1O
—Explica tu dibujo y la razón de tu elección.
En la habitación se respiraba polvo y tensión, se pisaba ropa sucia en lugar de la cerámica y de a ratos se escuchaban suspiros entrecortados. Sus manos tendían a salirse de control por unos segundos, pero volvían a la normalidad cuando Seungmin se lo pedía.
Ahí estaba él, frente a esa ventana ordinaria, con un pincel, acuarelas y una hoja en la mano.
A pesar de los distintos obstáculos que le presentaba el no estar del todo cómodo y la falta de sus ya conocidos materiales, logró plasmar su obra en una hoja pequeña y vieja que encontró por ahí. Esta sería, entre las ideas de Hyunjin, la más experimental y demostrativa.
Pensaba, mientras secaba el pincel y lo incrustaba en otro círculo de color, si era una buena idea ir a buscar más de sus pertenencias a la casa de sus padres. Quizá ropa, parte de su documentación, pinturas escondidas detrás del ropero y, lo más importante, su atril, hojas profesionales, cuadernos, las muchas paletas de acuarelas, las decenas de pinceles. Todo eso que había recolectado en silencio y con mucho esfuerzo durante años.
Pero solo era eso, una idea, un absurdo plan que podría traer resultados excelentes o fatales. La verdad es que todavía no se sentía listo para enfrentar a sus padres. Además, dónde metería toda esa cantidad de cosas, porque en su habitación no cabría.
Lo único rescatable de esa situación para Seungmin es que, incluso si las condiciones de trabajo eran complicadas, había logrado completar la prueba con éxito, porque aún sin decírselo ni mostrar expresión alguna, Hyunjin ya estaba bastante complacido con lo poco que había visto.
Ya había quedado estupefacto al ver a Seungmin tan perdido en su mundo mientras pintaba, se le hacía imposible de creer que alguien disfrutara aquella acción que él odiaba tanto. El chico manifestaba, mediante el meneo de su muñeca y dedos, que el arte era algo que sí podía ser amado, y no una verdadera tortura disfrazada de disciplina e incomprendidos sentimientos, como se lo habían hecho creer desde pequeño. El amor de Seungmin por su profesión, reflejado en la tranquilidad de su rostro, le erizaba la piel.
Era un hada de las acuarelas.
Inesperadamente (debido a que fue espectador de sus arranques de histeria y por la exigencia con la que se manejan los artistas ya de por sí), el chico se las había arreglado bastante bien para llevar a cabo la prueba sin ni un solo petitorio o pregunta de por medio. El juez sabía, o bien sospechaba, que Seungmin no tendría las suficientes comodidades para llevar a cabo su tarea, y eso era parte del desafío, que supiera salir adelante en cualquier condición. Debía dibujar al lado de una ventana, con un cartón de apoyo, en una hoja cualquiera y malograda, con un pincel que hasta los pelos perdía al rozarse con las acuarelas, a las cuales no se les podía exigir brillo e intensidad de lo usadas que estaban.
Fue una grata sorpresa el hecho de que Seungmin no se haya quejado nunca desde que upo lo que tenía que hacer. Demostró que su único objetivo era completar lo que él creía la prueba: copiar la postal que la ventana te ofrece. A Hyunjin no le quedaron dudas de que el pequeño Kim más que nadie deseaba llegar a buen puerto con este trato.
Por un instante, el pelinegro desconfió de que el Kim Seungmin que tenía en frente no era el mismo con el que se había encontrado en oportunidades previas. Lo analizó desde lo lejos, asegurándose de que no se lo habían cambiado por un doble.
