xxii. Bella durmiente



CAPÍTULO VEINTIDOS;
BELLA DURMIENTE





Fue un alivio llegar a King's Cross. Era un día muy lluvioso en Londres, por lo que al atravesar la transitada calle, se calaron completamente llevando los baúles.

Eleanor ya estaba acostumbrada a entrar en el andén nueve y tres cuartos. No había más que caminar recto a través de la barrera, aparentemente sólida, que separaba los andenes nueve y diez. La única dificultad radicaba en hacerlo con disimulo, para no atraer la atención de los muggles. Aquel día lo hicieron por grupos: primero Eleanor y Harry, que llamaban más la atención por traer a Hedwig en la jaula. Caminaron como quien no quiere la cosa hacia la barrera, hablando entre ellos despreocupadamente, y la atravesaron... y, al hacerlo, el andén nueve y tres cuartos se materializó allí mismo.

El expreso de Hogwarts, una reluciente máquina de vapor de color escarlata, ya estaba allí, y de él salían nubes de vapor que convertían en oscuros fantasmas a los numerosos alumnos de Hogwarts y sus padres, reunidos en el andén. Se reencontraron con la familia Weasley y Hermione Granger; la amiga de Harry.

Los chicos entraron a coger sitio mientras Eleanor se acercaba a sus dos amigos: Bill y Charlie. La señora Weasley le hacía plática a Sirius quien aún esperaba a sus mellizos.

—¿No se le ha salido nada, verdad? —les preguntó Eleanor a los dos hermanos, aunque perfectamente, sabía que se dirigía, en especial, a su mejor amigo Charlie, a quien conocía muy bien.

—Me ofende que pienses eso de mí, Elle. —dijo Charlie, haciéndose el indignado.

Eleanor se burló.

—Me sorprendería que no lo dijeras. —dijo Eleanor, fingiendo mirarse las uñas como si fuera lo más interesante—. Eres tan chismoso.

—¡Eso no es cierto! —se quejó el pelirrojo—. Bill dile que es mentira.

El hermano mayor rió.

—Ella tiene razón. —dijo Bill, tranquilamente—. Lo eres, Charlie.

El dragonalista abrió la boca dispuesto a replicar pero la llegada de los chicos para despedirse, lo interrumpió.

—Quizá nos veamos antes de lo que piensas. —le dijo Charlie a Ginny, sonriendo, al abrazarla.

—¿Por qué? –le preguntó Fred, muy interesado.

Eleanor le dió un codazo nada discreto a su mejor amigo que se quejó en voz baja.

Te lo dije. —murmuró Eleanor, rodando los ojos.

—¡Pero no he dicho nada! —chilló Charlie, sobándose en el lugar donde estaba la recién herida—. Ya lo verás. —le respondió a su hermano ignorando las risitas que emitían por el golpe de la azabache—. Pero no le digas a Percy que he dicho nada, porque, al fin y al cabo, es «información reservada, hasta que el ministro juzgue conveniente levantar el secreto».

—Si, ya me gustaría volver a Hogwarts este año. —dijo Bill, con las manos en los bolsillos, mirando el tren con nostalgia.

—¿Por qué? —preguntó George, intrigado.

—Porque van a tener un curso muy interesante. —explicó Bill, parpadeando—. Quizá podría hacer algo de tiempo para ir y echar un vistazo a...

—¿A qué? —preguntó Fred, desesperado por respuestas.

La mirada de Eleanor encontró a la de Bill que la veía como si quisiera agregar algo más pero el silbido del tren los hizo volver su mirada a los chicos.

Eleanor aprovechó el momento en que la señora los empujaba al resto para jalar a su sobrino y enfrentarlo.

—Quiero que me digas todo. Si te vuelve a doler la cicatriz no dudes en decirme. —le pidió Eleanor a su sobrino. Estaba muy exhausta por la falta de sueño pero no iba a dejar que Harry se fuera sin antes despedirse de él, como cada año—. Y cualquier cosa que necesites no dudes en preguntar. ¿Sí, cariño?

Harry tenía las mejillas encendidas y miraba a su alrededor para verificar que nadie de sus amigos los estuviera viendo.

—Sí, Ellie. —respondió Harry.

—¡Bien! —sonrió la azabache—. Te quiero mucho. Y por favor, cuídate. Prometo hacer algo para vernos pronto...

—¿No nos veremos en Navidad...?

