xi. Mentiras
CAPÍTULO ONCE;
MENTIRAS
Una suave melodía se escuchaba por toda la habitación.
La joven pelirroja estaba peinando con paciencia y amor a la pequeña niña de cabello azabache que estaba sentada de espaldas suyo balanceando sus piecitos en su asiento, sin tocar el suelo. Mientras que al mismo tiempo, ambas tarareaban la canción tan conocida que sonaba en el estéreo muggle que tenían.
–Why she had to go?
–I don't know, she wouldn't say... –siguió la niña, con tono dulce.
–I said something wrong, now i long for yesterday...
Al terminar la melodía, la joven había acabado el peinado (que era una trenza en forma de corona) y la menor lo admiraba en el pequeño espejo que sostenía. Con una sonrisa enorme, se giro y le dejó un beso tronado en la mejilla a la mujer provocando la risa de la misma.
–¡Gracias, Lilyflor!
–Me alegro que te haya gustado, cariño. –murmuró la pelirroja, Lily Potter, mientras acariciaba su enorme estómago. Tenía cerca de siete meses de embarazo y seguía luciendo tan fenomenal y hermosa como la primera vez en que la conoció.
–¿Qué está haciendo mi princesa?
Una sonrisa radiante iluminó el rostro de la niña al verlo. Y dió un saltó hasta él aferrándose a su cuello.
–¡Jamie!
El joven cargó a su pequeña hermana y dio un giro con ella en sus brazos haciéndola reír en el acto. La esposa de su hermano los observaba con una sonrisa, le gustaba verlos interactuar porque a pesar de las diferencias de edades ambos azabaches se llevaban de maravilla, el parecido estaba allí. Los hermanos Potter se abrazaron un rato más hasta finalmente soltarse, él había regresado de una misión y ella no había dejado de extrañarlo mucho antes de que partiera. Después de compartir un tierno beso con su pelirroja, se dirigió de nuevo a la menor y tomó asiento frente a ella compartiendo miradas cómplices.
Los avellana del mayor y el chocolate de la niña hicieron conexión, casi parecían estar leyendo la mente del otro.
–¿Me extrañaste? –le preguntó James Potter.
–Siempre. –respondió rápidamente la menor, Eleanor–. Siempre te extraño, Jamie.
Una sonrisa triste entonces se formó en los labios ajenos.
–¿Entonces porque ya no me recuerdas?
–¿Qué? –preguntó la azabache, sin entender.
–Me has cambiado, Ellie. Yo no soy Harry.
–Eso no es cierto, Jamie.
–Estoy muerto y si sigues haciendo eso igual Harry morirá. Todo será tu culpa.
–No. No. ¡Para, James!
Cerró los ojos y tapó sus oídos con las manos intentando alejar su voz.
–Tienes que dejar de buscarme en él. Eso no me va a revivir.
–¡Cállate! ¡Cállate, por favor!
En ese momento, ella despertó agitada, empapada en su propio sudor y con lágrimas silenciosas abrazando sus pálidas mejillas.
Al girar, miró la cama que yacía a su lado donde estaba su sobrino durmiendo con total tranquilidad que pudo transmitírsela.
La sensación de vacío fue desapareciendo mientras se abrazaba así misma, murmurando una y otra vez «Todo está bien, todo está bien. Ese no es James, jamás diría eso». No estaba segura si un día finalmente todo ese dolor sanaría. Los años pasaban y cada vez se sentía más culpable por ello.
Llevaban una semana hospedándose en el Caldero Chorreante, por una única razón, su departamento seguía en vigilancia y por su seguridad prefirió quedarse con su sobrino en ese lugar antes que tener que ver todos los días a un intruso (los Aurores, claramente) invadiendo su espacio personal.
Eleanor no podía seguir durmiendo después de aquella pesadilla por lo que decidió bañarse y tratar de pensar en otra cosa que no fuera su hermano.
El recuerdo de la enorme sonrisa de su sobrino Harry al verla después de todo el verano deseando estar con ella fue lo que la hizo relajarse.
–¿Por qué crees que fue ese sueño? –le preguntó Remus, al día siguiente. Él también se había hospedado en el Caldero Chorreante ya que al igual que Eleanor, estaba siendo investigado.
