xx. La marca tenebrosa
CAPÍTULO VEINTE;
LA MARCA TENEBROSA
–No le digan nada su madre sobre la apuesta –imploró a Fred y George el señor Weasley, bajando despacio por la escalera alfombrada de púrpura.
–No te preocupes, papá –respondió Fred, muy alegre–. Tenemos grandes planes para este dinero, y no queremos que nos lo confisquen.
Por un momento dio la impresión de que el señor Weasley iba a preguntar qué grandes planes eran aquéllos; pero, tras reflexionar un poco, pareció decidir que prefería no saberlo.
Eleanor iba muy callada, a diferencia de momentos antes cuando el equipo de Irlanda había ganado la Copa Mundial, más exacto, desde que notó que Ares Crouch se había ido sin decir nada. Se sentía entre la espada y la pared. Necesitaba ir a buscarlo para hablar pero al mismo tiempo, tenía el presentimiento de que no le gustaría lo que él tendría para decirle. Por otro lado, estaba Harry y Sirius que no dejaban de verla con sospecha, aunque realmente no sabia si era por el Auror.
Pronto se vieron rodeados por la multitud que abandonaba el estadio para regresar a las tiendas de campaña. El aire de la noche llevaba hasta ellos estridentes cantos mientras volvían por el camino iluminado de farolas, y lo leprechauns no paraban de moverse velozmente por encima de sus cabezas, riéndose a carcajadas y agitando sus faroles.
Un poco antes de llegar a la tienda donde estaban los Weasley (que estaba más cerca del estadio), la familia de pelirrojos no parecían tener intenciones de querer separarse de sus amigos y los menores tampoco.
–¿No quieren quedarse un rato más? –preguntó Charlie, sonriente–. Prepararemos chocolate con leche.
Harry miró a su tía con sus ojos verdes brillando en ilusión. Él tampoco deseaba alejarse de su grupo de amigos y la melliza Black, hacía lo mismo con su padre.
Sirius asintió.
–Por mi no hay problema –dijo Sirius–. ¿Qué dices, Elle?
–La verdad estoy muy cansada y...
–Es sólo una taza, vamos. ¡Hay que celebrar que ganamos la apuesta! –dijo Fred haciendo puchero junto a su gemelo George–. ¿Si?
La joven miró a Bill que le asintió para que aceptara.
–Sólo una taza. –aceptó Eleanor.
No tardaron en enzarzarse en una agradable discusión sobre el partido. El señor Weasley se mostró en desacuerdo con Charlie en lo referente al comportamiento violento, y no dio por finalizado el análisis del partido hasta que Ginny se cayó dormida sobre la pequeña mesa, derramando el chocolate por el suelo. Sólo entonces fue cuando todos decidieron que era momento de dormir. Después de unas cuántas súplicas, Cassie y Harry se quedaron a dormir en el cámping con los Weasley mientras que Eleanor y Sirius regresaban a su tienda a unos pocos metros más lejos que los de la familia de pelirrojos. Ambos se encaminaron en silencio viendo todo el ruido dada la algarabía que había en torno a ellos. Desde el otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños.
–Te vi muy cerca de ese chico Weasley. –dijo Sirius, cuando por fin llegaron a su tienda. Él se veía muy contento a lo que demostraba anteriormente–. ¿Ben se llama? –preguntó pensativo.
Eleanor rió rondando los ojos. Sabía lo que estaba haciendo.
–Es Bill. –le recordó mientras se desprendía de la bufanda que él le había obsequiado. Una sonrisa estiró sus labios al recordarlo–. Sólo es un amigo. No sé cuanto tengo que repetirlo...
–Bueno, deberías decirle a tu cara. –señaló Sirius–. Tienes el mismo brillo que tenía Lily cuando miraba a James.
–Ella no lo odio por... ¿seis años?
Sirius la miró divertido.
–Eso decía ella pero te aseguro que era todo lo contrario. Como tú ahora. Niégalo las veces que quieras pero terminarás notándolo y en ese momento disfrutaré mucho decirte: te lo dije.
–Sigue esperándolo, Black.
De repente, los cánticos habían cesado. Se oían gritos, y gente que corría. Los dos se miraron alarmados, antes de levantarse rápidamente con las varitas mágicas en sus manos (Eleanor la había sacado de su bota). Eran ruidos distintos a los alegres y celebres de hace unos momentos atrás. Intuyeron que algo malo ocurría.
