xviii. El caos Weasley



CAPÍTULO DIECIOCHO;
EL CAOS WEASLEY



Al día siguiente sería el Campeonato Mundial de Quidditch y Sirius y Eleanor no podrían utilizar el método de Aparición o alguna red flu para transportar a Alphard, a Cassiopeia y a Harry, por lo que se quedarían con los Weasley, al menos sólo Cassie y Harry porque el mellizo Black tomó la decisión de irse con su tío y verlos allá. Había dejado en claro que su relación con Ron Weasley era de odio y por eso no podrían soportar estar en el mismo lugar, en cuanto a Remus Lupin, no podría ir al partido por la luna llena y la única condición que Alphard había puesto era que iría si su tío también. Ahora, Sirius Black se encontraba de malhumor por tener que acceder a aquello. El padrino de Harry llevaría por la noche a su hija a La Madriguera y después se regresaría con Eleanor al departamento para descansar antes de ir a el Campeonato.

–Odio la Aparición. –dijo Harry, una vez que soltó el brazo de su tía. Acababan de hacer una Aparición a unos metros de donde se encontraba La Madriguera. El departamento de Eleanor no contaba con una chimenea para usar el método de la red flu, además de que la joven detestaba hacerlo, por eso prefería hacer oídos sordos cada vez que su sobrino se quejaba por ello–. Sinceramente... ¿No es mejor, no sé, un taxi?

Eleanor rodó los ojos.

–Con todo el amor que te tengo, cariño, si vuelves a quejarte y a decir que prefieres los métodos muggles, te haré regresar a Londres a pie. ¿Entendido?

Harry sonrió al escucharla pero al notar su mirada amenazante, supo que no estaba jugando, su sonrisa se borró y asintió inmediatamente. Por experiencia, sabía que hacer enojar a su tía era la peor idea en el mundo. Aún no superaba, hace dos años, cuando le gritó frente a la familia de su mejor amigo y casi se pone a llorar por su culpa.

–Por eso digo que es mejor hacer una Aparición y no la red flu. –dijo Harry, rápidamente. Y tampoco mentía, recordaba la última vez que la usó y terminó siendo expulsado en aquel horrible callejón. El enorme jardín de los Weasley ya se podía visualizar, y un caos junto a ellos. Dos chicos pelirrojos que eran idénticos corrían por todo el lugar mientras otro los perseguía lanzando pequeños gnomos de jardín, aunque ninguno le golpeaba realmente–. ¿Ese es Ron...?

Ron Weasley, el sexto hijo del matrimonio, era un chico muy alto y sumamente pecoso, tenía la edad de Harry, y eran mejores amigos. Él era el que lanzaba a los pequeños invasores contra sus dos hermanos mayores, Fred y George, los gemelos más divertidos que Eleanor había conocido en su vida. Pero aquello no era lo que les había sorprendido, no, en absoluto. Si no que Ron tenía una cosa roja y delgada de treinta centímetros de largo que le salía de la boca. Tras un instante de perplejidad, los Potter comprendieron que aquella cosa era la lengua del pelirrojo... y con una mano agarraba a los gnomos desde donde estaba, al mismo tiempo que trataba de arrancársela con la otra libre. Gritaba y farfullaba cosas que Eleanor comprendía como: ¡Me las pagarán! ¡Idiotas!

–¡Ron! –chilló Arthur Weasley, su padre. Estaba desesperado e intentaba apuntar su varita hacia él mientras los gemelos se escondían detrás suya–. ¡Cálmate! ¡Lo puedo arreglar!

Fred y George reían a carcajadas sin importarles que su hermano menor aún intentara golpearlos.

Entonces allí entendieron de quién había sido la causa de que el pelirrojo menor estuviera en aquel desastre. Eleanor y Harry caminaron más rápido aproximándose al problema.

El chico al notar que los Potter habían llegado y lo miraban entre preocupados y escondiendo una sonrisa por lo ridículo que se veía, chilló más fuerte y comenzó a lanzar cualquier cosa que se le atravesara en el camino. Al no ver bien sus pies por la enorme lengua, terminó tropezando y cayendo encima de suya.

–¡Por Merlín! ¡¿Ustedes hicieron esto?! –chilló Eleanor, mirando a los gemelos.

–No fue nuestra culpa... –comenzó George, intentando no reír.

–... Le dijimos que no lo comiera... –le siguió Fred, sin dejar de mirar a su hermano que ahora, estaba siendo ayudado a reincorporarse con ayuda de su padre y Harry. 

–... Y al no hacernos caso...

–... Terminó con la lengua así.

