❀; Fourteen.
La mañana de sábado había empezado con una charla tranquila entre Seungmin y Felix en el sofá de la casa. Se contaban acerca de lo destacado de la semana, -aunque Seungmin no tuviera más que los acontecimientos ocurridos en el almuerzo del día anterior-. Felix, con una resplandeciente sonrisa pintada en su rostro, le comentó la sorpresa que le había hecho Changbin por su aniversario número dos; en un acto romántico e íntimo, Changbin lo llevó al parque de diversiones de la ciudad y en lo más alto de la rueda de la fortuna de relató un poema. En las pupilas del pecoso resaltaba un brillo sin igual, uno que nunca antes había visto, y para Seungmin fue ineludible no reparar en ese detalle.
Luego de que su amigo finalizara con el relato de su maravillosa experiencia, le tocaba a él dejarlo al tanto de las últimas novedades que respecta a Hwang Hyunjin: empezó por donde Feliz se había quedado, en la vez que Hyunjin se fue enojado luego de finalizar la primera prueba, y reanudó la historia narrándole el episodio de la llamada, cuando se disculpó y ya para el final simplemente dijo que habían llegado a un acuerdo y que su pacto seguiría su rumbo tal cual lo planteado. Evadió dar más detalles por dos motivos; el primero porque era muy malo contado anécdotas y la mayoría de las veces se olvidaba lo acontecido, su mente solo guardaba lo esencial; y segundo porque advertía que a Felix no le estaba gustando nada lo que oía.
Y es que su expresión no dictaminaba precisamente felicidad, más bien, parecía una de desaprobación absoluta. No estaba al tanto ni sospechaba de cuán enredada estaba resultando la relación de esos dos considerando que no hacía más de dos semanas que se habían visto las caras y como mucho, o hasta donde sabía, sus conversaciones no eran constantes y no salían de lo profesional. Seungmin era alguien difícil de entender, impulsivo y exasperante, y Hyunjin no era la persona más comprensiva del mundo, mucho menos sutil o delicado a la hora de hablar, Felix sospechaba que ese complicado factor se vería entre ellos tarde o temprano, aunque no esperaba que tan temprano.
Más tarde, con entusiasmo, y ya fuera de la conversación con el pecoso, Seungmin acomodó en su mochila con suma cautela todo lo que necesitaría; sus hojas de pintor profesional -las cuales le habían costado un ojo de la cara-, sus acuarelas -las mismas de siempre que lo acompañaban a cualquier lado que fuera, tomando el papel como un amuleto indispensable-, pinceles de todos los tamaños, redondos y chatos, un vaso para enjuagarlos y una botella de agua. Lo demás corría por cuenta de Hyunjin.
En cuanto al problema del atril... Lo pensó y se dijo que no era un inconveniente primario y que, apenas obtuviera su primer sueldo se compraría uno, el más bonito que encontrase, se tomaría su tiempo para probar uno por uno hasta que encontrara el que iba con él. Mientras tanto, utilizaría un libro de tapa dura para apoyar sus hojas, como en los viejos tiempos.
—Intenta no relacionarte más que profesionalmente con él, Minnie. Los conozco a ambos y sé que sus personalidades no congeniarían ni en mil años. Ahórrate el mal momento, ¿mmh? —aconsejó sutilmente el rubio.
Pero Felix no conocía a Hwang Hyunjin, nadie lo conocía realmente.
—Está bien, Lixie. No tienes que preocuparte, no busco otra cosa con él, solo quiero ese maldito trabajo.
Y sin darle tiempo a seguir hablando, alguien tocó la puerta anunciando su llegada, obligando a Seungmin a que se levante a abrirle.
Era Hyunjin que venía muy risueño y parecía estar de muy buen humor.
Esta vez lucía distinto a la anterior y al mismo tiempo igual, como si el aura que lo persigue no fuera nunca; esa aura amigable y despreocupada, Llevaba puestos unos pantalones que le llegaban hasta las rodillas de color crema, una remera rallada de color verde y blanco y su vestimenta se completaba con una gorra negra que le atrapaba todo el largo flequillo que a Seungmin tanto le gustaba.
—¿Y ese puchero? —preguntó divertido y como de costumbre se adentró a la propiedad sin permiso.
Seungmin huyó del pensamiento absurdo que le provocó pillar los ojos de Hyunjin clavados en sus labios. Fue menos de un segundo, pero lo vio.
—No es nada. Vámonos —dijo apresurado sin siquiera mirar hacia atrás por Felix.
El más pequeño se adelantó el pasó y se detuvo justo al lado del auto de Hwang, se subieron al mismo y se mantuvieron dentro sin un intercambio de palabras, aunque, extrañamente, comunicándose entre miradas.
Seungmin intentaba no tocar absolutamente nada y casi ni se sentaba en el tan lujoso artefacto de Hyunjin. Se preguntaba qué tanto ganaba en el museo como para tener semejante posesión o si se dedicaba a algo aparte, lejos de su puesto como director. Permitió que su mente se pierda vuele lejos y no se preocupara por el aquí y ahora. Era una manera de protegerse y no terminar un manojo de nervios. Su mochila iba en su regazo y su visión en la ventana, trataba de encontrar formas en las escasas nubes que veía en el cielo queriendo ser un niño por un rato. El día daba la postal de un paisaje bellísimo, el clima los acompañaba muy bien, y esa era una de las razones por las que Hyunjin había decido en la misma mañana que la segunda prueba sería al aire libre.