Al salir de la tienda, a la luz de los escasos fuegos que aún ardían, pudieron ver a gente que corría hacia el bosque, huyendo de algo que se acercaba detrás, por el campo, algo que emitía extraños destellos de luz y hacía un ruido como de disparos de pistola. Llegaban hasta ellos abucheos escandalosos, carcajadas estridentes y gritos de borrachos. A continuación, apareció una fuerte luz de color verde que iluminó la escena.
–¡Sirius! –gritó Eleanor, a través del estruendo–. ¡Ve por los chicos, asegúrate de que estén bien!
–¡¿Estás loca?! –le gritó Sirius de vuelta–. ¡No te voy a dejar sola!
–¡Debo ir a ayudar! ¡Protege a los chicos, son nuestra prioridad! ¡Ve! –le ordenó desesperada, al ver que el hombre estaba indeciso entre ir por sus hijos y Harry o dejarla allí. Finalmente, después de un segundo, asintió y salió en dirección contraria a ella.
A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas. Parecía que iban tapados con capuchas y máscaras. Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que se debatían y contorsionaban adoptando formas grotescas. Era como si los magos enmascarados que iban por el campo fueran titiriteros y los que flotaban en el aire fueran sus marionetas manejadas mediante hilos invisibles que surgían de las varitas. Dos de las figuras eran muy pequeñas.
Al grupo se iban juntando otros magos, que reían y apuntaban también con sus varitas a las figuras del aire. La marcha de la multitud arrollaba las tiendas de campaña. En una o dos ocasiones, Eleanor vio a alguno de los que marchaban destruir con un rayo originado en su varita alguna tienda que le estorbaba el paso. Varias se prendieron. El griterío iba en aumento. Los reconoció de inmediato.
Eran mortífagos.
La mente de Eleanor estaba en blanco, no podía creer lo que sus ojos veían. Después de tantos años, desde la caída del señor tenebroso no había vuelto a ver aquellas máscaras. ¿Qué hacían? ¿Divertirse con el sufrimiento? ¿Por qué ahora? Eran lo que se cuestionaba. Todo pareció iluminarse en su mente al sentir una ráfaga de viento pasearse por toda su columna, estremeciéndola por completo. No pudo pensar en nada más.
Ares.
Corrió entre toda la multitud que intentaba huir hacia el lado contrario, al bosque, para refugiarse de los hechizos que lanzaban los mortífagos. Su único objetivo era llegar a su tienda y encontrarlo. Tenía que asegurarse que él estuviera bien.
Al llegar, su corazón latiendo deprisa, agitada y el sudor acumulándose en la frente. La tienda estaba vacía y todo dentro de ella estaba volcado como si un torbellino hubiera pasado.
«Tranquilízate. Es Ares. Él está bien. Siempre lo está.» Se repetía.
Salió del cámping de los Crouch y abriéndose paso corría hacia donde estaban los enmascarados para detenerlos.
Muchos de ellos reían a carcajadas mientras se divertían jugando con una familia que Eleanor reconoció como los muggles que eran gerentes de los cámping. La familia flotaba en el aire siendo iluminados al pasar por encima de una tienda que estaba en llamas. Con la varita, uno de los de la multitud hizo girar a la señora, hasta que quedó cabeza abajo: su camisón cayó entonces para revelar unas grandes bragas. Ella hizo lo que pudo para taparse mientras la multitud, abajo, chillaba y abucheaba alegremente.
–No. No. –murmuraba Eleanor escandalizada, observando al más pequeño de la familia, un niño muggle, que había empezado a dar vueltas como una peonza, a veinte metros de altura, con la cabeza caída y balanceándose de lado a lado como si estuviera muerto–. ¡Stupefy! –gritó la joven, con su varita en alto, lanzando a uno de todos los mortífago que jugaba con el menor a varios metros de distancia.
No era la única que lanzaba hechizos en aquel momento, varios trabajadores del Ministerio estaban cerca suyo haciendo lo mismo con la multitud de enmascarados. Desde todos los puntos, los magos del Ministerio se dirigían a la fuente del problema. Intentaban introducirse por entre el numeroso grupo para llegar hasta ellos que iban en el centro: les estaba costando trabajo. Varios de ellos, como la joven, tenían miedo de lanzar algún embrujo que tuviera como consecuencia la caída al suelo de la familia.
