Cap. 47 - El Fenix
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Audiolibro disponible en YouTube:
https://youtu.be/1fr3ign50Pg
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Haleth: - ¿Le importaría explicarme por qué estamos aquí? -
La voz del aeldari se desbordaba de ironía. Y no era para menos, pues estar encerrado en una rústica jaula de hierro alzada a diez metros de altura sobre la arena de un coliseo definitivamente no era su concepto de comodidad. Para su fortuna, o su pesar, no era el único.
Lith: - Debo admitir que esta no fue la mejor ideas de todas. -
Los dos líderes aeldari, junto al resto de sus tropas, ahora colgaban en jaulas de metal, donde la vista le permitía ver todo el escenario, aunque esto no fuese para nada agradable. Justo debajo, encadenados y con cientos de armas de pesado calibre apuntando a sus rostros, se encontraban Kurnet y el resto de meganobles, desarmados y a merced de sus captores. Orkos como ellos, pero cuya lealtad respondía hacia otro señor.
Todas las miradas se posaban sobre las ardientes arenas del coliseo, tanto amigas como enemigas. Una estructura de metal forjado y malamente construido, con una capacidad para millones de espectadores. No había ni un solo lugar disponible, ocupado por una muchedumbre que no paraba de gritar por la euforia. Y fue entonces, que entró el retador.
Las millones de voces sonaron como una sola cuando en la arena del coliseo se presentó una poderosa figura. Un orko de pelo blanco cuya mano no temblaba, y su rostro mostraba una confianza digna de admirar, a pesar de los abucheos de la multitud. Kanan... estaba listo.
------------------ Unas horas antes --------------------
El reencuentro con el kaudillo fue motivo de júbilo para todos, pero lamentablemente sus caminos debían separase una vez más. Kanan ahora contaba con una flota, aquella que quedó varada tras los eventos de la Cruzada Calixus. Cientos de naves que eran poco más que chatarra y pólvora, pero lo necesario para que un orkos surcara feliz los océanos de vacío del espacio. Sin embargo, el tiempo no estaba a su favor.
Kanan había recibido una visión. Un mensaje del propio Gorko. Debían viajar a un planeta lejano, uno que la humanidad aún desconocía, pero que los registros aeldaris conocían como Korduar. Un mundo perdido en las zonas más alejadas de la galaxia, más aleado incluso Sector Vidar. Un mundo perdido en el tiempo... Uno donde residía su destino.
Lamentablemente, las estrambólicas naves orkas no eran capaces de adentrarse en la telaraña y seguir la fragata aeldaris, pero no se quedarían simplemente esperando por el retorno de su kaudillo.
Bajo el mando de Murrey, y con los conocimientos de Gul'kar, las miles de naves cargadas de incontables pieles verdes, se abrirían su camino de regreso a casa. De regreso a donde todo comenzó. EL planeta a los que ellos llamaron Hein. La santa casa orkoide. Una que los aeldari simplemente conocían como Bylhain, un mundo ubicado en el borde izquierdo del Segmentus Tempestum. Una largo viaje sin lugar a dudas, pero con un propósito de vital importancia para su sagrada cruzada de conquistar las opulentas avenidas de Terra.
Nadie entendía el por qué Kanan se lanzaría a un cruzada tan peligrosa con solo un puñados de efectivos. A los pieles verdes bastaba con mencionar el nombre de sus deides y dejaban de hacer preguntas, pero las dudas de los aeldaris no se calmaban con eso. El propio Kanan incluso desconocía el motivo por el cual debía ir a tal lugar... O simplemente no quiso decirlo... Nadie sería capaz de imaginarlo. Sin embargo, cuando salieron de la telaraña sus cuerpos se estremecieron ante el miedo.
Una cantidad imposible de naves tapaban la luz de los dos soles del sistema estelar donde el planeta de Korduar. Naves tan grandes como peligrosas, dotadas de cantidades abrumadoras de armas pegadas apenas con ingenio y voluntad. Una flota orkoide que dejaba a la de Kanan completamente en ridículo. Una flota que los estaba esperando, pues se vieron rodeados tan prontos salieron de la Telaraña.
Si bien el exarca Haleth no dudó ni un segundo en ordenar a sus hombres que se preparasen para el cruento combate y la imposible retirada, Kanan lo detuvo de inmediato. La cara de los aeldari no tenía comparación cuando el orko de pelo blanco ordenó que se rindiera. ¿Acaso estaba demente? No había una mejor explicación para eso.
Pero si algo realmente enfurecía al exarca era la actitud le Lith. La Señora Fenix rara vez se oponía a las decisiones de Kanan. Era como si confiase en él. ¿Qué aeldari en su sano jucio confiaría en un sucio y torpe piel verde? Kanan puede que fuese un orko que mostrase una pisca de cerebro, pero eso no era suficiente. Por supuesto, Haleth en su negativa, era incapaz de comprender a quién tenía realmente frente a sus ojos.