La joven no había podido guardar aquello por más tiempo y decidió confesarle su sueño, le tenía la máxima confianza al hombre lobo por lo que no tuvo que pensar mucho si decirle o no cuando su sobrino se fue al callejón diagon a pasear, como últimamente hacía con frecuencia. –Quizá el karma vengándose de mí por ser una hipócrita. –miró el ceño fruncido del hombre y suspiró–. El día que Fudge decidió posponer el interrogatorio por lo sucedido con la muggle inflada, Ares Crouch fue a verme. Por supuesto, estaba tan molesta porque no hizo nada, así que saqué todo lo que sentía y él me mató con toda su amabilidad. –ironizó, intentando minimizar cuanto le había afectado su respuesta–. Le llamé egoísta por ocultarle a los mellizos la identidad de su padre y bueno, él me llamó hipócrita por hacer lo mismo con Harry. Y ahora, sé que tiene toda la razón pero no lo aceptaré tan fácil. No estoy dispuesta a darle esa satisfacción.
–Pues opino a que no tardarás mucho para eso.
–¿De qué hablas? Se supone que eres como mi hermano mayor y deberías estar, no sé, ¿celoso o sobre protector? Incluso estoy empezando a creer que estarías dispuesto a que me pidiera matrimonio.
–No necesito serlo, Eleanor. Tienes a Harry que ya hace esa tarea. –Eleanor rodó los ojos mientras mordía su labio para no sonreír–. Y además, no debo ser inteligente para notar que te gusta él.
–¿Gustarme? –inquirió la joven, enarcando una ceja–. Ni en un millón de años me podría gustar Ares Crouch.
El hombre lobo se encogió de hombros.
–¿Entonces porque aceptaste ir a una cita con él?
–B-Bueno, eso fue por... ¿la presión social?
–Lo que digas. –musitó Remus, dándole un sorbo a su cerveza de mantequilla–. ¿Te dije que el profesor Dumbledore habló conmigo después de la investigación?
Eleanor negó.
–¿Dumbledore estuvo en el ministerio? –ella no lo había visto.
–Él llegó porque se enteró de que Sirius estuvo en tu departamento. No sé porque lo odias, si él lucía muy preocupado por ti.
–No lo odio. –se defendió Eleanor, aún sorprendida por el hecho de que el anciano profesor se preocupara por ella–. Sólo no es la persona que más me agrada en el mundo.
–Está bien. –él siguió hablando–. Me ofreció el empleo de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.
–¿En serio? –preguntó impresionada–. ¡Eso es increíble, Lunático! Dime, por favor, que lo aceptaste.
–No estaba seguro desde un principio, no quería que los estudiantes estuvieran en peligro y...
–No digas estupideces. –dijo Eleanor, molesta–. El que tengas esa condición no quiere decir que no puedas. Eres un excelente maestro. ¿No recuerdas gracias a quien estoy donde estoy? ¡Me ayudaste mucho en los veranos estudiando para Pociones y Defensa Contra las Artes Oscuras! Si soy una Auror, es gracias a ti.
Él sonrió.
–No, Eleanor. Eso es porque eres una mujer muy inteligente, no por mí.
–Si sigues diciendo eso, te golpearé en el trasero. –le señaló amenazante–. Y sabes que puedo hacerlo.
–Gracias por la confianza, Elle.
–No hay nada que no haría por ti, Lunático. Eres mi hermano y mi familia.
–Hablando de familia, creo que te gustará ver quienes están aquí. –dijo Remus, levantando el mentón en una señal detrás suyo.
La joven miró sobre su hombro y reconoció las cabelleras pelirrojas tan conocidas. No tardo mucho en levantarse para ir hasta ellos abrazando a la señora Weasley de sorpresa.
–¡Oh, cielo! ¡Qué sorpresa verte aquí! –comentó muy alegre la rechoncha mujer, devolviéndole el fuerte abrazo–. Arthur nos comentó lo que paso con Harry y decidimos venir a verlos. –bajó más la voz para que sus hijos no pudieran escuchar–. También no enteramos de lo de Black, me alegra saber que no te paso nada, cielo. Bill y Charlie se espantaron mucho.
Los ojos chocolates de la joven se iluminaron ante las menciones de los últimos y miró a la mujer.
–¿Ellos están aquí? –preguntó Eleanor, esperanzada.
–Oh, no. Bill y Charlie no pudieron liberarse más tiempo de sus trabajos pero les mandan a Harry y a ti sus saludos, además de esto –dijo Molly Weasley, para después sacar de su túnica dos pergaminos que la azabache tomó con una sonrisa pequeña, las letras de los dos hermanos mayores estaban allí.
Estaba decepcionada de que no estuvieran presentes pero le gustó saber que ambos habían pensado en ella y le escribieron por lo mismo.
Después de saludar a cada uno de los familiares restantes y de que Remus intercambiara palabras con el matrimonio, Harry y sus dos amigos; Hermiones y Ron, llegaron.
–¡Harry! –dijo el señor Weasley, con el semblante preocupado–. ¿Cómo estás?