Eleanor sentía pena por el menor pero también no podía mentirse diciendo que no le resultó entretenido. Una sonrisa amenazaba con salir de sus labios pero la ocultó al ver a la rechoncha señora Weasley salir de la cocina con ambas manos en el rostro y un color rojo apoderándose de su rostro. Estaba muy enojada y preocupada, pero era más su enojo al ver a sus dos traviesos hijos, ahora, escondiéndose tras la azabache.

–Oh... ¡Eleanor, querida! –dijo Molly Weasley, en un tono maternal cuando llegó hasta ella. La abrazó con fuerza y al separarse tomó su rostro entre sus manos–. ¿Estás bien? ¿Te alimentas bien?

Eleanor no tuvo tiempo de responder cuando vio a Harry y también lo lleno de besos.

Los gemelos parecían más aliviados al pensar que su madre quizá olvidaría todo pero eso no duro mucho. Ron acaba de recuperarse de aquel extraño hechizo que incrementó su lengua, y se dirigió hasta sus hermanos, rojo y chilló:

–¡¿Por qué no me detuvieron?! ¡Me vieron comer ese caramelo y callaron!

–Se llama caramelo longuilinguo. –explicó Fred, muy contento–. Lo acabamos de inventar George y yo, no es nuestra culpa que seas un barril sin fondo y lo comieras.

–Gracias a eso ahora sabemos que funcionan. –agregó George, saliendo de su escondite detrás de Eleanor.

–¡No me importa! ¡Pudieron matarme!

Fred rodó los ojos aburrido.

–Eres tan dramático...

–¡Fred; George! –chilló Molly Weasley, furiosa–. ¡No ha tenido ninguna gracia! ¡Pudieron haber lastimado a su hermano! ¡Ese tipo de comportamiento es inaceptable a su edad! ¡Todo eso de Sortilegios Weasley es una completa locura...!

Poco a poco Harry y Eleanor se fueron alejando de aquel caos, siguiendo al señor Weasley que también parecía no querer estar presente en aquella discusión. Los tres se adentraron dentro de la pequeña cocina donde otros dos pelirrojos reían a carcajadas. Bill y Charlie, los dos hermanos mayores Weasley, estaban sentados en una mesa de madera desgastada de tanto restregarla.

–¿Qué tal te va, Harry? –preguntó Charlie, que era el más cercano a él, dirigiéndole una amplia sonrisa y tendiéndole una mano grande que Harry estrechó. Estaba llena de callos y ampollas. Su constitución era igual a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delgados. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumania y tan llena de pecas que parecía bronceada: los brazos eran musculosos y en uno de ellos se veia una quemadura grande y brillante–. Apuesto a que extrañabas el caos Weasley, Elle. –dijo mirando a su mejor amiga a la que abrazó con fuerza. Aún seguía siendo más alto que ella, en fin, todos los Weasley a excepción de Ginny, la única hija, eran más grandes que su propia complexión–. No hay nada mejor para ser recibidos, ¿eh?

Eleanor rodó los ojos y lo empujó divertida.

Bill se levantó sonriendo y también le estrechó la mano a Harry, quien todavía lo miraba mal por como trataba a su tía hace dos años atrás. Bill que trabajaba para Gringotts, el banco mágico, y que había sido Premio Anual de Hogwarts, y que antes de conocerlo, esperaba que fuera una versión crecida de su hermano Percy: quisquilloso en cuanto al incumplimiento de las normas e inclinado a mandar a todo el mundo. Sin embargo, él era todo lo contrario, el más alto de los hermanos Weasley y tenía apariencia de rockero muggle. No le agradaba.

El pelirrojo mayor miro a la joven a la cuál no podía quitarle la mirada, como siempre. Y antes de que pudiera decir o hacer nada, el señor Weasley se adelantó interrumpiéndolo:

–¿Ustedes lo sabían?

–Por supuesto que no, papá. –dijo Charlie, sonriente. Mentía y Eleanor lo sabía por todas las veces que lo había hecho con él, años atrás en el castillo.

Entonces aparecieron dos chicas que bajaban de las escaleras: una, de pelo castaño y espeso e incisivos bastante grandes, era Hermione Granger, la amiga de Harry y Ron; la otra, menuda y pelirroja, era Ginny, la hermana pequeña de Ron. Las dos sonrieron a los Potter, y ambos devolvieron el saludo, lo que provocó que Ginny se sonrojara: Harry le había gustado desde su primera visita a La Madriguera.

Eleanor frunció el ceño al notar aquel gesto y miró a su sobrino que había ignorado aquel gesto de la niña. Tomó una nota mental para darle clases a su sobrino acerca de las chicas.

