13

—Tenemos una charla pendiente —expuso Hyunjin con un tono que, para su sorpresa, no sonaba amenazante, sino más bien, cálido.

Hyunjin tenía esa costumbre de sonreír de lado, como si todo lo que hace y dice estuviese pensado con horas de anticipación, como si conociera tanto a Seungmin que hasta se sabe de memoria sus reacciones.

Habían estado callados desde que el pelinegro salió del auto. A este punto, hasta el silencio lo incomodaba. Prefería que el pelinegro lo regañara o le dijera «pasado, pisado» o algo como eso. Lo hartaba tanto misterio y vueltas sobre un mismo asunto.

Y, en todo caso, ni que hubiese matado a alguien. ¿Es que acaso, dentro del círculo de conocidos de Hyunjin, él era el único con mal genio? Seguro que no.

—¿Sobre qué? —evita especificar y le echa un vistazo a la carta.

—Tú sabes sobre qué, Seungmin.

En realidad, no del todo. Hyunjin no es fácil de leer para alguien con casi nula experiencia con personas.

El chico sonríe y toma un sorbo de agua.

—La verdad es que no estoy seguro, pero te escucho.

Hyunjin se contagió de la sonrisa de su acompañante, no estaba al tanto de que detrás del pintor se escondía un talentoso actor.

Seungmin se reprochó como por sexta vez el haber aceptado ir a ese almuerzo. De haber seguido el plan inicial de pedir comida y pasar la tarde tirado en el sillón, no tendría que estar disimulando la inquietud que lo consumía por dentro. Tampoco sería un acto de fortaleza el resistir las inmensas ganas de correr de solo pensar en los agradables ratos vacíos que lo esperaban en las próximas dos horas. La paz en su mayor expresión.

El restaurante era el mismo de siempre. De siempre, de antes. Arquitectura antigua, casi que imitaba cualquier edificio parisino, de esos de fachada austera pero que buscan la perfección hasta en el último detalle. La luz natural que se colaba a través de las ventanas le daba un aspecto delicado y agradable, y ni siquiera las cortinas azules -en ese momento levantadas- podían sacarle ese grato brillo mezclado con la frescura de la brisa otoñal. Las mesas de madera relucientes, las sillas mullidas de color ébano, el techo abovedado, los cuadros de los paisajes y lugares que el chef había visitado durante sus aventuras culinarias... hasta las camareras y sus uniformes eran los mismos: la chica de cabello corto teñida de rubio con las raíces crecidas no había hecho cambio de uniforme: la mancha de lavandina sobre su vestimenta negra la delataba. Pero a nadie más que Seungmin parecía detenerse a mirar semejante estupidez.

Eso le dijo su padre hace solo dos meses atrás.

Solía venir con ellos, con sus padres. Era una tradición de viernes por la noche, no tan sagrada como otras, pero sucedía con frecuencia. Siempre cenaban lo mismo: langosta. Eso, hasta que Seungmin se autoproclamó vegetariano. Entonces, empezó a exigirle al chef que en su carta incluya platos aptos para él.

Para sus padres significó un problema enorme que su único hijo no pudiese compartir una comida normal con ellos sin tener algún tipo de queja con el menú. Por suerte (y gracias a un enviado por los seres más divinos) poco les duró el enojo: durante una cena de cortesía entre miembros de un mismo club, uno de los colegas de su padre los felicitó por «estar criando a un hijo con buenos valores y conceptos de vida». Descubrieron sus gustos porque alguien contó que, antes de los invitados llegaran, su padre le pidió al chef que prepara algo que su hijo pudiese comer. Su padre, luego de ese comentario, sonrió con autosuficiencia frente a los demás empresarios y su madre le apretó el hombro en modo de aprobación. Después de ese episodio, los comentarios despectivos hacia su dieta mermaron bastante.

Pasó de ser una vergüenza que ocultar a un ejemplo del cual alardear.

