01

Universo canónico

-Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti. Feliz cumpleaños querido, Reiner. Feliz cumpleaños a ti.

Conforme la melodia avanzaba él salía lentamente del mundo de los sueños.
Primero vio luz, suave y sin fuerza que entraba tenue en la habitación. Luego, identificó la voz de Bertholdt cantando en susurros cerca de él. Finalmente, abrió los ojos y lo vio sentado a su lado meneandole el hombro, sintiendo así por primera vez como su cuerpo se movía a la par.

Ahora había despertado, sin ganas de abrir los ojos, deseando que la noche se alargara más.

Reiner se sentó en la cama y Bertholdt se abalanzó para abrazarle.

-¡Felices quince años, Reiner!- exclamó con emoción. El cumpleañero aún somnoliento gruñó un poco y le dio unas palmadas en la espalda antes de apartarlo.

-Gracias, Berth.

Desde que se conocieron no había año en que no lo despertará de esa manera. Le habría gustado que se le advirtiera de eso el día en que le reveló la fecha de su cumpleaños. No podía decir que le molestara o que le produjera algún sentimiento negativo, todo lo contrario, le hacia sentir bien. Solo creía que esa advertencia habría sido de ayuda.

-Hoy es un día especial, lo sentirás diferente. Ya verás, te la vas a pasar bien- dijo Bertholdt con una sonrisa.

El más alto era alguien muy entusiasta con los cumpleaños de todos, no sólo con el propio.
Se emocionaba días, sino es que meses antes de que el cumpleaños de un amigo se acercara. Pasaba con Annie, con Marcel, con sus anteriores compañeros en la unidad de guerreros, y temía que sucediera lo mismo con los nuevos chicos que comenzaban a conocer. Le dolía tener que aceptar que así sería.
Sabía entonces que no era un trato especial o único para él, y eso en ocasiones le provocaba una punzada en el pecho. Así era la naturaleza de Bertholdt, aquello no minimizaba sus acciones, seguía siendo algo muy apreciable. No existía motivo para molestarse.

"¿Por qué te punzaba el pecho, Reiner? ¿Tan complicado es decir que te punzaba el corazón?"

Quería ir y golpear a ese engendro de quince años y pedirle que dejara de pensar tanto, que se limitará a disfrutar las atenciones que su amigo le daba. En la actualidad, no le importaría compartir el aprecio de Bertholdt con el resto de todo el mundo, si eso significaba que lo tendría de vuelta.

Paso la mano por su cabello, despeinandolo más, con furia y sin detenerse. Se incorporó en la cama, sin abrir los ojos todavía, le aterraba pensar en lo que se encontraría frente a él si lo hacía.

-Apresurate a vestir. Estoy seguro de que Annie espera para felicitarte.

No. Reiner estaba seguro de que no era así. Lo felicitaria en cuanto lo viera, pero no lo estaba esperando desde que se despertó; igual era probable que ni siquiera lo recordará sino fuera por las constantes menciones de Bertholdt con anterioridad.
No. Annie no conocería su cumpleaños de no ser por Bertholdt.

-Sí, ya voy- le contestó.

Se levantó dispuesto a mojarse el rostro con agua fresca cuando las palmas del contrario se extendieron hacia él. Una pequeña caja, del tamaño de medio pedazo de pan, descansaba sobre sus manos, con un feo cordón marrón que se enredaba al rededor y se unía en un moño flojo encima.

Miro el regalo y luego alzó la vista a Berth, que encogido de hombros buscaba ignorarle.

-Umm, ¿qué es?- preguntó arqueando una ceja. Pues un regalo, tarado.

-Pues... ahora que no podremos comprar algunos caramelos por la ocasión, me pareció una buena opción darte algún detalle que sustituyera la falta de dulces- respondió. Había dejado la caja en una sola de sus manos y con la otra se rascaba la mejilla. -Y si quieres saber el contenido tal vez tendrías que abrirlo.

