viii. Inesperado
CAPÍTULO OCHO;
INESPERADO
En la mañana del 31 de Julio, unas horas antes de que Eleanor fuera a buscar a su sobrino Harry a la casa de los Dursley, recibió a la lechuza de los Weasley, llamada Errol. La carta era breve pero lo suficiente para que a la azabache se le comenzara a crear un tic en el ojo izquierdo. El remitente era Molly Weasley, donde le informaba que Harry estaba en la Madriguera, justo a donde se dirigía en ese momento, había podido controlar sus nervios y ahora volvían a salir a la luz con todos los problemas en los que su sobrino se veía involucrado.
No entendía como alguien de doce años podía estar en peligro de muerte tantas veces pero eso no era nada comparado a la furia de una Potter nerviosa.
Al llegar a la Madriguera ignoró a los pelirrojos que la miraron como su salvadora por haber interrumpido el regaño de su madre pero su sonrisa que se fue borrando al notar el enojo que desprendía desde sus poros, los gemelos y Ron, que toda la vida habían sido regañados por su madre estaban casi acostumbrados a los gritos de la matriarca Weasley, pero al de la tierna Eleanor Potter no.
Harry palideció al ver el rostro de su tía y en ese momento, hubiera preferido ser regañado por la señora Weasley. Sí, y eso ya era mucho.
–¡Harry James Potter! –espetó furiosa mientras sus mejillas se calentaban. El menor paso de diferentes tonos y supo que era muy serio cuando le llamo por su nombre completo, jamás lo hacía–. ¡He pasado más enojos en estos meses de los que he pasado en mis casi diecinueve años! –Harry intentó hablar pero no se lo permitió–. ¡Te expusiste a un enorme peligro este curso! ¡No contestas mis cartas! ¡Fui a la casa de los Dursley más de las veces que me gustaría admitir y obviamente me rechazaron porque saben que solo puedo ir a buscarte el día de tu cumpleaños! ¡Te subiste a un auto con Ron y los gemelos y vuelves a exponer tu vida! –su rostro se va contrayendo con forme va explotando cada palabra pero su voz quiebra al final–. ¡¿Es que no entiendes que eres lo único que me queda?! –su voz comenzaba a quebrarse y eso desarmó por completo a los chicos–. Si algo te sucede y-yo... yo no lo soportaría, no podría perderte otra vez.
Los Weasley observaban como poco a poco la fortaleza de Eleanor se iba rompiendo hasta soltar sus sollozos, su cuerpo temblaba y sus manos eran un manojo de nervios, estaba rota.
–Yo no quería que te pusieras mal, Ellie. –dijo Harry, provocando que la azabache suba su mirada al escuchar ese apodo. Los brazos del niño se envolvieron alrededor del cuerpo de su tía acariciando su espalda–. Perdóname, por favor.
Eleanor aceptó su abrazo cerrando sus ojos con fuerza liberando las lágrimas que retuvo todo el tiempo. Sentir los pequeños brazos de su sobrino tratando de consolarla le había traído un poco paz a la joven, se sentía bien estar con él, le recordaba mucho a su hermano y en parte era como haberlo recuperado.
–Eleanor es muy guapa pero enojada da mucho miedo. –murmuró Fred mientras George y Ron le dan la razón.
Los Potter se separaron para poder hablar tranquilamente mientras Harry le explicaba lo sucedido a su tía que lo escuchaba atenta.
Harry se sorprende de que Eleanor no tratase de ir a buscar a los Dursley para ahorcarlos.
–Te mataban de hambre. –repitió la joven a su sobrino muy natural levantándose–. ¡Iré a matarlos! ¡Petunia deseará irse del continente con su desagradable esposo y su horroroso hijo! –explotó pero los chicos fueron más rápidos y la detuvieron entre los cuatro. No entendía como siendo tan pequeños y flacuchos podían con ella pero no la sueltan hasta que sienten que su respiración acelerada vuelve a regularse–. Está bien... No los mataré, ya estoy tranquila.
–¿Segura, Ellie? –pregunta Harry, temeroso.
–Sí, cariño. Ya estoy relajada. –murmuró en voz baja y escuchan como alguien baja de las escaleras llamando la atención de los cinco–. ¿Ginny?
–¡Eleanor! –chilló emocionada la pequeña pelirroja olvidando por un momento la vergüenza de tener a Harry cerca y la abrazó–. ¿Te vas a quedar como Bill? ¿Verdad?
–¿De qué hablas, Ginny? –preguntó confundida la azabache y sus sospechas se hacen realidad cuando visualiza a un pelirrojo entrar por la cocina con una sonrisa que es borrada al verla–. Bill.
–Hola, Eleanor.
Los niños se miraban entre ellos sin entender mientras que George y Fred se miran divertidos sabiendo los sentimientos que presentaba el mayor por la joven.
Bill Weasley estaba sorprendido de ver a la azabache frente a él, esperaba ir y sorprenderla a su nuevo departamento pero la sorpresa se la llevó él, lucía aún más hermosa de lo que recordaba. Esos orbes chocolates que tanto le encantaban se mantenían ahí brillantes pero expectantes ante la situación, sus mejillas habían adquirido un toque rojizo y sus labios carmín le encantaron. Tenerla ahí tan cerca le hizo darse cuenta que en realidad la extrañaba aún más de lo que él se imaginaba.
