Capítulo tres
Sloane se dejó caer al suelo. La gran pérdida de sangre la había debilitado, apenas pudo llegar a la entrada de los túneles. Una vez más, miró su mano completamente ensangrentada.
—¡Kile! —gritó con todas sus fuerzas. —¡Kile!
Segundos después oyó unos pasos apresurados.
—¡Sloane! —Kile salió de los túneles con prisa. —¿Qué rayos te sucedió?
El muchacho se arrodilló junto a ella y la ayudó a ponerse de pie. La miraba con preocupación y examinaba su herida con atención, dándose cuenta que perdía mucha sangre.
—Una pantera...
El rubio frunció el entrecejo ante las palabras de Sloane. Él sabía que ella no era tan descuidada como para dejar que un animal tan peligroso se le acercara, ella habría huido o se hubiera escondido. Entonces se permitió adivinar lo que había sucedido, lo que la había impulsado a enfrentar a una pantera.
—Esto es por Skaikru, ¿verdad? —Sloane no respondió. —Te dije que son peligrosos, ellos te...
Sloane levantó la cabeza, dándole una mirada fría. Kile, entonces, deseó no haber dicho aquellas palabras. La molestia era visible en los ojos de la azabache y que el rubio fuera de su estima no significaba que podía hablarle de aquella forma.
—Esto no tuvo nada que ver con Skaikru —pronunció cada palabra con una dureza estremecedora. —Tú, mejor que nadie, sabes que no me dejaría influenciar... por nadie.
Kile supo que no lo decía solo por Skaikru, sino que también por él. Sloane había notado que él trataba de convencerla de ir en contra de Skaikru, pero ella no se dejaría manipular. Ni siquiera comprendía por qué Kile veía a aquellos adolescentes como una amenaza.
—Iré por ayuda —Kile trató de entrar a los túneles nuevamente, pero Sloane lo detuvo.
—No, ellos no pueden verme así —soltó un quejido. —Solo trae algunas algas. Puedo curar la herida.
El muchacho asintió y entró a los túneles, siguiendo las órdenes de su reina. Decidió no volver a mencionar a Skaikru, al menos no por el momento.
Mientras tanto, Sloane se sentó en el suelo y tomó unas rocas para golpearlas entre sí e intentar hacer fuego. Una vez que lo consiguió, desenvainó su espada y con su remera comenzó a limpiar la sangre de ella. La necesitaba limpia para poder usarla en la herida. En ese momento Kile apareció frente a ella, regresando con unas algas rojas entre sus manos.
—Aquí están —arrojó las algas frente a Sloane, seguía algo molesto. —Estaré con los demás.
El muchacho comenzó a caminar de regreso a los túneles, pero Sloane lo detuvo. La terrestre lo miró seriamente.
—Kile, sé lo que hago y sabré cuando sea el momento de detenerme. No vuelvas a cuestionarme —soltó, advirtiendo al muchacho. Kile volteó a verla, tensando la mandíbula. —No olvides quién está a cargo y por qué.
—Sloane...
La nombrada levantó la mano, haciendo que Kile calle. Este último, resignado, continuó su camino. Le echó una última mirada y se adentró a los túneles.
Sloane no entendía por qué Kile estaba en contra de Skaikru. Si bien ella no estaba segura de las verdaderas intenciones del nuevo clan, había decidido darles una oportunidad. Gonkru no era como Trikru, no atacaría. Ellos buscaban vivir en paz. Solo tenían que observarlos para averiguar qué querían realmente, aunque ahora Skaikru sabía de Sloane. La habían visto.
Una fuerte punzada en su abdomen la alejó de sus pensamientos y la trajo de vuelta a la realidad. Tenía que apresurarse a curar la herida antes de que perdiera más sangre.