Ron que también había entrado a la cocina con una sonrisa maliciosa iluminando su rostro se dirigió hasta sus dos amigos, y acompañados por Ginny, emprendieron camino por el estrecho pasillo y subieron por la desvencijada escalera que zigzagueaba hacia los pisos superiores. Desaparecieron del lugar como si hace unos instantes atrás no hubiera sucedido nada y la señora Weasley aún no estuviera amenazando a sus dos hijos.

–Será mejor que intente calmar a Molly. –murmuró el señor Weasley, suspirando. Y miró a la joven–. Siéntete como en casa, Eleanor.

–Gracias, señor Weasley. –dijo Eleanor, agradecida.

El señor Weasley salió dejando a los tres amigos solos.

–¿Alguien me explica que es eso de "Sortilegios Weasley"? –preguntó la joven mirando a los pelirrojos frente a ella mientras volvían a sus lugares y ella se acomodaba frente suyos.

Bill y Charlie se rieron.

–Mi madre ha encontrado un montón de cupones de pedido cuando limpiaba la habitación de Fred y George –explicó Bill–. Largas listas de precios de cosas que ellos han inventado. Articulos de broma, ya sabes: varitas falsas y caramelos con truco, montones de cosas. Es estupendo: nunca me imaginé que hubieran estado inventado todo eso...

–Siempre se ha escuchado explosiones en su habitación, pero nunca supusimos que estuvieran fabricando algo –dijo Charlie–. Creíamos que simplemente les gustaba el ruido.

–¡Eso es increíble! –musitó Eleanor, sorprendida por el ingenio de los gemelos–. Pero sigo sin entender...

–Lo que pasa es que la mayor parte de los inventos... bueno, todos, en realidad... –dijo Bill–. son algo peligrosos y, ¿sabes?, pensaban venderlos en Hogwarts para sacar dinero. Nuestra madre se ha puesto furiosa con ellos. Les ha prohibido seguir fabricando nada y ha quemado todos los cupones de pedido... Además está enfadada con ellos porque no han conseguido tan buenas notas como esperaba...

–Y también ha habido problemas porque mi madre quiere que entren en el Ministerio de Magia, como nuestro padre, y ellos le han dicho que lo único que quieren es abrir una tienda de artículos de broma. –añadió Charlie, pensativo.

–Sigo sin verle lo malo. –dijo Eleanor, cruzada de brazos–. Es decir, si su sueño es abrir una tienda de bromas...

No pudo terminar de hablar cuando otra voz les interrumpió, bajando rápidamente de las escaleras, se asomó por el pasillo una cara con gafas de montura de hueso y expresión de enfado.

–Hola, Percy. –saludó Eleanor.

–Ah, hola, Eleanor –contestó Percy, con poco interés–. Me preguntaba quién estaría armando tanto jaleo. Intento trabajar, ¿saben? Tengo que terminar un informe para la oficina, y resulta muy difícil concentrarse cuando la gente no para de hablar y gritar. Hay mucho ruido.

–Tranquilo Perce, nadie hace tanto ruido. –dijo Charlie, tranquilamente–. Lamentamos haber entorpecido tus asuntos reservados del Ministerio.

Eleanor lo miró con interés.

–¿En qué estás trabajando? –quiso saber–. No te he visto allí...

–Es un informe para el Departamento de Cooperación Mágica Internacional –respondió Percy, con aires de suficiencia–. Estamos intentando estandarizar el grosor de los calderos. Algunos de los calderos importados son algo delgados, y el goteo se ha incrementado en una proporción cercana al tres por ciento anual...

–Eso cambiará el mundo. –intervino Fred, cuando entró junto a su hermano gemelo a la cocina–. Ese informe será un bombazo. Ya me lo imagino en la primera página de El Profeta: «Calderos con agujeros.»

Percy se sonrojó ligeramente.

–Puede que les parezca una tontería, George –repuso acaloradamente–, pero si no se aprueba una ley internacional bien podríamos encontrar el mercado inundado de productos endebles y de culo demasiado delgado que podrían seriamente en peligro...

–Soy Fred. –interrumpió Fred, y siguió su camino por el pasillo junto a su hermano que reía ignorando al otro pelirrojo– Lo que digas, Perce.

Percy emitió un chillido molestoso y subió nuevamente las escaleras cerrando la puerta de su habitación dando un fuerte portazo.

–Me imagino que Percy está contento con su trabajo. –inquirió Eleanor, mordiendo su labio en una sonrisa.

