O1
—Papá, por Dios ¿quieres tranquilizarte? Yo puedo explicarte lo que en realidad sucedió.
En una parte de la habitación, ellos, con objetos volando en cualquier dirección, un padre bastante descontrolado sin muchas razones válidas, una escena exagerada con el único fin de inventar un absurdo dramatismo como está acostumbrado a presenciar, su madre corriendo detrás de él, alzando los brazos y el tono de sus quejidos, lloraba y pensaba que su método de seguirlo con lágrimas en los ojos podría funcionar en algo.
Y allí, en otra parte ese amplio espacio, el pobre Seungmin, quien observa sin mucha reacción cómo su privacidad era completamente invadida dentro de su ahora destruida habitación debido a la absurda intervención de sus padres.
Era inútil reaccionar. Veía el suelo de regado de pedazos de cosas que alguna vez fueron suyas y sentía cómo la angustia subía y bajaba por su garganta.
Esas cosas ya no pertenecían a nadie.
—¡No me importa lo que digas! Encontré esa mierda entre tus cosas y no hay forma de excusarte —la furia que ese padre contenía en su sistema se mostraba en cada sílaba que pronunciaba.
El hombre canoso, de gran altura y fuertes brazos buceaba, con más de la mitad del cuerpo metido en el viejo armario de su hijo, entre pilas de ropa alguna otra prueba incriminatoria. Gritaba desde ese lugar, sin saber que su voz sonaba muy extraña, e insistía en que su hijo debía ser condenado.
Y es que este señor hacía referencia a la dichosa bolsita que se balanceaba entre sus dedos y la agitaba con esmero para generar una expresión de dolor en su hijo que, como ya era sabido, solía callar ante las palabras de su padre, por respeto y miedo, porque se trataba de ese hombre con el que recuerda algunos momentos agradables en familia. Era un hecho que la situación comenzaba a desbordarlo, tanto sus límites como los de su padre eran terreno desconocido, se preguntaba hasta dónde era capaz de tolerar.
—Eso no es mío, de verdad.
Aun cuando tenía muy en claro que su progenitor no daría tregua a su más grande escena, él entregaría hasta tu último aliento para defenderse de las falsas acusaciones. Estaba más que acostumbrado a luchar solo, era parte del contrato que tenías que firmar una vez que entrabas a esa familia.
Lástima que nadie le preguntó si quería pertenecer allí.
Los segundos se iban avisándole, mediante ese contador digital atornillado a la pared de tonalidades lavanda, del poco tiempo que le quedaba.
De momento a otro la desesperación de su padre por encontrar algo más dentro de su armario se detuvo, ya no buscaba más de lo que había. Fue igual de sorpresivo para las dos personas que se hallaban sumergidas en esas cuatro paredes. Al notar el cambio de escena, la madre de Seungmin también detuvo sus sollozos al instante, como si todo este tiempo hubiera estado fingiendo.
—¿Tienes más de estas mierdas? Dime, ¿dónde están? —indagó Kim Hansung, agitado por todo el esfuerzo puesto minutos atrás.
—No, es lo único que tengo.
El chico, que está a poco tiempo de cumplir los dieciocho años, daba lo mejor de si mismo por mantener una postura calma y despreocupada ante cada pregunta y reclamo, para su desgracia, todo esmero que pudiese poner era en vano cuando su incontrolable labio temblaba sin control, traicionándolo.
—¿De dónde lo sacaste? —continuó con un conocido tono frío, si tan solo supiera lo difícil que se le hacía a su hijo fingir estar bien y formular alguna respuesta coherente al mismo tiempo. —¡Dime, Seungmin! ¡¿Por qué tienes esto en tu cuarto?!
Hansung volvió a agitar en el aire la pequeña bolsita que contenía unos mínimos gramos de cocaína, la estrujaba con fuerza, con odio, con ganas. Esa maldita bolsita que en tantos problemas lo habían metido, esa que no era suya.
Todavía fuera de control, su padre quitó el cierre hermético de la bolsita y se la lanzó en la cara, deseando que probara el sabor de la degradación. Su madre, que se había mantenido a un costado todo este tiempo, con el deseo de moverse inútilmente de un lado a otro, se paró a su lado y se quedó allí, como si su presencia lo ayudara en algo.
«Siempre tan eficiente usted, señora Kim Yebyeol» pensó el adolescente.
—Ya te dije que no es mío, papá —repitió en un débil susurro.