Eleanor Potter, para él, era la mujer más hermosa que sus ojos azules hubieran presenciado antes.
Cuando se acercó hasta ella esperaba cualquier cosa, besos, llantos, risas, sonrisas... menos lo que en verdad le tenía preparado: una calurosa bofetada en la mejilla.
Él la miraba sorprendido mientras tocaba donde había sido golpeado.
–¡¿Por qué me golpeaste?! –preguntó impresionado por la agresividad.
Bill notó una sonrisita divertida en el rostro de Harry, él claramente disfrutaba de ver como su tía alejaba al Weasley mayor, ya que no le gustaba que un hombre se le acercara.
–¿Todavía preguntas? –preguntó con incredulidad–. ¡Existen las lechuzas y los patronus! ¡¿Cuántos recibí?! ¡Ninguno William! ¡Te escribía seguido para saber de ti y no me respondías! –Sí, él conocía su lado furioso pero jamás fue dirigido hacia su persona, ahora frente a él estaba una muy furiosa Eleanor Potter, sus mejillas se inflaban mientras lo maldecía, sus labios se veían más rojos y su mirada chocolate estaba en llamas, aún enojada no dejaba de ser la mujer más hermosa que él había visto. Tenía una clase de maldición con su nombre y apellido pero no le importaba mientras ella lo mirara. Por lo que decidió hacer algo muy estúpido como ir a abrazarla mientras los gemelos lo miraban como si fuera hombre muerto–. ¡No me toques! ¡Suéltame William! ¡Estoy más que furiosa contigo! –repetía tratando de alejarlo de ella pero era casi imposible porque él la apretujaba más en el abrazo inundando sus fosas con el delicioso aroma a uvas, chocolate y pergamino nuevo que emanaba–. ¡Juro que te dejaré sin descendencia si no me sueltas ahora mismo! ¡Maldición, Weasley! ¡Fred! ¡George! ¡Aléjenlo de mí o se quedarán sin un hermano!
Ambos le hacen caso y arrastraron a su hermano mayor lejos del cuerpo de la joven que aún respiraba irregular.
Ese día se había llevado más enojos que risas.
Sin embargo, estaba sorprendida de verlo allí, seguía tan guapo como lo recordaba, manteniendo aquel estilo que le hacía ver demasiado bien. Estaba alto, tenía el pelo largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de dragón como pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las botas que a diferencia de las de Eleanor no eran de cuero, sino de piel de dragón. No existía otra definición para describir a Bill Weasley mejor que una persona cool y demasiado, muy guapo.
Bill al igual que toda su familia, tenía los ojos de color azul pero con la diferencia que parecían como del mismo tono que un océano, por lo que siempre sería su favorito.
–¿Por qué no me avisaste? –preguntó más calmada. Estaba alegre de verlo pero su orgullo no le permitía saltar encima suyo, aún.
–Era una sorpresa pero tú terminaste sorprendiéndome a mi, como siempre.
Eleanor sonrió sintiendo sus mejillas comenzando a calentarse y su sobrino solo emitió un carraspeo para llamar su atención.
El hermano menor de los Weasley, Ron, le presentó a su hermano mayor que hasta el momento era el único que desconocía. Cuando Bill terminó de presentarse estrechando la mano del menor y notó que con la simple mirada le advertía: «Ni lo sueñes. Ella no esta disponible». Nunca en sus veintiún años había sido amenazado por un menor de edad y eso en ves de parecerle gracioso, le incómodo.
La señora Weasley les ordenó a todos que pasaran a desayunar y Harry se había encargado de acaparar a su tía con tal de alejarla del hermano mayor de su mejor amigo.
Eleanor estaba tan distraída en mantener su enojo e intentar ignorar las miradas del mismo que no notaba las intenciones de su celoso sobrino.
La cocina era pequeña y todo en ella estaba bastante apretujado. En el medio había una mesa de madera que se veía muy restregada, con sillas alrededor. Eleanor se sentó entre Bill y su sobrino, que admiraba la casa de los pelirrojos por ser mágica.
El reloj de la pared de enfrente sólo tenía una manecilla y carecía de números. En el borde de la esfera había escritas cosas tales como «Hora del té», «Hora de dar de comer a las gallinas» y «Te estás retrasando». Sobre la repisa de la chimenea había unos libros en montones de tres, libros que tenían títulos como La elaboración de queso mediante la magia, El encantamiento en la repostería o Por arte de magia: como preparar un banquete en un minuto. Y la vieja radio que había al lado del fregadero acababa de anunciar que a continuación emitirían el programa «La hora de las brujas, con la popular cantante hechicera Celestina Warbeck».
La señora Weasley preparaba el desayuno sin poner demasiada atención en lo que hacía, y en el rato que tardó en freír las salchichas echó unas cuantas miradas de desaprobación a sus hijos. De vez en cuando murmuraba: «cómo se les pudo ocurrir» o «nunca lo hubiera creído».