–¿Contento? –dijo Charlie igual de divertido–. Creo que no habría vuelto a casa si papá no lo hubiera obligado. Está obsesionado. Pero no le menciones a su jefe. «Según el señor Crouch... Como le iba diciendo al señor Crouch... El señor Crouch opina... El señor Crouch me ha dicho...» Un día de éstos anunciarán su compromiso matrimonial.

La diversión de la chica desapareció de pronto. ¡Qué tonta había sido! Por supuesto que el jefe del Departamento de Cooperación Mágica Internacional era Barty Crouch Sr, el padre de Ares Crouch y el abuelo de los hijos de Sirius. Eleanor no podría olvidar nunca la forma en que habló de ella con su hijo, Ares Crouch, remarcando que no valía la pena en absoluto.

–¿Qué sucede? –preguntó Bill, al notarla tensa–. ¿Lo conoces?

–Por supuesto que sí. –dijo Charlie, para sorpresa de la joven–. Ron dijo que ese señor Crouch era el abuelo de su amiga Cassie, también es amiga de Harry, ¿no?

Algo pareció encenderse en la mente del pelirrojo mayor y miró con curiosidad a Eleanor que estaba más interesada en el próximo color para sus uñas.

–¿No es el tipo que conocimos en Flourish y Blotts hace dos años? –preguntó Bill.

–N-No. –dijo Eleanor. Por algún motivo no quería que supieran lo que sucedía con el Auror. Ella quería pensar que era porque su mejor amigo la molestaría con eso... ¿no?–. Quiero decir, si es él pero no exactamente. –tartamudeó. Maldijo interiormente por ello. ¿Por qué estaba tan nerviosa, de todas formas? Sólo era un nombre, solo eso–. Es el padre, el señor Barty Crouch. No lo conozco, sólo lo vi en el juicio de Sirius. 

Los hermanos Weasley parecían inseguros de su respuesta por lo que Eleanor prefirió cambiar de tema para evitar preguntas incómodas.

—¿Cómo van las cosas con la chica de los dragones? —preguntó Eleanor, viendo al dragonalista atragantarse con un pedazo de manzana que había comenzado a masticar. Bill golpeó su espalda mientras sus labios se abrían sorpresivamente.

—¿Una chica? ¿En serio, Charles? ¡Y no me habías dicho nada, traidor!

—No hay nada entre ella y yo. —explicó Charlie, con ojos llorosos una vez que se recuperó. Le lanzó una mirada mortal a su mejor amiga—. Pero eso ya lo sabías, Potter, te lo dije en una carta.

Eleanor fingió inocencia.

–Oops.

Vamos a comer en el jardín –informó la señora Weasley, cuando entró a la cocina. Tenía aspecto de enfado–. Aquí no cabemos doce personas. ¿Podrían ir colocando las mesas? –les dijo a Bill y Charlie–. Cielo, tú ayúdame con los platos. –le pidió a Eleanor. Con más fuerza de la debida, apuntó con la varita a un montón de patatas que había en el fregadero, y éstas salieron de sus mondas tan velozmente que si no hubiera sido por los reflejos de Bill, una de ellas hubiera noqueado a Eleanor. Las patatas fueron a dar contra las paredes y el techo–. ¡Dios mío! –exclamó, apuntando con la varita al recogedor, que saltó de su lugar y empezó a moverse por el suelo recogiendo las patatas–. ¡Esos dos! –estalló de pronto, mientras sacaba cazuelas del armario. Se refería a Fred y a George–. No sé qué va a ser de ellos, de verdad que no lo sé. No tienen ninguna ambición, a menos que se considere ambición dar tantos problemas como pueden.

El sonrojo cubrió las mejillas de la joven notando la cercanía que mantenía con su amigo, estaban tan cerca que sus narices rozaban y las manos del chico estaban en su cintura que fue el único lugar donde la pudo agarrar al ver que iba a ser golpeada. Los dos se miraban fijamente admirando el tono de los ojos del otro. Eleanor notó que el color azul oceánico de sus ojos tenían unas pequeñas manchas café de seguramente había heredado de su madre. Era un defecto que encontró perfecto al igual que todas las pecas que cubría su joven rostro. Bill Weasley era muy guapo y eso nadie podía negarlo, pero ahora que lo tenía así de cerca, podía notar porque era uno de los más perseguidos en sus años en Hogwarts... lo que la llevó a preguntarse, ¿por qué no tenía ninguna novia aún? Él podía tener a quien quisiera a su lado. Por otro lado, Bill no dejaba de mirar el bello e inocente rostro de la chica frente suyo, Eleanor Potter era una sumamente preciosa, no comprendía como nadie había robado su corazón, si de pequeña era la niña más hermosa que sus ojos habían visto, ahora ya de grande, no dejaba de admirarle lo mucho que podía provocar que su corazón se acelerara con una simple sonrisa. ¿Sería posible que ella pudiera escuchar que tan rápido corría su corazón con tenerla cerca?