–Bien, gracias. –contestó.
El señor Weasley dejó el periódico, y Harry vio la fotografía ya familiar de Sirius Black, mirándole.
–¿Todavía no lo han capturado?
–No. –respondió el mayor, mirando de reojo a Eleanor que estaba viendo fijamente la fotografía–. En el Ministerio nos han puesto a todos a trabajar en su búsqueda, pero hasta ahora no se a conseguido nada.
«Y espero que así se mantenga» pensaba la joven.
–¿Tendríamos una recompensa si lo atrapáramos? –preguntó Ron–. Estaría bien conseguir algo más de dinero.
–No seas absurdo, Ron. –dijo el señor Weasley, que visto de más cerca se veía muy tenso–. Un brujo de trece años no va a atrapar a Black. Lo atraparan los guardianes de Azkaban. Ya lo verás.
Eleanor tembló de solo pensar en lo que le harían los dementores si tan solo lo encontraran. Había escuchado del beso del dementor y estaba segura de que jamás permitiría que eso le sucediera a alguien como su hermano adoptivo.
Después de que finalmente todos terminaran de cenar, los menores se marcharon dejando solo al matrimonio y a Eleanor en la mesa. La luna llena había pasado muy recientemente y Remus debía descansar por lo mismo, se había disculpado antes de marcharse a dormir como el resto. Ya que al día siguiente, igual que los niños, él también partiría en el tren escarlata para ir a Hogwarts.
–Eleanor. –dijo el señor Weasley, mirándola con cierta tensión–. ¿Le has dicho algo a Harry?
La joven negó.
–El Ministro y Dumbledore no me lo permiten. He pensado en decírselo... –les confesó, sonrojada–. No me gusta tener que mentirle.
–Es por su bien, cielo. –dijo Molly.
–Yo estoy de acuerdo con Eleanor. No tiene ningún sentido ocultárselo. –replicó acaloradamente su esposo–. Harry tiene derecho a saberlo. He intentado decírselo a Fudge, pero se empeña en tratar a Harry como a un niño. Tiene trece años...
–¡Arthur, la verdad le aterrorizaría! –dijo la señora Weasley alzando la voz–. ¿Quieren de verdad enviar a Harry al colegio con esa espada de Damocles? ¡Por Dios, está muy tranquilo sin saber nada!
–No es que queramos asustarlo, ¡queremos prevenirlo! Ya sabes como son Harry y Ron, que se escapan por ahí. Se han internado al bosque prohibido dos veces. ¡Pero Harry no debe hacer lo mismo en este curso! ¡Cada vez que pienso lo que podía haberle sucedido la otra noche, cuando se escapó de casa...! –guardó silencio un momento antes de mirar a la azabache–. ¿No te paso a ti, Eleanor? Aún siendo mayor y teniendo entrenamiento como Auror... –suspiró– si el autobús noctámbulo no lo hubiera recogido, me juego a lo que sea al que el ministerio lo hubiera encontrado...
No había necesidad de terminar aquella frase. Ella sabía de que hablaba. Pero Harry no pudo haber muerto porque Sirius no sería capaz... no quería creer lo contrario.
–Yo más que nadie quiero protegerlo, Molly, de verdad. No me perdonaría si algo le sucediera. –la voz de Eleanor se quebró. Inspiró con fuerza antes de continuar–. Él no sabrá nada por el momento pero en el futuro, cuando se enteré. ¿Qué haré?
–Harry entenderá porque lo hiciste. –dijo la señora Weasley, tomando su mano por encima de la mesa.
Ella negó sorbiendo su nariz.
–Me odiará y lo entenderé si lo hace. Yo misma me siento fatal por ser una mentirosa.
–No se enterará hasta que sea el momento, cielo. Harry estará a salvo en Hogwarts. –dijo Molly, tranquilizándola–. No hay lugar más seguro.
–Lo mismo pensábamos de la prisión de Azkaban y mira como termino. –dijo con ironía el señor Weasley–. Si Black es capaz de escapar de Azkaban, será capaz de entrar a Hogwarts.
–Pero nadie está seguro...
El puño del señor Weasley impactó con fuerza en la mesa.
–Molly, ¿cuántas veces te tengo que decir que... que no lo han dicho en la prensa porque Fudge lo quiere mantener en secreto? Pero Fudge fue a Azkaban la noche que Black se escapó. Los guardias le dijeron a Fudge que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las mismas palabras: «Está en Hogwarts, está en Hogwarts.» Black está loco, Molly, lo demostró con Eleanor cuando la atacó la otra noche. Y estoy seguro de que irá por Harry.
Eleanor cerró los ojos cansada de escucharlos discutir, solo quería ir a dormir para no tener que seguir pensando en aquello.