–Tu no tienes la culpa, cielo. –le aseguró a Harry, echándole en el plato ocho o nueve salchichas–. Arthur y yo imaginábamos que Eleanor iría por ti, por eso no fuimos a buscarte nosotros mismos. Pero –dijo mientras le servía tres huevos fritos– cualquiera podría haberlos visto atravesar medio país volando en ese coche e infringiendo la ley...
Entonces dio un golpecito con la varita mágica al montón de platos sucios del fregadero, y éstos comenzaron a lavarse solos, produciendo un suave tintineo.
–¡Estaba nublado, mamá! –dijo Fred.
–¡No hables mientras comes! –le interrumpió la señora Weasley.
–¡Lo estaban matando de hambre, mamá! –siguió George.
–¡Cállate tú también! –atajó la señora Weasley, pero cuando se puso a cortar unas rebanadas de pan para Harry y a untarlas con mantequilla, la expresión se le enterneció.
Eleanor besó la sien de su sobrino y le acaricio la mejilla con cariño.
–Ahora estás bien y con la gente correcta, cariño. Eso es lo importante. En cuanto a Petunia y a los otros dos monstruos que tiene por familia... ya me encargaré después.
Aunque a Harry le hubiera encantado ver temblar de miedo a su primo Dudley. No quería que su tía se metiera en problemas, sabía que incluso los magos y brujas mayores de edad tenían cierta restricción en la magia.
»Pero aún no comprendo algo... ¿Por qué usaste magia cuando sabes que es prohibido y tampoco respondías a mis cartas?
Harry les advirtió a Ron y a los gemelos que no dijeran nada. Si su tía había reaccionado mal con lo del auto no quería imaginar como se pondría si sabía que un elfo doméstico había ocultado sus cartas y había sido el culpable del uso de magia fuera del colegio.
Al terminar de desayunar la señora Weasley les había ordenado a Ron y a los gemelos desgnomizar el jardín, Harry se ofreció a ayudarles mientras que Bill y Eleanor les hacían compañía a unos pocos metros de donde estaban ellos.
–¿Te gusta Egipto? –preguntó Eleanor, rompiendo el silencio.
–Si, bueno, no es mi lugar favorito pero tampoco me quejo.
–¿Y no planeas regresar a Londres?
–¿Esa es tu manera de decir que me extrañas o algo así, Eleanor? –inquirió divertido. Un sonrojo la cubrió casi por completo y bajó la mirada murmurando «idiota» provocándole a él una sonrisa–. Quizá tenga sólo un motivo para regresar.
–¿Sí? ¿Cuál? –preguntó Eleanor, con curiosidad.
Él no dijo nada. Sólo permaneció mirándola fijamente mientras una sensación agradable llenaba a la joven.
Todo parecía ser perfecto en su nube de ilusión hasta que un gnomo de jardín golpeó a Bill en la cabeza haciendo que este cayera y rompiera la conexión.
Eleanor ahogó un grito de horror mientras los hermanos Weasley reían a carcajadas limpias. Ella se hincó a su lado ayudándolo a reincorporarse con cuidado.
–¿Estás bien? –le preguntó, preocupada.
El pelirrojo mayor tocó la parte detrás de la cabeza mientras miraba confundido al gnomo de jardín con el que había sido golpeado («¡estúpidos! ¡niños estúpidos!», chillaba éste). El gnome era pequeño y de piel curtida, con una cabeza grande y huesuda, parecida a una patata.
–¿Cómo...? –preguntó Bill, confuso. Giró su mirada hasta donde se encontraban sus hermanos riendo y notó que Harry sonreía con malicia.
–¡Lo siento! –se disculpó Harry, sin tener realmente las intenciones de hacerlo. Eleanor no lo había notado, por supuesto–. ¡Estoy aprendiendo!
Bill miró a su joven tía que estaba apenada y preocupada por lo sucedido. Entonces supo que debía ganarse al niño que sobrevivió antes de que terminara matándolo a golpes con los gnomos de su jardín.
★
Una semana después de que Ron y los gemelos hubieran rescatado a Harry de la casa de los Dursley, había llegado la carta de Hogwarts con la lista de materiales para su segundo año. El niño que sobrevivió no podía estar más contento de pasar todo el día en La Madriguera con los Weasley mientras que por las noches (cuando la joven terminaba sus prácticas en el ministerio) regresaba al departamento donde los veranos vivía con su tía. Por otro lado, Eleanor, disfrutaba de la compañía del hermano mayor de su mejor amigo. Sin embargo, él regresaría en la noche a Egipto ya que solo había pedido una semana de vacaciones.
Esa mañana irían con la familia Weasley a comprar los materiales al callejón diagon.
Los Potter terminaban su desayuno mientras que en silencio leían la lista:
" Los estudiantes de segundo curso necesitarán:
— El libro reglamentario de hechizos (clase 2), Miranda Goshawk.
—Recreo con la «banshee», Gilderoy Lockhart.
—Una vuelta con los espíritus malignos, Gilderoy Lockhart.