Harry, Ron, Hermione y Ginny que acababan de bajar se quedaron viendo fijamente a la joven azabache y al pelirrojo mayor que seguía sosteniéndola, al igual que ella no parecía tener intenciones de alejarse. Charlie miraba divertido la escena frente suyo mientras que el resto estaba entre sorprendidos y confundidos, a excepción de Harry que mantuvo su ceño fruncido y sus puños apretados.

El carraspeo de Charlie los interrumpió.

Ambos se separaron evitando mirar al otro, los dos tenían sus rostros rojos y parecían haber sido sacados de un profundo trance.

–Iré a acomodar las mesas... si... –dijo Bill, saliendo rápidamente de la cocina con su hermano siguiéndolo.

La señora Weasley que estaba furiosa no había notado aquello por lo que seguía hablando entre dientes sobre el mal comportamiento y elecciones de sus hijos. Depositó ruidosamente en la mesa de la cocina una cazuela grande de cobre y comenzó a dar vueltas a la varita dentro de la cazuela. De la punta salía una salsa cremosa conforme iba removiendo.

Eleanor se puso a sacar los platos ignorando cualquier mirada de los presentes e intentando detener el palpitar de su corazón.

–No es que no tengan cerebro. –prosiguió Molly, irritada mientras llevaba la cazuela a la cocina y encendía el fuego con otro toque de la varita–, pero lo desperdician, y si no cambian pronto, se van a ver metidos en problemas de verdad. He recibido más lechuzas de Hogwarts por causa de ellos que de todos los demás juntos. Si continúan así terminarán en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia.

La señora Weasley tocó con la varita el cajón de los cubiertos, que se abrió de golpe. Dandole indicaciones a Harry a Ron para que sacaran todo. Mientras que Hermione y Ginny ayudaban a Eleanor a acomodar los platos fuera. Los dos amigos se quitaron de en medio de un salto cuando algunos de los cuchillos salieron del cajón, atravesaron volando la cocina y se pusieron a cortar las patatas que el recogedor acababa de devolver al fregadero.

–Creo que terminaremos siendo familia. –le susurró Ron a Harry que aún tenía el ceño fruncido y parecía molesto–. ¿Viste como se miraban? Incluso yo que soy distraido me di cuenta. Creo que se gustan.

–Cállate, Ron. A Ellie no le gusta tu hermano. –replicó Harry mientras Ron murmuraba un: «Si a él no, a mi sí...»–¿Qué dijiste? –le preguntó Harry, tomando el puñal frente al pelirrojo, amenazante.

Ron palideció.

–No, nada... –dijo Ron, rápidamente–. Aunque si es por decidir, creo que es mejor Bill a que sea el tío de Cassie, ¿no crees?

Harry pareció pensarlo durante unos segundos y después habló:

–El tío de Cassie y Ellie no son compatibles. Y tu hermano vive en Egipto, por lo que no tiene posibilidades con ella. –añadió al ver que su mejor amigo iba a replicar. No estaba dispuesto a compartir a su tía, al menos no aún. Mucho menos cuando no creía que alguien fuera digno de ella y Sirius opinaba lo mismo.

La señora Weasley cogió la varita de la mesa, ésta lanzó un fuerte chillido y se convirtió en un ratón de goma gigante.

–¡Otra de sus varitas falsas! –gritó–. ¿Cuántas veces les he dicho a esos dos que no las dejen por ahí?

Cogió su varita auténtica, y al darse la vuelta descubrió que la salsa humeaba en el fuego.

–Vamos. –le dijo Ron a Harry apresuradamente, cogiendo un puñado de cubiertos del cajón–. Vamos a echarles una mano a Bill y a Charlie.

Dejaron sola a la señora Weasley y salieron al patio por la puerta de atrás.

Apenas habían dado unos pasos cuando Crookshanks, el gato color canela y patizambo de Hermione, salió del jardín a toda velocidad con su cola de cepillo enhiesta y persiguiendo lo que parecía una patata con piernas llenas de barro. Era un gnomo, con su palmo de altura, golpeaba en el suelo con los pies como los palillos en un tambor mientras corría a través del patio, y se zambulló de cabeza en una de las botas de goma que había junto a la puerta. El gnomo estaba riéndose a mandíbula batiente mientras Crookshanks metía la pata en la bota intentando atraparlo. Al mismo tiempo, desde el otro lado de la casa llegó un ruido como de choque.