—¿Sabes?, no me gusta ir solo en el auto —expuso de repente el conductor, quejándose de la poca charla que su alumno le daba.
—Lo siento —respondió nervioso. —¿A dónde vamos?
Hyunjin sonrió con la mirada fija en la calle, él nunca sacaba su vista del volante, era como si sus ojos tuvieran imanes a este, y eso le gustaba a Seungmin, lo hacía sentir seguro.
—Teniendo en cuenta cómo te pedí que te vistieras para hoy, ¿dónde crees que vamos?
—Déjame pensar.
Las palabras de Hwang de la noche anterior habían sido claras; debía ponerse ropa cómoda y colorida, una en la que no tuviera problema si se ensuciaba o se manchaba, pues se iban a sentar en el piso, mas no le dijo en qué tipo de piso estarían. De todos modos eso no importaba ya que siempre usaba ropa vieja para pintar.
También, probando sus habilidades como detective, Hyunjin añadió que la ropa que estaba vistiendo escondía pistas del lugar donde irían, y lo que más resaltaba en él era esa remera que se lucia; blanco significaba pureza, ese verde le recordaba a los árboles y la ruta que estaban tomando no hacía más que indicarle que estaban próximos a uno de sus lugares favoritos.
—¡Ya sé! —dijo entusiasmado. —Vamos al Dream Forest.
—¿Te dijeron alguna vez que eres un mocoso muy inteligente? —preguntó Hyunjin con la sonrisa más grande que pudo haberle regalado.
Le hubiera gustado protestar por lo de mocoso, más cuando quiso hacerlo, no fue capaz; la hermosa curva que adornaba el rostro de su compañero de auto irradió un encantador esplendor que terminó por ofuscarlo. Sus ojos de medialuna combinaban a la perfección con tan agraciada mueca y el destacado lunar debajo de su ojo derecho concluía con la obra de arte que Hwang Hyunjin era.
¿Cómo es posible que sea tan hermoso?
Le daban ganas de propinarse un golpe en el rostro por las tantas estupideces que pasaban por su cabeza en cuestión de segundos. Todas sus acciones y pensamientos se hallaban bajo el efecto del más alto, obligándolo a reprenderse cada dos minutos.
Luego de pensarlo algunos segundos, se arrepintió de privarse de la libertad que solo en su mente tenía. Se dejó contagiar y curvó también sus labios, sintiéndose bien por primera vez en varios días.
Llegaron al destino después de media hora de viaje en medio de charlas triviales y alguna que otra canción en la radio. Bajaron y lo primero que hicieron fue inhalar profundo el aire puro que de manera humilde el lugar les regalaba, aún con sus sonrisas intactas, aunque la de Hyunjin había disminuido un poco su intensidad.
—Espero que te guste la naturaleza, porque la prueba de hoy consistirá en inspirarte en este bosque.
—Me gusta la naturaleza —aclaró sincero. —Pero más me gusta el Dream Forest.
Antes de alejarse del auto, Hyunjin bajó de este algo envuelto en una bolsa negra, que supo distinguir al instante qué era.
—Dime que no es lo que yo creo.
—Te lo presto, porque no tienes. Me di cuenta que no te gusta que te regalen cosas.
Y una vez, como la persona impulsiva que era, se lanzó a abrazarlo de esa forma infantil que tanto sobresalía de él. Consternado, el contrario le correspondió el abrazo dudoso, apenas apoyó los brazos en su espalda, no estaba acostumbrado al afecto, mucho menos en público.
Apenas tres pestañeos después, Seungmin se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se separó de golpe, logrando un abrazo de no más de diez segundos, pero lo suficientemente significativo como para poner incómodos a ambos.
—Lo lamento, estoy muy contento. No me gusta trabajar sin atril —se excusó evitando hacer contacto visual.
De hecho, ese atril se veía muy parecido al suyo, eran de la misma marca y casi del mismo tamaño. El único detalle estaba en el cuidado del artefacto: este se veía abandonado, como si hubiera sido dejado en el rincón de algún lugar a la que ni la luz del sol llegaba. La madera era la misma que cuando la compró, sin retoques, a menos que los manchones de humedad y de tierra cuenten como decoración. El suyo, muy en cambio, era casi una reliquia; estaba barnizado por él mismo y cuidado como si fuera oro. Cualquiera que lo viera pensaría que es nuevo, aunque en realidad tiene alrededor de seis años.
—Siento que esta escena ya la viví, sin embargo no puedo recordar dónde —ironizó Hyunjin tratando de hacerlo sentir mejor.
—¿Usarás las acuarelas que quise regalarte la semana pasada u otra vez te enojarás? —habló el mayor en un intento de aliviar el ambiente.
—¿Las trajiste? —indagó inocente.
Quizá, solo quizá, el Seungmin que actuaba como un niño lo tenía un poquito cautivado.
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