---------------- Actualidad --------------------
Pero eso no podría importarle menos al aeldari en este momento. Lo único que sabía, era que ahora estaba metido en una jaula como un pájaro preso, expuesto como un trofeo de guerra sobre un coliseo desconocido en un planeta olvidado. La situación era tan absurda, que solo podía reírse al respecto, haciendo que aquellos que lo escucharan temiesen por su cordura.
Sin embargo, su risa maniática fueron opacadas cuando el grito de la muchedumbre se alzó por encima de cada sonido del lugar. Todos recibieron al retador. Aquel tonto de pelo blanco que se atrevió a presentarse ante el orko definitivo.
Entonces él llegó, más alto que Kurnet, y que cualquier otro orko vivo en esta galaxia en llamas. Una bestia cuya piel hace mucho dejó de ver la luz de los soles, ahora revestido de ridículas capas de metal orkoide. Un ser cuya mera presencia hacía que cada piel verde presente tuviese una ganas incontrolable de seguirlo a cada campo de batalla imaginable. Un deseo que casi se apodera de los chikos de Kanan, de no ser por su devoción y lealtad. Incluso el propio kaudillo de pelo plateado sintió ese impulso de querer seguirlo, pero sus resolución no sería destruida por un mísero deseo.
Las enormes puertas se abrieron. La arena volvió a sentir una vez más los pesados pies de su campeón. La muchedumbre clamaba por su nombre, con la misma sincronización que un coro astropático. Él no era cualquier orko. El era ''el orko''. El más verde entre los verdes. El emisario de la destrucción y la guerra. El profeta de Armageddon... El campeón de Morko. Él era... Ghazghkull Mag Uruk Thraka.
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Sin embargo, apartado de cualquier rastro de la guerra, un guerrero de piel ónice pasaba sus últimos momentos en un estado de paz y meditación. Tanto tiempo de luchas... Tanto tiempo en una busqueda eterna... Y ahora... Todo había acabado... Por fin.
Era una cámara oscura del mundo de Nocturne. Una cámara que no destacaba por su opulencia, sino por los recuerdos y valuartes de su mundo natal. Una cámara de paz y tranquilidad, donde el cráneo de una inmensa salamandra de Nocturne jusgaba a sus portadores... y a sus hijos. No era un prisionero... Todo lo opuesto. Era un salvador, un héroe... Él era Tu'shan.
Vel'cona: - Mi señor... Ya es hora. - Mencionó el Bibliotecario Jefe del capítulo a sus espaldas.
Tu'shan escuchó esas palabras, y sus ojos carmesí se abrieron una vez más, enfocando su mirada en las fauses del cráneo monstruoso que tenía drente a él. Muchas dudas corrían por su mente. Preguntas que no era capaz de encontrar una respuesta. Pero aún así, no dudó en ponerse de pie y seguir al bibliotecario.
Era un momento de silencio. Una caminata final donde solamente el eco de los pasos interrumpía la serenidad de los largos y oscuros pasillo, decorados con las más finas obras de arte de Nocturna. Un momento para... pensar.
Tu'shan no era capaz de olvidar ese momento cuando el propio Jaghatai Khan, primarca de los Cicatrices Blancas, tocó la puerta de su morada, metafóricamente hablando, portando entre sus dedos el motor de las aflicciones. Los salamandras arrasarían con todo a su paso para obtener estos artefactos tan preciados para ellos. Y en ese momento, un ser casi perfecto estuvo allí, con su mano extendida y ofreciéndole tan importante relicario.
Tu'shan no supo definir que fue lo que más lo impactó, si la presencia del primarca perdido, o el hecho que este le ofreciara tan valioso artefacto. El cual aceptó sin dudar ni por un segundo. Desde encontes, cada pieza del rempecabezas fue encontrada. En solo siete años, los salamandras habían logrado lo que habían intentado hacer durante más de diez mil años. Como si la voluntad de un dios caprichoso y bromista hubiese irrumpido en su eterna busqueda. Recuperar todas las reliquias de su padre Vulkan.
Ahora, Tu'shan salía de sus pensamientos, cuando se vió a si mismo en una sala ritual, cuyo corazón y la de los presentes se emocionaba solo con su mera presencia. Una enorme sala cilíndrica, adornada con altares y monumentos a su primarca y la gloria del pasado.