Los llantos de los niños; a su alrededor, en el frío aire de la noche, resonaban gritos de ansiedad y voces aterrorizadas. Eleanor avanzaba con dificultad, empujando de un lado y de otro por personas cuyos rostros no podía distinguir.
–¡Desmaius! –gritó la azabache, al mismo tiempo que un sonido como de una bomba y un destello de luz verde la cegaba provocando que casi cayera.
Los enmascarados lanzaban explosiones desde sus varitas, haciendo que la mayoría de los magos y brujas gritaran. Una nube de humo le impedía diferenciar a quien hechizaba la Aurora, temía darle a alguien que no fuera un mortífago.
Todo el camino seguía abarrotado de gente que huía sin dejar de echar nerviosas miradas por encima del hombro hacia donde se encontraban el desorden.
Un fuerte estallido explotó detrás suyo empujándola con brusquedad chocando con fuerza contra el césped. Gimió de dolor al sentir una fuerte punzada en el costado derecho justo donde había caído. Apretó el agarre en su varita mientras intentaba reincorporarse, tomó una bocanada de aire que no supo que necesitaba hasta volver a sentir la misma presión en una de sus costillas. Los gritos se escuchaban lejanos y sus oídos timbraban por culpa de la explosión.
–Estaba seguro que eras tú. –dijo una voz detrás suyo, era rasposa y muy grave. Estaba segura de no haberla escuchado antes pero por su tono, él parecía conocerla muy bien. La poca visibilidad le impedía distinguir su rostro pero claramente pudo apreciar su varita. Rió como si encontrarla gimiendo de dolor fuera algo divertido–. Eleanor Potter... Grandes historias he escuchado sobre ti... –hablaba pausado y en un susurro–. Debo admitir que ahora conozco la verdadera razón por la que le importas tanto. Pura e inocente, ¿no?
–¡Red...!
La joven no tenía la fuerza suficiente para completar su hechizo y él lo sabía. La desarmó tan rápido que no supo en donde había terminado su varita. Eleanor jadeaba.
–Es de mala educación hechizar a la familia, ¿no crees?
–¿Q-Qué? –preguntó Eleanor, sin aire.
No entendía de que le hablaba y aún no sabía como no la había matado. Estaba allí, sin fuerzas y desarmada. Era un blanco fácil.
–Al menos eso espero, pero la familia siempre decepciona. He guardado mucho odio y rencor por años. Quiero venganza, quiero que todos paguen. –la joven vio a su costado, a unos pocos metros, su varita. Aún sin saber cómo, soportó todo el dolor y se estiró hasta ella con determinación mientras lo escuchaba hablar–. No es personal, princesa.
Aquello la tomo por sorpresa. «¿A que se refería?» Sólo se oyó el silencio.
Eleanor miro de reojo la varita de su atacante dirigirse a ella, una luz verde saliendo de su varita. Cerró los ojos esperando la maldición golpearle. No sería tan malo después de todo, se reencontraría con sus padres... con James...
Pero aquel hechizo jamás llegó.
En su lugar, un grito de profundo dolor se escuchó. Al abrir los ojos vio la sombra de su atacante desaparecer frente a ella y cuando giro en busca de aquel grito, junto un poco más allá de donde llegaba su visión. Se encontraba alguien tirado.
«No. No. No.»
Ignoró que su dolor se intensificara más al arrastrarse por su varita. Murmuró como pudo un hechizo sobre su costilla que solo pudo contener la herida. Se incorporó tan rápido que sus huesos crujieron al hacerlo, no le importó. Corrió hasta donde se encontraba el cuerpo retorciéndose de dolor.
–¡Finite incantatem! –dijo la joven tan solo llego, anulando la maldición cruciatus. Para después soltar su varita y tomar el rostro ajeno entre sus manos–. Por favor, dime que estás bien, por favor. –dijo tan rápido que apenas y ella misma se pudo entender. El sudor frío bajando por su rostro pálido–. Por favor...
Cuando él asintió el alma regresó a su cuerpo, enviando ondas de calma a través de todo el terremoto de miedo que la estaba ahogando.