Ojalá hubiera tenido a alguien que les dijera algo parecido con respecto a su gusto por el arte. Entre abogados y contadores no hay lugar para la creatividad.

Al cabo de unos minutos de estar mirando la carta sin sentido alguno, se acercó el camarero, conocido de su familia, a tomar sus órdenes.

—Buenos días, ¿puedo tomar su orden...? —su pregunta quedó en el aire en cuanto reconoció a uno de los comensales. —Oh, Joven Seungmin, un placer tenerlo por aquí. ¿Va a ordenar lo mismo de siempre? Hoy particularmente acompañamos con salsa roja y blanca.

«La puta madre», maldijo en su mente. Sonrió con nerviosismo hacia Hyunjin e intentó manejar la situación de la mejor manera posible.

—No, no, gracias. Hoy no voy...

—¿Qué es lo mismo de siempre? —interrumpió el pelinegro.

Seungmin rogaba que el camarero no se fuera de lengua. No tenía ganas de hablar de sus padres ni de dar explicaciones en su nombre.

—Siempre que degustan en nuestro restaurante, el joven Seungmin y su familia eligen la langosta como plato principal, pero para él siempre solemos servir ratatouille —informó tranquilo, sin saber que había hecho exactamente lo que Seungmin no quería que hiciera. ―Sabrá usted que él es vegetariano. Nuestro único comensal vegetariano.

El pequeño artista evitó llevarse las manos a la cara. Ya estaba agotado y todavía ni siquiera empezaba lo peor.

—Sí, sí. Tengo entendido eso ―Hyunjin cerró la carta y se la entregó al camarero. ―Entonces pedimos ratatouille con ambas salsas.

—Enseguida se lo traigo.

Debajo de la mesa, las manos de Seungmin eran puños a punto de salir al campo de batalla. Estaba indignado. En cuanto el mozo se fue, sacó a relucir (otra vez, después de haberse pasado horas reprochándose sus acciones) el peor lado de su personalidad.

Y es que, dentro de las decenas de cosas que detesta, se encuentra el hecho de que alguien más decida o tome partido por él. Toda su vida lo habían hecho, estaba cansado.

—¡¿Por qué hiciste eso?! —exclamó bajito en reproche manteniendo su característica elegancia. —Ni siquiera me preguntaste si quería comer ratatouille. No porque seas tú quien pagará por la comida puedes simplemente determinar mi almuerzo. No vuelvas a hacer eso, Hwang Hyunjin.

Las mejillas de Seungmin se veían rojas e infladas y sus ojos brillaban de tantas emociones y comentarios contenidos. Podía ver la furia en sus pupilas inestables. Se estaba mordiendo la lengua para no decir más de lo que ya había dicho.

Hyunjin quiso reír de incredulidad, pero sabía que eso no era más que echarle más leña al fuego. Para ser sincero, Seungmin, dentro de todo, le caía bien y no quería retroceder los pocos casilleros que habían avanzado hasta allí. Porque al final es cierto que los artistas se dividen en dos grupos: los que están locos y ni ellos entienden lo que piensan y los insoportables (o histéricos) de temperamento fuerte.

Él prefiere a los del segundo grupo por dos motivos: el primero porque cualquiera con un poco de disciplina es domable. Seungmin era un pobre pollito mojado jugando a la vida adulta. Y el segundo es porque si se tuviese que clasificar en uno de los dos grupos, por supuesto que también lo haría en el de los insoportables sensibles al tacto.

No negará que el estado de paranoia del chico es un poco estresante, tanto que tiene que recordarse seguido que sus padres lo echaron de casa por quién sabe qué motivos y que está solo luchando por cumplir sus tontos sueños de artista fracasado. Lo entiende, él también es un artista frustrado. Y fracasado, por supuesto. Pero la mayoría en el rubro lo es.

