijo del prestigioso matrimonio de abogados, ellos mismos fueron los que le dijeron que hiciera valer su nombre y su procedencia. Era cierto que, con presentarse en cualquier lugar anunciando su nombre y apellido, tendría el trabajo en un pestañeo, pero se negaba a perder la dignidad tan fácilmente, estaría sacando provecho de aquellos dos a los que no les tembló el pulso cuando decidieron echarlo después de un mísero error.

Dicen que el que busca, encuentra, y Seungmin antes de ese día, jamás le había prestado atención a la veracidad de ese dicho que todos los adultos repetían desde que tiene uso de la memoria. Y es que en una de las páginas del final lo encontró, ahí estaba, entre los últimos anuncios, en color amarillo patito y negro, sobresaliente, como si lo estuviera esperando solo a él: se necesitaba una persona que guíe y explique las obras en el Museo Nacional de Artes Visuales de Seúl. Fue ingenuo de su parte emocionarse por algo tan mínimo e incierto, ¿por qué el prestigioso museo le daría la confianza a un chiquillo que abandonó su casa? No obstante, en ese instante de felicidad no le interesaban los pros y los contras, lo importante es que él encajaba a la perfección con el requisito principal que el anuncio exigía: sabiduría y conocimiento en el ámbito del arte, pinturas y pintores. Un pez en el agua, eso era si se trataba de arte. Lo movía, lo emocionaba, le cantaba y lo amaba. Todos estos años había soñado con eso que ahora puede ser suyo: el trabajo perfecto.

El empleo de sus sueños.

Se sentía la persona más feliz del mundo incluso sin ser poseedor de ese puesto de trabajo, suponía que el haber descubierto oferta de trabajo abierta en ese reducido y hostil ambiente le cambiaba el panorama. Todos los clichés y rumores que se escuchaban si arte se trataba se hacían polvo después de ese gratificante descubrimiento.

Todavía movilizado por la emoción vivida, estrechó su celular, al cual mucha batería no le quedaba, y marcó al número que se dictaba en el anuncio. Después del tercer tono, una dulce voz lo atendió del otro lado.

―Bueno días, se ha comunicado con el Museo Nacional de Artes Visuales, ¿en qué puedo ayudarlo? ―dijo ella, suponiendo, era la secretaria de alguien allí.

―Hola, ¿cómo está? Llamo por el anuncio en el que dice que están buscando un guía para el museo. Me preguntaba si todavía estaba disponible y de ser así me gustaría solicitar una cita ―no sabía cómo soltar las palabras, todo le parecía mucho y poco a la vez.

Era la llamada más difícil de su vida.

―Claro, el director tiene libre mañana a las nueve y cuarto de la mañana, ¿está bien para usted?

―Sí, sí, está perfecto.

«Cancelaría hasta mi propia muerte con tal de asistir» pensó.

―Genial, ¿podría decirme su nombre?

Se le transformó el rostro, una punzada atacó su corazón y permaneció callado por unos escasos segundos.

―Kim... Kim Seungmin ―balbuceó. ―Ese es mi nombre.

―Muy bien, Seungmin. Yo soy Ha Jimoon, pregunta por mí mañana cuando te acerques al museo.

No hizo ningún comentario con respecto a su nombre. Suspiró de alivio.

―Perfecto, nos vemos entonces.

―Sí, adiós ―se despidió y cortó con la comunicación telefónica.

Automáticamente sonrió como un estúpido. Había avanzado un paso, un paso enorme, y eso era muchísimo para él.

Este había sido el primer día de su nueva vida, esa nueva vida que se le estaba haciendo bastante arduo y laborioso enfrentar, pero no significaba que no daría batalla, todo lo contrario, esa llamada había sido la prueba fehaciente que estaba dispuesto a darlo todo por ganarse un lugar en esa destructiva sociedad.

Iba a demostrarle a sus padres que sí podía tener un sueldo digno proveniente del mundo del arte, iba a enseñarles que ya nunca más podrían pisotearlo y mantenerlo bajo su severo imperio, iba a hacer que se tragaran todas esas barbaridades que le habían dicho durante todos esos años sobre su gran pasión, pero más que nada, iba a demostrarle al mundo que Kim Seungmin tenía todo lo necesario para triunfar solo.

Nada iba a acabar con esa felicidad.

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