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La puertas de la fortaleza no se abrieran de forma lenta y constante. No, no, no. Eso era patético y muy aburrido. Los orkos hicieron volar sus propias puertas de metal usando cuanto explosivos tenían, marcando su entrada triunfal al campo de batalla. Tal acto de imprudencia lanzó las dos enormes planchas de metal que hacía de puerta por los aires, cayendo sobre un gran número de enemigos al otro lado del campo de batalla, mientras una gran cortina de humo, polvo y arena se alza frente a la entrada de la fortaleza.
Los orcos atacantes se detuvieron un momento para "admirar" tal muestra de salvajismo, solo para ver entusiasmados como los orkos al mando de Kanan habían abandonado sus patéticos intentos por defenderse y estaban listos para lanzarse a una batalla. Por fin. Una buena pelea. Ese era el motivo por el cual habían venido en primer lugar, pero el bando defender actuaba un tan extraño.
Los Korn, como habían llamado al bando enemigo, vieron confundidos como un enorme muro de metal se acercaba a ellos a gran velocidad. Sus armas a distancias no tenían efecto, y mucho de los explosivos ya se habían agotado. Del otro lado de la cortina de hierro, los orkos de Kanan avanzaban a paso ligero sobre las formaciones enemigas, empujando las enormes piezas de metal solo con su fuerza física, con sus armas listar para atacar al enemigo cuando fuese el momento.
Aún así, esto no preocupó en lo más mínimo a aquel que parecía estar al mando de la fuerza atacante. "Qué tontos" Pensó para sus adentros, cuando vió como las tres motoz que le quedaban a sus fuerzas había dado la vuelta y estaban listas para embestir contra los defensores.
No había forma posible que las fuerzas defensoras pudieran detenerlas. Eran rápidas, eran brutales, las motoz de batalla pintadas de rojas eran imparables, cargadas de munición y explosivos hasta en los neumáticos.
Kanan: - ¡AHORA! -
La voz del orko que parecía el líder se oyó en todo el campo de batalla. Una buena porción de granadas de mano y bombas improvisadas fueron lanzas hacias las motoz, pero cayeron mucho antes de su llegada. El resto de orkos solo reía al ver tanta estupidez. ¿Cómo pudieron cometer un error tan absurdo?
Desde la distancia, el caudillo de los Korn no podía disfrutar más del espectáculo. El líder enemigo no solo era un enano para los estándares de un caudillo oro, también era un idiota. Pero la sonrisa en el rostro le duró poco cuando desde la distancia vio lo que pasaba.
Los conductores atacantes tenían el mismo pensamiento de su líder. Cuando vieron a los idiotas lanzar los explosivos antes de tiempo comenzaron a reír y sólo aceleraron más para sentir la adrenalina de una buena explosión. En su mente, ellos atravesarán la nube de fuego y humo con sus motos a alta velocidad, dominando el campo de batalla con sus balas y explosivos. Mas, lo único que pudieron hacer fue ver el campo de batalla desde las alturas.
Sin saber como ni por qué, los motoriztas volaban por los aires, y sus motoz habían sucumbido ante el terreno. Fue entonces cuando el caudillo oro rival se dio cuenta de lo sucedido. Los explosivos no tenían como objetivo destruir las motoz, sino crear cráteres en el suelo por la cual iban a pasar. Los enorme neumáticos se atacaron, y el propio impulso lanzó a todos los ocupantes por los aires, cayendo sin ningún tipo de oportunidad sobre el campo de batalla, rodeados de enemigos, donde conocerían una muerte rápida e indolora.
Esto dejó al caudillo orco completamente fuera de sí, pues para cuando reaccionó, sus tropas estaban siendo diezmadas por un impenetrable muro de acero que cargaba contra ellos.
El calibre de sus armas de fuego no podían hacer nada. Los explosivos que tenían no eran lo suficientemente grandes para frenarlos permanentemente. Un improvisado muro de escudos nórdico era lo suficientemente efectivo para hacer que cualquier ofensiva se detenga al instante.
Las fuerzas bajo el mando del orko de pelo blanco apenas se exponían al peligro. Solo levantaban la barrera para asesinar a sus enemigos y seguir avanzado. Pequeñas brechas de apenas un segundo, pero lo suficiente para blandir un machete o disparar una ráfaga de munición. Y si fueran solo orkos...
Entre las pequeñas brechas del muro de metal se posicionaban los grentchins y los pequeños notling, que a pesar de su tamaño no temían ante la batalla. Aunque cuando las armas eran demasiado grandes y tenían que ser cargados entre dos o más no retrocedía. Ni siquiera cuando los propios orkos aliados se reían de ellos cuando disparaban y el culetazo los mandaba a volar hacia atrás. Ellos habían soñado por este momento, y nada se los arrebataría.
Entonces, el caudillo atacante dio el grito de guerra tan esperado. A su llamado se unieron todos los orkos bajo su mando, quienes cargaron como una poderosa marea verde contra el muro de escudos.