Entonces, en lugar de reírse, Hyunjin arqueó una ceja. Intentó ponerlo incómodo, más de lo que ya se notaba.

No sabía por qué le gustaba golpearlo con la realidad. Sentía una satisfacción burbujeante cada vez que le decía lo que sus amigos ni sus padres le dijeron en su momento. Tampoco iba a privarse de ese gusto culposo.

—Eres tan histérico. El mundo no gira alrededor tuyo, Seungmin. No es a mí a quien debes reclamarle ese tipo de cuestiones —acusó duramente. No se decidía en si sonar cruel o no, no quería herirlo, tampoco podía ir contra su genio. Por la expresión que puso el artista, notó que a Seungmin lo habían tratado suavecito toda su vida; más bien, le dolía la verdad. Lo ignoró. —Ahora, niño rico, dejemos de lado esta discusión antes de que nos saquemos los ojos con los tenedores. Cuéntame mejor, ¿vienes muy seguido aquí? Por lo que veo, estás vestido más o menos acorde a la cita: la camisa con volados encaja perfecto aquí, el jean con roturas no tanto. En general, me gusta tu estilo ―bromeaba, pero el chico lo sentía más como un sutil desprecio que como una observación en forma de chiste. El alago suavizaba el golpe, mas no lo compensaba por completo.

Lo dijera como lo dijera, no mentía en nada. Aunque le doliese. Y debe ser por eso mismo que no derramó su copa de agua en el rostro del contrario (por eso y porque se estaba esforzando demasiado como para tirar todo por la borda; sus objetivos eran claros). De igual manera, no quería pensar mal de Hyunjin ni de su manera de ser tan particular. Quizá él era así con todo el mundo: un efervescente trago ácido. Le ardería la garganta las primeras veces, luego, cuando se acostumbrara, lo disfrutaría.

—Nunca hubiera sospechado que me citarías para darme una devolución de mi vestimenta ―soltó yendo en contra de sus instintos.

—Eres muy bueno evadiendo todo lo que te molesta. ―Esta vez no fue sarcástico.

Hyunjin bebió un sorbo de agua.

«Ojalá se le derramara en esa bermuda horrenda color caqui» deseó Seungmin en su mente.

―No lo creo. Vine a almorzar contigo, ¿no? ―fue el turno de Seungmin para arquear la ceja.

Se sentía como un salvaje. Como un chico de casi dieciocho años que no sabe comportarse. Así, tal cual. Y lo sobró como mejor sabía hacerlo. Estaba tan a la defensiva que no sabía hasta dónde podría disfrazar sus ataques de perspicaces comentarios.

Por el rostro de Hyunjin se atravesó una expresión amarga que se fue tan rápido como vino.

―Sí... ―suspiró. ―Eso es cierto.

La espalda de Seungmin sudaba como nunca antes lo había hecho. Pensó en excusarse e ir al baño porque, respirar en el baño de un restaurante sería más sano para sus pulmones que continuar conteniendo el aire hasta que no pudiera más. Pero irse al baño solo empeoraría el clima entre ellos, y escapar nunca sería la solución. Lo sabe mejor que nadie.

―¿Venías de algún lado hoy? ―se le ocurrió decir.

Hyunjin levantó la mirada y conectó sus ojos con los de Seungmin.

El pintor se preguntó por qué los ojos del pelinegro brillan sin cesar: ya sea por furia, confusión, decepción, felicidad, maldad... no importa lo que estuviese sintiendo, ellos titilaban como estrellas en el cielo. Se veía como la persona más viva en la faz de la Tierra, para bien o para mal. Y eso que su contacto con Hyunjin había sido escaso.

―¿Cómo? ¿A qué te refieres?

―A que hoy llegaste a casa de Felix con un traje puesto, ¿venías de algún lugar? ―El rostro se le tiñó de colorado después de rehacer su pregunta.

Se llena la boca de comida.

