vii. Cediendo


CAPÍTULO SIETE;
CEDIENDO


Eleanor Potter estaba alterada.

Luego de que había recibido una lechuza de Hogwarts con la noticia de que su sobrino junto a sus tres amigos habían salvado una importante piedra y que se encontraba inconsciente en la enfermería, no dudo en ir al castillo y pedirle una explicación a Dumbledore. Si el director no era de la completa gracia de Eleanor, ahora con lo sucedido, mucho menos. Le reclamó por haber abandonado el castillo aún con las sospechas de que alguien quería entrar a robar la dichosa piedra e incluso ignoró las explicaciones de la profesora McGonagall (que era hasta ese día su favorita) por no haber escuchado al grupo de niños.

Estaba molesta y preocupada. Se suponía que Hogwarts era un lugar seguro y su propio sobrino había enfrentado a una parte de Lord Voldemort. Podría haberle sucedido algo a Harry y entonces, ¿que haría ella sin él? Nunca se lo podría perdonar.

Decidida a quedarse en la enfermería hasta que su sobrino despertara, se sentó a un lado suyo mientras se dedicaba a acariciar su mano.

A unos cuantas camillas se encontraba Cassiopeia, la ahijada de Remus Lupin. Inconsciente, igual que Harry. Tenía unas leves cortadas en su rostro y su mano yacía vendada.

La enfermería estaba en absoluta paz o al menos se mantuvo así por unos minutos más antes de que apareciera alguien por la puerta con pasos apresurados. Era Ares Crouch. El tío y tutor de la melliza.

No pareció percatarse de la presencia de la joven a unos metros de él ya que toda su atención se posó en la menor.

Eleanor lo había visto a lo largo del último año y nunca se imaginó que una persona como él, tan duro y con un rostro lleno de frialdad, llegara a verse tan frágil. En ese momento conoció al verdadero hombre detrás de esa fachada de crueldad que se había impuesto. Lucía perdido y sumamente preocupado, con las manos en su rostro ahogando gritos silenciosos de frustración como si la imagen de su sobrina inconsciente le trajera algún recuerdo que quería olvidar.

Ella quiso abrazarlo en ese momento.

Quizá y después de todo él no era malo. No podía verlo como el Auror del ministerio que siempre imponía respeto. No. Solo era una persona con miedo, el mismo que ella sentía al ver a su sobrino durmiendo en la camilla.

No supo como o cuando comenzó a acercarse pero Eleanor pareció reaccionar cuando su mano estaba sobre el hombro de Ares Crouch como apoyo. Él se tensó y la miró abriendo los ojos en sorpresa, ni en sus mejores días imaginaría que la joven Potter estaría allí, a su lado, brindándole el apoyo que necesitaba.

Ninguno se atrevió a decir nada solo disfrutaron la compañía y apoyo del otro mientras sus propios sobrinos permanecían inconscientes.

Quizá Eleanor se arrepentiría por aquello después pero en ese momento, le sentó bien estar con él.



El rostro sonriente de Albus Dumbledore se agitaba ante él mientras que el de Eleanor Potter pareció volver a recuperar su color natural y un suspiro de alivio escapaba de sus labios.

–¿Ellie?

Oh, Jamie. –musitó mientras lo abrazaba con cuidado de no lastimarlo. El menor estaba confundido y no comprendía que hacía su tía y el director allí–. Me tenías muy preocupada...

–Puedo corroborar eso –dijo Dumbledore ignorando la mala mirada de Eleanor. Aún estaba furiosa con él por lo sucedido–. Buenas tardes, Harry.

Harry lo miró asombrado. Entonces recordó.

–¡Señor! ¡La piedra! ¡Era Quirrell! ¡Él tiene la piedra! Señor, rápido...

–Cálmate, querido muchacho, estás un poco atrasado. Quirrell no tiene la piedra.

–¿Entonces quién la tiene? Señor, yo...

–Harry, por favor, cálmate, o madame Pomfrey nos echará de aquí a tu tía y a mí.

Harry tragó y miró alrededor. Se dio cuenta de que debía de estar en la enfermería. Estaba acostado en una cama, con sábanas blancas de hilo, y cerca había una mesa, con una enorme cantidad de paquetes, que parecían la mitad de la tienda de golosinas.

–Regalos de tus amigos y admiradores –dijo Dumbledore, radiante–. Lo que sucedió en las mazmorras entre tú y el profesor Quirrell es completamente secreto, así que, naturalmente, todo el colegio lo sabe. Creo que tus amigos, los señores Fred y George Weasley, son responsables de tratar de enviarte un inodoro. No dudo que pensaron en que eso te divertiría. Sin embargo, la señora Pomfrey consideró que no era muy higiénico y lo confiscó.