—Bueno... elegí esta ventana porque me inspira un sentimiento infantil y me recuerda a gran parte de mi niñez. No tengo hermanos y mis padres trabajaban la mayoría del tiempo, así que siempre estuve solo. El columpio me traslada a mis momentos de añoranza por una compañía. Recuerdo ser un niño reservado y distante, incluso olvidado. Me gustaba el columpio, el chirrido de las tuercas oxidadas me hacía sentir menos solo. Estar más cerca del cielo me daba una sensación de libertad, no sé si esa es la palabra, pues yo era un niño rico de ocho años viviendo en una mansión, qué clase libertad desea un niño de esas características, aunque tampoco se me ocurre otra palabra. El sentimiento de libertad mientras me mecía y el viento soplaba en mi rsotro era asombroso. Aunque no siempre volaba, otras veces utilizaba el columpio como silla: ubicaba el atril frente a mí y dibujaba cualquier cosa que veía en aquellas tardes soleadas, después del horario escolar. —Soltó un respiro, incómodo, cayó en que había hablado de más. —Disculpa, no debería haberte contado todo eso —se corrigió antes de continuar, otra vez avergonzado; —Lo dibujé simplemente porque me trae recuerdos de mi infancia. Lamento que hayas escuchado mi tonta historia.
Hyunjin le dedicó una mirada neutra y no agregó nada más. Seungmin pensó que fue una manera muy corté de darle un cierre a ese incómodo intercambio de palabras.
Po su parte, Hwang no suponía esa explicación, por supuesto no, no esperaba nada de nadie, mucho menos de Kim Seungmin. Creyó que el chico se ajustaba a los típicos pintores fracasados que veía a diario; idiotas sin talento que solo buscan fama en base de las porquerías que presentaban en el museo, dando batallitas patéticas por una oportunidad para que se las mostrara en alguna de sus deseadas paredes, petitorio que obviamente él, siempre que estuviese al mando, les iba a negar. No había pasado años estudiando arte para que cualquier imbécil con aires de superioridad viniera a sugerirle lo que debía hacer en el museo de su familia.
Seungmin se trasladaba a sí mismo y a sus pinturas a un lugar nuevo, a uno distinto, y eso lo transformaba en un distinto.
—Me gustó, está aprobada —fue lo poco que dijo para disponerse a salir de la habitación.
Seungmin lo siguió con una gran sonrisa disimulada por detrás, conforme con sus palabras, complacido con los resultados y con su propio rendimiento.
El mayor de ambos se dirigió sigiloso hacia el sofá donde la bolsa que había traído antes yacía, la misma que Seungmin olvidó por completo en su momento de inspiración. De la misma, el pelinegro sacó una caja que desplegable. Cuando la abrió, de ella se desprendieron muchos círculos de colores; ¡Era una paleta de acuarelas repleta de muchos distintos tonos!
—¡Oh por Dios! —chilló el artista entusiasmado mientras saltaba en su lugar, igual que la última vez. —¿Para quién es!
— Para Felix.
El cambió de ánimo golpeó a Seungmin en cuestión de unos pocos segundos y, por consecuente, a Hyunjin. Sus pies se desestabilizaron y su rostro deformado parecía decir que había recibido la peor noticia del mundo. Un aura oscura lo rodeó y nada de aquel chico que saltaba como un infante permaneció.
—Oh, que bueno —dijo con disimulo. —Espero que les dé un buen uso.
Como si fuera el mejor chiste del mundo, Hyunjin se largó a reír escandalosamente, tanto, que las lágrimas no tardaron en brotar de sus ojos. Rio, rio y rio hasta el punto de aburrir a Seungmin. No se distinguía si el rojo en su rostro era por la furia de haber sido engañado o por la vergüenza de que Hwang se tomara a chiste su ingenuidad. De cualquier forma, su humor se había ido por las cañerías.
Tal cual lo había hecho con el insoportable de Minho, partió a su habitación dejando a Hyunjin detrás.
—Ya, no te vayas. Era una broma, son para ti —dijo con un tono normal.
El pelinegro detuvo al artista tomándolo del brazo y le extendió.
Seungmin las miró, pero no las agarró. Su expresión seria lo decía todo y Hyunjin rápidamente captó el rumbo que la situación había tomado.
—Oh vamos, no me digas que te enojaste por una simple broma.
Seungmin rio incrédulo.
―No te di la confianza para que me hicieras ninguna broma. No entiendo qué tiene de divertido jugar con mis ilusiones ―reclamó y se soltó de su agarre de un tirón.
―Seungmin, anda, tómalas ―rogó después de haberlo llamado por su nombre por primera vez. ―Las compré para ti, pase toda la tarde de ayer buscando las mejores.
El artista negó. No se solucionaba así fácil para él.