Y es que, si a él Hyunjin le hiciese la misma pregunta, no se la respondería. No era su problema lo que hiciera fuera del contrato. Se ve que no siempre se vale todo cuando uno quiere romper el hielo.

Sin embargo, el dueño del museo pareció entender sus esfuerzos por salir a flote de ese mal momento y le siguió la corriente.

―Sí, mmh... tuve una reunión de trabajo junto a mi padre, por lo del museo. Soy el vicepresidente, tú sabes. Tenía que estar presente ―le comentó y se encogió de hombros.

No se oía muy emocionado por hablar del tema. Seungmin en su lugar estaría eufórico.

―¡Qué bien! Habrá sido interesante participar, aunque en realidad no sé de qué se habla en esas reuniones, pero estoy seguro que ha de ser apasionante estar presente, ¿verdad?

De repente, Hyunjin vio el rostro de Seungmin iluminarse, así, con esa luz centellante que nada más que el museo y el arte y toda esa mierda podía lograr.

―Para alguien como tú, no lo dudo. Yo las odio. Si puedo, no voy. Ni a las reuniones, ni al museo.

Seungmin pareció desanimarse en un instante. Hyunjin concluyó que seguramente pensaba que él no valoraba el privilegio que la vida le había dado al hacerlo nacer como el hijo del director del museo. Un heredero del arte y del buen gusto. Y lo era, le encantaba el arte y el buen gusto, pero en otra disciplina, una mucho mejor.

El artista podría no creerlo, pero Hyunjin anhelaba tener los motivos suficientes como los del chico para poder por fin revelarse en contra de sus padres y sus imposiciones. Escapar de casa, renunciar a toda esa calidad de vida falsa dibujada por sus progenitores y ser por fin quien quería ser. Sin embargo, ¿cómo hacerlo cuando tus padres no merecen ese tipo de destrato? Sería un patán si fuese en contra de lo único que sus padres le pidieron: hacerse cargo del museo. Porque cuando decía que eso era lo único, es porque así era. Nada más que eso deseaban, nada más que eso le pedían. Eso, a cambio de lo que quisiese.

Un trato justo, pero que lo hacía sentir muy desdichado.

Sus padres no se lo merecían, a pesar de estar convirtiéndolo en la persona más de desdichada del mundo, no se lo merecían.

No obstante, cada vez que estaba con Seungmin, pensaba todo el tiempo en lo mismo y se imaginaba lo que haría si estuviese en su lugar: sería grandioso.

No se pueden ignorar los deseos más profundos, pero sí ocultarlos de la luz y asegurarse de que nunca se escapen.

Ya lo había dicho, Seungmin era, para él, el mejor ejemplo de que solo se vive una vez. Salió, escapó desafió a sus padres y a la vida misma y ahora lucha a capa y espada para acercarse lo más que puede a lo que más lo apasiona. Y lo mejor es que su ambición por un futuro cargado de todo lo que no tuvo no es para nada egoísta, a diferencia suya.

¿Qué cantidad de egoísmo puede caber en alguien que solo busca su propia felicidad?

Entenderlo no era difícil, más allá de que podría pasar horas destacando todos sus defectos porque, demonios, nunca había visto a alguien pender de un hilo de coser y aun así mantener su prepotencia y descaro frente a las oportunidades.

―Qué pena que no te guste el arte tanto como a mí, podríamos llevarnos mucho mejor.

―Si así fuese, si me gustara el arte, o, más bien, si nos hubiéramos llevado bien desde el principio, nunca te habría dado una oportunidad ―confesó.

A lo lejos vio venir al mozo con sus platillos. Dos ratatouilles hechas una pequeña torre, casi como una réplica de la película.

―¿Por qué? ―indagó Seungmin, confundido.

―Porque llevarse bien con la gente me parece aburrido. Para que termine bien, tiene que empezar mal. Incluso conocí a Felix por medio de una discusión, casi nos vamos a las manos ―rio ante el recuerdo. ―Con Minho también, nos peleamos por una silla en la escuela, cuando éramos niños.