Esa no era la repuesta a la gran pregunta. Creía ser astuto evadiéndola de una manera u otra, no conocía los límites hasta ahora y por esa razón se lanzó al precipicio, podría sobrevivir o no, no le importaba.
Este tipo de episodios no eran del todo nuevos, es verdad que sí el más escandaloso, a pesar de eso, entendía muy bien que no habría manera de que su padre lo escuchara o peor, que le creyera. En su odio irracional, solo buscaba una razón que fuese suficiente para mandarlo lejos, una excusa para sacarlo de su casa. Su cometido era enseñarle que las reglas no las pone Seungmin, sino él. Se trataba de manera primitiva de domesticarlo a su gusto. Dentro de esa casa tan machista el jefe de casa es quien manda y, sea como sea, el chico no posee ese título. Era cuestión de una lección en la que debe aprender a seguir lo que la jerarquía ordena y entender que a sus pocos diecisiete años no es nada más que un idiota creyendo que es dueño de su vida.
Un imbécil que cree que puede vivir de su amor al arte.
—Ah ¿no?, ¿no es tuyo? —Hansung soltó una risa cínica, harto. —¿Entonces qué? ¿de quién es?
Silencio. Respondió con la boca cerrada. Estaba decidido a no dar más información de la ya confesada.
—Seungmin, hijo habló su madre a su oído. —Ya dile, no quieres que esto se ponga peor, ¿o sí?
Atinó a morder su labio y no hablar después de ese comentario. No la quería culpar. La justificaba convenciéndose de que estaba en su cabeza, lo había normalizado sin querer, era lo que le habían enseñado. Tampoco descalificaba esos comportamientos porque no tenía la oportunidad de hacerlo, no era algo que tuviese permitido. Yebyeol tenía miedo sobre cómo podría reaccionar ese hombre y por esa razón estaba dispuesta a hacer todo lo que este pidiera con tal de mantenerlo tranquilo.
Su voz apresada en susurros, sus manos inquietas, sus piernas que dentro de poco empezarían a temblar eran claros mensajes acerca de lo que le estaba sucediendo.
Y esa frase fue suficiente para ese chico que prefiriese tener nada a tener todo.
En un pestañeo, Seungmin estaba aguantando la respiración frente a su padre, y en segundo pestañeo... ya no.
Corrió escaleras abajo, con la idea de escapar de una vez por todas de esa casa. Ya no era sano seguir viviendo en esas condiciones ni continuar respirando el mismo aire que ellos.
Ignoró los gritos de su padre, mismo que le exigía que se quedara en donde estaba, pues la discusión no había terminado, y a pesar de que él no había expuesto sus argumentos, el debate ya había finalizado, quedando solo ellos en primer lugar. Sus padres, a su manera y con el pasar de los años, le fueron despachando mensajes concretos, los tendría en cuenta como alertas y no los dejaría pasar. Todo tiene un límite y Seungmin encontró el suya esa tarde de cálidas temperaturas.
En una de las sillas de la sala, encontró su vieja mochila colgada, la tomó de un tirón y vació el contenido con torpeza y rapidez. El tiempo lo apremiaba: escuchaba los pasos de sus padres sobre los escalones de la escalera viniendo por él. Cual lagartija, se escabulló entre los pasillos y volvió a subir las escaleras dejando abajo a sus padres quienes ya no gritaban. Cerró la puerta con llave y se obligó a tomas las mejores decisiones.
―Piensa, Seungmin. ¿Qué es lo más necesitas?
Procuró no perder la calma o, al menos, conservarla la mayor parte del tiempo posible. En su interior se desata una tormenta eléctrica, rayos, truenos, lluvia y vientos conforman la mente de ese chico desesperado y, a pesar de que se esforzó por llevarse lo primordial (por falta de tiempo y espacio), terminó por empacar alguna que otra estupidez.
Inició con las pocas prendas que solía usar a diario, agarró un puñado de perchas donde sus camisas se exhibían, algunos pantalones de jean, medias, ropa interior, y alguna que otra boina que se le escapó. Cada una de las telas hechas un bodoque, por supuesto. Siguió con sus ahorros de toda la vida, lo cuales miró con cariño pues eran un buen mazo de billetes. Y finalizó esa pequeña y definitiva mudanza con un juego de pinceles y ese objeto que más apreciaba en el mundo, sus desgastadas acuarelas.
No tardó mucho más de dos minutos en apretujar todo en su mochila, pero de todos modos se sintió una eternidad elegir qué llevar y qué no. Todo en su habitación le parecía esencial, todo lo formaba como persona, sobre todo su rincón artístico; le había tomado años equiparse de ellos y ahora verse obligado a dejarlos lo quebraba.