El tren volvió a silbar y ella suspiró. No tenía tiempo de explicarle y tampoco podía decirle lo que le esperaba en su regreso al castillo.

—Ya tienes que irte. —dijo Eleanor, abrazándolo rápidamente tratando de alejar el pequeño disgusto de separarse de él—. Y escríbeme. Por favor.

—¡Lo haré! —gritó cuando se subió al tren.

El tren pitó muy fuerte y comenzó a moverse, los gemelos seguían gritándole a sus hermanos por una explicación pero ellos solo se despedían con la mano.




El hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas, era un hospital mágico para personas heridas o enfermas tanto física como mentalmente. Se encontraba oculto en unos almacenes viejos llamados Purge y Dowse S.A. El lugar tenía un aspecto destartalado y miserable; Los aparadores consistían en unos pocos maniquíes astillados con sus pelucas torcidas, parados desordenadamente y modelando ropas de al menos 10 años de antiguedad. Había grandes letreros en las polvorientas puertas donde se leía: «Cerrado por remodelación» para la vista de los muggles.

Frente suyo había un ventanal donde se podía ver un feo maniquí femenino. Sus pestañas postizas colgaban y modelaba un vestido verde de nylon con delantal.

Eleanor se acercó al ventanal, mirando al feo maniquí, su respiración empañando el vidrio.

—Hola. —dijo Eleanor—. Estoy aquí para ver a Artemis Black.

La joven pensó lo absurdo que era hablarle a un maniquí y al mismo tiempo escuchar el ruido del tráfico detrás de ella y todo el barullo de una calle repleta de compradores.

Un segundo después, el maniquí asintió levemente con la cabeza y hacía señas con su dedo.

Eleanor avanzó a través de lo que se sentía como una cortina de agua helada, emergiendo tibia y seca del otro lado.

Ya no había señales del feo maniquí o de donde había estado. Frente a ella estaba una sala de recepción muy concurrida donde filas de brujas y magos estaban sentados sobre raquíticas sillas de madera, algunos luciendo perfectamente normales y leyendo con atención viejos número del Seminario La Bruja, otros luciendo espantosas desfiguraciones como piernas de elefantes o manos extras saliendo de sus pechos. El cuarto era apenas más silencioso que la calle de afuera, pues muchos de los pacientes estaban haciendo ruidos muy peculiares: Una bruja de rostro sudoroso sentada en el centro de la fila delantera, quien se abanicaba vigorosamente con una copia de El Profeta, dejaba salir de su boca un silbido agudo como una campana cada vez que se movía y con cada sonido metálico, su cabeza vibraba horriblemente así que tenía que asirse a si mismo por las orejas para mantenerse estable.

Brujas y magos con túnicas verde-lima recorrían las filas, haciendo preguntas y tomando notas en sujetapapeles. El emblemado bordado en sus pechos eran una varita mágica y un hueso cruzados.

Eleanor tragó saliva antes de comenzar su camino hasta la línes de espera frente de una rechoncha bruja rubia sentada en un escritorio con un cartel de "Información". La pared tras ella estaba cubierta de avisos y carteles que decían: «UN CALDERO LIMPIO EVITA QUE LAS POCIONES SE CONVIERTAN EN VENENOS Y LOS ANTÍDOTOS SON ANTI-NO HASTA QUE HAYAN SIDO APROBADOS POR UN CURANDERO CALIFICADO.» Había también un gran retrato de una bruja con los largos rizos plateados y el rótulo:

Dilys Derwent
Curandera de San Mungo 1722-1741
Directora de Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería
1741-1768

Dilys miraba a Eleanor atentamente, como si estuviera inspeccionándola, después le guiño un ojo, caminó hacia un lado del retrato y desapareció.

Mientras tanto, al frente de la fila estaba una mujer de cabellera rubia con un increible acné en todo el rostro y el cuerpo, sus brazos parecían a punto de hacer erupción. Tras intercambiar unas palabras con la recepcionista, se fue, dejando a Eleanor ser la siguiente.

ACCIDENTES DE ARTEFACTOS — Planta Baja. Explosión de calderos, retroceso de varita mágica, choques en escobas, etc.
HERIDAS CAUSADAS POR CRIATURAS — Primer Piso. Mordeduras, picaduras, quemaduras, espinas incrustadas, etc.
BICHOS MÁGICOS — Segundo Piso. Enfermedades contagiosas: Viruela de dragón, enfermedad de desaparición, scronfungulus, etc.
POCIONES Y PLANTAS VENENOSAS — Tercer Piso. Erupciones, regurgitación, risa incontrolable, etc.
DAÑOS PROVOCADOS POR HECHIZOS — Cuarto Piso. Encantamientos, maleficios, encantamientos aplicados incorrectamente, etc.
CAFETERIA DE VISITANTES/TIENDA DE HOSPITAL — Quinto Piso.