—Vacaciones con las brujas, Gilderoy Lockhart.
—Recorridos con los trols, Gilderoy Lockhart.
—Viajes con los vampiros, Gilderoy Lockhart.
—Paseos con los hombres lobo, Gilderoy Lockhart.
—Un año con el Yeti, Gilderoy Lockhart.
–Creo que a tu nuevo profesor de Defensa contra las artes oscuras, le gusta mucho ese Gilderoy Lockhart. ¿No crees?
Harry le sonrió.
–Solo espero que no sea otro, Quirrell...
–Yo también.
Cuando llegaron a La Madriguera, Ron había arrastrado a Harry dentro empezando a contarle de la carta que Hermione le había enviado para verse. Usarían la Red Flu para llegar al callejón diagon mientras que Eleanor prefería el método de la Aparición.
–Nunca ha viajado con polvos flu... –comentó, preocupada.
–Tranquila, cielo. –dijo Molly, acompañando a su hijo mayor y a la joven fuera–. Le enseñaremos, Fred y George irán primero. Ustedes pueden irse adelantando. Nos veremos en un momento.
No espero a que ella le respondiera cuando ya le había cerrado la puerta dejándolos así solos.
–Harry estará bien. –dijo Bill–. No pasará nada, sabes que es lo más fácil.
–Sí, tienes razón. –admitió en voz baja–. Solo no puedo evitar preocuparme por él. ¿Parezco pesada?
Bill sonrió.
–En absoluto. Todo lo contrario. Es muy tierno que te preocupes por él.
–¿Cómo no? Es mi única familia.
–No digas eso. –dijo Bill, frunciendo el ceño–. Nosotros también somos tu familia. Eres la mejor amiga de Charlie y... la mía.
Eleanor sintió una punzada al escucharle decir aquello. No sabía el motivo pero no le gustó como sonó y Bill pareció percatarse de su error pero no pudo decir nada porque ella se adelantó.
–Debemos irnos, deben estar buscándonos...
–¿Quieres hacer una Aparición conjunta? –preguntó con timidez. Eso parecía pasarle cada vez que la tenía cerca.
Eleanor sonrió divertida.
–No tienes ni que preguntar eso. –extendió su mano para tomar la suya.
La calidez del tacto ajeno le hizo sentir bien, la joven Potter parecía tener las manos heladas mientras que las de él eran suaves y cálidas.
Se sonrieron mientras un sonrojo se apoderaba de ambas mejillas.
Al aparecer en el callejón diagon ninguno de los dos tenía la intención de romper el contacto con el otro.
Caminaron en busca de Harry y la familia pelirroja, los cuales se encontraban a unos metros de ellos, estaban esparcidos y lucían desesperados. Fred y George fueron los primeros en notar la presencia de su hermano y la azabache ya que palidecieron mientras se acercaba hasta ellos.
Eleanor buscó la alborotada melena azabache de su sobrino y no tardo en notar que él no se encontraba cerca de la familia.
–¿Y Harry? –le preguntó al matrimonio Weasley. Molly parecía que en cualquier momento iba a llorar de la desesperación y la ansiedad de Arthur hizo que la preocupación de ella aumentara.
–Se suponía que debía aparecer aquí y...
Eleanor se escandalizó y soltó la mano del pelirrojo a su lado para comenzar a recorrer todo el callejón con la mirada. Siempre había escuchado de la desesperación que sentían las madres cuando perdían a sus hijos y no lo había entendido hasta ese momento. Quizá ella no era la madre de Harry pero era su responsabilidad y si algo le sucedía sería su culpa. De nadie más.
Ya sentía que no podría ser una buena madre en un futuro con todas las situaciones que le habían sucedido a su pequeño sobrino bajo su cuidado. Oh, se iba a volver loca.
–¿Qué tan pésima tía debo de ser para perder a un niño de doce años? –repetía la joven buscando entre todos los magos y brujas, una cabellera azabache alborotada. Las lágrimas de desesperación comenzaban hacerse presentes y Bill no sabía que hacer o decir para tranquilizarla–. Moriré con solo diecinueve años, en serio. Moriré.
Por suerte, a unos cuantos metros pudo ver al semigigante acompañado de su sobrino. No dudo en correr por la alborotada calle hasta llegar a su lado sabiendo que los Weasley corrían detrás suya. La cara de Harry había cambiado a una sorprendida al ver el estado de su tía que lo abrazó con todas sus fuerzas sacándole el aire por unos segundos, repitiéndole: «¡no vuelvas alejarte de mi! ¡me vas a matar un día, Harry!».
–Harry –dijo el señor Weasley, jadeando–. Esperabamos que solo te hubieras pasado una chimenea. –se frotó su calva brillante–. Eleanor y Molly estaban desesperadas..., ahora viene.
–Siento haber causado tantos problemas.
Eleanor negó restándole importancia mientras besaba sus mejillas varias veces.
–¿Dónde has salido? –preguntó Ron.
–En el callejón Knockturn. –respondió con voz triste.
–¡Fenomenal! –exclamaron Fred y George a la vez.
