Cap 22. - El Nuevo Profeta.

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https://youtu.be/foJCXFJB2Uw

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Ahora, alejados de las explosiones que sofocaban el frente de batalla, el coronel Tairon seguía a paso ligero al soldado del Astra Militarum hacia la ubicación del capellán de los Templarios Negros. Nadie tuvo que informarle al respecto, pues a pesar que tanto él como quien lo convocaba tenían rangos similares, cuando un angel del emperador habla, el resto escucha y hacía silencio. Tan pronto escuchó su nombre, sabía que él sería su superior de ahora en adelante en este funesto frente de guerra. 

El puesto de mando era un tienda de campaña improvisada ubicada tras la segunda línea de trincheras, las cuales aún no había sido terminadas de cavar por los soldados de Krieg, y a sus espaldas, se escuchaba el retumbar de las piezas de artillería más pesadas. Un ensordecedor eco que destruía los tímpanos de aquellos que no estubiesen correctamente protegidos. 

Y allí estaba, rodeado de varios oficiales de la Cruzada Calixus y algunos miembros de los Templarios Negros, seguro otros oficiales del capítulos, un poderoso astarte, el cual portaba un terrorífico casco en forma de carabela con una cruz justo al medio y en sus manos, descansaba una poderosa espada de Energía Ardiente Obscurus Mk II, la cual rebosaba del poder psíquico de su portador. Un arma capaz de cortar la carne... y el espíritu. 

Tairon: - Capellán Haldredd. - Dijo para anunciar su llegada. 

Haldredd: - Coronel, que bueno que ya está aquí. Tenemos suficientes informes del campo de batalla para desplegar una contraofensiva, pero necesitamos de su informe para saber a que nos enfrentamos. -

Rápido y certero. Este capellán parecía ser un guerrero nato, y no demoró ni dos segundos en formalidades o protocolos. Estaba listo para arremeter contra su enemigo, y eso provocó que se ganara el respeto del coronel de inmediato. 

Tairon: -  El frente central se mantiene estático. Tanto nuestras fuerzas como los orkos mantienen posiciones y las bajas se mantienen la mínimo por ambos bandos. Por el norte nuestros blindados están en combate cercano con los blindados enemigos. Descanso la situación del sur, pero el comisario Harrus está allí. Se que estarán resistiendo de algún modo. -

Haldredd alzó la mira por un segundo, y junto a varios presentes, miraron al coronel con extrañeza, preguntándose que hacía un comisario al frente de una parte del ejército. Pero ese no era momentos de preguntas. Si el coronel confiaba en ese tal Harrus entonces debía de ser alguien competente. O eso esperaba el capellán en su interior. 

Haldredd: - Muy bien. Podemos avanzar con eso. ¿Alguna noticia de los Halcones de la Tormenta? -

Tairon: - Negativo. Desaparecieron desde que inició la batalla. No hemos tenido contactos con ellos. -

Haldredd: - Muy bien. Coronel, diríjase al norte y tome mando de todas las operaciones del sector, incluyendo a los astartes allí presente. Yo tomaré el mando del ejército central. Enviaré a unos de mis oficiales para apoyar al comisario al sur. -

Sin lugar a dudas la decisión del capellán fue una sorpresa para todos, incluyendo al propio Tairon. ¿Quién en su sano jucio pondría a un simple mortal a comandar a los ángeles del emperador? ¿A los hijos de Rogal Dorn? Eso sin lugar a dudas era impensable. 

Templario: - Capellán... ¿Está seguro de esto? ¿No es demasiado precipitado? -

Haldredd: - Espero que no, pero el coronel aquí presente no solo más conocimiento del curso actual de la batalla, sino que también tiene experiencia luchando contra esta horda. Coronel. ¿Puede hacerlo? -

Tairon: - Si, señor.  - Enfatizó su determinación golpeando sus talones y saludando con orgullo a su superior como todo un soldado de Krieg. 

Tairno no perdió el tiempo, y tan pronto salió de la tienda de campaña, un jeep lo estaba esperando para transportarlo lo más pronto posible al norte, donde su rápido movimiento pudo frenar el avance de los carroz de guerra que partieron cuando Murrey dió la señal. Pero tan pronto se alejó del lugar, un mensajero entró aterrado al centro de mando. 