SI USTED NO SABE A DONDE IR, ES INCAPAZ DE HABLAR NORMALMENTE O DE RECORDAR POR QUÉ ESTÁ AQUÍ, NUESTRO HECHICERO DE RECEPCIÓN LO AYUDARÁ GUSTOSAMENTE.

—¡Siguiente! —gritó la bruja.

Eleanor avanzó hasta el escritorio.

—Hola —saludó Eleanor—. Vengo a ver a la señora Artemis Black, ¿podría decirme cual es su habitación?

—¿Artemis Black? —murmuró la bruja, pasando su dedo a lo largo de la amplia lista delante de ella—. Si, cuarto piso, segunda puerta a la derecha. Sala Janus Thickey.

—Gracias. —murmuró Eleanor, más nerviosa.

Mientras se encaminaba por el largo corredor hasta las escaleras, Eleanor se planteaba en lo que estaba por hacer, si bien quería acompañar a Sirius, ella sabía bien que no era ese el motivo por el que estaba allí.

A Eleanor nunca le gustaron del todo los hospitales. Si podía evitarlos, lo hacía. Incluso recordaba cuando era más pequeña, tenía cerca de siete años y había encontrado la escoba de su hermano. Todo termino mal, por supuesto. Eleanor había resbalado de la escoba, varios metros del piso, lo suficiente para lograr que se fracturara el pie, cuando todo su peso cayó encima de él. Luego de aquella horrible caída, se mantuvo callada por horas con tal de no terminar en el hospital o aún peor, ser regañada por James Charlus Potter. Aunque no le sirvió de mucho, su hermano se había dado cuenta y gracias a ello había acabado en el hospital.

Desde entonces juro nunca más volver a subirse a una escoba o practicar cualquier deporte que incluyera un destino fatal... Cosa que no pudo cumplir al entrar a Hogwarts. La genética Potter le impidió no convertirse en una cazadora más del equipo de Gryffindor.

Caminó a lo largo del corredor, atrevesando unas puertas doble y encontró una desvencijada escalera alineada con más retratos de curanderos con aspecto brutal. Mientras ascendía, los sanadores le llamaban, diagnosticando posibles y extrañas enfermedades, una que le molestó fue cuando una vieja sanadora le sugirió la posibilidad de que tuviera anemia por el color amarillento que poseía.

Eleanor tuvo que controlarse para no regresar y quemar el su retrato.

Cuando se apuraba por el pasillo, se detuvo abruptamente mirando fijamente el pequeño conjunto de ventanas sobre las puertas dobles, que marcaban el inicio del corredor señalado con el cartel: «DAÑOS POR ENCANTAMIENTOS».

Tomo una profunda bocanada de aire para darse valor y avanzar a traves del pasillo hasta la sala que le indicó la bruja recepcionista.

Eleanor llevaba un pequeño ramo de orquídeas (había escuchado decir a Sirius que eran las favoritas de su esposa).

Al girar la perilla, se encontró con extraños monitores que emitían sonidos y algunos flotaban con magia. Entró a la habitación sintiéndose invasora, no había ningún sanador alrededor y eso le facilitó la entrada. A  tan sólo unos metros frente a ella estaba una cama adornada con sábanas azules donde se encontraba una mujer recostada.

Era Artemis Black.

La esposa de Sirius era una mujer sumamente hermosa, compartía mucho parecido a su mellizo Ares Crouch. Tenía su tez blanca y el cabello negro que con los años, se había opacado. Sus rasgos eran maduros pero seguía siendo una mujer de casi treinta y cuatro años. Ella no recordaba conocerla así. Siempre sonreía al igual que su hija, Cassiopeia, y parecía mantener la esperanza viva a pesar de la difícil vida que le tocó.

Verla de esa manera, le recordaba mucho a la vieja película muggle que veía de pequeña: «La bella durmiente». Al igual que la princesa, una maldición fue la que provocó su estado.

No lo merece. Las palabras de Sirius, se repetían en sus pensamientos como si él las estuviera susurrando ahí mismo. Artemis no lo merece.