Frente a la puerta, inhalo una gran cantidad de oxígeno antes de bajar las escaleras, totalmente decidido de no dar marcha atrás.
Sus padres no lo siguieron, ni siquiera escuchó algún ruido mientras revolvía en espacio, quiso pensar que se dieron cuenta de sus intenciones y optaron por rendirse.
Ellos también sabían que no había vuelta atrás.
Parado en el último escalón, los observó aunque sea por unos segundos más: como si posaran para una foto, se hallaban sentados uno a lado del otro en el sillón de cuero negro. Envueltos en el pesado silencio, le daban la espalda, pero estaba seguro que sabían de su ubicación. Ambos cómplices de respiraciones agitadas y cabello alborotado, estaban listos para decirle adiós al pequeño parásito.
—Pertenecen a Felix, ¿verdad? —exclamó su padre, masajeándose las sienes.
Yebyeol se mantuvo a su lado, siendo la mujer sumisa que un hombre patriarcal como su padre exigía. Por un momento pensó en llevársela con ella, si bien no gozarían de la lujosa vida que llevan ahora, sí disfrutarían de una cotidianeidad mucho más sana. Le hubiese gustado salvar a su madre si no lo hubiese herido tanto.
—Eso ya no importa, no te sigas esforzando —frenó el chico reforzando el agarre en su mochila. —El punto es que lograste, estoy fuera.
Con prepotencia y la dignidad en alto, se colgó la mochila al hombro y pasó por detrás del sillón en el que se encontraban acomodados sus padres. No le sorprendió que ellos ni siquiera atinaran a detenerlo o a preguntarle a dónde iba, le había quedado muy claro que les importaba.
Cruzó el umbral de la enorme puerta de la entrada y eso fue todo. La pesadilla parecía haber acabado.
Cuando por fin estuvo en la calle dejó ir el oxígeno que había inhalado en su habitación, el frío viento pegaba de lleno en su cara susurrando la palabra «libertad» a su paso. Miró hacia todas las direcciones y se preguntó a quién podría acudir, solo tenía un amigo, uno ilegal, uno que le había traído muchos problemas, ese mismo que también lo ayudó a abrir los ojos en cuanto al valor que poseía frente a sus padres y era él a quien le pediría ayuda.
Porque si no era él, ¿quién sería?
«Después de todo, es tu culpa, Felix».
Esperó el autobús unas calles abajo con respecto a su residencia, en cuanto abordó al micro tomó asiento tratando de quedarse en el medio: si había que escapar, estaría más o menos cerca de ambas puertas.
No fueron muchos los minutos que viajó antes de meterse en uno de los peores suburbios, sobre todo si era comparado con el barrio privado en el que había vivido hasta hace una hora atrás.
Ese barrio escondido entre las muchas calles bonitas de Seúl gritaba en cada rincón de su extensión lo olvidado que se hallaba por el gobierno y por la misma gente. La mayoría vivía encerrada y la que no, automáticamente se convertían en personas sospechosas, por apariencia y portación de cara uno ya deducía que no debía confiar.
Parecía que ni el sol llegaba hasta allí.
Calles oscuras, callejones sin salida, bares con vidrios rotos, personas durmiendo la vía pública, animales abandonados... depresión por donde sea que miraras. Ni siquiera entendía cómo es que un autobús se animaba a recorrer esos lugares tan peligrosos.
Estaba mal juzgar absolutamente todo lo que ve por su apariencia, él lo sabía, pero es que todo estaba ahí no le daba muchas posibilidades para pensar en otra cosa que no sean obvias conclusiones.
Todavía con algunos metros por delante, sintió un poco de miedo por lo que podría pasarle mientras fuese pasajero de ese transporte. A modo de protección, abrazó su mochila con fuerza, solo sumaria desgracia que le roben lo poco que sacó de su casa.
Como buen observador, se comparó a sí mismo con las otras pocas personas que lo acompañaban en el viaje; nunca se había sentido tan fuera de lugar. Todos ellos lucían como gente de un alcance adquisitivo medio o bajo, y él, pues él era Kim Seungmin, y eso era mucho.