–A nosotros nunca nos han dejado entrar. –añadió Ron, con envidia.
–Y han hecho bien. –gruñó Hagrid.
–Primera y última vez que vuelves a pisar ese callejón, Potter. –le señaló Eleanor con advertencia.
–Nunca más. –prometió, relajando el ceño fruncido de su tía que parecía recuperar la vida.
La señora Weasley apareció en aquel momento a todo correr, agitando el bolso con una mano y sujetando a Ginny con la otra.
–¡Ay, Harry... Ay, cielo... Podrías haber salido de cualquier parte!
Respirando aún con dificultad, sacó del bolso un cepillo grande para la ropa y se puso a quitarle el hollín con ayuda de Eleanor. El señor Weasley le cogió sus gafas, le dio un golpecito con la varita mágica y se las devolvió como nuevas.
–Muchas gracias.
–Bueno, tengo que irme. –dijo Hagrid, a quién Eleanor estaba terminando de abrazar y la señora Weasley estrechaba su mano con agradecimiento («¡El callejón Knockturn! ¡Menos mal que usted lo ha encontrado, Hagrid!», le decía)–. ¡Los veré en Hogwarts! –dijo, y se alejó a zancadas, con su cabeza y sus hombros sobresaliendo en la concurrida calle.
–¿A qué no adivinan a quién he visto en Borgin y Burkes? –preguntó Harry mientras subían las escaleras de Gringotts–. A Malfoy y a su padre.
–¿Y compró algo Lucius Malfoy? –preguntó el señor Weasley, con acritud.
–No, quería vender.
–Así que esta preocupado –comentó con satisfacción, a pesar de todo–. ¡Como me gustaría atrapar a Lucius Malfoy!
–Ten cuidado, Arthur –le dijo severamente la señora Weasley mientras entraban al banco y un duende les hacía reverencia–. Esa familia es peligrosa, no vayas a dar un paso en falso.
Eleanor escuchaba atenta la conversación pero no se quería meter en aquello porque sabía perfectamente que Arthur Weasley y Lucius Malfoy eran eternos enemigos. Los había visto en mas de una ocasión cuando el platinado iba a ver al ministro de magia y se topaba con el pelirrojo. No lo culpaba, aquel señor no era del agrado de la azabache y jamás lo sería por el simple hecho de ser un fiel seguidor del asesino de su hermano.
Se encargaron de sacar el dinero suficiente para comprarle los útiles a Harry, ambos sintieron la presión de tener que esconderlo para que los Weasley no lo vieran. Ya que a diferencia de la bóveda de los Potter, la de los pelirrojos contaban con muy pocas monedas.
–¿Entonces? –preguntó Bill.
–¿Qué?
Estuvo tan metida en sus pensamientos que no había escuchado a su pregunta. Ella se sonrojó (sintiéndose muy tonta por tener esa reacción por su culpa) y a él no le pudo parecer menos hermosa cuando hacia eso.
Él solo la miró con diversión y la codeo juguetón.
–Te pregunté si querías ir por un helado.
–Sólo si es de chocolate. –aceptó con una sonrisa de oreja a oreja.
–A mi también me gustaría un helado. –comentó Ron, de pronto.
–Pero... –replicó Bill.
–Sí, un helado no estaría mal. Me gusta el de fresa. –le interrumpió Harry, mirando expectante la reacción del hermano mayor de su amigo. Una sonrisa de total inocencia cruzaba sus facciones.
Hermione, que había llegado desde hace un rato, miró mal a sus amigos sabiendo las claras intenciones de ambos (a excepción de Ron, el siempre tenía hambre).
Después de que los cinco fueron a comprar sus helados se dirigieron a Flourish y Blotts donde se reunirían con el resto. Al acercarse, vieron con sorpresa a una multitud que se apretujaba en la puerta, tratando de entrar. El motivo de tal aglomeración lo proclamaba una gran pancarta colgada de las ventanas del primer piso:
"GILDEROY LOCKHART, firmará hoy ejemplares de su autobiografía EL ENCANTADOR, de 12.30 a 16.30 horas"
–¡Podremos conocerle en persona! –chilló Hermione–. ¡Es el que ha escrito casi todos los libros de la lista!
La multitud estaba formada principalmente por brujas de la edad de la señor Weasley. En la puerta había un mago con aspecto abrumado, que decía:
–Por favor, señoras, tengan calma..., no empujen..., cuidado con los libros...
Después de un rato consiguieron entrar. En el interior de la librería, una larga cola serpenteaba hasta el fondo, donde Gilderoy Lockhart estaba firmando libros. Cada una cogió un ejemplar de Recreo con la «banshee» y se unieron con disimulo al grupo de los Weasley, que estaban en la cola junto a los padres de Hermione.
–¡Que bien, ya están aquí! –dijo la señora Weasley. Parecía que le faltaba el aliento y se retocaba el cabello con las manos–. Enseguida nos tocará.