La señora Weasley bufó rendida.
–Sigue siendo decisión de Eleanor, Arthur. Ella ya lo dijo, decidirá lo mejor para su sobrino y aunque queramos lo mejor para él... debemos recordar que no está solo. –acarició la mejilla de la joven que ahora la veía fijamente–. Ahora te tiene a ti, cielo. Nos preocupamos por los dos... pero a pesar de lo que haya dicho el ministro y Dumbledore, tú eres la que decidirá si decírselo o no.
–Gracias a los dos, Arthur y Molly. Les agradezco por siempre preocuparse por Harry y por mí.
–No tienes nada que agradecernos, Eleanor. Eres amiga de nuestros hijos y te conocemos de años. Ustedes son de la familia. –dijo el señor Weasley con una sonrisa bondadosa.
El matrimonio Weasley se despidió de la joven antes de irse a dormir.
Eleanor se quedó un momento más para terminar su cerveza de mantequilla sin notar que desde la otra esquina del lugar se encontraba Harry escondido, analizando todo lo que había escuchado.
★
La mañana siguiente, el viaje a hasta la estación King's Cross fue muy tranquilo, el ministerio había puesto a su disposición dos vehículos para transportarlos a todos. Llegaron con veinte minutos de anticipación; los conductores del ministerio les consiguieron carritos, descargaron los baúles, saludaron a Eleanor y al señor Weasley y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, en cabeza de una hilera de coches parados en el semáforo.
El señor Weasley se mantuvo muy pegado a los dos Potter como si se tratara de su propio guardaespaldas, aunque lo más seguro (y que Eleanor sabía) habrían mas de dos Aurores vigilándolos por su "seguridad".
Dorea miró a su sobrino antes de tomar su hombro y juntos corrieron hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez. Un instante después, levantaron la mirada y frente a ellos estaba el expreso de Hogwarts, un tren de vapor color rojo que echaba humo sobre un andén repletos de magos y brujas que acompañaban al tren a sus hijos. De repente, detrás de Harry aparecieron Percy y Ginny. Jadeaban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo.
–¡Ah, ahí está Penelope! –dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose.
Eleanor, Ginny y Harry se miraron antes de soltar una pequeña risa en el momento en que Percy se acercó sacando pecho (para que ella no dejara de notar la insignia reluciente) a una chica de pelo largo y rizado.
Después de que Remus, Hermione y el resto de los Weasley se reunieran con ellos, Harry y el señor Weasley se abrieron paso hasta el final del tren para que dejaran las pertenencias del menor.
Eleanor y Remus se miraron antes de darse un abrazo de despedida.
–¿Cuidarás a Harry?
–Con mi vida, Eleanor. –prometió.
–Cuídate mucho, por favor y no olvides de avisarme si sucede cualquier cosa. Lo que sea. Confío en que no me ocultarás nada.
–Lo haré. –volvió a prometer antes de dejar un beso en su cabeza y despedirse del matrimonio de pelirrojos para después subir al tren escarlata.
Harry se acercó a su tía una vez que terminó de hablar con el señor Weasley y algo confundido por la noche anterior, la abrazó. Él ya sospechaba de que le mentía pero escucharla admitirlo le había dolido, sin embargo, ningún secreto podría ser más fuerte que sus sentimientos por ella. La quería y esperaría (ansiosamente) el momento en que ella le dijera.
–Yo... ¿en serio? –tartamudeó sorprendido, al separarse y ver la hoja con el permiso firmado junto a la enorme sonrisa de su tía–. Creí que no la firmarías...
–Tienes trece años, cariño. Estás creciendo y tengo que aprender a procesar eso, no te diré que desde un principio decidí firmarlo, en absoluto. –sonrió ladina–. Lo firmé porque mereces hacer lo que tú quieras como un niño normal. Y al mismo tiempo, te estoy dando la confianza para que no te metas en más problemas y me confíes si algo sucede. Cualquier cosa, cariño, tienes que decírmelo y juro que estaré allí en ese momento.
–Gracias, Ellie.
–Te amo, Jamie.
–Yo también te amo. –la abrazó una última vez mientras un sonrojo lo cubría al notar las miradas curiosas de sus amigos desde el vagón. Cuando se separó le sonrió–. ¿Nos veremos en navidad?
–Sí, y también avísame cuando sean tus salidas a Hogsmeade, tal vez pueda darte una sorpresa.
El silbido del tren llamando a los estudiantes se escuchó por el anden.
Harry agitó su mano en despedida a su tía mientras ella lo miraba partir para un año nuevo.
Nota de autora:
doble actualización... ¡sigue!
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