El mozo apoyó los platos y las salsas sobre la mesa y se retiró tan pronto como vino.

Seungmin soltó una pequeña sonrisa al imaginarse a esos dos de niños peleando. Un digno espectáculo de ver.

―¿Y con Changbin? ¿Con él también te peleaste?

―No, a él intenté ligármelo en un club, fue por eso que peleé con Felix.

Decir que Hyunjin no se esperaba esa expresión de sorpresa en el rostro de Seungmin sería mentir.

―¿En serio? Wow. Ahora entiendo por qué Felix quiso romperte la nariz ―expuso, bromeando.

Seungmin. Bromeando. Con Hyunjin.

Y pensar que hace solo unos pocos minutos quería encerrarse en el baño del restaurante a llorar.

Hyunjin chistó.

―Como si pudiera golpearme el pecoso escuálido ese.

―Bueno, eso es cierto. Perro que ladra no muerde.

Entonces rieron juntos.

Rieron como si fuesen amigos de toda la vida, como buenos cómplices. Rieron como si existiese la posibilidad de no pelear cada vez que pudiesen.

―¿Y tú? ¿Cómo conociste Felix? Estoy seguro que en mejores condiciones que yo.

―No sé si en mejores condiciones, pero sí fue muy distinto ―corrigió el artista. ―Tenía doce años e igual que ahora, también había escapado de casa, pero esa vez fue para asistir en una exposición de esculturas de material reciclado que se hacía en una galería del centro.

―Por lo que veo, siempre has sido un hijo muy sumiso y obediente ―comentó Hyunjin y se llevó un trozo de comida a la boca.

Seungmin asintió.

―Si yo no vivo mi vida por mí mismo, mis padres lo harán por mí. Y no quiero ser como mis padres.

―Comprendo. Yo tampoco.

El pintor se preguntó qué clase de problemas tendría Hyunjin con sus padres. No ha pasado desapercibido para él las quejas o el constante rechazo del pelinegro hacia sus progenitores. Lo intriga saber si eran tan decepcionantes como los suyos o unos tiranos o, también, corroborar si el que miente es el mismo Hyunjin. Quién sabe. Cada casa es un mundo. Cada persona es un misterio que nunca se puede resolver por completo.

El chico tomó un trago de agua antes de continuar.

―Como te decía, recorriendo la muestra, me encontré con un pecoso perdido buscando un baño, ¿puedes creerlo? Habiendo tanto para ver allí, ¡él estaba buscando un baño! ―su tono de voz se carga de indignación y Hyunjin le sonríe. ―En fin, lo llevé al bendito baño, normal. Charlamos un rato. Todo estuvo bien hasta que me preguntó qué hacía en medio de toda esa gente rara. ¡Yo era parte de esa gente rara!

Hyunjin se carcajeó y llamó la atención de algunos comensales. Ninguno de los dos les prestó atención a las malas caras.

―¡No me sorprende! ―exclamó Hyunjin todavía divertido por el relato de Seungmin. ―Él siempre nos hablaba de ti y nos decía que no se parecen en nada, que a ti te gustan las pinturas y todo ese sinsentido. Creo que hasta el día de hoy es extraño para él que hayan congeniado tan bien.

―Lo sé, él nunca pudo entender por qué me gusta el arte, pero me apoya más que nadie.

―Es un gran amigo ―adhirió Hyunjin. ―¿Entonces? ¿Fue desde ese día que empezaron su amistad?

―Sí, definitivamente. A pesar de haberme llamado raro, me cayó bien, y yo a él, así que de vez en cuando nos juntábamos en el parque, el del centro. Eso hasta que tuvimos celulares y mantenernos en contacto fue más sencillo. Desde entonces somos inseparables.

―Qué bonita historia. Las mías nunca son así de enternecedoras ―se sinceró Hyunjin casi que con un puchero en los labios.