A medida que la cola avanzaba, podían ver mejor a Gilderoy Lockhart. Estaba sentado en una mesa, rodeado de grandes fotografías con su rostro, fotografías en las que guiñaba un ojo y exhibía su deslumbrante dentadura. El Lockhart de carne y hueso vestía una túnica de color añil, que combinaba perfectamente con sus ojos; llevaba su sombrero puntiagudo de mago desenfadadamente ladeado sobre el pelo ondulado.
Eleanor debía aceptar que era atractivo por lo que comprendía que todas las señoras se volvieran locas. Menos ella. No era su tipo.
Un hombre pequeño e irritable merodeaba por allí sacando fotos con una gran cámara negra que echaba humaredas de color púrpura a cada destello cegador del flash.
–Fuera de aquí. –gruñó a Ron, retrocediendo para lograr una toma mejor–. Es para el diario El Profeta.
–¡No le hable así! –defendió Eleanor alejando al pelirrojo menor del señor. Ron se frotó el pie donde el fotógrafo lo había pisado.
Parecía que Gilderoy Lockhart los escuchó y levantó la vista. Entonces, se levantó de un salto y gritó con rotundidad:
–¿No será ése Harry Potter?
La multitud se hizo a un lado, cuchicheando emocionada. Lockhart se dirigió hasta él y cogiéndolo del brazo lo llevó hasta delante. La multitud aplaudió. Harry no pudo evitar sonrojarse cuando Lockhart estrechó su mano ante el fotógrafo, que no paraba de sacar fotos, ahumando a su tía y los Weasley.
–Y ahora sonríe, Harry. –le pidió Lockhart, con su sonrisa deslumbrante–. Tú y yo juntos merecemos la primera página.
»¡Señoras y caballeros! –dijo en voz alta, pidiendo silencio con un gesto de la mano–. ¡Éste es un gran momento! ¡El momento ideal para que les anuncie algo que he mantenido hasta ahora en secreto! Cuando el joven Harry entró hoy en Flourish y Blotts, sólo pensaba en comprar mi autobiografía, que estaré muy contento de regalarle. –La multitud aplaudió–. Él no sabía –continuó Lockhart, zarandeándolo de tal forma que las gafas se resbalaron hasta la punta de su nariz– que en breve iba a recibir de mí mucho más que mi libro El Encantador. Harry y sus compañeros de colegio contarán con mi presencia. ¡Sí, señoras y caballeros, tengo el placer y el orgullo de anunciarles que este mes de septiembre seré el nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras en el Colegio Hogwarts de Magia!
«¿Ése idiota... el profesor...?» musitó Eleanor, sin poder creerlo.
La multitud aplaudió y vitoreó al mago, y Harry fue obsequiado con las obras completas de Gilderoy Lockhart. Tambaleándose un poco bajo el peso de los libros, logró abrirse camino desde la mesa de Gilderoy, en que se centraba la atención del público, hasta el fondo de la tienda, donde Ginny aguardaba junto su caldero nuevo.
–Tenlos tú. –farfulló Harry, metiendo los libros en el caldero–. Yo compraré los míos...
–¿Siempre dando la nota, eh Potter? –dijo una voz desconocida. Harry se reincorporó y se encontró cara a cara con un niño rubio, que exhibía su habitual aire despectivo–. El famoso Harry Potter. Ni siquiera en una librería puedes dejar de ser el protagonista.
–¿Es que tienes envidia, Malfoy?
–¿De tu estúpida cicatriz? Ni hablar.
Eleanor se adelantó para defender a su sobrino pero Bill la detuvo agarrando su muñeca murmurándole: «no te metas en peleas de niños».
–¡Déjalo en paz, él no lo ha buscado! –replicó Ginny. Era la primera vez que hablaba delante de Harry. Estaba fulminando a Malfoy con la mirada.
–¡Vaya Potter, tienes novia! –dijo Malfoy, arrastrando las palabras. Ginny se puso roja mientras Ron y Hermione se acercaban, con sendos montones de los libros de Gilderoy Lockhart.
–¡Ah, eres tú! –dijo Ron, mirando a Malfoy como se mira un chicle que se le ha pegado a uno en la suela del zapato–. ¿A que te sorprende ver aquí a Harry, eh?
–No me sorprende tanto como verte a ti en una tienda, Weasley. –replicó Malfoy–. Supongo que tus padres pasarán hambre durante un mes para pagarte esos libros.
Ron se puso tan rojo como Ginny. Dejó los libros en el caldero y se fue hacia Malfoy, pero Harry y Hermione lo agarraron de la chaqueta. Por otro lado, el agarre de Bill se soltó de Eleanor mientras caminaba amenazante hasta el menor dispuesto a olvidarse de eso pero la azabache logró retenerlo, recordándole que solo era un niño.
Se vieron interrumpidos cuando dos niños casi idénticos, con cabello azabache, ojos grisáceos y vestimenta de tonos oscuros muy similares, se acercaron hasta donde se encontraban ellos. La niña se metió entre Malfoy y Potter para abalanzarse al último ignorando la mirada asesina del primero. Harry que la logró reconocer, la envolvió en un abrazo que correspondió de inmediato.
Cassiopeia se separó un poco para verlo con una enorme sonrisa deslumbrante.