Una sonrisa abandonó los labios de Eleanor al imaginarlo.

–¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?

–Tres días. El señor Ronald Weasley y las señoritas Cassiopeia Crouch y Hermione Granger estarán muy aliviados al saber que has recuperado el conocimiento. Han estado sumamente preocupados.

–Pero señor, la piedra...

–Veo que no quieres que te distraiga. Muy bien, la piedra. El profesor Quirrell no te la pudo quitar. Yo llegué a tiempo para evitarlo, aunque debo decir que lo estabas haciendo muy bien.

–¿Usted llegó? ¿Recibió la lechuza que envió Hermione?

–Nos debimos cruzar en el aire. En cuanto llegué a Londres, me di cuenta de que el lugar en donde debía estar era el que había dejado. Llegué justo a tiempo para quitarte a Quirrell de encima.

–Fue usted.

–Tuve miedo de haber llegado demasiado tarde.

–Casi fue así, no habría podido aguantar mucho más sin que me quitara la piedra...

–No por la piedra, muchacho, por ti... El esfuerzo casi te mata. –dijo Dumbledore mirando de reojo como Eleanor reforzó el agarre sobre los hombros de su sobrino. Estaba muy callada permitiéndole al director hablar–. Durante un terrible momento tuve miedo de que fuera así. En lo que se refiere a la piedra, fue destruída.

–¿Destruída? –preguntó Harry,sin entender–. Pero su amigo... Nicolás Flamel...

–¡Oh, sabes lo de Nicolás! –dijo Dumbledore, contento–. Hiciste bien los deberes, ¿no es cierto? Bien, Nicolás y yo tuvimos una pequeña charla y estuvimos de acuerdo en que era lo mejor.

–Pero eso significa que él y su mujer van a morir. ¿No?

–Tienen suficiente Elixir guardado para poner sus asuntos en orden y luego, sí, van a morir.

Dumbledore sonrió ante la expresión de desconcierto que se veía en el rostro de Harry.

–Para alguien tan joven como tú, estoy seguro que te parecerá increíble, pero para Nicolás y Perenela será realmente como irse a la cama, después de un día muy, muy largo. Después de todo, para una mente bien organizada, la muerte no es más que la siguiente gran aventura. Sabes, la piedra no era realmente algo tan maravilloso. ¡Todo el dinero y la vida que uno pueda desear! Las dos cosas que la mayor parte de los seres humanos elegirían... El problema es que los humanos tienen el don de elegir precisamente las cosas que son peores para ellos.

Eleanor y Harry no sabían que decir. Dumbledore canturreó durante un minuto y después sonrió hacia el techo.

–¿Señor? –dijo Harry–. Estuve pensando... Señor, aunque la piedra ya no esté, Vol... quiero decir Quién-tú-sabe...

–Llámalo Voldemort, Harry. Utiliza siempre el nombre correcto de las cosas. El miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra.

–Sí, señor. Bien, Voldemort intentará volver de nuevo, ¿no? Quiero decir... No se ha ido, ¿verdad?

Dumbledore y Eleanor se miraron por un instante antes de que él pudiera contestarle:

–No, Harry, no se ha ido. Está por ahí, en algún lugar, tal vez buscando otro cuerpo para compartir... Como no está realmente vivo, no se le puede matar. Él dejó morir a Quirrell, muestra tan poca misericordia con sus seguidores como con sus enemigos. De todos modos, Harry, tú tal vez has retrasado su regreso al poder. La próxima vez hará falta algún otro preparado para luchar y, si lo detienen otra vez y otra vez, bueno, puede ser que nunca vuelva al poder.

Harry asintió sin darse cuenta que en las miradas del director y su tía no había duda en su regreso al poder.

–Señor, hay algunas cosas más que me gustaría saber, si me las puede decir... cosas sobre las que quiero saber la verdad...

–La verdad –Dumbledore suspiro–. Es una cosa terrible y hermosa, y por lo tanto debe ser tratada con gran cuidado. Sin embargo, contestaré tus preguntas a menos que tenga una muy buena razón para no hacerlo. Y en ese caso te pido que me perdones. Por supuesto, no voy a mentirte.

–Bien... –miró a su tía y ella le asintió para que continuara–: Voldemort dijo que solo mató a mi madre porque ella trató de evitar que me matara. Pero, ¿por qué iba a matarme a mí en primer lugar?

Aquella vez, Dumbledore suspiró profundamente.