Cuando terminó de limpiar su espada la acercó hacia el fuego para calentar la punta. En Trikru le habían enseñado cómo curar todo tipo de heridas y en Gonkru había perfeccionado esas habilidades. Sabía perfectamente qué hacer y qué usar. Una vez que la punta de la espada enrojeció Sloane supo que ya estaba lista para ser usada. Tomó una gran bocanada de aire, sabiendo lo difícil que sería lo que venía a continuación.
Sin perder más tiempo, hundió la punta caliente de la espada en la herida. Su respiración se volvió irregular, al igual que sus latidos, pero no se permitió gritar. Aguantó el dolor. Contó hasta cinco antes de alejar la espada de su abdomen. Suspiró y miró la herida. En cualquier momento dejaría de sangrar, pero eso no era suficiente.
Procedió a moler las algas rojas con el mango de la espada, las cuales Kile había traído. Una vez que el brebaje rojizo estuvo listo, lo esparció por toda la herida y esperó a que hiciera efecto.
Con las algas podría sanar, solo tenía que descansar.
Sloane levantó la remera, dejando al descubierto su abdomen herido, e hizo una mueca producida por el dolor.
—Maldita pantera —susurró, aún sabiendo que su descuido había sido el culpable.
Habían pasado tres días desde que fue atacada por el animal. La herida recién comenzó a cerrarse, sin embargo había usado todas las algas que tenían, así que no tuvo otra opción más que salir a buscar más. Además no había salido de los túneles durante todo ese tiempo y aprovechó la situación para tomar un poco de aire fresco.
Caminó, adentrándose al río, para buscar las algas que crecían en medio de este. Una vez que las consiguió, regresó a la orilla para dejarlas en el suelo. A continuación comenzó a limpiar la herida con el agua. Ardía un poco, pero era mejor que morir por una infección. No sería una buena forma de morir.
En ese instante oyó unas voces lejanas.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y su rostro palideció cuando supo que solo se podía tratar de Skaikru.
Rápidamente se escondió detrás de unos espesos arbustos para evitar ser vista, acción que comenzaba a hacerse costumbre.
En ese momento Clarke, Finn y Wells aparecieron en las orillas del río. No los había visto desde el encuentro con la pantera. Había estado en los túneles, con su gente, tratando de no moverse tanto para apresurar la cicatrización de la herida. No había tenido la oportunidad de observarlos nuevamente y tampoco se había arriesgado a mandar a uno de sus hombres, así que no tenía conocimiento de lo que sucedía en el campamento.
—Ahora, ¿cómo se ven esas algas? —preguntó Clarke.
Wells recorrió el río con su mirada, poniendo atención a cada detalle y finalmente señaló las algas rojizas. Eran las mismas que Sloane había tomado anteriormente.
—Así —respondió, luego miró a Finn y a Clarke. —Esa cosa que atacó a Octavia, ¿qué tan grande era?
—Enorme —respondió Finn, desabrochado la mochila que había traído. —Podemos hacer una red, buscar algo que la hunda en el agua.
Sloane observó que Clarke no hizo caso a las palabras de Finn y se adentró en el río.
—O podríamos hacer eso —agregó Finn.
En cuestión de segundos, Clarke tomó las algas en sus manos y las arrastró hasta la orilla. Se encogió de hombros, como si no tuviera caso, mientras miraba a sus acompañantes.
Repentinamente una bandada de cuervos apareció de entre las copas de los árboles. Inmediatamente captaron la atención de los adolescentes y de la terrestre. Los cuervos graznaban y agitaban sus alas con fuerza, notablemente asustado. Casi de inmediato una niebla amarillenta se abría paso detrás de ellos.
—Oh, no —susurró Sloane, sabiendo lo que era.
Al instante un cuerno resonó por todo el bosque. Era Trikru, advirtiendo a los suyos.
—Terrestres —confirmó Clarke.
Wells asintió.
—Parece un grito de guerra.
—O advertencia —agregó Finn, colocándose la mochila con prisa.
El estruendo de unos truenos siguieron a sus palabras, causando escalofríos en la terrestres. Todos observaron que ahora un remolino de niebla se acercaba directamente hacia ellos.