–¡Hermione me contó lo sucedido! ¡Pensé que no querías responder a mis cartas a propósito y...!
–Cassiopeia. –gruñó Malfoy, interrumpiéndola para mirarla mal–. Estábamos hablando antes de que interrumpieras.
–No te atrevas a hablarle así a ella, Draco. –dijo Alphard, repentinamente molesto. Era el hermano mellizo de Cassiopeia. Malfoy tragó saliva asintiendo ante la amenazante mirada de su compañero de casa.
El señor Weasley apareció abriéndose camino con Fred y George acompañándolo.
–¿Qué hacen? Vamos fuera, aquí no se puede estar.
–Vaya, vaya... ¡si es el mismísimo Arthur Weasley!
Era el padre de Draco. El señor Malfoy había acogido a su hijo por el hombro y con el otro a Alphard mientras miraba con la misma expresión de desprecio que el primero.
–Lucius. –dijo el señor Weasley, saludándolo fríamente.
–Mucho trabajo en el ministerio, me han dicho... –comentó mirando por un instante a Eleanor antes de regresar su mirada al mayor–. Todas esas redadas... Supongo que al menos te pagarán las horas extras, ¿no? –se acercó al caldero de Ginny y sacó de entre los libros nuevos de Lockhart, un ejemplar muy viejo y estropeado de la Guía de transformación para principiantes–. Es evidente que no. –rectificó–. Querido amigo, ¿de qué sirve deshonrar el nombre de un mago si ni siquiera te pagan bien por ello?
El señor Weasley se puso aún más rojo que Ron y Ginny.
–Tenemos una idea diferente de qué es lo que deshonra el nombre de un mago, Malfoy. –contestó.
–Es evidente –dijo Malfoy, mirando de reojo a los padres de Hermione, que lo miraban con aprensión–, por las compañías que frecuentas, Weasley... Creía que no podías caer más bajo.
Entonces, antes de que Eleanor o cualquiera lo pudiera evitar, el caldero de Ginny saltó por los aires con un estruendo metálico; el señor Weasley se había lanzado sobre el señor Malfoy, y éste fue a dar de espaldas contra un estante. Docenas de pesados libros de conjuros les cayeron sobre la cabeza. Fred y George gritaban: «¡Dale, papá!», Cassiopeia le gritaba a Draco: «¡Todo es tu culpa! ¡Dile a tu padre que se detenga!», y la señora Weasley exclamaba: «¡No, Arthur, no!». La multitud retrocedió en desbandada, derribando a su vez otros estantes.
–¡Caballeros, por favor, por favor! –gritó un empleado.
Y luego, más alto que otras voces, se oyó:
–¡Basta ya, caballeros, basta ya!
Hagrid vadeaba el río de libros para acercarse a ellos. En un instante, separó a Weasley y Malfoy. El primero tenía un labio partido, y al segundo, una Enciclopedia de setas no comestibles (lanzado por Eleanor, discretamente) le había dado en un ojo. Malfoy todavía sujetaba en la mano el viejo libro sobre transformación. Se lo entregó a Ginny, con la maldad brillándole en los ojos.
–Toma, niña, ten tu libro, que tu padre no tiene nada mejor que darte.
Librándose de Hagrid, que lo agarraba del brazo, hizo una seña a Draco y salieron de la librería.
–No debería hacerle caso, Arthur. –dijo Hagrid, ayudándolo a levantarse del suelo y a ponerse bien la túnica–. En esa familia están podridos hasta las entrañas, lo sabe todo el mundo. Son una mala raza. Vamos, salgamos de aquí.
Al salir de Flourish y Blotts, Alphard y Cassiopeia hablaban animadamente con Ron, Hermione y Harry. Bueno, solo la melliza Crouch porque el primero se mantenía firme a lado de su hermana fijando su vista en Eleanor, con reconocimiento. Fue entonces que algo dentro de Eleanor pareció encenderse al notar que si ambos niños estaban allí, también lo estaría su...
–Les he dicho que no corrieran, niños. Tardé buscándolos.
–Lo lamentamos, tío Ares. –respondieron al unísono los mellizos, reincorporándose y colocándose a los lados de su tutor.
Ares Crouch lucía tan guapo y elegante como siempre, su porte demostraba orden y respeto, que obviamente, sus dos sobrinos le tenían. Él miró a todos los presentes deteniéndose en la mirada chocolate que ya estaba sobre la suya, una sonrisa iluminó su rostro entonces.
–Potter. –dijo Ares, con voz ronca–. Creo que el destino nos vuelve a juntar.
–Señor Crouch. –lo saludó de vuelta, en voz baja permitiéndose mostrar una sonrisa ante el recuerdo de la última vez que lo vió, sus mejillas la delatan y provocan una sonrisa más grande en el hombre.
Había algo en aquel hombre que no dejaba de impresionarla, su mirada intensa sobre la suya la ponía nerviosa pero al mismo tiempo la hacía sentir bien, además la forma en la que se trataban, en las pocas ocasiones cuando se encontraban, la hacía sentir diferente a como él era con el resto, había mucho misterio detrás de esa mirada y Eleanor moría por saber que eran los secretos que escondían sus ojos oscuros.