Por más que lo intentaba no conseguía imaginar el dolor de sus hijos. Los mellizos Black crecieron viéndola allí, dormida en esa cama, con la ilusión de que despertara algún día. Pero, ¿lo haría? No tenían ninguna respuesta a esa incógnita. Comprendió el dolor de Sirius entonces. No era una imagen que alguien quisiera tener, el de ver a su esposa allí, consumiéndose en vida a la espera de que algún día simplemente ya no estuviera más, no volviera a respirar.

Dejó las orquídeas en la esquina de la pequeña mesilla que estaba a lado de la cama donde Artemis se encontraba. Se sentó en el sillón a hacerle compañía. Tomó su mano entre las suyas, su toque era frío y vacío bajo el suyo que era cálido.

No supo cuánto tiempo pasó allí haciéndole compañía hasta que alguien movió su hombro delicadamente.

Eleanor parpadeó. Se había quedado dormida y el dolor en su cuello lo confirmaba. Sabía que el desvelo de la noche anterior le iba a pasar cuenta pero aún así no se arrepintió de haber ido.

—¿Qué haces aquí? —preguntó la voz de Ares Crouch, sonaba confuso y expectante—. Black siempre viene más tarde.

Sirius siempre intentaba ir a San Mungo cuando su cuñado no estaba presente, así evitaba la molestia de verlo y recordar todo el infierno que le hizo pasar al creer que su esposa había muerto por su culpa.

Ella asintió lentamente. Estaba aturdida por la falta de sueño y al mismo tiempo, la incomodidad de la pequeña discusión en la casa de Alastor Moody.

—Ya lo sé. —respondió Eleanor, con voz ronca. Aún estaba adormitada—. No vine a buscarlo, ni nada de eso. Yo sólo... —miró a la mujer que descansaba en la cama y siguió—: Vine a verla. Necesitaba hacerlo.

—No tenías que...

—Sino venía no iba a poder descansar. —lo interrumpió.

Ares Crouch no estaba molesto por el atrevimiento de la joven. Todo lo contrario. Sólo estaba confundido por su presencia, no esperaba que alguien externo a la familia viniera a ver a su melliza. Pero ella siempre lograba sorprenderlo.

—¿Han dicho algo los sanadores? ¿Algún indicio? ¿Algo? —le preguntó Eleanor, sin poder contener su intriga. Quería hacer algo. Lo que fuera para que Artemis despertara. Pero incluso antes de que Ares contestara, ella imaginaba la respuesta. No.

Él negó con los labios apretados.

—No saben que es lo que tiene con exactitud. No es como si tuviera lo mismo que el matrimonio Longbottom. —le explicó Ares—. Alice y Frank recibieron una sesión de maldiciones imperdonables que los dejó marcados hasta el final de sus vidas. Quiero pensar que mi hermana sigue luchando pero es difícil hacerlo después de todos estos años. —Eleanor notó que él sostenía la mano de Artemis como si fuera un cristal—. A lo mejor y todo el daño que hizo mi familia está pasando cuenta en ella. ¿No lo crees?

Ella lo observó. Estaba cansado y se le notaba en los hombros, que la mayoría de las veces mantenía firmeza, ahora estaba caído. Exhausto de algo que ella desconocía hasta ese momento.

—Sólo piénsalo. Mi hermano Barty se dejó cegar por el deseo del poder y le arruinó la vida a más de una familia. ¿Has visto a Alice y Frank Longbottom? Yo no puedo. —confesó Ares, en voz baja. Eran dos Aurores de alto rango y amigos de su hermano James. Y al igual que su hijo, Neville Longbottom, era compañero de su sobrino Harry—. Aunque no lo diga sé que la señor Longbottom, me juzga por las decisiones que tomó mi hermano. Quizá y él no fue el que los maldijo pero estuvo ahí. Fue cómplice. ¿Y cómo acabó eso? En su propia muerte. Luego mi madre... murió del dolor, no podía creer que su pequeño Barty fuera un mortífago —la voz de Ares sonaba asqueada. El tan solo recordarlo parecía darle asco—. Murió al año y ni siquiera fui a su entierro. Mi padre no me lo permitió.