Soldado: - Ca... Ca... Capellán. - Decía tartamudeando y muerto de miedo. 

Haldredd: - ¿Qué ocurre, soldado? -

Soldado: - Al... Al frente. Es... Esa cosa... Esa cosa es... -

Haldredd: - Tranquilísese soldado. ¿Qué ocurre? ¿Un orko? ¿Acaso es el caudillo? -

Soldado: - E... Eso no es un... un orko. Eso es... un... un monstruo. -

Aunque sin sentido para algunos, las palabras del aterrado mensajero no eran incorrectas, pues allá, justo en medio de toda la muerte, sangre y cadáveres que adornaban el aterrador campo escarlata de Atem III, un ser incomprensible cargaba el velo de la muerte y daba descanso eterno a sus enemigos. 

La llegada de los Templarios Negros al campo de batalla fue un revés sin lugar a dudas para todo el curso se la guerra. Los ángeles oscuros del emperador eran bastiones inexpugnables de acero y fuerza destructiva. Los orkos no tenían oportunidad alguna, no importara que artimaña intentase ejecutar Murrey para hacerlos caer, nada funcionaba. Pero entonces él llegó. 

Su entrada al campo de batalla fue anunciada por el grito de tres astartes de negra armadura, cuyos cuerpos mutilados surcaron los cielos hechos pedazos antes la furia de su primera arremetida.  

Todos, absolutamente todos los que estaban cerca quedaron está ticos ante su presencia. Orkos, astartes, grentchins, soldados de Krieg, snogling, soldados del Astra Militarun, absolutamente todos quedaron atónito ante tal muestra de brutalidad. El orco de pelo blanco había llegado al campo de batalla. El kaudillo en persona había levantado el velo de su anonimato y ahora se alzaba como el campeón de tres metros y medio que era. Los nobles a sus espaldas sonreían al verlo, los orkos, se emocionarion ante su presencia, los humanos, sintieron el terror recorrer sus venas. 

Sin apenas portar armadura, con sus ojos envueltos en la más absoluta rabia y la enorme hacha que había tomado para esta ocasión empapada de la sangre de los ángeles del emperador cuyas vidas había cegado, Kanan se mostraba ante aliados y enemigos, con su poderosa bestia blanca justo a su lado, y su guardia personal justo a sus espaldas.

El orko de pelo blanco rugía de furia, pues ante sus ojos se mostraban ese doloroso pasado que tanto lo hizo desviar su camino. Frente a él, se encontraban aquellos astartes que una ves llamó "hermanos", aquellos que lavaron su cerebro y lo llenaron de promesas vacías y mentiras. El deseo de venganza resonaba en su cuerpo, y se expresaba abiertamente en su rostro. Tanto, que hasta sus propios aliados sentía miedo de su presencia. Ese no era el rostro de alguien que ansiaba la batalla. Ese era el rostro de alguien que deseaba la aniquilación absoluta. 

Kanan ni siquiera dió una orden de ataque. De su boca lo único que salió fue un poderoso rugido que hasta el mismo Kurnet, quién se encontraba a unos kilómetros de su posición pudo escucharlo, y rió por eso. El orko más grande de la horda, y cada piel verde en Atem III lo supo. Su señor había pisado el campo de batalla por primera vez desde Cantus. Él estaba allí para liderarlos personalmente hacia el gran Whaaag. Ese era el momento tan anhelado.

El kaudillo se lanzó de frente, sin darle una señal a los suyos para que lo siguieran, ni dándole una pista a sus oponentes que el momento había llegado. Los orkos tardaron un segundo en darse cuenta que debían seguir a su líder, pero los humanos no reaccionaron hasta que el hacha de Kanan terminó con la vida de varios miembros del Astra Militarun. Y así, los gritos de la guerra resonaron en los campos de Atem III tras esos dos segundos de calma que la llegada de Kanan produjo. La contraofensiva, se detuvo de inmediato. 

Seguido por los nobles, los guerreros más poderoso de la horda y de todos los pieles verdes que anhelaban una buena pelea, Kanan avanzó de frente, penetrando a buen ritmo entre las líneas enemigas. A su pesa, ningún alma humana conocía la misericordia o el perdón. Ya fuese astartes, neóficos o simples hombre o mujeres, todos eran callados por la furia del kaudillo y sus seguidores. 