Bill y Charlie blandían las varitas haciendo que dos mesas viejas y destartaladas volaran a gran altura por encima del césped, chocando una contra otra e intentando hacerse retroceder mutuamente. Fred y George gritaban entusiasmados, Ginny se reía y Hermione rondaba por el seto, aparentemente dividida entre la diversión y la preocupación. Eleanor estaba a lado de Harry y Ron que acaban de llegar a su lado, metida en sus pensamientos. Bill volteó a verla distraídamente, por lo que descuidó su propia mesa que controlaba con su varita y se estrelló contra la de Charlie con un enorme estruendo y le rompió una de las patas. Se oyó entonces un traqueteo, y, al mirar todos hacia arriba, vieron a Percy asomando la cabeza por la ventana del segundo piso.

–¿Quieren hacer menos ruido? –gritó.

–Lo siento, Percy –se disculpó Bill, con una risita–. ¿Cómo van los culos de los calderos?

–Muy mal –respondió Percy, malhumorado y volvió a cerrar la ventana dando un golpe. Riéndose por lo bajo, Bill y Charlie posaron las mesas en el cesped, una pegada a la otra, y luego, con un toquecito de la varita mgica, Bill volvió a pegar la pata rota e hizo aparecer por arte de magia unos manteles.

A las siete de la tarde, las dos mesas crujían bajo el peso de un sinfín de platos que contenían la excelente comida de la señora Weasley, y los nueve Weasley, Eleanor, Harry y Hermione tomaban asiento para cenar bajo el cielo claro, de un azul intenso. Para alguien que había estado alimentandose el principio del verano de tartas cada vez más pasadas, aquello era un paraíso, y al principio Harry escuchó más que habló mientras se servía empanada de pollo con jamón, patatas cocidas y ensalada.

Eleanor miraba a su sobrino comer con una sonrisa, aquellos momentos ella se sentía completa, ver a Harry sentirse cómodo y bien recibido en un lugar donde lo trataban bien la hacía sentir agradecida. Lo único que deseaba era verlo feliz. No quería nada más que eso. A su lado, estaba Bill que la miraba de reojo, sin poder sacarse de la mente aquella escena que ambos habían protagonizado. Los sentimientos que creyó haber enterrado por la bruja todavía seguían allí y si antes lo dudaba, ahora, estaba completamente seguro que Eleanor Potter era alguien que no podría superar jamás.

Charlie estaba frente a ellos notando los pequeños gestos que tenían con el otro, inconscientemente, rozando sus brazos mientras comían o compartiendo miradas y sonrisas de ves en cuando, como si lo que había pasado adentro en la cocina no cambiara nada. Él conocía los sentimientos de su hermano, quizá no se los había confesado pero él lo sabía, cualquiera con dos ojos puestos en ellos se daría cuenta. Lo que no esperaba era que su mejor amiga lo correspondiera o al menos, eso demostró por la forma en que lo miró. Era cuestión de tiempo para que ambos se dieran cuenta.

Al otro extremo de la mesa, Percy ponía a su padre al corriente de todo lo relativo a su informe sobre el grosor de los calderos.

–Le he dicho al señor Crouch que lo tendrá listo el martes –explicaba Percy dándose aires–. Eso es algo antes de lo que él mismo esperaba, pero me gusta hacer las cosas aún mejor de lo que se esperaba de mí. Creo que me agradecerá que haya terminado antes de tiempo. Quiero decir que, como ahora hay tanto que hacer en nuestro departamento con todos los preparativos para los Mundiales, y la verdad es que no contamos con el apoyo que necesitaríamos del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos... Ludo Bagman...

–Ludo me cae muy bien. –dijo el señor Weasley, en un tono afable–. Es el que nos ha conseguido las entradas para la Copa. Yo le hice un pequeño favor: su hermano, Otto, se vio metido en un aprieto a causa de una segadora con poderes sobrenaturales, y arreglé todo el asunto...

–Desde luego, Bagan es una persona muy agradable. –repuso Percy desdeñosamente. Eleanor viró los ojos al escucharlo, a ella no le agradaba, en absoluto–, pero no entiendo cómo pudo llegar a director de departamento. ¡Cuando lo comparo con el señor Crouch...! Desde luego, si se perdiera un miembro de nuestro departamento, el señor Crouch intentaría averiguar qué ha sucedido. ¿Sabes que Bertha Jorkins lleva desaparecida ya más de un mes? Se fue a Albania de vacaciones y no ha vuelto...