»Bartemius Crouch estaba obsesionado con el poder. Iba a ser el próximo Ministro de Magia. —rió sin ganas. Escasa y sin vida—. Vaya, Ministro que resultaría ser... El padre de un mortífago. Le negó un juicio justo a todos menos a mi hermano Barty, sólo por mi madre que le rogó. —entonces algo pareció molestarle más. Su mirada se ensombreció—. El dolor nos cegó (a mi padre y a mí) y fue nuestra culpa que Black fuera a Azkaban. Queríamos que pagara por lo que le hizo a Artemis aún sin saber sus razones. Sólo queríamos que alguien pagara. Toda mi familia ha sido un desastre, Eleanor. Y la más inocente (Artemis) pagó todo.

»Era la única que se salvaba de nuestro caos. Se suponía que vería a sus hijos crecer y los alejaría de todos los problemas de llevar un apellido como "Crouch". —jadeó en busca de aire. Notó que hablar de su hermana le dolía más que cualquier cosa, igual que ella con James—. Daría todo porque abriera sus ojos y verlos una vez más.

«Yo también.» pensó Eleanor con egoísmo. ¿Qué no daría por tener a James a su lado y verlo todos los días? Daría todo.

Pero no se trataba de ella en ese momento. Era de Ares y su dolor. La necesidad de sacar a su hermana de aquella cama era más grande que todo Londres.

—No es tu culpa las malas elecciones que tomó tu familia. No eres tu familia. No eres Barty y mucho menos eres tu padre. —dijo Eleanor con firmeza—. Deja de hacerte eso. No es una carga que deberías llevar. Eres mejor que todo esto.

Ares esbozó una amarga sonrisa. Verlo así, tan afligido y lastimado, le dolió. No había llorado y menos parecía que iba hacerlo frente a ella. Le recordaba como a un gatito herido.

—Eres muy buena para ver la maldad en alguien, Potter. Incluso en mí. —añadió Ares en voz baja. Terco a lo que decía ella. No quería escucharla hablar sobre lo bueno que era ante sus ojos. Él no lo creía y sabía que ella mucho menos.

Intento buscar su mirada pero él no podía. La vergüenza se lo impidió. Tenía vergüenza de quien era, de su familia, en lo que Ares Crouch se había convertido.

—No digas eso. —dijo Eleanor, negando. Rodeó la cama hasta llegar a su lado, apoyándose de su hombro sintió el aroma a menta embriagándola como siempre. Quería cambiar de lugar con él para evitar que sufriera. Quería hacer algo para no verlo así—. Puede que choquemos en muchas cosas pero estoy segura de dos cosas. La primera, es que no eres malo, Ares.

—¿Y la segunda?

—Me tienes, Ares. Para siempre. No estás solo. —Eleanor ladeo una sonrisa honesta.

Algo muy dentro de ambos les gritaba que eso era mentira pero aún así, él se aferró a esa ilusión creada por esas palabras. La quería más de lo que se pudo imaginar alguna vez. Él subió su mirada hasta la suya expectante.

Eleanor era muy distinta a él. Era un rayo de luz en su oscuridad y sabía que si no la alejaba la hundiría. Era su perdición y aún sabiendo que quizá no tendrían un final. Cayó por ella.

—Lo lamento. —dijo Ares. Él no tenía que explicarlo. Sabía a que se refería. A lo de Arthur Weasley. Eleanor notó lo difícil que le resultó a Ares decir esas dos palabras. No estaba acostumbrado a aceptar sus errores y mucho menos a demostrarse afligido ante las personas, y el que lo intentara por ella, hizo que su corazón latiera fuerte en su pecho—. Tratándose de una situación tan complicada como lo de Moody, no quería que...

Dejó las palabras al aire sin saber realmente como expresarse. Ninguno de los dos dijo nada por un largo rato. Simplemente se mantuvieron allí, haciéndose compañía totalmente ajenos de que alguien los escuchaba del otro lado de la puerta.

—Sé que eventualmente haré algo que a ti no te parezca correcto y te alejarás. —dijo Ares, rompiendo el silencio—. Pero por ahora, en este momento, no quiero que te vayas de mi lado.

La oscura mirada de Ares le rogaba como si ella fuera su única salvación.

¿Qué podía hacer ella con eso?

Entonces, segura en ese momento, dijo las dos palabras que nunca creyó volver a repetir:

—Lo prometo. —musitó Eleanor, mientras permitía que él la abrazara sintiendo la respiración del Auror en su cuello haciéndola temblar—. Nunca me iré, Ares.

Las promesas siempre se rompen. Y James Potter se lo dejó en claro.

Decidió ignorar a su consciencia y se quedó con él. Antes de que la próxima bomba que le esperaba explotara encima suyo como un remolino sin fin.

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