Cap. 25 - Ojo por Ojo
------------------------------
Podcast disponible en Youtube:
https://youtu.be/GMhKgv1Ac4Q
----------------------------------
Entonces, la superficie de Atem III tembló ante sus pies. La energía psíquica disparada en todas direcciones en forma de hondas sonoras y pequeñas descargas eléctricas perceptibles por todos a su alrededor. La hoja de la espada espada de Heldredd resistía los poderosos embistes del hacha de Kanan, aunque este tenía que usar principalmente su empuñadura para amortiguar la mayor parte del impacto pues, en un combate prolongado, su filo y durabilidad podrían verse seriamente afectados.
Combatir contra Kanan era una... mezcla peligrosa de tecnica y fiereza. Como si estuviese luchando contra dos entidades al mismo tiempo. Un poderoso orko cuyos ataques hacían retroceder al capellán apenas unos centímetros. Y una habilidoso astarte cuya habilidad con las armas había sido pulida hasta la misma perfección. Era... aterrador.
Pero un capellán no se deja intimidar por tales cosas. A pesar de reconocer la fuerza de su enemigo, no dudó siquiera un segundo en blandir su espada para intentar reclamar su cabeza una y otra vez en interminables estocadas y tajos que no hacía más que encontrarse con la nada, o ser bloqueados o desviados por la técnica de su oponente.
Kanan luchaba tan ferozmente afuera como dentro de su interior. Su hacha no dudaba en alcanzar a su oponente, aunque este no tenía la menor intencion de dejarle hacerlo, y al mismo tiempo, un sinfin de emociones encontradas batallaban en su ahora verde cerebro, porque... después de todo. Nunca es fácil tener que alzar el filo de tu arma contra al que una vez llamaste compañero.
Haldredd: - Sin dudas impresionante. Puede que seas un sucio Xeno, pero reconozco a un noble guerrero cuando lo veo. - Aprobechó para recuperar algo de aliento al poder alejar a su oponente tras un forcejeo.
Kanan: - Ustedes los astartes no saben nada. El Imperio es una mentira. Incluso la devoción que portas es un engaño. -
Heldredd: - Bestia inmunda. ¡No te atrevas a cuestionar mi lealtad! -
Esta vez, fue Heldredd quién se lanzó al ataque. Su espada arremetió con fuerza, apenas bloqueda por el filo del hacha del orko de melena blanca. Nadie... absolutamente nadie jamás cuestionaría su lealtad hacia el Imperio y hacia el Emperador. Su deboción era absoluta, su temple era férreo como la armadura que vestía o la espada que blandía. Y un sucio Xeno no tenía derecho a cuestionar sus principios.
Kanan: - Te utilizan. Te llenaron la mente de mentiras que no eres capaz de ver. Adoras a un falso dios que no es más que un pútrido cadaver. -
Haldradd: - ¡SILENCIO! Un ser repugnante como tu no tiene derecho a menosprecior la luz sagrada del emperador. Tu muerte será lo único que redimirá tal ofenza. -
No hubo un segundo aviso. Heldradd arremetió contra Kanan una segunda vez, esta vez envuelto en cólera y desprecio. Kanan no necesitaba ver su rostro para sentirlo, pues la fuerza de sus golpes hablaban por si mismo. Aún así, podía sentir la mirada del capellán a traves de los lentes azules de su casco con forma de cadavera. La mirada de alguien envuelto en rabia y sed de sangre. Una incluso más fuerte que la suya.
Si hubiese que describir tal combate en una sola palabra, esta sería: Brutalidad.
Justo en medio de toda la matanza, Kanan y Heldredd hacía lo imposible por cegar la vida de su oponente. Aún cuando el hacha de Kanan comenzó a experimentar el deterioro, pues la hoja cargada de poder psíquico de la espada del capellán era por mucho más resistente que cualquier invención orkoide.
Kanan lo sabía. Podía sentir como el metal de su arma sedía cada vez un poco más, milímetro a milímetro. No podía apartar la vista de su oponentes, pero tantos años de experiencia te permite conocer este tipo de cosas. Debía dar un golpe certero, y pronto, ya que hasta el propio tiempo estaba en su contra. Y con una cólera repentina, cargó contra su oponente en un intento desenfrandao por reclamar su cabeza.
Alrededor de tan violento duelo, las masacre se sernía sobre los caidos como rocio de la mañana. Hombres y mujeres del Astra Militarum, orkos y grentching caían por igual siendo uno más de los miles de cadáveres que ahora decoraban la superficie de Aten III. Astartes y Nobles se batían en duelo singular, inclinando uan delicada balanza de un lado para el otro, clamando un poco de ventaja ocacional que rápidamente se veía aplastada por los contrataques enemigos.