Los dos bandos chocaron, y la propia tierra tembló ante ellos. Los machetes se blandian en ambas direcciones, y las balas y explosiones no diferenciaban entre amigo y enemigo. Los cadáveres comenzaron a amontonarse uno tras otro, pero para un orko... Para un orko ese era el motivo de vivir.
Luchar hasta el último aliento y seguir al orko que es capaz de encontrar buenas peleas. Eso es todo. No se necesita nada más pata ser feliz en la filosofía orka. Una nace para luchar, lucha para vivir, y vive en el campo de batalla.
Los grentchins y snotling no escapaban a esta resolución, y el hecho de poder morir en el campo de batalla y no como una cucaracha en algún lugar abandonado los llenaba de júbilo. Haciendo que incluso su grito de guerra fuese tan alto como el de los propios orkos. Los atacantes miraban a esa banda de renacuajos con gracias y les parecía divertido e insignificante, pero la misma les reventó la cabeza cuando los que creían sus víctimas se convirtieron en sus verdugos. Eso sí era una digna forma de vivir...
Pero en el centro del campo de batalla, y grito de guerra destacaba más que otros. El caudillo enemigo era un impoluto de tres metros de alto, casi tan alto que alguno de los primarcas del imperio, pero ni con el 1% de su poder. Aun así, sus grandes garras metálicas y su bolter improvisado causaba estragos entre las fuerzas defensoras.
El caudillo reía mientras sus armas cortaba la carne de sus enemigos. Con una simple embestida hizo caer la sección central del muro de escudos, desatando un campo de batalla sin control a su paso. Cientos de orkos lo acompañaban, luchando con igual fiereza que su líder, pero ni las bestias más poderosas del universo podrían detener a la sombra que se acercaba.
Por su tamaño, Kanan no sobresalía en el campo de batalla, pero las cabezas de volaban a su paso decían perfectamente donde estaba. Su espada estrambolica era fea pero letal, y en las manos de Kanan parecía simplemente danzar por el campo de batalla, dejando a su paso una estela de muerte y sangre. Y para alguien que dominaba el estilo de la espada cierra, esto era un juego de niños.
El caudillo enemigo rió complacido a medida que veía como sus tropas vaian como moscas ante esa presencia invisible que se acercaba. Sabía quién era aun sin haberlo visto, sonriendo de oreja a oreja ante la idea de combatir a un digno oponente.
Entonces lo vió, rompiendo la última defensa que tenía a su paso, Kanan penetró entre las formaciones, solo y sin armadura alguna. El caudillo se sorprendió al verlo de cerca, con casi la mirad de su cuerpo al descubierto, y blandiendo una espada que tenía la mitad de su altura. Su bolter se había quedado sin munición hacia tiempo, así que simplemente lo dejo tirado en algún rincón sucio del campo de batalla.
El caudillo enemigo rugió al verlo. No por ser más pequeño y carecer de metal en su cuerpo se lo tomaría a la ligera. Ese extraño orko de pelo blanco mato a incontables orkos de sus fuerzas para llegar hasta él. Así que ha de ser un excelente guerrero... y mucho más.
Kanan fue lo suficientemente rápido como para acortar distancias, impidiendo que el caudillo usara su bolter para atacar a distancia, obligandolo a usar sus garras metálicas que tenía en su otra mano.
Aprovechando su ventaja en tamaño, el caudillo alzó las garras y las aventó contra Kanan con una fuerza implacable, aún así, el orko de pelo blanco se las apaño para evadir su ataque. Lo último que vio el caudillo fue el campo de batalla dando vuelta, incapaz de comprender por que.
Cuando el caudillo bajo sus garras, Kanan lo desvió en un simple movimiento, para luego alzar su espada con todas sus fuerzas, decapitando al caudillo antes de que siquiera este pudiese reaccionar.
Los orkos a su alrededor no podían creerlo. La cabeza de su líder ahora colgaba de la mano del orko de pelo blanco, mientras su enorme cuerpo caían sobre las arenas carmesí teñidas con la sangre de la batalla. Fue solo un segundo. Un segundo y todo había acabado. Los atacantes quedaron paralizado ante la vista, habiendo perdido en un instante su arma más confiable. Su determinación.
Los orkos, grentchins y snotling defensores gritaron por la victoria, mientras veían a sus oponentes dejar caer sus armas, aún atónitos mirando la cabeza de su líder clavada sobre una lanza en medio del campo de batalla. Pero Kanan no gritaba, ni hacía ningún gesto para celebrar su victoria, y solo unos pocos fueron capaces de verlo en ese estado. Aliados y enemigos, todos miraban con curiosidad al orko de pelo blanco, cuya mirada no se posaba sobre el cadaver de su enemigo o en su reciente victoria. Su mirada se posaba en un interminable cielo de fuego y sangre pintado por el atardecer. No había duda alguna, y todos a su alrededor fueron conscientes de ello, este orko tan diferente, tenía un camino mucho más grandioso por delante.