Y entonces, sin previo aviso, la misma voz se escuchó. Y no lanzó un grito de terror, sino algo que pareció más bien un conjuro:
–¡MORSMORDRE!
Algo grande, verde y brillante salió de la oscuridad, se levantó hacia el cielo por encima de todas las tiendas encendidas. Iluminando sus rostros.
Una calavera de tamaño colosal, compuesta de lo que parecían estrellas de color esmeralda y con una lengua en forma de serpiente que le salía de la boca. Mientras miraba, la imagen se alzaba más y más, resplandeciendo en una bruma de humo verdoso, estampada en el cielo negro como si se tratara de una nueva constelación.
–Oh, no. –musitó Bill Weasley, sin voz. Aún desde el césped aún envuelto por las manos de la azabache, al ver la enorme figura por los cielos negros.
De pronto, el bosque se llenó de gritos. La causa de la repentina aparición de la calavera, que ya se había elevado lo suficiente para iluminar el bosque entero como un horrendo anuncio de neón.
–La marca tenebrosa. –gimió Eleanor, trayendo el recuerdo de la mansión Potter siendo iluminada por ella.
★
–No tienes que ayudarme. –dijo Bill–. Ya te dije que estoy bien.
Eleanor lo estaba sosteniendo mientras caminaban de regreso al cámping, no le importaba cuanto le repitiera el pelirrojo que él podía solo, lo único que quería era llegar y poder curar la herida que traía en el brazo. Se sentía terriblemente culpable por lo que había pasado, quizá ella no había sido la que lo había herido en su brazo pero si la causante de que una maldición imperdonable lo hubiera golpeado.
Atravesaron la multitud cuando regresaban. Ya estaba todo en calma: no había rastro de los magos enmascarados, aunque algunas de las tiendas destruidas seguían humeando.
Al llegar a la tienda de los Weasley, rápidamente fueron recibidos por Charlie que asomaba la cabeza fuera de la tienda de los chicos.
–¡Merlín, Bill! –exclamó Charlie, tomando del otro lado a su hermano mayor para ingresarlo a la tienda. Lo sentaron en la pequeña mesa de la cocina mientras la joven se encargaba de él–. ¿Qué pasó?
–Un mortífago. –respondió Bill sin dejar de mirar los movimientos que hacía Eleanor, buscando con que curarlo–. ¿Los demás están bien?
–No lo sé, deben estar con papá. No estaban en el bosque cuando fuimos por Fred, George y Ginny. –dijo Charlie, tenía un desgarrón muy grande en la camisa, y Percy hacía ostentación de su nariz ensangrentada. Fred, George y Ginny parecían incólumes pero asustados mirándolos–. ¿Qué habrá sucedido?
Eleanor hacía oídos sordos mientras colocaba una sábana en el brazo que sangraba profusamente. Las manos de la azabache temblaban cuando intentaba curar la herida que la maldición le había causado al pelirrojo. Su corazón estaba acelerado y podía sentir la presión tapando sus oídos, creyó que su peores temores ya los había vivido pero no fue así. ¿Qué habría pasado si hubiera sido la maldición asesina? Habría perdido a Bill en menos de un instante y eso también la mataría a ella.
Sólo pensar en perderlo le provocaba ganas de vomitar.
—El... —musitó Bill, tomando su mano entre la suya con cuidado deteniendo su temblor. Ella lo miró con los ojos rojos de tanto contener las lágrimas, la calidez en su mirada océano le traía la paz que tanto necesitaba en ese momento. Él le sonrió para tranquilizarla—. Es sólo una pequeña herida. Estoy bien.
Eleanor negó impulsivamente.
«¿Cómo iba a estarlo?»
—¿Por qué te metiste entre ese mortífago y yo? Te pudo haber hecho daño, él sabía quien era yo. Lo sabía. Me iba a matar, Bill. No a ti. A mí. —dijo Eleanor, con la voz rota. Lanzó su varita con frustración y pasó sus manos desde su rostro hasta su cabello con desesperación. Su pecho subía y bajaba frenéticamente, sentía que el poco aire que retenía se le estaba acabando—. ¿No lo entiendes? ¿Qué haría yo si te pierdo? —bajó la voz al percatarse la escena que estaba volviendo a crear frente a la familia Weasley. Al menos, ahora los hermanos fingían hacer oídos sordos. Ella negó—. Eres un completo tonto, William. Tonto. Tonto.