Vulkan He'stan, Argos, Bray'arth Mantocenizas, Xavier, Elysius, Pyriel, Hazon Dak'ir, Emek. Todos aquellos cuyas palabras hacían eco sobre las voces de los Salamandras estaban presentes, y no dudaron en mostrar su respeto ante la llegada de su señor del capítulo. Tu'shan los vió a cada uno, y con cada uno intercambió palabras silentes. Palabras de honor, sacrificio, agradecimiento. No había que hablar para expresarse. Esta sería su última noche en esta realidad, y quería ser recordado como lo que era... Y así sería.
https://youtu.be/z3f56QPX99o
Con un gesto del bibliotecario en jefe Vel'cona, decenas de querubines bajaron desde las alturas, portando en sus delicadas manos las reliquias del capítulo. Tu'Shan se había despojado de sus prendas, armas, asmaduras... De todo lo que una vez fue parte de él mismo, para recibir los dondes de su capítulo... y su pasado.
El Guantelete de la Forja fue reclamada por su mano derecha, mientras la Lanza de Vulkan descanzaba sobre la izquierda. Los querubiens bajaron con delicadez, mientras siete de ellos portaban entre sus pequeñas manos el Manto de Kesare, el cual colocaron con fina elegancia sobre los hombros del señor del capítulo. Su antiguo portador, el Padre Forjador Vulkan He'stan no opuso resistencia al ceder dichos artefactos, pues sabía muy bien lo que esto implicaría... Así como el sacrifício que portarlos significaría. Luego llegaron el resto.
La Canción de la Entropía. Un casco azabache forjado con la propia oxidiana y huesos de salamandra. El Maquinador de Aflixiones, el cual se inscrutró en el pecho del marine como una daga vitalizadora. La Llama Incontenible. Un dispositivo que se acoplaba en su garganta, dotando a su portodor de un dolor incontrolable, pero dándole la habilidad de escupir fuego como una Salamandra bien podría.
Y sobre el monasterio, perfectamente alineados, se encontraba el Caliz de Fuego, la vasta nave forja del capítulo. El Ojo de Vulkan. El potente láser cuya vigilia sobre la fortaleza monasterio nunca termina. Y finalmente, el Carruaje de Obsidiana. Una barcaza de batalla que dejaría en ridículo a cualquier nave de guerra imperial.
Todo estaba listo. Todo estaba dónde debería estar. Tu'shan vió a los suyos una última vez y estos respondieron con la mirada. Ojos que se posaron sobre su señor del capítulo con alegría y tristesa, y luego bajaron la cabeza y se inclinaron ante su presencia.
Tu'shan: - ¡En los fuegos de la batalla... Bajo el Yunque de la Guerra! -
Su voz de alzó sobre el silencio, y aquellos presentes sumaron sus voces a su canto de guerra. El Bibliotecario en Jefe alzó su báculo y tras un cántico propio del lenguaje natal de Nocturne, llamas carmesí brotaron de la tierra y envolvieron al señor del capítulo en su totalidad.
Tu'shan podía sentir el fuego desgarrar su piel. Sus células morir ante la implacable embestida de las llamas y su vorágine de destrucción. El señor del capítulo quería gritar con todas sus fuerzas. Expresar su dolor y sufrimiento. Pero no lo haría. Sería fuerte como la obsidiana y ardiente como el propio núcleo de Nocturna. Nunca antes un salamandra había sentido el calor del fuego dañar su piel, y la verdad, le era una sensación tan angustiante... como placentera.
Los cánticos del bibliotecarios duraron minutos. Todos los presentes se mantenían arrodillados, con la cabeza bajando honrando el sacrificio. Todos fueron capaces de sentir por primera vez desde que se convirtieron en hijos de Vulkan el calor del fuego. El calor de un fuego que no era ordinario. Un fuego rojo intenso que ardía con más fiereza y pasión que los campos de propio infierno de Khorn. Un fuego que giraba en una espiral devastadora, pero que nunca abandonaba el circulo del ritual.
Entonces Vel'cona se desplomó. Tal ritual reclamo cantidades ridículas de su energía, pero a pesar de todo, no se dejaría vencer por el cansancio. Todos alzaron la mirada, al sentir como las ascuas del fuego sagrado estallaron en una violenta explosión controlado. Una silueta se alzaba desde donde una vez estuvo Tu'shan... pero no era él.
Todos alzaron la mirada. Miradas de alivio y tristesa. Amor y dolor. Lágrimas cayeron de los ojos carmesí de los Salamandras después de tantas eras. La visión de un padre amoroso que regresa a sus hijos se había cumplido. La profecía se había cumplido. El sacrifico no había sido en vano. Ahora, en una habitación del la fortaleza monasterio de Nocturne, un ser magistral se alzaba sobre sus propios pies, rodeado de hijos cuyo amor y lealtad no demoró en hacerse presente. Un que amaba a todos por igual, y sus hijos eran los más queridos. Ahora... El padre de los salamandras... había regresado.
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