Ya en la oscuridad de la noche, los defensores celebraban su victoria a lo grande. Gritos de guerra, juegos tontos y alguna que otra muerte innecesaria era la forma en la que un orko de verdad se divertía. Aún así, no todo era felicidad y alegría en el interior del fuerte. Los orkos tomados como prisioneros ahora incaban sus rodillas contra el piso, a la espera de lo que iban a hacar con ellos. ¿Un orko tomado como prisionero? ¿Un orko tomando prisioneros? ¿Qué estaba pasando en ese lugar? Nadie podría adivinar una respuesta que tuviese algún sentido para el pensar orko. Pero esa respuesta vino a ellos de forma silenciosa y amenazante.
De la oscuridad de la noche se asomó ante ellos el campeón que derroto al su caudillo en menos de un segundo. La frescura del viento hacía ondear sus únicos cabellos plateados bajo la poca luz de la luna. Los pocos faroles apenas podían ver su rostro, pero más que miedo sentían curiosidad por saber que estaba a punto de pasar. ¿Miedo? Eso el algo que un orko del año 40000 no conoce.
Orko: - ¿Qué hazemos kon elloz? - Preguntó el mismo orko que hacía de guardia en las puertas de la fortaleza.
Kanan: - Llamen a todos. -
Ante su orden el resto de orkos obedeció de inmediato. No sabían que iba a hacer Kanan, pero si estaba llamando a cada orko de la fortaleza ha de ser importante. Aún así, Kanan no parecía muy contento, aun cuando cada orko del lugar estaba presente. Ya sea sobre los techos, las murallas, inluso encaramados uno sobre otros.
Orko: - Mi zeñor, aquí eztán todoz los orkos. -
Kanan: - Dije... A... Todos. -
La voz de Kanan fue tan filosa como su espada, y no era por gusto. El orko supo lo que quiso decir casi de inmediato, y junto a un grupo fue a buscar a los que faltaban. De entre las enormes filas de grandes orkos aparecieron los grentchins y los pequeños notling. Todos se sorpendieron al verlos, tanto como ellos mismos lo estaban al preguntarse el motivo por el cual habían sido convocados. Generalmente a un caudillo orko ni le importa criaturas tan insignificante.
Orko: - Mi zeñor, ya eztán todoz. -
Kanan: - Muy bien. -
Todos alzaron la mirada cuando el orko de pelo blanco se alzó sobre una plataforma improvisada, un lugar donde cada piel verde presente, ya fuese aliado o enemigo pudiese verlos. Kanan infló su pecho con una mezcla de rabia y desdén, y le habló a todos los presentes con la esperanza que sus palabras fuesen entendidas.
Kanan: - ¡VOY A SER MUY CLARO CON TODOS! ¡NO TENGO NINGÚN INTERÉS EN CONVERTIRME EN VUESTRO LÍDER! ¡MUCHO MENOS ME IMPORTAN SUS PROBLEMAS! - El murmullo entre los presentes se hizo notar. - ¡PERO SU LES PUEDO DECIR UNA COSA! ¡NO PIENSO MORIR EN UNAS BATALLAS TAN PATÉTICAS COMO LAS DE HOY! -
Los orkos se quedaron atónito. ¿Patética? ¿Como pudo haber sido una batalla tan emocionante algo patetico? Ninguno de los presentes había sentido tanta adrenalina en sus cuerpos desde su nacimiento. Pero las palabras de Kanan aún no habían finalizado.
Kanan: - ¡MI MUERTE ESTÁ ESCRITA MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLA! ¡MÁS ALLÁ DE LOS CONFINES DE LA GALAXIA! ¡Y MI LECHO SERÁ TEÑIDO POR LA SANGRE DE MIS ENEMIGOS EN LA PROPIA TERRA! ¡Y SOLO CUANDO LA CABEZA DEL DIOS EMPERADOR DE LA HUMANIDAD DESCANSE EN MIS MANOS! -
¿Acaso escucharon bien? ¿Acaso esto era un sueño? La mente de los orkos ni siquiera eran capaces de imaginar cuantas batallas grandiosas podrían alzarse en el camino de este extraño orko, y pensar en ello solo les hacía hervir la sangre.
Kanan: - ¡CONQUISTAR ESTAS TIERRAS SOLO SERÁ UN INSIGNIFICANTE PASO! ¡AQUELLOS QUE ESTEN DISPUESTO A SEGUIRME SON BIENVENIDOS! ¡NO IMPORTA SI UNA VES ALZASTE LA ESPADA CONTRA MÍ, SI ESTAS DISPUESTO A ALZARLA CONTRA MIS ENEMIGOS, SERÁN BIENVENIDOS! ¡Y SI NO... NOS VEREMOS EN EL INFIERNO! -
La sangre piel verde había llegado a su punto de ebullición. Todos los presentes se alzaron en pie, con los brazos en alto, clamando y gritando de euforia. Se avecinaban tiempos tormentosos, de cruenta y violenta guerra. Tiempos que los orkos tanto habían esperado. Y alla, en las profundidades de la disformidad, un dios reía satisfecho por su peculiar campeón y la sangre que su odio prometía derramar.
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