Una sonrisa abandonó los labios del joven al verla tan preocupada por él. Nunca imaginó que Eleanor Potter, la chica que le había robado el corazón cuando eran solo unos niños, se preocuparía por alguien tan poco importante como él. Eso le hizo sentir bien.
—¿Qué habrías hecho? —repitió Bill, pensativo, ignorando el hecho de que Eleanor, ahora, parecía querer asesinarlo con sus propias manos por su estúpida sonrisa—. Conociéndote, le habrías pateado el culo a ese mortífago. Al menos hasta que se arrepintiera de haberme matado.
—¡No estoy jugando, William!
—Yo tampoco, Eleanor. Hablo muy en serio. –dijo Bill, usando un tono neutral—. Estoy vivo. Estoy aquí. —tomó su mano y la guió hasta su pecho justo donde se encontraba su corazón—. ¿No me sientes, El? —la distancia entre ambos volviendo a ser diminuta, ella podía sentir su aliento chocando contra sus labios mientras hablaba. Su corazón se aceleró—. Estoy aquí y no me iré jamás a menos que me lo pidas.
Eso fue todo.
Las lágrimas de Eleanor abandonaron su rostro y sus brazos lo rodearon mientras escondía su rostro en su cuello, sacando todo la presión que tenía. Bill la consolaba, incluso con la herida aún en su brazo, importándole en lo más mínimo. Sólo quería que ella dejara de sufrir por su causa, escucharla llorar se había convertido en una de las peores sensaciones que jamás había sentido. En ese momento, él se juró a si mismo, nunca provocar ese horrible sentimiento en la azabache y mucho menos por su causa.
Desde la entrada de la carpa entraba el grupo restante que miraba con sorpresa a los dos amigos.
Sintieron las miradas y poco a poco se fueron distanciando mientras ella limpiaba con discreción sus lágrimas derramadas.
–¿Lo han atrapado, papá? –preguntó Bill de inmediato, para romper la tensión del momento–. ¿Quién invocó la Marca?
–No, no los hemos atrapado –repuso el señor Weasley–. Hemos encontrado a la elfina del señor Crouch con la varita de Harry, pero no hemos conseguido averiguar quién hizo realmente aparecer la Marca.
–¿Qué? –preguntaron al unísono, Bill, Charlie, Eleanor y Percy.
–¿La varita de Harry? –dijo Fred.
–¿La elfina del señor Crouch? –inquirió Percy, atónito.
Eleanor se alejó de la familia mientras Ron, Hermione y el señor Weasley explicaban todo lo sucedido en el bosque. Se acercó hasta su sobrino y lo envolvió en un abrazo fuerte. Salieron de la carpa para tener un poco de privacidad y entonces se percató de que hubiera pasado si ella hubiera sido asesinada. Sólo había pensado en volver a reencontrarse con sus padres y su hermano pero nunca pensó en el dolor que eso le hubiera causado a Harry. Él parecía más aliviado de verla allí, viva. ¿Cómo pudo haber pensado en que hubiera estado bien eso? ¿Cómo?
–Tenía mucho miedo, Ellie. –dijo Harry, tan sólo salieron–. Por un momento creí que algo malo te pasaría a ti o a Sirius... estaba muy asustado.
–No, cariño, estoy bien. –dijo intentando regalarle una sonrisa tranquilizadora–. ¿Sirius dónde está?
–Él se fue.
–¿Cómo? ¿Qué dices, a donde se fue?
–Sirius tuvo una pelea con Alphard y se fue.
–¿Y Cassie? ¿Ella...?
–Está con él. –suspiró–. Sirius se veía muy afectado cuando la Marca apareció.
Eleanor guardo silencio imaginando donde habría ido. Con Artemis.
–Es fuerte. Estará bien. –dijo Eleanor, tomando su hombro. Era como si se lo estuviera diciendo a ella misma para tranquilizarse. Sabía que viejas cicatrices estaban abiertas–. Ha sido una noche difícil. Creo que sólo debemos descansar.
–Si, creo que tienes razón.
Harry abrazó a Eleanor una última vez antes de regresar a la tienda de los Weasley. Al contrario de la joven, que se quedó un momento más viendo como terminaban de apagar las últimas tiendas iluminadas mientras caminaba de regreso a su tienda sin saber realmente que quería hacer. Estaba exhausta y sólo deseaba que esa noche nunca hubiera sucedido.