–Sí, le he preguntado a Ludo –dijo el señor Weasley, frunciendo el entrecejo–. Dice que Bertha se ha perdido ya un montón de veces, Aunque, si fuera alguien de mi departamento, me preocuparía...

–Por supuesto, Bertha es un caso perdido –siguió Percy–. Creo que se la han estado pasando de un departamento a otro durante años: da más problemas de los que resuelve. Pero, aun así, Ludo debería intentar encontrarla. El señor Crouch se ha interesado personalmente... Ya sabes que ella trabajó en otro tiempo en nuestro departamento, y creo que el señor Crouch la estima. –Eleanor se sorprendió al escuchar aquello. ¿El señor Barty Crouch interesado en alguien que no fuera él? Era imposible, pensaba–. Pero Bagman no hace más que reírse y decir que ella seguramente interpretó mal el mapa y llegó hasta Australia en vez de Albania. En fin –Percy lanzó un impresionante suspiro y bebió un largo trago de vino de saúco–, tenemos ya bastantes problemas en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional para que intentemos encontrar al personal de otros departamentos. Como sabes, hemos de organizar otro gran evento después de los Mundiales. –se aclaró la garganta como para llamar la atención de todos, y miró al otro extremo de la mesa, donde estaban sentados Harry, Ron y Hermione, antes de continuar–: Ya sabes de qué hablo, papá –levantó ligeramente la voz–: el asunto ultrasecreto.

Ron puso cara de resignación y les dijo a Harry y a Hermione:

–Ha estado intentando que le preguntemos de qué se trata desde que empezó a trabajar. Seguramente es una exposición de calderos de culo delgado.

En el medio de la mesa, la señora Weasley discutía con Bill a propósito de su pendiente, que parecía ser una adquisición reciente.

–... con ese colmillazo horroroso ahí colgando... Pero ¿qué dicen en el banco?

Eleanor sonrió al ver el rostro de Bill sonrojarse.

–Mamá, en el banco a nadie le importa un comino lo que me ponga mientras ganen dinero conmigo –explicó Bill, con paciencia.

–Y tu pelo da risa, cielo –dijo la señora Weasley, acariciando su varita–. Si me dejaras darle un corte...

–A mí me gusta. –declaró Eleanor, que estaba sentada a su lado. Las palabras abandonaron sus labios antes de que pudiera detenerlas–. Le queda bien el cabello largo.

El pelirrojo la miró con una sonrisa mientras el rojo se apoderaba de sus mejillas provocando que la sonrisa del chico creciera más.

La señora Weasley y Ginny compartieron una mirada cómplice por eso.

Junto a Molly Weasley, Fred, George y Charlie hablaban animadamente sobre los Mundiales.

–Va a ganar Irlanda. –pronosticó Charlie, con la boca llena de patata–. En las semifinales le dieron una paliza a Perú.

–Ya, pero Bulgaria tiene a Viktor Klum. –repuso Fred.

–Krum es un buen jugador, pero Irlanda tiene siete estupendos jugadores. –sentenció Charlie–. Ojalá Inglaterra hubiera pasado a la final. Fue vergonzoso, eso es lo que fue.

–¿Qué ocurrió? –preguntó interesado Harry, lamentando más que nunca su aislamiento del mundo mágico mientras estaba en Privet Drive. Harry era un apasionado del quidditch. Jugaba de buscador en el equipo de Gryffindor desde el primer curso, y tenía una Saeta de Fuego, una de las mejores escobas de carreras del mundo obsequiada por su padrino Sirius Black la Navidad pasada.

–Fue derrotada por Transilvania, por trescientos noventa a diez –repuso Eleanor con tristeza–. Una actuación terrorífica. Y Gales perdió frente a Uganda, y Escocia fue vapuleada por Luxemburgo.

La mayoría de los presentes a excepción de Bill, Charlie y Percy se sorprendieron al escucharla hablar sobre quidditch.

–¿Qué? –preguntó Eleanor, cohibida al recibir tantas miradas.

–¿Cómo sabes tanto de quidditch? –preguntó Hermione, interesada. Ella era pésima para el juego pero siempre iba a apoyar a su amigo Harry en cada partido en Hogwarts.

–Eleanor fue cazadora de Gryffindor cuando íbamos a Hogwarts. –le explicó Bill.

–Wow. –murmuraron Ron y los gemelos, sin dejar de verla.

–Pero ustedes ya lo sabían. –dijo Eleanor a Fred y a George, frunciendo el ceño.