Tomó la caja sin cuidado, desenvolvió el cordón que aprisionaba la tapa y la aventó a su cama para observar lo que había en el interior. Un carreta de juguete, de madera y mal pintada de un color azul cielo que se acercaba más a un gris pálido. Si ese fuera un regalo para un niño, debía ser muy deprimente, la carretilla cargaba consigo una pesada aura de tristeza, como si te invitara a llorar mientras jugabas con ella en el piso, adelante y atrás, dejándote acurrrucar por el ligero chirrido que hacían las rueditas al girar (cosa que el rubio acababa de comprobar moviéndolas con su dedo).

Resopló sin dejar de mover las ruedas.

Bertholdt y su manía por comprarle dulces. Las primeras veces no lo había notado, pero la tercera no la dejo pasar. Se dio cuenta de que a finales de Julio siempre se apresuraba a terminar con su entrenamiento con la esperanza de que un día lo dejaran irse temprano, y cuando así sucedía, salía corriendo sin dar explicación. Le comparaba una bolsa de bolitas de caramelo macizo de diferentes sabores.

Para su décimo primer cumpleaños, Bertholdt ya se había dado cuenta de que él se había dado cuenta de su no mencionada tradición, ofreciéndole mejor, llevarlo el día de su cumpleaños a que escogiera personalmente los dulces que quería.

Terminaron pronto sus deberes y fueron a los puestecitos que había en las calles a comprar. Observaban lo que les ofrecían y lo analizaban antes de tomarlos.

Reiner le insistió bastante en que comprara algo para si mismo aprovechando que ya estaban ahí, y aunque se resistió argumentando que lo haría cuando fuese su cumpleaños, terminó cediendo, porque vamos, ambos sabían que de verdad queria. Compro así unas chocomentas que se guardo en el bolsillo a penas se las entregaron.

Él, por su parte, tardó más escogiendo, preguntando los precios cautelosamente mientras señalaba los dulces. No quería aprovecharse del gesto, los caramelos de vainilla costaban un poco más que los de naranja, y a pesar de que sabían algo agrios al bajar por su garganta, eran buenos, le ahorraban unas monedas a Berth, y por eso se las llevo.

Cuando el señor le tendió la bolsa, Bertholdt le tomó la mano dándole un aparentón que no se rompió al instante, dejándole estupefacto en ese lapso, admirando la unión que formaban sus dedos con un sentimiento extraño que inundó su cuerpo. Se separó de él para pagar por los dulces y eso fue todo.

Bertholdt siempre fue un gran chico.

Y le calaba, le calaba en lo más profundo de su ser referirse a él en pasado. Bertholdt fue un gran chico. Bertholdt era generoso. Bertholdt se preocupaba por otros. Bertholdt quería a las personas. Bertholdt se encariñaba con facilidad. Bertholdt se alegraba por las personas que apreciaba. Bertholdt. Bertholdt. Bertholdt. Bertholdt fue.

En definitiva no iba a abrir los ojos para comprobar la realidad de las cosas que pensaba.

Pasó demasiado tiempo observando el juguete.

-Es algo tonto, lo sé. No se me ocurrió que otra cosa podía comprar para que conservarás. En cuanto lo vi, creí que sería algo agradable, pera tenerlo. Conservarlo, nada más- dijo Hoover con evidente susto en su voz. ¿Había observado el juguete con tan mala cara? Que mal amigo era.

-No, no, esta bien. Gracias de nuevo. Es un buen detalle. Será un recuerdo de este viaje- respondió con una sonrisa que resultó más similar a una mueca indescifrable.

Eso no importó, Bertholdt lo conocía, sabía que a su manera le había gustado el presente.

-Espera- dijo, notando cómo se ponía tenso de nuevo. -¿Cómo lo has conseguido?.

-Ehh...

"Mierda, eso sonó grosero"

-Tranquilo, no lo digo por algo malo. Es solo que en casa tenias dinero para los caramelos, pero aquí. Ya sabes- agregó Reiner para aligerar lo descortés que sonó antes.

Un breve silencio antes de la respuesta.

-¡No lo he robado!-se defendió. -Marco me ha prestado un poco de dinero. Su madre le envía algo cada mes y le pregunté si podía darme un poco para devolvérselo después, me lo dio y dijo que no veía ningún problema.