Se detuvo frente a su cámping con la sensación de estar siendo vigilada la embargó y al alzar su mirada, allí a una corta distancia, se veía la silueta del Auror.
Ella se acercó hasta él.
—Quería asegurarme que estuvieras bien y... —se calló cuando Eleanor lo abrazó. Tan fuerte y era todo lo que necesitaba en aquel instante tan complicado. Él se relajó—. Me podría acostumbrar a que esto. —dijo Ares acariciando su espalda—. Sabía que ibas a estar bien pero me tranquiliza confirmarlo ahora.
—¿Tú estás bien? —preguntó Eleanor al separarse para verlo fijamente. Lucía impasible y tenso—. Escuché lo que sucedió con tu padre y Winky...
—No quiero hablar de ningún problema. —dijo Ares—. Sólo quiero olvidar lo que paso hoy.
—Bueno, ya somos dos. —le aseguró—. Ha sido una montaña de emociones y realmente estoy cansada de pensar tanto.
—Ven conmigo. —ofreció el Auror, extendiéndole su mano que ella aceptó sin dudarlo.
Entraron a la tienda Crouch, que era completamente diferente a la suya o a la de los Weasley. Era de suma elegancia y no había rastro de que fuera un camping, parecía más una habitación digna de la realeza. No era ningún secreto que la familia Crouch tenía una enorme herencia en la bóveda de Gringotts, era una de las familias puras más famosas en el Mundo Mágico.
—¿Y Alphard? —preguntó Eleanor.
—Está dormido. —respondió Ares, como si nada.
Los nervios de la joven aparecieron cuando se dio cuenta la poca cercanía que había entre el Auror y ella. No sabiendo si podría acostumbrarse a eso en un futuro. Todo él la ponía nerviosa. ¿Y cómo no? Su oscura mirada siempre era un misterio para ella.
—¿Por qué estás nerviosa, Potter?
El aliento a menta chocó contra sus labios y Eleanor tuvo que retener un suspiro al sentirlo.
—No estoy nerviosa... —musitó Eleanor, tan bajo que dudaba si realmente había hablado. Y se quiso golpear al ver que su sonrisa solo había incrementado al oírla. Claro, estaba alimentando a su ego.
—No tienes porque estarlo. No conmigo. —dijo Ares, rozando su nariz con la ajena—. Al menos hasta que me puedas decir quien es el Weasley con el que estabas tan alegre.
—¿Bill? —preguntó Eleanor—. Es sólo un amigo.
—No lo miras como a un amigo, Potter. Y él a ti menos. —replicó Ares, en un suspiro—. Pero no te preocupes, no soy un hombre celoso y mucho menos uno inseguro.
—¿Qué? —no entendía nada. La cercanía del hombre le impedía hacerlo.
Ares la sostuvo de la cintura acortando la distancia que tenían pegándola a su cuerpo.
—Ese pelirrojo puede esperar lo que quiera porque no pienso darle tiempo para que se acerque a ti. —dijo cada palabra con claridad antes de besarla. Eleanor no sabía que decir, sólo actuó por impulso, correspondiendo una vez más al Auror, esperando que su todo él la embriagara. Poco a poco fueron caminando sin separarse uno del otro, siendo guiada únicamente por el hombre. Atravesaron lo que creía era la sala y parte del área principal hasta que él la deslizó lentamente a lo que ella identificó como una cama, sus nervios inundando su vientre y el deseo incrementando entre ellos dos—. Desde que chocaste en el callejón conmigo —susurró entre los besos—. Fuiste para mí. Sólo para mí.
Eleanor no le respondió.
Le gustaba él, solo él. No tenía dudas de eso, pero no podía decirlo hasta de verdad sentirlo por completo. Quería estar segura. Y a Ares no pareció molestarle que ella no dijera nada, él era feliz con tenerla a su lado y no le preocupaba lo que sucediera después.
Solo le importaba Eleanor Potter. Su hermosa Potter.
Nota de autora:
Woooow. Qué intensidad.
¿Qué pasará en el siguiente capítulo? 👀
¡VOTEN Y COMENTEN!
Besos,
Fer 🍯
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top