–Sí, pero no deja de ser sexy... –dijo Fred.

–¡Fred! –gritaron al mismo tiempo Harry y los señores Weasley, regañándolo.

¿Qué? –preguntó con inocencia–. Es la verdad...

Eleanor no pudo retener la fuerte carcajada al escucharlo y recargo su cabeza sobre el hombro de Bill, mientras el resto se unía poco a poco a las risas.

Antes de que tomaran el postre, helado casero de fresas, el señor Weasley hizo aparecer mediante un conjuro unas velas para alumbrar el jardín, que se estaba quedando a oscuras, y para cuando terminaron, las polillas revoloteaban sobre la mesa y el aire templado olía a césped y a madreselva. Eleanor había comido maravillosamente y se sentía en paz con el mundo mientras contemplaba a los gnomos que saltaban entre los rosales, riendo como locos y corriendo delante de Crookshanks.

–Mirad qué hora es –dijo de pronto la señora Weasley, consultando su reloj de pulsera–. Ya tendrían que estar todos en la cama, porque mañana se tendrán que levantar con el alba para llegar a la Copa. Elle, si me dejas puedo ir a comprar la lista de la escuela para Harry, mañana en el callejón diagon. Voy a comprar las de todos los demás porque a lo mejor no queda tiempo después de la Copa. La última vez el partido duró cinco días.

–No quiero molestar...

–Oh, para nada cielo. –dijo Molly, con voz maternal que enterneció a la joven. Asintió.

–¡Jo! ¡Espero que esta vez sea igual! –dijo Harry, entusiasmado.

–Bueno, pues yo no –replicó Percy, en tono moralista–. Me horroriza pensar cómo estaría mi bandeja de asuntos pendientes si faltara cinco días del trabajo.

–Desde luego, alguien podría volver a ponerte una caca de dragón, ¿eh, Percy? –dijo Fred.

–¡Era una muestra de fertilizante proveniente de Noruega! –respondió Percy, poniéndose muy colorado–. ¡No era nada personal!

–Sí que lo era –le susurró Fred a Eleanor y Harry, cuando se levantaban de la mesa–. Se la enviamos nosotros.

–Son imposibles. –murmuró Eleanor, divertida.

A lo lejos, se escuchó un fuerte trueno y segundos después pudieron notar dos cabelleras conocidas.

–¡Cassie! –gritó Harry, corriendo hasta ella para abrazarla. Detrás suyo fueron Ron y Hermione, que eran también sus amigos.

Sirius saludó a la familia Weasley que gracias a las advertencias de Eleanor y Harry, intentaron no lucir extrañados de verlo allí. Acababa de ser nombrado inocente y puesto en libertad, no querían que lo miraran diferente. Era raro pero Arthur y Molly Weasley se mostraron amigables como si no hubiera sucedido nada el año pasado, como si nunca hubiera sido juzgado o señalado de asesino. Sólo era un hombre más.

La melliza Black, se veía resplandeciente y hermosa, ya casi no quedaba de la niña que conoció hace tres años en el tren escarlata.

–Hola, Elle. –la saludó Cassiopeia, sonriente. Y Eleanor le devolvió el saludo con una sonrisa.

–¿No te quedarás a cenar algo, Sirius? –le preguntó Molly, amablemente.

–No, muchas gracias. En realidad, estoy muy cansado y lo único que quiero es dormir.

¿Cuándo no? –murmuró Eleanor.

–No empieces, Elle. –la señaló divertido–. Fue un placer conocerlos, supongo que nos veremos mañana. Muchas gracias por dejar que Cassie y Harry se queden a dormir.

–No es nada, son bienvenidos al igual que ustedes. –dijo el señor Weasley, bondadosamente.

–Nos vemos mañana. No empiecen a apostar sin mi. –les advirtió Eleanor a Bill y a Charlie, cuando se acercó a despedirse. 

–¿Por quién nos tomas? ¿Fred y George? –inquirió Bill–. Está bien. Te esperaremos.

Eleanor les guiñó un ojo a ambos antes de alejarse junto a su hermano Sirius y desaparecer del lugar.


Nota de autora:

Estoy tratando de actualizar más seguido pero también implica inspiración... so, entre mañana o pasado les publico el siguiente.

¡Amo sus comentarios! No se imaginan la felicidad que me da saber que les gusta la novela, me motivan a seguir.

Quiero leer sus teorías... ¿Qué creen que suceda?

Es momento de ponerles nombres a las parejas...

¿Team Ares o Team Bill?

¡Nos leemos pronto!

Besos enormes,
Fer 🍯

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