¡¿Cómo iba a conseguir dinero para devolverle el préstamo después!?. No movió un solo músculo del rostro, ni mucho menos hizo un comentario al respecto. Asintió con la cabeza satisfecho con la respuesta.

-Gracias. Me gusta mucho. Lo cuidare- respondió volteando a la cama para tomar la tapa y acomodar la caja entre sus cosas.

No había cuidado una mierda. El día en que se le ocurrió largarse de Paradise sin un plan previo, dejaron todas sus cosas. ¿Dónde estaría el juguete ahora?. Tirado a la basura por los chicos de la 104, quizá. Pisoteado, escupido y maldecido, por quienes solo los vieron ya como unos pobres traidores.

-Y Bertholdt- dijo mirándole. -No te creo capaz de robarte un limón en el mercado.

Empezó a reir estruendosamente. ¿Por qué? No sabía. No había dicho algo gracioso.
Los pocos minutos que llevaba el día lo hacían feliz, muy feliz. Y así era desde que el otro muchacho llego a su vida.

¿Qué más le esperaba en su cumpleaños? Solo cosas buenas si Bertholdt estaba ahí.

-Gracias, amigo. Es el mejor cumpleaños de todos- le dijo Reiner dandole un codazo en el brazo antes de salir por fin a remojarse el rostro.

Se lo dijo desde la primera felicitación que le dio, hasta la última en su décimo séptimo cumpleaños.

-¡Feliz cumpleaños, Reiner!- gritó cuando ya salía del cuarto.

No se giró para mirarlo, pero supo que rio a medio grito.

-¡¿Qué?! ¡¿Es el cumpleaños de Reiner!?- gritó Connie desde otro lado.

Abrió los ojos y las lágrimas salieron sin esperar más. Empezaba a temblar y apretaba la mandíbula para no sollozar.
Todo se había detenido en su décimo séptimo cumpleaños. Después, ya no hubo quien cantará antes de despertar, ni regalos, ni abrazos, ni cálidas palabras que alegrarán su día, un solo día al año en el que se permitía olvidar lo horrible y podrido que era el mundo en el que vivia. Transformado ahora en el día en el que más recordaba la basura que era y la verdad que lo atormentaba.

Ese día todos sus compañeros se enteraron que cumplía un año más de vida, en las comidas y ratos libres que tuvieron no pararon de bromear y de atiborrarlo con muchas charlas que no sabía mantener. Era feliz. Extremadamente feliz. Nadie se acercaba al entusiasmo que Hoover poseia, por supuesto, pero todos se mostraron interesados en él y en hacerle pasar un buen rato.

En la cena, antes de irse a dormir, Connie hizo callar a todos, Sasha tomó una cuchara, se aclaró la garganta y comenzó a cantar.

-Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti...

Ambos fingían una voz de ópera que daba risa por lo penosa que resultó, mas que por el intento de hacerse los chistosos. Pronto el resto se les unió, y sin darse cuenta ya cantaban al unísono.

-Feliz cumpleaños a ti...

Bertholdt que estaba a su lado, pasó el brazo encima de sus hombros y con la sonrisa más bonita que jamás vio en su vida termino de cantar.

-Feliz cumpleaños, querido Reiner...

Grito con desesperación. El dolor azotó su cuerpo con fuerza descomunal. Se merecía eso, eso y más. Porque toda su vida actuó como un completo imbécil.

Miro a su alrededor. A nadie le interesaba su cumpleaños ahora. El único ser humano que lo hacía feliz ya no existía. Estaba solo.

-...Feliz cumpleaños a ti.

Aquí, Vino de Durazno.

Tuve sentimientos encontrados en cuanto vi la temática para este oneshot, porqué no sabía si hacer un cumpleaños repleto de amor y felicidad, o si hacer algo amargo con mucho dolor... No me decidí e hice ambos, jaja.

Espero que les haya gustado.

Fun fact: Quería que Bertholdt robara la carreta de juguete, pero no lo imaginaba haciéndolo. ¡Es que es un bebé todo tierno!

Cualquier corrección es más que bienvenida.

Muchas gracias por leer. <3

Oh, y feliz cumpleaños atrasado a Reiner. Ojala me perdone por hacerlo sufrir. >:'c

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