Cap. 3 - Pérdida
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El concepto de "mascota" es algo realmente complicado para un Marine Espacial. Nones como si en sus cientos de años halla ni siquiera imaginado tener una, mucho menos que estas se convirtiera en alguien tan cercano a él.
Incapaz de entender que pasaba por su mente, Kanan simplemente lo miraba como usn molestia. Una molestia torpe que se entretiene con cualquier cosas y no deja de saltar de una situación de peligro a otro. Ya sean otros squig o algún barranco peligroso, parecía que la extraña criatura blanca estaba destinada simplemente a morir por su propia estupidez. Aun así, el orko le había demostrado cierta empatía. No sabía cómo expresar el afecto, asi que simplemente lo llamo de esa forma.
Al menos la pequeña abominación ya era capaz de atrapar algunas alimañas de menor tamaño para alimentarse por su cuenta. "Blanco," como Kanan solía llamarlo, parecía ser capaz de sobrevivir por su cuenta. Al menos el ex-Marine podría seguir adelante con la consciencia tranquila que no lo abandonarían su suerte sin estar seguro de que pudiese sobrevivir sin su ayuda.
Pasaron unos días moderadamente tranquilos. Tranquilo como los peligrosos bosques de pieles verdes y los constantes ataques de squig pueden permitir. Blanco cada vez era más capaz de capturar presas más grandes y eso ya le estaba confirmando a Kanan la hora de dejar a la criatura atrás.
Era una noche silencioso, en donde el crujir de la madera que alimentaba el fuego era lo único que perturbaba la tranquilidad. Eso y el estómago de Kanan. Ese día no hubieron muchas presas que cazar, y su voraz apetito parecía no tener fin. Al menos sabia que no iba a morir por eso, así que no estaba particularmente alarmada.
Se encontraba solo, pues Blanco se había marchado haces unas horas, seguro para cazar y comer algo. Que envidia sentía Kanan de no poder tener la vista nocturna que la alimaña blanca poseía, o sino no tuviese que parar cada noche para montar un campamento. La oscuridad era algo que asustaba incluso a los más valientes, pues no te puedes defender de aquello que no eres capaz de ver.
Kanan pensaba que tal vez así era mejor. Confiaba en qué Blanco finalmente se hubiese dado cuenta de su libertad y se hubiese ido para siempre. Nunca se había demorado tanto, así que no tenía otro motivo para pensar diferente. Pero por algún motivo, no podía conciliar el sueño.
Un extraño ruido lo puso alerta. Que tipo de monstruo saldría ahora de la oscuridad para acabar con su vida. Con algo de tiempo pudo afilar un palo largo que ahira usaban como una lanza y jabalina improvisada. Algo rustico, pero mejor que usar sus nudillos y sus garras. La luz del fuego rebeló una extraña silueta acercarse, una que se movía erraticamente y temblorosa. Kanan puso su lanza al frente, listo para acabar con el enemigo una vez que mostrase sus afilados colmillos a la luz del fuego. Apretó el palo con fuerza, tenso los músculos de sus pies listos para saltar, respiro profundamente para controlar sus inquietud, pero el reflejo de un lomo blanco familiar le indicó que no se trataba de una amenaza.
Blanco se acercó lentamente, su cuerpo encorvado y de espaldas, en sus fauses arrastraba el cadáver de un squig de un tamaño incluso mayor que él. ¿Acaso él mato solo a esa bestia? ¿Que tan fuerte era realmente ese ser de piel albina? Al menos eso tranquilizaba a Kanan y lo hacia confiar de que sobrevivir a esta peligrosa jungla.
Blanco arrastro al cadáver junto a Kanan, y luego lo dejo tranquilamente cerca de él y se hizo a un lado. El orko miró con ojos confusos, intentando descifrar que pasaba por la mente del ser pálido. Aunque la respuesta era bastante obvia.
Kanan: ¿Que te propones, pequeña alimaña?