–Vaya, la primera vez que me preguntas y no puedo contestarte. No hoy. No ahora. Lo sabrás, un día... Quítatelo de la cabeza por ahora, Harry. Cuando seas mayor... ya sé que es odioso... bueno, cuando estés listo, lo sabrás.

Harry supo que no sería bueno discutir.

–¿Y por qué Quirrell no podía tocarme?

–Tu madre murió para salvarte. Si hay algo que Voldemort no puede entender es el amor. No se dio cuenta de que un amor tan poderoso como el de tu madre hacia ti deja marcas poderosas. No una cicatriz, no un signo visible... Haber sido amado tan profundamente, aunque esa persona que nos amó no esté, nos deja para siempre una protección. Eso está en tu piel. Quirrell, lleno de odio, codicia y ambición, compartiendo su alma con Voldemort, no podía tocarte por esa razón. Era una agonía el tocar a una persona marcada por algo tan bueno.

Entonces Dumbledore se mostró muy interesado en un pájaro que estaba cerca de la cortina. Mientras Eleanor le daba tiempo a su sobrino para secarse los ojos con la sabana. Sabía que le dolía hablar de sus padres porque al igual que ella su punto débil siempre sería James. Pero no podría llorar frente a Harry por lo que tragó sus lágrimas y apretó el cuerpo del menor cerca suyo en apoyo que a él le reconfortó saber que ya no estaba solo.

Cuando pudo hablar de nuevo, dijo:

–¿Y la capa invisible... sabe quién me la mandó?

–Ah... Resulta que tu padre me la había dejado y pensé que te gustaría tenerla. –los ojos de Eleanor brillaron–. Cosas útiles... Tu padre la utilizaba sobre todo para robar comida en la cocina, cuando estaba aquí.

La joven sintió un nudo crecer en su garganta y desvió la mirada a sus manos.

–Y hay algo más...

–Dispara.

–Quirrell dijo que Snape...

–El profesor Snape, Harry.

–Sí, él... Quirrell dijo que me odia, porque odiaba a mi padre. ¿Es verdad?

«Por supuesto que lo odiaba y lo seguirá odiando aún cuando no está vivo.» pensó Eleanor con molestia. Detestaba a ese profesor.

–Bueno, ellos se detestaban el uno al otro. Como tú y el señor Malfoy. Y entonces, tu padre hizo algo que Snape nunca pudo perdonarle.

–¿Qué?

–Le salvó la vida, Harry. –respondió Eleanor, en un susurro.

–¿Qué?

–Sí... –prosiguió Dumbledore, con aire soñador–. Es curiosa la forma en que funciona la mente de la gente, ¿no es cierto? El profesor Snape no podía soportar estar en deuda con tu padre... Creo que se esforzó tanto por protegerte este año porque sentía que así estaría en paz con él. Así podría seguir odiando la memoria de tu padre, en paz... –Eleanor no le creyó. Ella sabía lo cruel que llegaba a ser el profesor Snape y el que intentara proteger a Harry no le daba la más mínima confianza–. Aunque quizá hay algo más...

–¿Algo más? ¿Puedo saber de que se trata...?

–¿Te han dicho que eres la copia de tu madre? –asintió mirando a su tía que no paraba de decirle lo mismo–. A pesar de la mala relación que tenían tu padre y el profesor Snape, era buen amigo de tu madre, estoy seguro que le recuerdas a ella...

Los Potter trataron de entenderlo pero no podían.

–Y señor, hay una cosa más...

–¿Sólo una?

–¿Cómo pude hacer que la piedra saliera del espejo?

–Ah, bueno, me alegro de que preguntes eso. Fue una de mis más brillantes ideas y, entre nosotros, eso es decir mucho. Sabes, sólo alguien que quisiera encontrar la piedra, encontrarla, pero no utilizarla, sería capaz de conseguirla. De otra forma, se verían haciendo oro o bebiendo el Elixir de la Vida. Mi mente me sorprende hasta a mí mismo... Bueno, suficientes preguntas. Te sugiero que comiences a comer esas golosinas. Ah, las grageas de todos los sabores. En mi juventud tuve la mala suerte de encontrar una con gusto a vómito y, desde entonces, me temo que dejaron de gustarme. Pero creo que no tendré problema con esta bonita gragea, ¿no les parece?

Sonrió y se metió en la boca una gragea de color dorado. Luego se atragantó y dijo: «¡Ay de mí! ¡Cera de oído!».

Eleanor y Harry no pudieron evitar reír haciendo que Madame Pomfrey los regañara.

–Eleanor, ¿podemos hablar un segundo?

Le dió un beso a su sobrino antes de seguir al director fuera de la enfermería. El director miró a la joven y comenzó.