Un carraspeo interrumpió el pequeño momento, Bill Weasley, junto a sus pelirrojos hermanos, su sobrino y los mellizos Black observaban la escena confusos pero a la vez un poco molestos sobre todo el azabache menor y el pelirrojo mayor que les importaba todo lo que la joven hacía, más aún que se notaba nerviosa pero alegre con la presencia del hombre frente a ellos.
–Ares Crouch, soy el tío de Alphard y Cassiopeia. –se presentó regresando a su habitual forma de ser pero cuando su mirada se postró en el niño de ojos verdes, lo reconoció de inmediato y le dedicó una pequeña sonrisa ladeada–. Por el notorio parecido –volvió a mirar a Eleanor por un instante para regresar la mirada al niño que trata de detener su tic en su ojo derecho producto de los celos de sobreprotección–. Tú debes ser Harry Potter.
No había tenido oportunidad de presentarse en la estación de kings cross hace un año atrás.
Bill no podía dejar de mirar con desconfianza al hombre que hacía sonrojar a Eleanor, existía química entre esos dos y el pelirrojo no era el único que lo notaba. Cassiopeia estaba sorprendida de ver a su tío sonreírle a los Potter cuando él nunca lo hacía y mucho menos con regularidad.
–Un placer, señor Crouch. –musitó Harry, tratando de ser lo más amable posible.
–Por el cabello y los ojos –miró al resto con una ceja enarcada hacia Bill que miraba de reojo a Eleanor–, son los hijos de Arthur y Molly Weasley. –confirmó sin quitar su mirada fija en el mayor–. Cassiopeia ha hablado mucho de ustedes, es un placer conocer a sus amigos. –regresó su mirada a la chocolate que lo observaba avergonzada y le sonrió encantado con su reacción–. Nos tenemos que ir. –les dirigió una mirada a sus sobrinos que solo asintieron sin decir nada–. Fue un gusto. Y a usted, la veré en el ministerio, Potter.
Los Crouch se van por el callejón diagon, tras despedirse.
★
Esa misma tarde después de que regresaron de hacer las compras en el callejón diagon, disfrutaron un pequeño banquete de despedida para Bill que volvería a Egipto usando un translador. Molly Weasley había roto a llorar repitiendole lo mucho que le hacia falta, mientras que cada uno de los miembros de la familia se fueron despidiendo hasta que decidieron darle un momento a solas con Eleanor, que aún faltaba por despedirse.
Habían salido a caminar por el jardín contemplando la puesta de sol sin saber realmente que decirle al otro para aminorar la sensación de tristeza que dejaba su partida. Aquella semana les había servido a los dos amigos para corroborar la falta que le hacían al otro. Y pensar en cómo decir adiós fue lo más difícil que habían hecho en un largo tiempo.
–Ese hombre en la librería. El de tío de los mellizos. –comenzó Bill, como quien no quiere la cosa–. ¿Trabaja contigo? –preguntó queriendo saciar su curiosidad y al mismo tiempo saber que significaba ese hombre en su vida–. Por lo que dijo de que te vería en el ministerio.
–Aún no. –dijo Eleanor–. Él es un Auror, se podría decir que es como la mano derecha del líder de los Aurores. Fue aprendiz de Ojoloco y Rufus Scrimgeour.
–¿Él te gusta?
Ella frunció el ceño.
–¿Ares Crouch? ¡No! –«¿segura..? ¡No! ¡No! Él solo es... él. Sí. Sólo eso.» se recriminó mentalmente–. ¿Por qué lo preguntas?
–Bueno, por la forma en que te miró... y bueno, él es grande para ti...
–Tiene la edad de Remus. –replicó Eleanor, defendiéndolo–. Además, no es relevante pero, yo creo que para el amor no existen las edades.
Bill sonrió burlón.
–¿Eleanor Potter hablando de amor? –inquirió sin borrar su tono juguetón–. En todos mis años en Hogwarts jamás estuviste con alguien. Siempre mantuviste la idea de no juntar los sentimientos y los estudios. –ella lo empujó con diversión mientras sus mejillas adquirían un tono carmín–. Espero que pronto no seas como Charlie y te cases con una dragona.
–En todo caso, sería con un dragón.
Ambos se miraron antes de romper en risas.
–¿Bill?
–¿Si?
–Te extrañé. –confesó Eleanor, con una sonrisa triste–. Y te extrañaré ahora que no estés.
Él la miró fijamente y sin pensarlo, acarició su mejilla con delicadeza mientras ella posaba su mano encima de la suya sin dejar de mirarlo.
–Yo también, Eleanor. Yo también te extrañaré.
Nota de autora:
Es el capítulo más largo hasta ahora...
¿A que no se esperaban ver a Bill, eh?
Por cierto...
¡En el siguiente capítulo ya estaremos en el prisionero de Azkaban! ¡Se viene el drama!
Pd. Si llego a tener un horror por favor díganme... realmente he dormido muy poco por decidirme a terminar este capítulo.
¡Hasta la próxima!
Besos enorme,
Fer 🍯
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