Blanco solo empujó el cadáver un par de veces hacia él.
Kanan: ¿Acaso... me estas ofreciendo tu caza?
Esta vez Blanco emitió un leve gruñido. Un "si" tal vez. El orko no podía entender tal tipo de interacción. Se supone que los squig son bestias sin cerebro que se lanzan al ataque sin pensar en las consecuencias. Sim embargo, la bestia blanca que ahora lo miraba con esos ojos negros parecía estar teniendo algún tipo de comunicación con él. ¿Acaso Blanco tenía algún ápice de inteligencia? Kanan lo veía poco probable, pero la prueba estaba justo a sus pies.
El orko no lonpensondos veces. Tomó el cadáver rojo y lo despellejó, sacó sus entrañas y limpio su carne. El olor del jugoso trozo expuesto al fuego despertaba el apetito de ambos. Una vez listo Kanan no dudo en darle una buena porción a Blanco, después de todo era su presa, y no sería justo que él disfrutará del premio mayor. Sus principios de Marine no se lo permitirían. El simple hecho que esa bestia compartiera su comida con él era más que suficiente para ganarse su respeto. Y el respeto de un Marine Espacial es tan sagrado como la misma palabra del Emperador de la Humanidad.
Ahora, con un vínculo que se fortalecía tras cada caza conjunta, tanto orko y bestia descubrieron las ventajas de cazar como un dúo. Las presas aumentaron, la rara vez fallaba su objetivo, y el suministro de carne parecía ser tan infinito como el mismo bosque. ¿Acaso era su imaginación, o ahora Blanco era más grande? No es posible que halla crecido tanto en tan poco tiempo.
Lo que Kanan ignoraba era la naturaleza misma de los pieles verdes. Esa ilógica verdad de que crecen en tamaño y fuerza tras cada batalla parecía algo imposible. Pero era real, aunque los propios orkos lo ignoraban. El propio Kanan no era consiente de eso, pero él mismo había crecido en tamaño y fuerza desde que salió de su bulbo de incubación. Solo que su crecimiento no era tan descabellado como el de squeg albino.
Lo que antes era una rata blanca y debilucha ahora era tan grande como un jabalí, y tenía tantos músculos como un caballo mustang. Una poderosa máquina de guerra, carne y dientes, que ahora se comportaba como un cachorro durmiendo tranquilamente a los pies de Kanan bajo la luz de luna u el calor de la fogata.
El orko lo miro estrañado, una pequeña chispa de curiosidad se activo en el. Tal ves algo instintivo. Estiró la mano y la puso sobre Blanco, dudo un segundo, luego la apoyo sobre su pálida piel. El tacto fue una sensación extraña, pero nada desagradable. Incluso pudo afirmar que le gustaba. Comenzó a acariciar la criatura como si se fuese una mascota, e incluso rió cuando Blanco movio su pata aún dormido involuntariamente mientras Kanan rascaba su lomo. Jamás pensó llamar compañero a un monstruo que en su antigua vids no hubiese dudado en llenar de plomo.
Los días pasaron y la confianza del cazador y su sabueso aumentaron. Sus técnicas eran impecable, y tras cada captura el squig se hacia más grande. Si alcanzaba el tamaño de aquellas bestia que recordaba de campos de antaño entonces tendrían problemas con la comida, pero ya se las apañarían. Y por fin, después de varias semanas de vivir aislado en ese extraño bosque, se toparon con el primer grupo de orkos. Por desgracias, las cosas no iban a tener un desenlace agradable.
Un potente ruido despertó a los dos compañeros de viaje de su profundo sueño. El sonido era molesto y fuerte, como un motor desajustado donde los pistones fallan constantemente pero, que de algún modo, logra seguir la marcha. Blanco jamás había escuchado nada como eso y estaba asustado. Kanan conocía los sonidos, y estaba más asustado todavía. Tantas veces lo escucho en el campo de batalla y nunca se le borrarían de su mente. Incluso lo atormentaban en sus sueños. El sonido característicos correspondía a los motores de los Cultistas de la Velocidad.