Darle vueltas a ese tipo de asuntos le generaba muchos debates internos, algo de miedo y un poco de vergüenza. No era orgullo lo que sentía cuando pensaba en lo mucho que le gustaba la vida de lujos y comodidades, a veces alardeaba en su círculo íntimo sobre sus privilegios, y ahora que ya no poseía nada de eso, no se imaginaba en qué se tornaría su vida. Por supuesto que estaba consciente que no aguantaría mucho tiempo llevando el estilo de vida de Felix, mas era eso o nada.
El recorrido llegó a su fin y con ello la difícil tarea de bajar del autobús. Atento ante cualquier cosa que pudiera ocurrir a su alrededor, descendió del transporte con una notable inseguridad que se hacía más evidente en cada paso que daba, en sus ojos bien abierto el miedo era latente, la cantidad de pestañeos que llevaba por segundo era increíble. La esperanza había abandonado su cuerpo y su única expectativa era llegar vivo. Se advertía de los pares de ojos que se detenían a admirar su pasar por aquellas calles e incluso con ese pesar sobre sus hombros, siguió su camino.
Si deseaban detenerlo, tendrían que matarlo pues llegaría a su destino pase lo que pase.
Aunque no quisiera hacerlo, se le hacía difícil no preguntarse si Felix reaccionaría bien después de que le explicara lo sucedido, quería pensar que accedería a darle asilo todo el tiempo que necesitara pero, ¿y si no era así? ¿qué haría?
Se dijo que, si no lo recibía, cortaría esa amistad de largos años en el momento. Después de todo, la bolsita de cocaína era suya, y le favor de guardársela le salió bastante caro.
«¿Cuándo dejaras todos esos problemas que te rodean, Lix?»
Rio de sus suposiciones: era imposible que Le Felix le negara algo, nunca lo había hecho, muy raramente lo haría ahora, no había razón, cuando Felix fue siempre la persona que le abrió los brazos cuando los suyos estaban cansados, en incontables ocasiones le entregó su hombro para que se apoyase y puse su oído cada vez que necesitó descargarse. Así era Felix.
Tantas cosas que pensar y asumir en menos de una se estaba transformando en una gran bola de estrés para el pobre chico que temía terminar desbordado en cualquier momento.
Con mucha dedicación de su parte, fue capaz adentrarse en la desolada calle donde, al final de esta, se ubicaba la humilde morada de su amigo rubio, esa que conocía a la perfección, el mismo sitio en el que su amigo pecoso de origen australiano vivió toda su vida, allí donde lo visitó durante muchos años en escapadas a escondidas porque era más que obvio que sus padres jamás lo dejarían mantener una amistad con alguien con la situación económica por la que siempre pasó Felix.
En cuanto estuvo sobre las baldosas de la vereda de esa casa gris justo frente al portón soltó un sonoro suspiro, esperaba que todo saliera bien, por lo menos por ahora. Contó hasta diez y se mandó; tocó timbre para llamar la atención de los habitantes de ese lugar.
Escuchó cómo varios pies corrían a toda marcha por el pasillo interior y en la misma dirección hacia él y otra vez sintió miedo. Era como que sin sus padres se hubiera convertido en un niño otra vez, pero ya no más, ¡tenía diecisiete años! Debía aprender a hacerse valer.
Al cabo de unos segundos, el ruido de la cerradura de la puerta chocando contra el metal de la llave se hizo presente en el ambiente con el objetivo de descubrir quién había llamado a las casi siete de la tarde. Seungmin esperó un poquito más hasta que detrás de la estructura que permitía la entrada a su nueva casa se veían dos pares de ojos; Felix y Changbin, el novio del pecoso. Ambos estaban con el pelo revuelto y este último no traía remera. Con una semejante sonrisa, Felix salió corriendo a recibirlo recorriendo así el corto camino que se extendía desde la puerta hasta el portón mientras que Changbin solo desapareció de su vista.
—Lamento interrumpir lo que sea que interrumpí —dijo primero, con una mueca de desagrado. —Pero pasaron cosas con mis padres y sucede que no tengo casa.
A su amigo no lo inmutaron sus dichos ante sus palabras, fueron oraciones sin relevancia.
—¿Me creerías si te digo que sabía que ibas a venir? —bromeó el pecoso.
Seungmin se limitó a negar con la cabeza y se unió a las risas de su amigo. El chico de pelo amarillo se hizo a un lado y él entró. Se despidió de la persona que fue hasta hace unos minutos y le dio la bienvenida a esa nueva etapa de su vida, esa experiencia que se desarrollaría en su mayoría en esa casa despintada, de tres habitaciones como mucho, ubicada en ese barrio no tan seguro.
Su nuevo hogar.
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