El aire de los alrededores incluso comenzó a sentirse más pesado, cargado con un gran olor a hierro y polvora. Los oidos no hacía más que sentir los gritos de aquellos que habían perdido una extremidad en el calor de la guerra, o cuyas tripas salían descontroladas por enormes agujeros sobre sus estómagos. Al mismo tiempo, se escuchaban los gritos de guerra de los orkos y humanos, acompañados de las siempre presentes alabanzas al gran Emperador de la Humanidad.
Pobres corderos inocentes. Ni siquiera eran capaces de ver la mano que tenía la cadena atada a sus cuellos.
De entre toda la marea verde, habían dos indivíduos que se destacaban más que el resto. Cerca de la posición de Kanan, una imponenete bestia blanca arrazaba con formaciones enteras de tropas por su cuenta, sin que nadie tuviese que darle una orden, y completamente conciente de lo que hacía. Bankor, conocido así por cada piel verde, era una imponente mole de media tonelada.
Los destacamentos del Astra Militarum se convertían en masas amorfas de cadáveres que sus afiladas mandíbulas trituraban. Los soldados de Krieg encontraban su tan esperada redención cuando este cegaba sus vidas con tanta facilidad. Ni siquiera los astartes, los blindados ángeles del emperador eran capaces de resistir a esa monstruosidad. La cual parecía haber nacido para la guerra, y fue criada en el fragor de la misma.
Un poco más atrás del acalorado intercambio de armas cuerpo a cuerpo, Murrey se mantenía cereno incluso entre toda es masacre. Era un líder nato, uno que incluso podría llegar a ser mejor que el propio Kanan, pero tenía mucho que aprender todavía.
En tal punto de la batalla, no podía hacer mucho más que apoyar al kaudillo, movilizando las tropas para evitarque este se viese rodeado y superado por su enemigo. Usada cada ápice de las fuerzas presentes para tal tarea. Ya apenas le quedaban unos pocos orkos morados, pues en tal acalorado combate cualquier proyectil desviado no identificaba objetivo alguno. Solo avanzaba hasta matar a la pobre alma que estuviese en su camino.
Aún así, tanto los orkos como las fuerzas del Imperio, parecían haber llegado a un punto de desgaste. Una resistencia por parte de ambos bandos. Como si el destino estuviese esperando el desenlase del duelo de titanes que se orquestaba justo en medio.
Al sur, alejado del frente principal y con nulo conocimiento del resto de la batalla, Kurnet dirigía un impresionante contrataque contra las fuerzas del Imperio. La llegada de los Templarios Negros sin lugar a dudas generó un antes y un después al campo de batalla, tomando la ventaja aprovechandeo la conmosión del bando enemigo, pero tan pronto la voz y la chopa de la mano del kaudilló fueron notables, todos sabían que hacer.
Kurnet guió a los chikos una vez más a la batalla, haciendo a los propios astartes retroceder poco a poco en sus defenzas. La mano del kaudillo tenía un extraño efecto sobre sus seguidores. Como si su mera presencia estimulase la moral y les dotara de más fuerza pues, si el orko más poderoso de la horda estaba al frente, entonces esa era una batalla que seguro ganarían. Y es posible que cierto poder Whaaag estuviese actuando entre bambalinas sin que ellos lo supieran. Fue entonces, cuando lo vió.
Para cualquiera, hubiese sido un desgarrador escenario de muerte y violencia. Para los orkos, eso era lo más cool que habían visto desde hace mucho tiempo. Para Kurnet, fue amor a primera vista. metaforicamente hablando.
Allá, del otro lado del campo de batalla, se veía una imponenete bestia de acero y fuego arrazar con los enemigos con una facilidad envidiable. Un monstruo de dos patas, en cuyo brazo derecho se alzaba una poderosa garra metálica que atrapaba a sus adversarios y los trituraba como un cascanueses, y en el otro lado, una poderosa ametralladora Gatling de un calibre descomunal. Era un dreadnought. Era... el hermano de armas... Haragón.
Kurnet no pudo contenerse al ver la imponenete bestia de metal. Era como un sueño hecho realidad. Un digno adversario había llegado al campo de batalla, y más impresionante, había captado su atención.
Con una furia sobrenatura, el enorme orko se lanzó de frente, arrazando a cuanto idiota se cruzara en su camino, ya fuese enemigo o aliado. Su mano disparaba toda la munición del bolter que portaba hacia la enrome mole, mientras sus garras de metal acopladas a su brazo metálico chillaban de la emocion. A sus espaldas, todos los meganobles y pieles verdes seguía su peculiar liderasgo.