Tan rápido como les gustaba ser, salieron de la nada montando sus motocikletas y buggies, todos con ese característico color rojo esparcido por todas partes. Una pequeña pantalla, tres motos y dos buggies que no les interesaban pasar desapercibidos, todo lo contrario, querían que supieran que estaba allí.
Un explorador los vió. A aquel orko tonto y primitivo en ropas rústicas y a su lado... No se lo podía creer. El squig blanco.
Todos saben que el squig blanco tiene la carne más sabrosa de todas. ¡Eso es sentido común orkoide! Se podría librar una guerra y miles morirían solo por una probada de esa exquisites. Y allí había uno enorme. El explorador le grito a los chikoz y los vehículos doblaron tan abruptamente que por un momento parecían que se iban a volcar. Pero al apoyar todas sus ruedas sobre el suelo verde del bosque retomaron su camino hacia su presa.
Se escabulleron como el aire entre las decenas que árboles sin siquiera chocar. Kanan ni siquiera tuvo tiempo a reaccionar cuando una ametralladora comenzó a disparar hacia su posición. Gracias a los árboles y a sus raíces que no permitían a los orkos apuntar apropiadamente, o sino se hubiese convertido en un saco vacío lleno de agujero de bala antes de siquiera poder esconderse tras el duro tronco de un árbol. Kanan estaría a salvo por ahora, pero Blanco no tendría la misma suerte.
Los vehículos no tardaron en rodear a la bestia pálida y separarlo de su compañero. El squig no sabía que estaba pasando, y ni siquiera era capaz de seguir con la mirada a ninguna de las bestias de metal. Kanan trato de salvarlo, pero intentar acercarse era un suicidio. De pronto, una gruesas cadenas atraparon a Blanco por los pies y la arrastraron por el irregular terreno. La bestia gritaba de dolor y terror, los orkos sobre los vehículos se reían y se mofaban de su sufrimiento. Y tan rápido como llegaron volvieron a desaparecer dejando solo una estela de polvo y suciedad y marcas de neumáticos sobre el suelonde la jungla.
Kanan: - ¡NOOOOOO! -
Su grito podia desgarrar el alma misma, pero lamentablemente ya no quedaba nadie para escucharlo. Los pandilleros ya se habían alejado demasiado, y de ellos sólo quedaba el rugir de sus motores a la distancia. Kanan corrio, corrió cómo si su propia vida dependiera de ello. No lo pensó un momento, no necesitaba hacerlo. Lo único que tenía que hacer era correr y tratar de alcanzar a Blanco, y todas sus neuronas estaba enfocadas en esa tarea.
Nunca supo que tan rápido corrió, pero el rugir se las poderosas máquinas de metal nunca dejó de escucharse. No creía que los alcanzaría, pero al menos no les perdía el rastro. El bosque comenzó a desaparecer frente a sus ojos, revelando un resplandor agobiante sobre las dunas de desierto. Una vez más se encontraba en ese árido panorama, solo que quien sabe a cuantos kilómetros de distancia estaba del lugar que renació.
Eso no tenía importancia ahora, pues antes sus ojos se levantada una impresionante fortaleza orkoide, cuyas puertas daban paso a aquella panda de malnacidos que arrastraban a un Blanco exhausto y adolorido sobre las ardiente arenas.
"Malditos. Pagaran con cada gota de su sangre." Las palabras de Kanan dieron su veredicto, llamando sin querer la atención de uno que otro dios del caos. Estaba a punto de empezar una carnicería, y grandes ojos celestiales tenían su mirada puesta sobre aquel refugio de mala muerte de metal y arena.
Solo un tonto seria capaz de provocar la furia de un "elegido del caos." Que los dioses se apiaden de las almas de tales insensatos, porque Kanan no lo hará.
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