—Gracias por lo de hoy, ya conoces la puerta ―levantó la mano a modo de saludo y emprendió viaje otra vez.
La confusión adorno el esculpido rostro del invitado, quien no era capaz de acreditar que Seungmin se pudiera haber enojado por semejante estupidez, mucho menos que se atreviera a rechazar su cordial presente.
—¡Solo fue una broma! —el tono de indignación de Hyunjin era gracioso.
—¡Ahora yo también me estoy riendo, vicedirector Hwang Hyunjin! ―el portazo que lo siguió no hizo alusión a sus carcajadas.
Si Seungmin estaba enojado, Hyunjin lo estaba todavía más. ¿Qué problema tenía ese niño? Nadie en la puta vida podría enojarse por un comentario tan inofensivo como el suyo, nadie excepto Kim Seungmin.
Grosero, consentido, histérico, caprichoso, egocéntrico, malcriado, paranoico, inmaduro... podría calificarlo todo lo que restaba de la tarde y nada bueno podría decir de él.
Lo peor es que nunca tuvo malas intenciones. Como dijo, su comentario fue connotación inocente, para romper el hielo, para sacar al hijo de los Kim de toda esa formalidad y frialdad que recubre su personalidad. Pensó que un chiste y un regalo vendrían bien. Era una buena forma de felicitar a alguien con tanta sed de éxito, con tanto entusiasmo por empezar una vida mejor.
Ahora todo se fue a la mierda y es culpa únicamente de Seungmin y de su horrible humor.
Y es que el chico le producía pensamientos contradictorios; por un lado, aseguraba que en ese chico no existía nada especial y que, por lo tanto, estaba perdiendo el tiempo, y luego, la memoria le recuerda que nunca antes conoció a alguien tan lleno de valor y pasión por el arte como el pequeño Kim. Era imposible para Hyunjin no esperanzarse en un futuro prometedor para el chico.
Después de todo, todavía tenía fe de que algún día descubriría un artista joven rebosante de talento y gracia.
Que el mocoso haya actuado de esa forma lo llevó a tomar sus cosas y largarse sin despedirse, pero dejando entender por medio de un portazo similar al anterior que él también estaba furioso por sus malos tratos.
Casi que dispuesto a disculparse, Seungmin reapareció en la sala, esperando que no haya pasado lo que él creía. Su enojo no se había esfumado tan rápido, pero pronto la tristeza se sobrepuso al sentimiento anterior.
Lo había hecho de nuevo.
Hyunjin lanzó todo lo que traía consigo al asiento del acompañante y se subió al auto, hecho fuego y llamas. La furia le recorría las venas, refunfuñaba y se repetía que ese niño desagradecido que no se merecía su ayuda ni su tiempo. ¿Quería que las cosas fueran así? Pues así serían.
El autor intelectual del trato no entendía cuáles razones podría tener Seungmin para no aceptar nada de nadie que no fuese Felix. Y es muy probable que el enojo lo cegara, que no viese que el problema no era particularmente con él o de él. Era de Seungmin. Un problema con el que venía luchando hacía años y al cual nunca le ganó desde que la pesadilla inició.
Esa sensación de inseguridad que lo persigue hasta en los sueños, esa maldita sensibilidad al mínimo roce con cualquiera, esa irritabilidad constante en contra de cualquier comentario o acción que lo incomode, su mal genio frente a aquellos que no cumplen el estándar de expectativas...
Sí, seguramente para los demás es estresante tener que tratar con alguien con tantos problemas de personalidad, Seungmin más que nadie lo sabe, si ni él mismo se soporta.
Y aunque el chico le explicara, Hyunjin no veía razón válida para justificar el trato recibido. La educación es una cuestión de valores y crianza, y si Seungmin era un malcriado sin valores, pues que lo fuese, pero no con él.
Algo que les costaría entender a ambos es el hecho de que no se conocen, de que sus maneras de ser y sus prioridades chocarán siempre que puedan, porque son distintos, o eso creen.
Sin embargo, qué importan las explicaciones cuando Hyunjin se pierde en la calle a toda velocidad mientras Seungmin lo observa desde la ventana al borde de las lágrimas.
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