Los ángeles del emperador, aquellos humano mejorado genéticamente para ser los mejores guerreros del imperio de la humanidad, aquellos que conquistaron la galaxia una vez y habían sometido a los terrores más grande que ojos humanos hallan visto, no tenían ninguna posibilidad contra ese orko endemoniado que no podía ser detenido. 

Kanan lo sabía todo de ellos. Conocía sus puntos débiles, sus técnicas de combate, sus mayores debilidades. Atacaba con una precisión quirúrgica, pero con una fuerza descomunal. Las cervoarmaduras no eran capaces de detener sus ataques, y las espadas de sus oponentes no eran capaces de tocar su piel. Ni siquiera los disparos a quemarropa podían tocarlo, y no era sorpresa pues, si la horda piensa que su kaudillo es inmortal... Entonces este lo será. 

No pasaron ni diez minutos desde entonces, pero cuando el capellán Haldredd llegó al campo de batalla, pudo reconocer de inmediato el peligro. Un capellán no es solo un estratega, es también uno de los mejores guerreros de todos los hijos de Rogal Dorn. Un maestro de la espada, un escultor de la batalla y un artificie de los duelos. Y era solo él, aquel que podría ser capaz de ponerle fin a la vida de este monstruo y terminar con esto de una vez por todas. 

Seguido por cinco templarios de confianza, Haldredd se adentró al campo de batalla, guiado por el ruido de la muerte y esa extraña sed de sangre que logras sentir tras forjarte en incontables campañas de guerra. Cualquier piel verde que era lo suficientemente estúpido como para intentar detenerlo conocía una muerte rápida a manos de su espada, la cual penetraba el metal como mantequilla, al mismo tiempo que descargaba su furia psíquica en forma de poderosas descargas de rayos a su alrededor. 

Llamado por los gritos de sus subordinados caídos, Kanan alzó la mirada y vió a su oponente acercarse a él lentamente entre toda la marea de muerte y sangre. Reconoció su estatus de inmediato, así como el bastión de astartes que lo rodeaban mostrando su importancia sobre el campo de batalla. 

Un pobre loco de Krieg pensó que podría ponerle fin a su vida usando su pala de guerra, pero lo único que encontró fue su tan ansiada redención. Y con paso firme, avanzó hacia su objetivo, segando la vida de aquellos que estorbaran en su camino, ya fuesen aliados... o enemigos. Y esta era la primera vez que Kanan acababa con la vida de uno de sus propios orkos. Cosa que no pasó desapercibida para sus seguidores más cercanos. Kanan estaba... poseído de alguna forma. Poseido por su rabia y sed de sangre. 

Haldredd entonces lo vió, ese peculiar orko de melena carmesí, manchada de la sangre de sus victimas a manos de la inmensa hacha que portaba en su mano. No había duda. Ese era el mosntruo que había venido a buscar, y al parecer, él también lo había fijado como su objetivo. No podía haver dudas, ese era el kaudillo, siendo Haldredd, el primero de todo el imperio en reconocerlo como lo que realmente era. 

Uno de los templarios negro que ejercía de escolta se interpuso en medio, previendo que ese extraño y endemoniado orko con su hacha se acercara a su señor, pero la repentina mano del capellán sobre su hombro lo dejó atónito. 

Haldredd: - No... Este es mio. - Dijo con voz severa. 

El capellán salió de su círculo de protectores y avanzó al frente, deteniéndose a poco metros de Kanan, quién también hizo lo mismo. Muy poco fueron testigo de esos segundos, pero la fuerza que esos dos emanaban chocaban entre sí y bien hubiese podido dividir la tierra. 

El orko prensaba su gran hacha con sus manos, y el capellán alzó su espada, apuntando su mortal hoja hacia el rostro de su futura víctima. Sus ojos se entrelazaron en un intercambio de miradas inquebrantable, y muy detrás de toda esa fueria que emanaba de Kanan, Haldredd pudo reconocer el temple de un gran guerrero en su oponente. Uno, que lo asombraría al abrir su boca.

Kanan: - Hal... dredd... -




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