―Son más divertida, no te aflijas.

Seungmin le sonrió y Hyunjin le devolvió el gesto, Entonces ambos se llevaron comida a la boca y cada uno miró hacia un lado diferente.

Sin saberlo, puede que ambos estuviesen retrasando el momento lo más que pudiesen. Ya no la pasarían tan bien si debían hablar de todo lo mal que hicieron.

Seungmin no desea retroceder y encontrarse con la fase demoledora de Hyunjin donde con dos o tres frases lo destruye sin lugar a objeciones. Ya no necesitaba explicaciones ni detalles de lo que pasó en los últimos días. Para él, lo hecho, hecho está. Necesita pasar de página y empezar de nuevo. Y que, ese empezar, sea mejor que el anterior.

Por su lado, Hyunjin no estaba acostumbrado a dar explicaciones. No suele tener errores, menos admitirlos. Demonios, ni siquiera sus padres le han pedido rendir cuentas en años. Es un adulto y Seungmin un adolescente, a pesar de solo llevarse tres años. Sin embargo, debe hacerlo, porque se ha equivocado y Seungmin merece que se disculpe.

―Seungmin... ―lo llamó por fin. ―Como debes saber, no te pedí que nos juntemos solo para almorzar... ―el chico, que lo miraba fijamente, le dejó saber a través de sus ojos titilantes que al tanto del motivo de su reunión. ―Lo primero que quiero decirte es que, si todavía quieres, el trato sigue en pie.

Haber escuchado esas pocas palabras en una misma oración hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas, aunque no dejó que ninguna cayera. El corazón se le aceleró como nunca antes y las manos le temblaban, delatando sus emociones a flor de piel.

―¿De verdad lo dices? ¿Aún quieres seguir con las pruebas? ―A Hyunjin le gusta demasiado el brillo en los ojos de Seungmin, mucho más cuando le habla así de emocionado.

―Claro que sí. ¿Tú no?

―¡Sí! ¡Sí quiero! ¡Pensé que serías tú el que no querría! ―la emoción de Seungmin lo llevó a levantar un poco el tono de voz, sin embargo, Hyunjin se mantuvo al margen.

―¿Cómo no voy a querer si fui yo el que te lo propuso en primer lugar? Por mi parte puedes estar tranquilo; a menos que me pidas lo contrario, llevaré este contrato hasta el final, pase lo que pase ―le dijo dejándolo más que conforme.

―No sabes cuán feliz me hace oír eso.

Hyunjin no supo qué responderle, todavía estaba pensando en cómo le pedirías disculpas. Suengmin iba demasiado rápido.

―Genial ―dijo. Ahora venía lo otro: ―Y... en cuanto a la llamada de la otra noche... lamento haberte atendido en ese lugar lleno de música. Era una reunión familiar y si salía afuera a responderte mis padres me hubieran regañado en frente de todos por mal anfitrión. Y no tengo ganas de quedar en ridículo frente a mis tíos y mis primos.

Listo. Se disculpó y le dijo la verdad de esa noche. De su parte, todo estaba resuelto. Por fin.

―No te preocupes, no debes disculparte, lo entiendo perfectamente ―lo tranquilizó con las manos en alza.

―Gracias, me dejas más tranquilo.

Seungmin tomó su copa de agua y la meneó entre sus dedos con astucia y elegancia.

―Entonces... Vicedirector Hwang Hyunjin, ¿cuándo avanzaremos a la siguiente prueba? ―bromeó en un tono que creyó que había perdido para siempre.

Hyunjin le siguió el juego y alzó su copa en alto, tal cual Seungmin lo hizo.

―¿Tiene libre mañana, Artista Kim Seungmin?

Seungmin le entregó una sonrisa radiante porque nunca pensó que él y el desagradable Hwang Hyunjin pudieran coincidir en una simple broma.

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