–Sé que no soy de tu agrado por la situación con Harry. Y lo entiendo perfectamente. Lo sabrás (al igual que tu sobrino) cuando sea el momento indicado y finalmente, entenderás porque tomo esas decisiones. Por eso necesito que no olvides lo que hablamos antes de tu graduación y que recuerdes decirle a Harry solo lo necesario. No más ni menos.

–Sí, profesor.

Las palabras del director le habían dejado pensativa. Dumbledore le sonrió con afecto antes de despedirse de ella y seguir su propio camino.

Al regresar a la enfermería vio que su sobrino seguía procesando la información que el director le había dado.

–Ahora que despertaste y sé que estás bien podré irme tranquila.

–¿Tan... pronto?

Harry sabía que no la volvería a ver hasta el día de su cumpleaños como habían acordado.

–Tomando en cuenta que estuviste dormido por tres días, digamos que no fue tan pronto. –bromeó–. Tengo que regresar al ministerio por mis prácticas, pero nos volveremos a ver. No creas que te me vas a escapar. Celebraremos tu cumpleaños número doce. ¿No te emociona?

Nos vi... –dijo Harry, en un susurro–. En el espejo oesed. Estábamos los cuatro, mis papás, tú y yo. No te dije antes porque tenía miedo de que volvieras a pretender estar bien y ocultaras tus verdaderos sentimientos, Ellie. No tienes que fingir conmigo, te he visto. No soy un tonto.

Harry...

–No te estoy reclamando, Ellie. Sólo quiero que no finjas conmigo, somos nosotros dos, debes confiar en mi como yo en ti.

–¿Cuándo te convertiste en el mayor de los dos?

Harry se encogió de hombros con una sonrisa.

–Te quiero, Ellie.

–Y yo a ti, cariño. Mucho.



Todo parecía querer mejorar, sus estudios como Aurora daban muchos frutos y Alastor no podía estar más orgulloso de ella (seguía sin admitirlo, claro), era una de las mejores a pesar de aún ser novata, sus pociones eran excelentes al curar heridas y ni hablar de su desempeño al verse expuesta en un peligro, siempre estaba en alerta permanente, como le recordaba su maestro.

Un día antes del cumpleaños de Harry y el mismo día que iría por su sobrino fue a la cabaña donde vivió siete años con Remus. Había pasado poco tiempo con él debido a sus entrenamientos y porque el hombre lobo estaba en busca de trabajo ya que había renunciado al último por la luna llena que se acercaría aquel mes. Ella quería ayudarlo porque sabía lo difícil que era para él tener que trabajar con su condición. Más cuando los hombres lobos estaban mal vistos por la sociedad y muy pocos les daban trabajo.

Mantuvo una enorme sonrisa al llegar, no quería que él se diera cuenta de cuán preocupada se encontraba por su situación. No le gustaba verla mal por su causa.

Pero su sorpresa fue mayor al ver como una pequeña niña de ojos grisáceos la recibía, tenía las mejillas y nariz embarradas de harina. Remus estaba a unos metros detrás de la menor con un mandil de cocina, al igual que la niña tenía la cara tapizada de blanco y luciendo más joven de lo que recordaba, incluso sus cicatrices se notaban menos cuando estaba sonriendo como hace años atrás lo hacía con regularidad.

–¿Cassie? –preguntó Eleanor, impresionada. ¿Ares había permitido que su sobrina estuviera con su padrino?–. ¿Qué haces aquí?

Ella sonrió cómplice con Remus antes de volver a mirar a la joven frente a ella.

–¿Eras tú la niña de las fotos? –preguntó igual de sorprendida que ella. Eleanor arrugó su nariz y Cassie señaló la pequeña repisa arriba de la chimenea donde habían fotografías de Lyall, Remus y ella de pequeña–. Nunca lo hubiera imaginado.

–Cassie, ¿puedes ir a checar si las galletas están listas?

La melliza asintió felizmente antes de desaparecer y dejar a los adultos solos. Eleanor estaba feliz por Remus pero también confundida por la situación, por lo que él tuvo que explicarle.

–Crouch me mandó una lechuza ayer diciendo que podría conocer a Cassie y que podía verla cuando quisiera solo debía avisarle.

–¿Ares Crouch? –repitió, sin poder creerlo. Él mismo hombre había dicho que nunca permitiría a Remus acercarse a la menor, entonces, ¿qué le hizo cambiar de opinión y ceder?

Sea lo que hubiera logrado que él aceptara, era caótico. No entendía porque después de tantos años él había dejado su rencor a un lado para permitirle a Remus ver a su ahijada, estaba muy contenta por él, lucía relajado y alegre como hace años no le había visto.