—¿Qué diablos es eso? —cuestionó Finn, sorprendido ante lo que sus ojos habían visto.
Ninguno de los adolescentes había visto algo igual, pero Sloane sí. Sabía perfectamente lo que esa niebla producía, después de todo le había quitado la vida a muchos de sus hombres. Sloane supo que debía correr para salvar su vida, pero no pudo hacerlo hasta que los adolescentes lo hicieron.
—¡Corran! —ordenó Clarke.
Aunque los adolescentes no sabían qué era aquella niebla sentían la necesidad de huir. Su aspecto era extraño y lo desconocido siempre es tomado como algo malo. En este caso no se equivocaron.
Todos huyeron de la niebla ácida. Los tres adolescentes juntos, uno al lado del otro, corrieron hacia el campamento. Sloane, por otro lado, corría entre los árboles con dirección a los túneles, aunque no se olvidaba de mantenerse oculta.
No supo en qué momento sucedió, pero Sloane perdió de vista a los adolescentes. Ni siquiera sabía qué camino habían tomado o si estarían a salvo, sin embargo ella no se detuvo en ningún momento. Si se detenía moría, literalmente.
Corrió lo más rápido que sus piernas le permitían, esquivando árboles y ramas con facilidad y agilidad. Después de calmarse y mirar a su alrededor supo perfectamente en dónde estaba, sin embargo la niebla la estaba alcanzando. Soltó una maldición y apuró el paso cuando sintió un extraño olor proveniente de la niebla.
En ese momento oyó el ruido de unas hojas que eran pisadas, acompañado de unos fuertes y desesperados gritos.
—¡Vamos! ¡Hay cuevas por aquí! —gritó alguien. Y ese alguien era Bellamy. Sloane había podido reconocer su voz.
La terrestre sabía que Bellamy tenía razón, después de todo su plan también era meterse en una cueva y esperar a que la niebla pasara. No alcanzaría a llegar a los túneles y si ese fuera el caso no era probable que lograra adentrarse a estos ya que debían estar bloqueados para protección del resto del clan.
Entonces Sloane logró visualizar a dos personas corriendo delante de ella, por lo que aceleró el paso para saber de quiénes se trataba. Cuando estuvo lo suficientemente cerca vio que se trataba de Bellamy y de una niña que reconoció como Charlotte, la cual había visto un par de veces en el campamento.
Observó que Bellamy ayudó a la niña a subir por una pequeña colina, empujándola desde abajo. Cuando logró subir por completo la niña continuó corriendo sin percatarse de que Bellamy no podía trepar la colina sin ayuda. El azabache luchaba por subir, sin embargo no podía. Sus pies resbalaban con la tierra desprendida y volvía a caer.
Sloane dudó en ayudarlo. La niebla estaba muy cerca y si perdía tiempo en Bellamy, probablemente la alcanzaría y moriría.
—¡Maldición! —soltó con frustración.
Dejarlo allí se sentía como un error, sobre todo cuando había pasado toda su vida ayudando a los demás. Estaba segura de que si lo dejaba allí se arrepentiría.
Rápidamente se acercó y le tendió la mano a Bellamy desde lo más alto de la colina. Este la miró fijamente, reconociéndola como la terrestre que los salvó de la pantera. Sloane le sostuvo la mirada de forma suave. Debido a la estupefacción de tener a una terrestre en frente, Bellamy no atinó a tomar su mano. Solo podía mirarla con los ojos llenos de sorpresa.
—Toma mi mano, a menos que quieras morir —comentó con rapidez, viendo que la niebla se acercaba cada vez más.
Entonces Bellamy reaccionó y tomó su mano, olvidándose que estaba frente a una terrestre. Sloane tiró con fuerza y momentos después ambos estaban sobre la pequeña colina con la mitad del cuerpo recostado sobre el suelo.