Háragon lo vió. Una imponente montaña de carne y hueso que se alzaba sobre sus oponentes en la infinita marea verde que opacaba el panoraba. Tardó unos segundo en aceptar la realidad, pues dicho orko, era casi tan grande como él. Algo que no había visto desde muy antiguas luchas en el pasado, y su inexistente cuerpo sintió de pronto un escalofríos ante aquellos trágicos recuerdos. No había visto un orko así desde la Guerra de la Bestia.
A pesar de su increible maniobravilidad para su tamaño, Háragon intentó girar su tren superior para descargar la furia de su ametrayadora sobre el imponenete piel verde que se le abalanzaba encima, pero no contaba con la velocidad del mismo. El dreadnought disparó su arma a zafarrancho, arrazando con incontables filas de pieles verdes con su furia de metal y polvora, pero no logró dispararle a Kurnet antes que este le dise un buen golpe en medio de las placas protectoras del pecho.
Háragon lo sintió. El dreadnoght de acero imperial lo sintió. El golpe de ese orko fue tan potente, que un cybor de acero reforzado con un blindaje excepcionalmente grueso sintió la aboyadura sobre sus placas protectoras. Kurnet liberó todo su fervor en ese golpe, todas su ancias y anhelos por un adversario digno en el campo de batalla. Y lo había encontrado y estaba justo allí, frente a sus ojos. El orko no podía agradcer lo suficiente a Gorko y Morko por ese momento. No podía agradecer lo suficientemente su caudillo por esto. Y entonces, se desató la verdadera lucha de titanes.
Kurnet cargó una vez más con sus imponenetes garras de acero, las cuales fueron bloquedas por el brazo reforzado del dreadnought sin mucho problema. El cybor intentaba acertar una descarga mortal de su ametralladora, pero Kurnet sabía muy bien como mantener la punta del cañón alejado de su cuerpo. Aunque esto no impedia el sinfin de bajas que las balas perdidas porvocasen en ambos bandos del campo de batalla.
Cada golpe, cada arremetida de estos colosos hacía temblar la tierra. Metal con metal siendo moldeado con la simple fuerza bruta. Las placas de Háragon retumbaban ante los impactos que las afiladas garras no lograban cortar, y la mandíbula y otras piezas metálicas pegadas al cuerpo de Kurnet eran sacudidas por el poderoso brazo metálico del dradnought. Sin lugar a dudas, el duelo más salvaje y desenfrenado en todo el campo de batalla de Atem III.
Mientras tanto, muy al norte de todo, un tipo de batalla muy diferente se llavaba a cabo. En las mayores llanuras de la zona, cientos y cientos de blindados eran desplagados por todo el panorama, escupiendo fuego y metal por los incontables cañones que saturaban la zona.
Por parte del Imperio, el coronel Tairon era estremadamente certero con sus deciciones, logrando contener el avance orko. Los blindados imperiales era muy resistentes, lo suficiente para doblegar regimientos enteros de enmigos, pero los orkos eran muchos, y a la cabeza de todos, se encontraba ese peculiar grentchin que se ganó un puesto en el circulo privado del Kaudillo.
David sabía muy bien de su ventaja numérica, la cual podía compensar de una forma u otra la dureza de sus opoenete y los fallos técnicos que los vehículos orkos solían sufriri ocacionalmente. A diferencia del coronel, quien guiaba a sus unidades desde la distancia y con un mejor entendimiento del campo de batalla, David iba al medio de una imponenete masa de vehñiculos blindados que más que un ejército organizado parecía una banda de malhechores.
Con sus buggy y motoz pintadas de rojo, los orkos no eran más que una mancha de humo y polvo que surcaba el campo de batalla, lanzando bombas y cohetes a cuntos blindados imperiales aparecieran en su camino. Pero las cosas estaban a punto de cambiar.
Soldado: - Coronel. Ya está aquí. -
Tairon: - Excelente. Tráingalo al frente. -
Entonces, la tierra tembló. Todos alzaron la mirada y vieron con ojos estrellados la imponente, majestuosa, colosal máquina de guerra imperial que había llegado al campo de batalla. Algo que muchos orkos añorarían ver aunque sea una sola vez en sus míseras vidas. Dos titanes clase Warhound habían llegado como refurzo imperial.
David alzó la mirada, deleitándose con la masacre y destrucción que el bláster de plasma de los titanes imperiales causaron tan pronto pusieron un pie en el campo de batalla. Aún así, el grentchin solo rió ante la expectativa.
David: - Ja ja. Nosotros tambien tenemos de esos. -
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top