–Creo que después de todo se lo debo agradecer. –murmuró Remus sin despegar la vista de su adorable ahijada–. Quiero recuperar todo el tiempo perdido con ella sin guardarle rencores a Crouch, como dicen, es mejor tarde que nunca.

«Remus tiene razón, es mejor tarde que nunca.» pensaba Eleanor.

Al día siguiente, no fue una casualidad cuando se encontró buscando su oficina aunque no fue tan necesario ya que logró verlo a unos metros cerca de la fuente del gobblin.

Había pasado casi un mes desde aquella noche en la enfermería de Hogwarts, donde dejaron de lado sus problemas y apreciaron la compañía del otro. No habían hablado desde entonces. ¿Por qué? Eleanor lo evitaba a toda costa por vergüenza que algo más.

Y ahora estaba decidida a hablar con él...

Ares Crouch estaba de espaldas manteniendo ese porte elegante que tanto lo distinguía. Caminó con pasos seguros hasta él, mientras se iba acercando sentía que la valentía Gryffindor le estaba fallando. ¿Qué le diría sin sonar como idiota? Ni siquiera comprendía porque lo buscaba, solo necesitaba saber cual había su cambio. Quería escucharlo de él. Tal y cómo era de esperarse, él sintió su presencia y volteo encontrándose una vez más con la mirada chocolate de la joven, Eleanor lo observaba intentando descifrarlo. Tenía una ligera sonrisa y la capa de frialdad ya no estaba como de costumbre, se le veía mucho más relajado.

Lo que hizo que solo aumentó su curiosidad por la causa de su tan repentino cambio de humor.

–¿Potter? –preguntó con una ceja alzada y un deje divertido en su tono de voz.

«¿Era bipolar o algo así?» se lo preguntaba muy seriamente.

Ella se cruzo de brazos intentando no perderse en la oscuridad de sus ojos.

–¿Por qué?

–¿Qué?

Evitó rodar sus ojos ante su mal intento de hacerse el desentendido.

–¿Por qué le ha dejado a Remus ver a su ahijada? ¿Qué le hizo ceder? ¿Por qué?

Él se encogió de hombros y le volvió a dedicar una de esas sonrisas ladeadas que lo hace ver más atractivo de lo que es.

«¿Atractivo? !No! Él no lo era... o quizá si... ¡No! ¡No!»

Desechó cualquier pensamiento sobre él. Estaba comenzando a preocuparle el rumbo de su inconsciente.

–No sé de que me habla, Potter.

–Como sea. –le sonrió sinceramente. Justo como la primera vez que lo conoció, antes de saber quien era él–. Gracias por eso.

–No tiene nada que agradecerme. Lo hice por Cassiopeia no por él.

–Pero ya es un avance, ¿no?

Ares reprimió una sonrisa.

–No estoy cambiando si es lo que piensa. Sigo opinando lo mismo de Lupin.

–¿Por qué le cuesta tanto aceptar que lo hizo por ellos? Le permitió una familia más a Cassie y al mismo tiempo a Remus. Y aunque diga que no es de su grado, ha comenzado a llamarlo por Lupin.

–Ya le dije cual fue mi motivo, Potter.

Eleanor bufo.

–No es tan malo como deja verse, señor Crouch. Me lo demostró ese día en la enfermería.

Eleanor tenía todas las intenciones de irse pero el agarre de Crouch en su brazo se lo impidió. Ella lo miró expectante y con dificultad, él habló:

G-Gracias... –susurró muy bajo pero ella lo había captado. Era un comienzo–. De verdad me apoyo y...

Dejó la frase al aire. No había necesidad de que la terminara. Era difícil para él lograr abrirse con los demás y ella lo comenzaba a entender.

Antes de que se pudiera arrepentir, se acercó a él y dió un casto beso en su mejilla para volver a alejarse notando el brillo de sorpresa en los ojos oscuros del hombre mientras que ella lo miraba diferente por primera vez a como lo venía haciendo todo el año. 

Él la observó alejarse con una pequeña sonrisa que poco a poco se fue agrandando en su rostro y que nadie pudo borrarle aunque para todos los presentes les pareciera extraño verlo así ya que jamás lo habían notado alegre.

Todo el año desde que tuvieron la pequeña discusión en el callejón diagon la había observado a lo lejos, enterándose de sus excelentes entrenamientos por lo que le contaba Alastor Moody. También la veía reír con la metamorfomaga y curar heridas de sus compañeros. Siempre luciendo hermosa.

Si antes lo dudaba ahora estaba seguro de que le interesaba Eleanor Potter.

Nota de autora:

El próximo capítulo quizá les gustará...

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