En cuanto recuperaron la postura Bellamy continuó mirándola fijamente, un tanto sorprendido por haber sido salvado por Sloane. Nunca imaginó que algunos terrestres no tenían malas intenciones.
—¿Qué...?
—Yo también quisiera hablar contigo, pero debemos irnos -interrumpió, apresurada.
Sin importarle lo que Bellamy dijera, tomó su mano para guiarlo hacia una cueva cercana. Allí podrían refugiarse de la niebla ácida y con un poco de suerte no saldrían heridos.
Habían dado unos cuantos pasos cuando distinguieron a una niña que corría despavorida entre los árboles. Sus trenzas rubias se movían con fiereza detrás de sus orejas. Era fácil reconocerla.
—¡Charlotte! —gritó Bellamy, soltando la mano de Sloane para correr hacía la recién nombrada.
En ese momento Sloane logró ver la cueva y una pequeña esperanza creció en su pecho.
—¡Rápido! —ordenó en un grito. —A la cueva, ¡ahora!
Bellamy y Charlotte, guiados por el miedo a morir, obedecieron a Sloane y se adentraron a la cueva. Los tres corrieron hasta el final de esta para estar más seguros.
Una vez que estuvieron a salvo de la niebla ácida, Sloane se dejó caer al suelo. Llevó su mano a la herida y un líquido caliente la impregnó, haciendo que la terrestre maldiciera en voz baja. Los movimientos bruscos habían hecho que la herida se volviera a abrir.
Por otro lado, Bellamy y Charlotte observaban a Sloane desde el otro extremo de la cueva. Ninguno de los dos podía creer que habían quedado atrapados en una cueva junto a una terrestre. No se sentían a salvo, después de todo los terrestres querían matarlos. Pero, claro, Sloane era diferente a cualquier terrestre.
—¿Por qué nos salvaste? —cuestionó Bellamy, receloso.
Sloane se removió en el suelo y clavó sus ojos celestes en ellos. Esto hizo que Charlotte se asustara, por lo que se escondió detrás del cuerpo de Bellamy. Temía estar cerca de una terrestre, pensaba que esta podría atacarlos en cualquier momento.
—¿Qué? —dijo Sloane, confundida por la pregunta del azabache.
—¿Por qué nos salvaste? —repitió, esta vez en un tono más duro. —¿Qué es lo que quieres?
Sloane lo miró desde el suelo. Su postura era tensa y apretaba sus puños con fuerza. Ella sabía que era normal su desconfianza, pero esperaba que no estuviera tan a la defensiva.
—La niebla ácida estaba por alcanzarte —recalcó Sloane, tomando una bocanada de aire. —Ibas a morir.
Sloane podía ser una guerrera, una asesina, pero no dejaría que ningún inocente muriera. Las personas que ella asesinaba eran escoria, no asesinaba solo porque sí. Su moral se basaba en proteger a los inocentes.
—¿Por qué? —repitió.
Con dificultad, Sloane se apoyó en una de las paredes de la cueva. Hizo una mueca de dolor, mirando su herida. Soltó una larga exhalación.
—No entiendo... —dijo en un tenue susurro, comenzaba a sentirse débil. —No entiendo a qué te refieres.
—Ustedes quieren matarnos.
Sloane no pasó por alto el tono de desagrado que Bellamy había utilizado al hablar.
—Entiendo que desconfíes —susurró, apenas consciente. —Pero yo no quiero dañarlos.
Bellamy frunció el ceño ante sus palabras. La miró desde su posición y algo en su interior se removió. Sloane lucía débil, cansada y pálida. Bellamy no pudo evitar notar la gran herida en su abdomen, sin embargo decidió ignorarla. No se permitía sentir algo como la misericordia, pensaba que ella era una de los que habían atacado a Jasper.
—¿Y cómo sé que no mientes?
Sloane sonrió levemente, cerrando sus ojos con confianza.
—Porque no te hubiera salvado... dos veces.
Y Bellamy supo que tenía un buen punto
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